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Educación

Los 'rankings' de las mejores universidades: la importancia de aparecer en el listado y los sesgos que contienen

Imagen de archivo de un examen de Selectividad.

Los nombres de trece universidades españolas figuran desde este jueves entre los 500 mejores del mundo. Lo hacen gracias a una nueva edición del ranking de Shanghái –o clasificación ARWU, por sus siglas en inglés–, que cada año pone la lupa sobre los mejores centros en cuanto a investigación. Las universidades españolas, todas públicas, presumen de tener un espacio relativamente consolidado dentro del listado y su presencia en él lanza un mensaje claro: la inversión en investigación debe ser nutrida y sostenida para alcanzar los niveles de calidad deseados.

Aunque la clasificación no presenta grandes alteraciones –se mueve entre los nueve y los trece centros españoles, desde su nacimiento en 2003–, cada año deja alguna particularidad. La Universidad de Zaragoza, por ejemplo, recupera este ejercicio su posición entre las 500 mejores, después de tres años sin lograr entrar. Ocurre lo contrario con la Universidad de Santiago de Compostela (USC), que no consigue esta vez aterrizar en la clasificación, pese a la estabilidad cosechada en los últimos cinco años. Otras no logran la remontada, como la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), que lleva tres años sin alcanzar los requisitos necesarios para entrar en el ranking, mientras que las de Oviedo, Sevilla e Illes Balears entran por vez primera.

Existen, paralelamente, centros que se consolidan como habituales en la clasificación. Son, entre otros, la Universitat de Barcelona (UB), la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), la Universidad Complutense de Madrid (UCM), la Universitat Politècnica de València (UPV) o la Universidad de Granada (UGR), que año tras año se hacen con su medalla, desde la última década.

El criterio que sigue el ranking internacional para seleccionar los centros tiene que ver con el reconocimiento recibido. "Las universidades están clasificadas por varios indicadores de desempeño académico o de investigación, entre los que se incluyen los ex alumnos y el personal que ha ganado Premios Nobel y Medallas Fields", pero también "investigadores muy citados, artículos publicados en Nature y Science, artículos indexados en los principales índices de citaciones y el desempeño académico per cápita de una institución".

Gumersindo Feijoo es vicerrector de Planificación y Proyección Estratégica de la USC. A preguntas de infoLibre, el también catedrático de Ingeniería Química recuerda que "cada ranking universitario se centra en unos determinados parámetros y, por lo tanto, muestra una visión parcial de la misión global de la universidad". El conocido como ranking de Shanghái es buen ejemplo de ello. En parte de sus seis indicadores "las universidades españolas no obtienen puntuación –especialmente en lo relativo a los premios–, por lo que son mucho más sensibles a cualquiera modificación en el resto de indicadores".

Coincide en la valoración Arturo Muga, vicerrector de Desarrollo Científico y Transferencia de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Recuerda, en conversación telefónica, que "cada ranking tiene algo que lo diferencia" y que el de Shanghái cuenta con "mayor prestigio porque usa criterios más objetivos y relacionados con la investigación". Pero la reputación de la clasificación bebe además de consideraciones "bastante elitistas", en tanto que hablamos de objetivos "difíciles de conseguir", como los Premios Nobel y las Medallas Fields, reitera el también catedrático de Bioquímica y Biología Molecular.

Bajo la lupa se sitúan la calidad de las publicaciones, las investigaciones y la producción científica de cada centro, factores que no son nada sin una buena inversión. Saturnino Martínez, profesor de Equidad y Educación en la Universidad de La Laguna (ULL), recuerda los problemas de "hacer políticas públicas basadas en rankings rankings". Al otro lado del teléfono, el docente subraya que la sola existencia de rankings condiciona sobremanera la forma de actuar de las universidades. Éstas, afirma, "cambian su comportamiento para ajustarse más a las cuestiones del ranking", de modo que "empiezan a tener consultores que les orientan respecto a los cambios que les pueden hacer mejorar".

Esta clase de listas tienden además a "comparar resultados muy orientados a la ciencia, lo que lleva a descuidar las ciencias sociales y las humanidades". Por otro lado, el ranking "parece echar la culpa" a los centros con un mensaje claro: "Si no hay universidades arriba es porque nuestros investigadores no son excelentes". Esta conclusión obvia factores determinantes como el gasto en investigación, que comenzó a crecer por vez primera en 2017 –últimos datos disponibles, con un 1,21% del PIB según el INE–, pero arrastra años de recortes desde que en 2010 alcanzara el 1,40% del PIB. Los parámetros españoles evidencian que la investigación en suelo estatal está muy lejos de los valores de sus vecinos europeos.

Por otro lado, los listados sirven en ocasiones para "descontextualizar el esfuerzo que se realiza en las instituciones". Y, observa el profesor, "no es lo mismo una universidad como Harvard, que cuenta con una inversión de 150.000 euros al año por alumno, que cualquier española con un promedio de 7.000 euros". En este punto coincide Muga, quien reitera que la investigación requiere "paciencia, inversión y confianza". Parámetros imposibles de obtener si no es a través de una "financiación estable" que a día de hoy, asevera el vicerrector vasco, no existe. Opina igualmente que "las universidades españolas están en una liga totalmente diferente a las americanas", pero ocurre además que aparte "de las ochenta universidades estadounidenses excelentes, otras tres mil ni siquiera aparecen en este ranking".

También Feijoo da cuenta de que "las universidades públicas españolas tienen el binomio docencia-investigación en su ADN, abarcando todas las grandes áreas independientemente de su beneficio económico a corto plazo". Al mismo tiempo, recuerda el vicerrector gallego, "la investigación es muy cara y necesita de grandes recursos".

Ninguna universidad española entre las 150 mejores, según el ‘ranking’ de Shanghái

Ninguna universidad española entre las 150 mejores, según el 'ranking' de Shanghái

Consecuencias reales

Alrededor de los rankings brotan términos como prestigio o calidad, pero ¿en qué se traduce y qué consecuencias tiene aparecer en las clasificaciones internacionales? Feijoo puntualiza que los listados "son indicadores de resultados, pero no objetivos ni medidas absolutas de la calidad". Al final, reflexiona, el principal impacto es "de comunicación y visualización social". Muga escarba igualmente en los efectos para los centros y apunta principalmente a las pistas que pueden ofrecer las clasificaciones para el alumnado. El ranking funciona como una suerte de indicativo, siempre y cuando el estudiante tenga libertad de elección. 

"Al alumno hay que darle el mensaje de que los rankings son importantes", opina el vicerrector, pero al mismo tiempo es importante saber que, "como siempre, los rankings tienen algún sesgo", de manera que el estudiante "tendrá que informarse, dependiendo de lo que quiera estudiar, para compensar esos sesgos". En todo caso, Muga apuesta por diferenciar entre los listados privados frente a otros como el de Shanghái, que se nutre de datos públicos y objetivos. "El mundo de los rankings es complicado y en algún momento habrá que dar explicaciones, porque se pueden plantear como un negocio y eso la gente tiene que saberlo", concluye el catedrático.

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