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El fiasco de Bruselas y el desafío permanente de Mazón desnudan el liderazgo de Feijóo en el PP

Librepensadores

¿Y ahora?

Mario Diego

Después del anuncio, este domingo por la noche, de los resultados casi definitivos, excepto Unidas Podemos, todo el microcosmo político compitiendo en estas elecciones se felicitaba por los resultados obtenidos, aunque algunos lo hicieran distorsionando la realidad. Ni el PP inicia la remontada, pues siguió perdiendo votos, ni Ciudadanos o Vox alcanzaron las perspectivas que se habían fijado. En cuanto al PSOE, a pesar de ser el único que podría haberse felicitado realmente, lo hizo con la boca pequeña. Podemos lo hizo el lunes por la mañana, no siguiendo los vómitos de Monedero en Twitter, que echó la culpa a Errejón, como también lo hizo al día siguiente de las autonómicas andaluzas echando la culpa a Teresa Rodríguez. Por ahora nada ha cambiado: “Queremos gobernar”, nos dice Pablo Iglesias.

Entre los abstencionistas, a quienes la izquierda caviar –y la no caviar– ya están echando, en parte, la culpa de lo sucedido, probablemente se encuentren asalariados, parados, jubilados, precarios y marginados sociales. Entre estos últimos no son pocos los que asqueados por la ineficacia, elección tras elección y sea cual sea el resultado, con respecto a su dramática situación, ni tan siquiera están inscritos en las listas electorales. Las reglas de juego “democráticas” sólo ofrecen como opción al electorado popular optar entre los representantes “sensatos” con sentido de Estado y los representantes insensatos viajando de derecha hacia la extrema derecha y perdiendo el poco sentido de Estado que tenían cuando gobernaron la última vez con mayoría absoluta.

Aunque quizás merezca la pena preguntarse si más allá de las desilusiones provocadas por la socialdemocracia cuando gobierna –apoyada por sus muletas reformistas– no estamos en presencia de un rechazo del sistema supuestamente democrático. La eficiencia de las elecciones respecto a las soluciones que éstas puedan traer para solucionar sus problemas no son convincentes, y quizás sea esto es lo que les lleve a pensar que las elecciones sirven para disimular el hecho de que una vez pasadas lo esencial se queda igual.

La burguesía de las grandes potencias imperialistas encontró, mediante el parlamentarismo, un sistema que le permite disimular el control que ejerce sobre la sociedad haciéndonos creer que la vida social depende de nuestros votos, mientras que en realidad está sometida a la dictadura despiadada del gran capital. Dicho esto, el disimulo en cuestión tiene por límite su propia credibilidad, credibilidad que a medida que pasa el tiempo decae irremediablemente; las raíces de la crisis de la democracia burguesa se divisan cada vez más como también las causas del auge de la extrema derecha.

Mientras la insolvencia del capitalismo socava la democracia burguesa mediante la crisis económica, la amenaza de guerras y catástrofes ecológicas, algunos tienen la ambición de recomponer la izquierda. Tarea difícil puesto que la izquierda, mientras gozó de una cierta credibilidad entre la clase trabajadora utilizó la utilizó para atar el movimiento obrero al sistema institucional de la burguesía. El instrumento que esa izquierda habría podido ser se rompió realizando dicha tarea y quienes quieren repararlo están sembrando ilusiones, sobre todo si es para hacer la misma cosa.

La extrema derecha y la basura reaccionaria y anti obrera que esta enarbola en sus astas no se combate resucitando el cadáver de los viejos partidos reformistas ofreciendo como única perspectiva el rol de muleta de la socialdemocracia. Lo que sí es vital es resucitar la combatividad del movimiento obrero para reanudar con una lucha ofensiva en contra de la dictadura económica impuesta a la sociedad por la burguesía. Sólo se podrá poner un término a la guerra que el gran capital declaró a la clase trabajadora derribando la organización capitalista de la sociedad. __________________

Mario Diego es socio de infoLibre

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