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Cultura

Lorca, "virtud y tragedia de España"

Federico García Lorca en 'Retrato de Familia', John J. Healey, 1998.

Cuando el periodista y escritor Aníbal Malvar (A Coruña, 1964) eligió título para su última novela, Lucero (editada por Akal), estaba también eligiendo apelativo cariñoso para Federico García Lorca, su protagonista. Lucero, Lucerito, el mote con el que se arrulla a los niños en Granada, y en su Galicia natal, y en otras partes de España. El mote con el que alguien se dirigió al pequeño Federico en alguna carta que el escritor no recuerda ya. "Me pareció que resumía bien el espíritu de lo que quería hacer con Lorca", cuenta Malvar por teléfono, en plena ruta de presentación del libro, "la luz esa pequeña que te marca el alba y el atardecer".

Porque en la novela dos fuerzas tiran del poeta. Una, la que le lleva a lo tangible, con la ficción que imagina su viaje a Madrid, los encuentros con su familia, la relación con su homosexualidad, su trabajo en La Barraca o el ascenso de su carrera teatral. Otra, que le eleva para convertirle una vez más en símbolo. Lorca es el personaje en el que se materializa la historia de España de principios del siglo XX. "Me pareció interesante en estos tiempos porque es el epicentro del gran terremoto que estremece a España durante los 20 años que dura la novela, del 16 al 36. Es como si sobre ese personaje cayera todo el bien y todo el mal, como si hubiera sido el elegido para ser iluminado por esas virtudes y esa tragedia, que es la virtud y la tragedia de España", explica.

La novela transcurre entre Madrid y los pueblos de la Vega de Granada: Asquerosa (que luego se llamaría Valderrubio), Pinos Puente, Fuente Vaqueros... Y en Granada, Huerta de San Vicente, la casa familiar, la casa de los Rosales, amigos de los García Lorca, de donde le sacarían a la fuerza para el último paseo. Y esos espacios no están poblados de las imágenes poéticas de Lorca, sino llenos de polvo, del sudor del campo, de alcohol, de ruido, de tejemanejes políticos, de una energía que oscila entre la tensión y la violencia explícita. Esto tiene que ver en parte porque esta es la primera incursión de Aníbal Malvar —también colaborador de tintaLibre, suplemento mensual de infoLibre— fuera de la novela negra, género en el que ha dejado títulos como Ala de mosca (Akal, 2017) o La balada de los miserables (Akal, 2012). Aquí se cuela un similar sentido de la acción y casi el mismo número de pistolas. 

 

Lucero se columpia entre las licencias narrativas y el respeto a la historia. Cuenta el autor que la documentación para el libro ha sido amplia, y se observa parcialmente en los recortes de la prensa de entonces que salpican la narración. Cada acto de la novela —el teatro es, de entre las artes manejadas por el poeta, el que más protagonismo tiene— arranca con un epígrafe titulado NO-DO que contextualiza el clima social y político de la época a la que da paso. Pero, además, aquí y allá se ve un cartel del Café Alameda de Granada, la narración periodística de la represión de unas protestas estudiantiles en la ciudad, un manifiesto, los discursos sobre el voto femenino en las Cortes, entrevistas a García Lorca publicadas en vida, algún otro texto editado tiempo después de su muerte... "Quería mantener una distancia", explica el autor. "Yo cuento la pequeña historia de los personajes, pero quiero que la gran historia la cuenten los periódicos de la época, primero porque me ahorran trabajo como escritor, pero también porque creo que es la mejor manera de hacerlo".

Y la "pequeña historia" tampoco es obvia, pero Malvar cuenta que ha tratado de ceñirse a lo que tiene base histórica, aunque sea desconocido para el gran público. Por ejemplo: el gusto por Luis Buñuel por cazar a los homosexuales que se daban encuentro en los baños públicos. Lo contó él mismo: "En nuestra juventud, no nos agradaban los pederastas [sic]. Ya he contado mi reacción cuando tuve noticia de las sospechas que recaían sobre Federico. Debo añadir que yo llegué a desempeñar el papel de agente provocador en un urinario madrileño. Mis amigos esperaban afuera, yo entraba en el edículo y representaba el papel de cebo. Una tarde, un hombre se inclinó hacia mí. Cuando el desgraciado salía del urinario, le dimos una paliza, cosa que hoy me parece absurda". "Son cosas que se saben", reflexiona el periodista, "y a las que nunca se les ha dado verdadera importancia. Tendemos a idealizar a nuestros personajes literarios e históricos, y no buscar sus contradicciones".

Cuando el autor lidia con asuntos menos claro, echa mano de la ficción. Por ejemplo, con las relaciones sexuales que habría Federico García Lorca habría mantenido o no con la pintora Margarita Manso en la etapa de la Residencia de Estudiantes. Como fue Salvador Dalí quien contó que había presenciado el encuentro, la escena está contada desde el punto de vista del pintor; como el dramaturgo y director teatral Cipriano Rivas Cherif contaría luego que el propio Lorca le había dicho que no había estado jamás con ninguna mujer, sus palabras desdicen el encuentro narrado antes.

Otros asuntos los resuelve Malvar a través de la pura recreación, como los rumores que relacionaban a Lorca y José Antonio Primo de Rivera, según los cuales habrían mantenido una amistad. El autor les hace encontrarse en las carreteras que el poeta recorría con La Barraca para que el falangista pronuncie la supuesta frase que le escribió al republicano: "Con vuestros monos azules [los de trabajo de la compañía] y mis camisas azules se podría hacer mucho por España". Pero de connivencia entre ambos, nada: "Lorca despreciaba profundamente al falangismo y los falangistas atacaban profundamente a Lorca". Si se sirve de esa "leyenda", dice, es para "enfrentar al Lucero con el monstruo", porque "el monstruo no siempre es un bicho extraño y deforme, otras veces es gente muy encantadora, y José Antonio Primo de Rivera debió de ser un tipo muy encantador". La presencia de algunos personajes falangistas, cuya evolución política se ve a lo largo de la novela, también sirve para recordar otra cosa: "Se considera que estos personajes son anecdóticos, una extravagancia, no nos damos cuenta de que nos van comiendo y se van metiendo en nuestra sociedad hasta que acaban matándonos, como es el caso".

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En Lucero, Federico García Lorca es sin duda una figura política. Primero, por su homosexualidad, que tiene un peso importante en el libro, no tanto por sus relaciones amorosas o sexuales, que no son centrales, sino por lo que Malvar llama "la homosexualidad desde el punto de vista del represor". Es decir, el coste que tendría para el poeta su propia identidad. Pero también por su continuo desprecio a lo que él llamaba el "teatro burgués", un arte entregado al mercado y que para el poeta escondía una moral burguesa asfixiante. "¿Hacer teatro por los pueblos con La Barraca es hacer política?", se pregunta Malvar. "Si haces Fuenteovejuna de Lope de Vega, sí". Y también, claro, por su militancia política explícita: "Lorca tuvo una presencia importante dentro de la República como activista político y cultural, e incluso firmó manifiestos procomunistas". No obstante, el autor le considera "una persona bastante desideologizada, en el buen sentido", "más sociológico y ético que partidista".

Dice Aníbal Malvar que este libro partía con un hándicap: todo el mundo sabe cómo acaba. Aquí, en el episodio de la muerte, del asesinato, el autor se recrea en la dignidad del poeta, que parece saber que tras esa excusa de llevarle al Gobierno Civil había otra cosa. Pero se centra luego en los asesinos. En las palabras de Juan Luis Trescastro, el fascista que se vanaglorió en público de haberle "metido dos tiros en el culo por maricón", de quienes habían prometido protegerle y no lo hicieron —"la delación seguramente viene de los Rosales, porque suponía un peligro", dice el periodista—, del país que acabó convirtiéndose en una ratonera para la gente como él. Y luego una coda, una entrevista a Lorca fechada en diciembre de 1933 en Buenos Aires, en la que el poeta hablaba de Mariana Pineda: "La historia es un hecho incontrovertible que no deja a la imaginación otro escape que el de vestirla de poesía en la palabra, y de emoción en el silencio y en las cosas que lo rodean". 

 

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