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Cultura

Lo que la revolución del 'streaming' está haciendo con las series

Gaten Matarazzo, Noah Schnapp, Finn Wolfhard y Millie Bobby Brown en la tercera termporada de 'Stranger things'.

Entre el 4 y el 8 de julio, una sintonía sonó en 40 millones de hogares en todo el mundo: la inquietante melodía de sintetizadores de Stranger things. Netflix, productora y emisora de la serie que acaba de lanzar su tercera temporada, anunció que en los cuatro primeros días tras su estreno la saga fue vista en más del doble de hogares de los que hay en España. De ellos, 18 millones habían visto los ocho episodios completos antes de que se cumpliera el quinto día. Esto supone un récord absoluto para la compañía, siempre según sus datos: en febrero, la serie Umbrella Academy logró superar también los 40 millones, pero tardó casi un mes en hacerlo. El próximo 19 de julio se estrena la tercera temporada de La casa de papel, la serie creada por Atresmedia a la que la adquisición de Netflix dio una nueva vida y un éxito internacional. 

Esta revolución del consumo —series que se ven más rápido, por más personas, en más países— ¿está revolucionando también los contenidos? ¿Cómo afectan aspectos como el visionado a la carta, el algoritmo de recomendación, o la necesidad de competir en catálogos inmensos, a las sagas que producen y difunden plataformas como Netflix, Amazon o HBO? ¿La nueva televisión está produciendo una nueva ficción? Esta era una de las cuestiones que se planteaban dentro de la I jornada Bingetalking, titulada La revolución seriéfila: el impacto del 'streaming' y el 'boom' de la producción original, y organizada por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) en el CaixaForum de Barcelona. 

Los efectos del bingewatchingbingewatching

"Sí parece que se está produciendo un tipo determinado de consumo, porque se tiende al consumo en continuidad", apunta a este periódico Conchi Cascajosa, profesora de Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid, una de las participantes en las mesas redondas celebradas el miércoles. Frente al consumo espaciado de la televisión tradicional, con un capítulo semanal, las nuevas plataformas permiten y fomentan el bingewatching, el visionado por atracón, como demuestran esos 18 millones de hogares que vieron ocho capítulos de Stranger things en cuatro días. "Ahí sí que se aprecia", dice Cascajosa, también crítica televisiva, "que, cuando ellos empezaron a producir, una temporada estándar tenía 13 capítulos, y ahora están por los 6, 8, o 10, con episodios cada vez más cortos". Incluso la última temporada de Juego de tronos, aunque aquí intervinieran también cuestiones presupuestarias, se redujo hasta los seis capítulos.

En esta forma de consumo, el tiempo que pasa entre el visionado de un episodio y otro es, evidentemente, mucho más reducido, algo que también puede afectar a la construcción narrativa. "Tienes a creadores que te dicen que no les afecta, pero sí que se puede ver una pequeña alteración, porque no tienen la necesidad de tratar el capítulo como una unidad separada", dice Cascajosa. Pero esto, como todo en el mundo de las nuevas plataformas, "es muy relativo": "En realidad, si te pones a ver un capítulo y no te engancha, aquí tienes muy fácil irte a otra serie". De hecho, debido a la gran competencia, las plataformas suelen tener muy en cuenta el índice de espectadores que ven la saga completa. El crítico audiovisual Pep Prieto observa otros factores en los que puede influir este cambio en el consumo: "El relato es más inmersivo, pero se pierde la naturaleza misma de la serialidad". Aunque eto no significa, como han defendido durante la charla, que las series sean "películas de 13 horas", porque los capítulos mantienen aún un arco y un ritmo independientes.

Elena Neira, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC, le ve otro riesgo a estos atracones, relacionado con cómo impacta una serie en el consumidor: "El bingewatching afecta de manera significativa al poso que esos programas dejan en nosotros, porque es menor". Cuando se hace un maratón seriéfilo, dice, "tenemos una respuesta muy bestia y muy profunda", pero "tiende a olvidarse más rápido". Esta forma de consumo tiene su justificación en los mecanismos de recompensa cerebrales, apunta: "Cuando haces un maratón de contenidos, tu cerebro genera dopamina, que te da placer, una sensación de satisfacción". Algo que, sin embargo, no tarda en esfumarse. 

¿Homogeneización del catálogo?

El bingewatching no afecta a todas las series por igual. Elena Neira señala que "la intensidad de los maratones de contenido está muy relacionada con el género" de la ficción elegida, como hizo público Netflix ya en 2016. En el gráfico facilitado por la cadena, se muestra que el bingewatching funciona mejor con los thrillers, el terror o la ciencia-ficciónthrillers, mientras que las comedias irreverentes —tipo BoJack Horseman— o el drama se resisten más a ser consumidos de esta manera. Esto quiere decir que el público sería más proclive a consumir de golpe Stranger things, una serie que camina justamente entre la ciencia-ficción, el terror y la fantasía, que When they see us, un drama basado en hechos reales también producido por Netflix. 

¿Podría generar esto que algunas plataformas dieran preminencia a unos géneros sobre otros? Depende del objetivo de la compañía. "La estrategia de Netflix", explica Neira a este medio, "está centrada en los grandes estrenos de los viernes, pensados para acaparar el hábito de ocio de los usuarios y que pasen el mayor tiempo posible delante de la televisión". Por este mismo motivo, cabría esperar que la plataforma fomentara la producción de shows de consumo rápido, aunque Cascajosa indica que la compañía pone también un gran esfuerzo en lanzar contenidos originales menos mayoritarios pero que puedan valerle prestigio y galardones —como When they see us, de hecho, o Roma si hablamos de películas—.

Además, y para que el usuario permanezca en la plataforma, el algoritmo de recomendación de Netflix tiende a ofrecerle contenidos similares a los que ya ha visto, por lo que esta estrategia puede llegar a generar una cierta homogeneización del consumo, o incluso de la producción. Pero, de nuevo, no es tan sencillo. Las plataformas bajo demanda, explica Cascajosa, han seguido el espíritu de las cadenas de pago que vivieron su edad de oro en los noventa: no tratar de llegar a un gran público con un único contenido, sino diseñar productos de nicho. En el caso de Netflix, indica, un nicho podría ser el de las series juveniles, y compartiría con HBO el interés por la fantasía y ciencia-ficción, que atrae a "espectadores muy fidelizados". Pero la máxima se podría resumir, dice la profesora, en: "No hacemos series para todo el mundo, sino que hacemos que todo el mundo tenga una serie". Esta estrategia contradeciría el peligro de homogeneización del mercado.

Plataformas como HBO o Amazon tiene también su propia estrategia de producción, alejada del más es más que parece abrazar Netflix. En el caso de HBO, su plataforma de streaming "no es su vía principal de negocio", sino que sigue siendo una cadena de pago premiumpremium", dice Elena Neira. Así, apuesta por directores de renombre, como Álex de la Iglesia o Isabel Coixet en el caso español, o fenómenos culturales, como la adaptación de Patria. De hecho, esta compañía sigue apostando por la emisión de un capítulo semanal, con "una gran serie al mes" que sirva como "convocatoria", en palabras de la profesora. Conchi Cascajosa apunta por su parte a que la evolución de lo que supone un fenómeno cultural ha ido marcando la producción de la cadena, que se hizo conocida por series alabadas por su realismo como The Wire o Los Soprano y ha virado hacia la fantasía y la ciencia ficción con grandes producciones como Juego de tronos o Westworld. De la misma forma, explica Cascajosa, Amazon Prime Video se interesa especialmente, en su producción original, por las adaptaciones literarias —como Good omens, basada en la novela de Terry Pratchett y Neil Gaiman—, porque así crea sinergias económicas con su negocio de venta de libros.

De procedimentales y sitcoms

Sin que sea todavía algo extendido, los expertos ven cómo la televisión tradicional y la televisión bajo demanda comienzan a diferenciarse en parte de sus contenidos de ficción. Se ve, sobre todo, con las series procedimentales, aquellas en las que los capítulos son autoconclusivos y están engarzados entre sí solo por los personajes y el contexto, y en algunos casos por una trama secundaria que se desarrolla a lo largo de la temporada. Son las típicas sagas de médicos, abogados o policías, como Ley y orden, House o CSI. "Esto estaba pensado para que si te perdías un capítulo por lo que fuera, pudieras engancharte al siguiente, pero en las plataformas bajo demanda ya no tiene sentido ese uso, porque los ves todos uno detrás de otro", apunta Pep Prieto. Por ello, el procedimental se está quedando para "el visionado lineal de toda la vida", apoya Cascajosa, y en el streaming se está viendo "una gran emergencia de la serialidad". 

Pero cada regla tiene una excepción: The good fight (Movistar+), secuela de The good wife, es una serie de abogados que funciona bien bajo demanda —perdiendo por el camino, eso sí, parte de su carácter procedimental—. Y las telenovelas, reinas latinas de lo episódico —con capítulos sin apenas trama y resúmenes al inicio de cada entrega— no faltan en el catálogo: está Jane the Virgin, que renueva el culebrón desde Estados Unidos añádiéndole comedia y guiños meta, o series de época con aires telenovelescos como Las chicas del cable

Pep Prieto indica también la tierra de nadie en la que se sitúa, con esta revolución, un exitosísimo género televisivo: la sitcomsitcom. "Estaban concebidas para ser consumidas pequeñas dosis, casi como un degustamiento, porque se emitían con frecuencia a la hora de comer", dice el crítico. Es el caso de Friends, que ocupó esa franja horaria en España durante su emisión en Canal+. Sin embargo, precisamente esta serie se ha convertido en uno de los contenidos más populares de Netflix —antes de perder sus derechos, lo que le costará la salida del catálogo en 2020—, consumido también en atracón. "Son una anomalía. Este tipo de contenidos vienen de una herencia a la que estamos acostumbrados, y por eso resisten", aventura Prieto.

De lo internacional a lo local

Del papel a la pantalla, de la pantalla al papel

Del papel a la pantalla, de la pantalla al papel

Hay, eso sí, un elemento que todas las plataformas tienen en cuenta: la internacionalización de los contenidos. Se ve, dice la profesora de la Carlos III, en que HBO haya optado por directores como Isabel Coixet, que ha realizado gran parte de su carrera fuera de España, o de Álex de la Iglesia, que ya tiene experiencia en el extranjero. O, como explica Elena Neira, en que Netflix produjera una serie juvenil como Élite, teniendo como referente el éxito de otras producciones de este tipo, como Un paso adelante, en el mercado europeo. De hecho, retoma Cascajosa, con este movimiento la cadena recupera una tradición de series juveniles españolas, desde Al salir de clase a Física o química, que funcionaban bien en Atena y se había perdido. 

En estas decisiones ven los entrevistados una estrategia comercial que no es particularmente original: las plataformas estudian la producción local para conocer qué se hacía ya en el país en cuestión, y darle una proyección internacional. Ocurre en el caso español, apuntan, con las mencionadas series juveniles, los culebrones de época tipo Velvet o Las chicas del cable y el thriller tipo La casa de papel. En otros casos, se utiliza un género de éxito internacional y se aplica al caso local, como el true crime con el caso Alcàsser (Netflix) o los delitos económicos de Jesús Gil (HBO). "Nadie va a inventar aquí la pólvora", resume Neira. Ni siquiera en la revolución. 

 

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