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El rincón de los lectores

La vida y la orfebrería

La escritora Virginia Woolf en Monk's House.

Alejandro Pedregosa

La biografía, por definición, es un territorio complejo. Puede ser seca llanura, loma agreste o pantanosa ciénaga pero, en ningún caso, resulta una senda literaria fácil de abordar. Una vez al año, en lo que ya empieza a ser una feliz tradición, el escritor y periodista Jesús Marchamalo se calza las botas de explorador y se echa al monte de las biografías. No va solo, cuenta con la brújula de la editorial Nórdica y la alegre compañía de Antonio Santos como ilustrador. Se estrenaron en 2013 con Baroja y ya han transitado por las vidas de Pessoa, Kafka y Blixen. En 2018 llegó a las librerías una deliciosa miniatura dedicada a Virginia Woolf. Virginia Woolf, las olas, así se titula.

Posiblemente sea la escritora británica uno de los principales fetiches de la crítica contemporánea. Su hondura intelectual, el feminismo, la depresión, el grupo de Bloomsbury, la bisexualidad y el suicidio componen un atractivo mosaico que han elevado a Woolf a la categoría de mito literario. Es ahí precisamente donde radica el gran escollo de su biografía: ¿Se puede contar algo diferente sobre Virginia Woolf? ¿Algo desconocido? Probablemente no, pero existe la posibilidad de contarlo de un modo distinto. Es ahí donde aparece la mano de Marchamalo, y todo crece.

Virginia Woolf, las olas no es tanto una biografía como el delicado resumen de una vida apasionante y delicada. Es decir, la delicadeza, más allá de Virginia, es también protagonista. La prosa límpida de Marchamalo, pautada por el uso artístico de las comas, desgrana un conjunto de estampas que prenden en el imaginario del lector de un modo definitivo. En un libro mínimo como este (64 páginas) lo importante no es tanto abundar en detalles sobre la vida de Woolf como llegar a verla, advertir su presencia a través de la finísima celosía que el texto nos ofrece. Copio aquí un ejemplo que lo explica:

 

Nunca estuvo contenta con su cuerpo; le apuraba probarse vestidos, mostrarse con ropa nueva en público, ser observada, mirarse en los espejos… En Talland House había uno sobre una mesita, en el recibidor, al que se asomaba, a veces, de reojo, con recelo. Allí la subió una mañana Gerald, uno de sus hermanastros, que la inmovilizó con una de sus manos, mientras que deslizaba la otra, caliente, apresurada, tosca, bajo la falda.

La vida de Virginia, tan amable y relajada en algunos aspectos, tiene episodios de gran desasosiego y profunda intranquilidad. Acaso uno de los principales aciertos de este libro sea relatarlos de un modo sencillo, sin acercarse a los réditos literarios que toda tragedia ofrece (el “lenguaje sazonado” que decía Aristóteles). Más allá de esto, y en lo que se refiere a la construcción del personaje, hay en Marchamalo una clara deriva cervantina que hace de la conmiseración un tema en sí mismo. Se trata pues de una biografía mínima dónde nada se juzga y todo se ofrece a los ojos del lector.

 

Una vocación de orfebrería recorre el libro. No solo a nivel lingüístico, también en el tratamiento del material biográfico se atisba una concienzuda labor de filigrana. No es sencillo: cuántas anécdotas jugosas descartadas, cuántos momentos ineludibles que, por conocidos, obligan a un trato fresco y renovado… Como si de un recolector de té se tratase Marchamalo avanza por el universo Woolf haciendo acopio de aquellos episodios que mejor brillan a la luz de su escritura. Solo cabe lo imprescindible, lo que alumbra el contexto, lo que da verdadera noticia del amor, de la dicha, del derrumbe. En estas sesenta y cuatro páginas se condensa una prolija bibliografía cuyo rastro se hace imperceptible en la prosa transparente y cadenciosa de Marchamalo. Una nueva virtud. Es en estos libros (breves, exactos y al mismo tiempo expansivos) donde mejor se intuyen (y menos se ven) las largas horas de lectura y documentación que anteceden al hecho material de la escritura. Por otro lado, las ilustraciones de Antonio Santos acompañan y rematan el carácter artístico de la obra. El banco y el negro (como en la propia vida de Virginia) se sostienen mutuamente para generar imágenes de un realismo inquietante y a menudo incómodo. En los dibujos de Santos la línea recta adquiere un doble protagonismo que eleva a los personajes al tiempo que los hace languidecer. De nuevo, como en el texto, esa extraña sencillez que surge de lo complejo.

Las olas es sin duda la novela más experimental de Woolf. En ella se mezclan los monólogos de seis personajes con diversos fragmentos en tercera persona donde se narra un día de playa. La inclusión de “las olas” en el título no tiene tanto que ver con la novela original como con los vaivenes de una vida que metafóricamente se asemeja al mar: a ratos procelosa, a ratos sosegada. Fue además la frase final de Las olas la que Leonard (el marido) hizo esculpir en el jardín de la casa (donde descansaban las cenizas de Virginia) para que sirviera de epitafio y eterno recuerdo. No cumple aquí repetir la frase porque con ella se corona (de un modo muy lírico, por ciento) este delicado ejercicio de orfebrería. Y es sabido que nunca se desvela el final aunque se trate, como es el caso, de una vida (y una muerte) sobradamente célebres.

La luz del sur

La luz del sur

Un extraño vacío permanece a nuestro lado cuando se cierra el libro. Virginia Woolf ya se ha ido, ya descansa, Algo late sin embargo en la memoria del lector. _____

Alejandro Pedregosa es escritor.

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