Plaza Pública
'Alea jacta est': Podemos ante el Rubicón de sus resultados electorales
En primer lugar debo de aclarar que este artículo se redactó inicialmente pocos días antes de las elecciones generales del 28 de abril, cuando todavía continuaba siendo inscrito en Podemos, y opté por no publicarlo al considerar que podía influir negativamente en sus votantes, inclinándolos cuando menos a la abstención, mientras asumía que el objetivo prioritario de la izquierda era frenar el avance de la extrema derecha e impedir un gobierno a la andaluza de las tres derechas. Hoy, celebradas también las elecciones autonómicas y municipales del 26 de mayo, y una vez que he abandonado la organización, al percibir estupefacto las actitudes mezquinas, resentidas y torpes, puestas de manifiesto por Podemos respecto a la candidatura de Manuela Carmena para revalidar la Alcaldía de Madrid, ya no tengo ningún problema de conciencia para enjuiciar la debacle que ha sufrido Podemos en los últimos procesos electorales.
Dicho esto, conviene precisar que aunque nos refiramos más adelante a Podemos, como tal formación política, no se ha presentado a los últimos procesos electorales, lo ha hecho en su lugar el partido Unidas Podemos constituido a finales de 2016, para consolidar por parte de Podemos su estrategia de alianza con IU, confirmando así su abandono definitivo de la transversalidad y su giro hacia la izquierda neocomunista.
Y la verdad es que las expectativas de los sondeos indicaban que la marca Podemos no podía afrontar con optimismo las citas electorales que se avecinaban. Si los resultados de las elecciones generales del 28 de abril confirmaban su sensible pérdida de apoyo popular, tal y como vaticinaban la gran mayoría de los sondeos que se venían efectuando desde el mes de enero por numerosos medios de comunicación, de todo tipo de orientación política; de forma que pasaba de obtener 71 escaños con 5.049.734 (21,10%) votos a obtener 42 escaños con 3.732.929 (14,31%) votos, con una pérdida de 29 escaños y de 1.316.805 votos; los resultados de las elecciones autonómicas y municipales del 26 de mayo acrecientan la debacle sufrida por Podemos, ampliándose sensiblemente su retroceso electoral, al perder 68 diputados autonómicos y 860.000 votos respecto a los obtenidos escasamente hace un mes en las elecciones generales.
Con estos resultados, la organización de Podemos se enfrenta a una crisis de tal calibre y magnitud que, por encima de las huecas declaraciones efectuadas por Pablo Iglesias al día siguiente de las elecciones, asumiendo sus malos resultados pero justificándolos con los conflictos internos y la reprochable salida sorpresiva de Íñigo Errejón, además de cuestionar la legitimidad del liderazgo de Pablo Iglesias y de todo su equipo, incluida su portavoz parlamentaria y número dos Irene Montero, pone en un serio peligro la propia viabilidad del proyecto político.
Frente a los argumentos, que desde el aparato de Podemos invitaban al optimismo respecto a sus resultados en los procesos electorales que se avecinaban, la cruda realidad se ha abierto paso de forma inexorable respecto a los resultados que, finalmente, ha obtenido la formación de Pablo Iglesias. Apelar al cierre de filas, atacar a los medios de comunicación y cuestionar la fiabilidad de las encuestas, no podía ocultar la gravedad de la crisis en la que se había instalado Podemos, después de la salida de la mayor parte de sus fundador@s, y de la continua cadena de dimisiones entre candidat@s y dirigentes territoriales.
Y resulta evidente que la profunda crisis interna, junto con el temor a la configuración de un frente de derechas –como en el caso de la Comunidad Autónoma de Andalucía, donde PP y Cs pudieron alcanzar la mayoría absoluta apoyándose en la extrema derecha representada por Vox–, fueron los dos factores determinantes que sin duda condicionaron primero, los resultados de las elecciones generales, y después, los resultados de las elecciones autonómicas y municipales; el primero, por la repercusión que tuvo en la conformación de alianzas y plataformas electorales en los ámbitos territoriales más importantes, Cataluña, Galicia, Comunidad Valenciana o Madrid; y el segundo, por su incidencia directa en la intención de voto de los diversos sectores de población que votaron a Podemos el 20D de 2015.
Respecto a la conformación de alianzas y confluencias electorales en las comunidades autónomas, que en las elecciones de 2015 fueron decisivas para Podemos, el fracaso ya se había podido constatar. En Cataluña, Catalunya En Comú, la formación de Ada Colau, se había impuesto a Podem relegándolo a una posición residual en las listas electorales, provocando la dimisión del candidato de Podem elegido en primarías, el exsenador Óscar Guardingo, situado en las listas en un puesto que no le garantizara la obtención del acta de diputado. En Galicia, no fue posible repetir la Plataforma En Marea por el rechazo de los partidos nacionalistas gallegos a las imposiciones de la corriente gallega de Pablo Iglesias. En la Comunidad Valenciana, Compromís, la formación de Mónica Oltra, mucho más cerca de Iñigo Errejón que de Pablo Iglesias, optó por no reeditar su pacto con Podemos. Y finalmente, en la Comunidad de Madrid, la creación de la plataforma Más Madrid promovida por el tándem de Manuela Carmena e Íñigo Errejón, la dimisión del secretario general Ramón Espinar, y las reticencias iniciales de IU y la corriente Anticapitalista a concurrir con Podemos a las elecciones, dejaron a Podemos en una posición muy débil en la capital de España.
Y es este panorama el que sin duda determinó la intención de voto a Podemos, que lógicamente tendía a evolucionar en función de los sectores sociológicos de población del que procedía, teniendo en cuenta que era un voto escasamente fidelizado, tanto por la juventud de la formación, como por el hecho de no haber consolidado un poder municipal, que contribuye generalmente a fidelizar el voto. En este sentido nos centraremos en la procedencia del grueso de los votantes de Podemos que, en las elecciones generales de 2015, le dieron el respaldo de más de cinco millones de sufragios, y cabe establecer los siguientes grupos:
- El sector de los jóvenes entre 18 y 35 años, integrado por estudiantes, profesionales, trabajador@s y parad@s de larga duración. Un sector ideológicamente muy transversal, vinculado afectivamente al movimiento 15M, que padeció con especial intensidad los efectos de la crisis, y con electores que votaban por primera vez o que tradicionalmente no votaban por su indiferencia, decepción y animadversión hacia la política y l@s polític@s. El voto de este sector de población que fue una de las señas de identidad electoral de Podemos, todo indica que se ha perdido en su mayor parte, al constatar que no se han cumplido las expectativas que, respecto a una nueva forma de hacer política, les generó esta formación y que les llevó a votarla en las elecciones de 2015. De estos votantes, la minoría, los más concienciados políticamente y alineados ideológicamente con la izquierda, posiblemente volvieron a la abstención; mientras que la mayoría, los menos concienciados o los menos influenciados por condicionantes ideológicas, optaron por inclinarse hacia otras opciones como PSOE o C's.
- El sector de los abstencionistas de izquierdas, de larga duración, que hace años que habían dejado de votar, decepcionados con las políticas del PSOE y del PCE-IU, partidos de los que provenían en su mayor parte. Este sector de la izquierda, fuertemente ideologizado, pero muy crítico con la izquierda clásica, comunista o socialista, encontró en el Podemos que surgió del movimiento 15M un soplo de aire fresco que prometía luchar contra la corrupción, regenerar la vida pública para revertir las políticas austericidas que estaban pagando los sectores sociales más desfavorecidos, y sentar las bases para acabar con el statu quo del régimen corrupto de 1978, dirigiendo sus críticas hacia sus protagonistas políticos, los llamados "partidos de la casta", a los que se planteaba combatir, incluyendo en ellos a los partidos de la izquierda colaboracionista y justificadora del sistema, PSOE e IU. El voto de este sector de población que, como el de los jóvenes, fue de gran importancia para la consecución del inicial éxito electoral de Podemos, se ha perdido, igualmente, en su mayor parte, por su paulatina falta de credibilidad al renunciar a los principios con los que surgió, e iniciar una deriva que lo hace ser cada vez más asimilable a IU. De estos votantes, seguramente proclive a volver a la abstención, es probable que la polarización del voto, después de las elecciones autonómicas andaluzas y la irrupción electoral de Vox, inclinase a una mayoría de estos votantes a elegir la opción del voto útil, al PSOE.
- El sector de los votantes de izquierda, tradicionalmente fieles al PSOE y pertenecientes a las bases más concienciadas del partido que, decepcionados por la profunda debacle electoral del partido socialista producida por la pérdida del discurso socialdemócrata y su deriva apoyando las políticas austericidas, impuestas por Europa durante la crisis económica, encontró en Podemos un proyecto político transversal, heredero del ideario del Movimiento 15M. Proyecto en el que se sintieron cómodos, como socialdemócratas moderados, por representar una izquierda sin etiquetas y al que apoyaron por sus promesas de regeneración y recuperación del Estado del Bienestar, cuya defensa había abandonado el PSOE con el inicio de la crisis económica. Este voto, procedente o "prestado" del PSOE, que fue fundamental para la consecución del espectacular resultado electoral de Podemos en las elecciones generales del 20D de 2015, tendía a desaparecer en su práctica totalidad o, cuando menos, a experimentar un descenso notable, tanto por la recuperación electoral del PSOE tras el regreso a la secretaria general de Pedro Sánchez, como por la deriva neocomunista de Podemos, a partir de la coalición electoral con IU para las elecciones generales del 26J de 2016, y de la posterior creación del partido Unidas Podemos. El abandono del apoyo de exvotantes socialistas a Podemos ya pudo constatarse en las elecciones generales de 2016, cuando la coalición Podemos-IU perdió más de un millón de votos respecto a los obtenidos por las dos formaciones por separado en las generales de 2015. Y resulta evidente que una buena parte del crecimiento electoral del PSOE, tanto en las elecciones generales como en las autonómicas y municipales, se ha producido a costa de recuperar a la mayor parte de los antiguos votantes socialistas que optaron por Podemos en 2015.
- El sector de los votantes de izquierda, procedente del PCE-IU, por sus divisiones internas y sus peculiaridades ideológicas, es quizás el más difícil de evaluar en lo que se refiere a sus tendencia electoral. Resulta evidente que una parte importante del citado sector de abstencionistas de izquierda que votaron a Podemos en sus inicios, habían sido antiguos militantes y votantes del PCE o de IU, que fueron abandonando paulatinamente su militancia y su apoyo a IU, hasta convertirla en una fuerza política parlamentariamente irrelevante. Y como indicábamos anteriormente, en los recientes procesos electorales, generales, autonómicos y municipales, todo apuntaba a que podían optar por volver a la abstención o inclinarse por el voto útil al PSOE. Pero lo verdaderamente relevante para Podemos, de cara a sus resultados electorales, es el comportamiento del electorado que se mantuvo fiel a IU en las elecciones generales de 2015 y que supuso algo menos de votos.
Cuando se materializó la coalición de Podemos e IU, el principal objetivo de ambas formaciones era mejorar juntos sus resultados en solitario, sumando a los algo más de 925.000 votos de IU los cerca de 5.200.000 votos de Podemos; pero los resultados no fueron los esperados. y la coalición Podemos-IU obtuvo algo más de 5.000.000 de votos, perdiendo cerca de 1.200.000. El análisis de estos resultados puso de manifiesto que un sector importante del electorado de Podemos, integrado seguramente por antiguos votantes socialistas, no aceptó la alianza con IU por considerarla como un síntoma de la pérdida de la transversalidad; y por otra parte, que un sector del electorado de IU tampoco aceptó la alianza con Podemos por considerarla una formación populista sin una clara adscripción de izquierdas.
Con estos antecedentes y con la certidumbre de que la coalición de Podemos e IU no se pudo reeditar en todo el territorio nacional, sirvan como ejemplo las candidaturas de Aragón, de Castilla-León o la Comunidad de Madrid donde se presentaron por separado, se esfumaron las expectativas de que Podemos pudiera sumar a su marca de Unidas Podemos a todos los votantes de IU, por mucho que se esforzó su líder Alberto Garzón, esfuerzo que finalmente resultó inútil.
- Finalmente, el sector de votantes no adscritos a ninguno de los grupos anteriores que, independientemente de su importancia relativa, no deja de ser un nicho de "votantes golondrina" muy difícil de fidelizar. Este nicho de votantes que no tienen unas motivaciones electorales claras y que responden en muchos casos a circunstancias puramente coyunturales, constituía una incógnita, y aunque, en definitiva, no parecía que fuera a tener una gran repercusión en los resultados electorales de Unidas Podemos, la desaparición del "efecto novedad" del que se benefició en 2015, no favoreció electoralmente en está ocasión a un partido cuya marca se presentaba según los sondeos en caída libre.
En definitiva, Podemos se ha enfrentado a una campaña electoral marcada por su crisis de identidad y su inmadurez política, en la que su mayor adversario ha sido su propia falta de credibilidad y la de su líder Pablo Iglesias, cuya popularidad está bajo mínimos. Y con los resultados electorales obtenidos ya no se está jugando su posibilidad de formar parte del futuro gobierno, se está jugando la viabilidad y la supervivencia, su "ser o no ser" como formación política.
Si los resultados de las elecciones generales de 2016, aun manteniendo cinco millones de votos, abrieron un agrio debate interno en Podemos sobre el posible fracaso de la coalición con IU, después del giro neocomunista producido tras la Asamblea Ciudadana de Vistalegre II el debate se terminó por convertir en un cisma, que culminó con el abandono de la formación de la mayor parte de sus fundadores; y ha desembocado en un callejón sin salida, en el que la dirección de Podemos ha optado por enrocarse, entrando en un inexplicable bucle de aislamiento autoprotector que ha imposibilitado la reedición de las confluencias, que tan buen resultado le proporcionaron en el 2015.
Con este panorama, la abstención y la recuperación del voto socialista eran, según la lógica de todos los sondeos, los dos "fantasmas electorales" que amenazaban a Podemos, y finalmente los resultados han confirmado el espectacular transvase de votos de Podemos al PSOE, y el hundimiento de la formación morada que en 2019, al final de los recientes procesos electorales y en apenas tres años, ha perdido más de 2.100.000 votos, con una caída de más del 43 % de su apoyo popular en 2016, pasando de obtener algo más del 21 % a apenas el 12% de los sufragios. Resultados estos que marcan una tendencia que, de continuar así en futuros procesos electorales, acercarían peligrosamente a Podemos a los resultados que en su mejor momento obtuvo IU, 21 escaños en las elecciones generales de 1996.
Como puede apreciarse, Podemos tiene poco margen para el optimismo y sólo cabe esperar que, finalmente, con el peso de estos resultados, Pablo Iglesias, Irene Montero, Pablo Echenique y todo el consejo de coordinación asuman real, y no sólo formalmente, sus responsabilidades políticas, convocando de inmediato una Asamblea Ciudadana Extraordinaria, donde pueda elegirse un nuevo equipo de dirección, del que no debería formar parte ninguno de los miembros de la actual cúpula dirigente, para abordar la refundación de Podemos desde unos planteamientos estratégicos diferentes, y sin el lastre cesarista que lo ha conducido a convertirse en un proyecto fallido. __________________José María Sánchez Ródenas (Anonimous Rebellis) es arquitecto y exinscrito en Podemos.
José María Sánchez Ródenas