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Cinco consecuencias para España del impacto del cambio climático en los océanos proyectado por los expertos de la ONU

Imagen de una campaña de Greenpeace en defensa de los océanos.

El tercer informe del ciclo sobre el impacto del cambio climático en el mundo elaborado por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, centrado en los océanos y la criosfera, se ha publicado este miércoles, añadiendo más datos a la evidencia de que una acción decidida contra el calentamiento global es urgente de necesidad. El estudio, proveniente del grupo de científicos más riguroso y respetado del mundo, parte de la evaluación de 7.000 artículos científicos y consta del aporte de 104 autores y editores de 36 países, incluido España. En plena semana de movilización climática, sus conclusiones han cargado aún más si cabe a los jóvenes, y no tan jóvenes, de razones para pedir un cambio en el rumbo suicida de las políticas sociales, económicas y medioambientales relacionadas con la crisis climática.

A grandes rasgos, el IPCC no dice nada que no sepamos, incluso nada que no estuviera bien arraigado en el imaginario popular sobre los efectos del cambio climático: el océano, el hielo y la nieve de la Tierra están siendo transformados. Lo que es novedoso es una predicción tan detallada de qué manera pueden ser transformados en un escenario de altas emisiones. El aumento del nivel del mar se está acelerando y en los peores pronósticos, crecerá más de 10 veces más rápido para el año 2100 en comparación con el siglo XX: hasta alcanzar casi un metro de subida, anegando islas y zonas costeras enteras. Los glaciares podrían perder más de un tercio de su masa; la vida marina, ya afectada, podría abocarse a una extinción cercana al 20% de toda su población; y las olas de calor marinas provocarán fenómenos extremos (ciclones y huracanes) destructivos hasta cotas nunca vistas.

España, el país del continente más vulnerable a los efectos del calentamiento global, mira –o debería mirar– las conclusiones de estos informes con atención. "Somos un país con unos recursos hídricos limitados y vulnerables al cambio climático; más de dos tercios de nuestra superficie están en riesgo de desertificación; y poseemos cerca de 10.000 kilómetros de costa, con el consiguiente impacto que puede tener el aumento del nivel del mar y los eventos extremos", resume el Ministerio para la Transición Ecológica. Repasamos las cinco principales consecuencias de las transformaciones en océanos y criosfera que describe el IPCC que podrían tener una especial incidencia dentro de nuestras fronteras.

El aumento del nivel del mar

La subida del nivel del mar tiene una primera consecuencia evidente: las inundaciones en un país con casi 8.000 kilómetros de costa. Según un estudio publicado en Nature, hasta 322.000 personas en España se podrían ver afectadas por la anegación de sus casas y sus tierras a finales de siglo, si las emisiones no se reducen radicalmente. La entrada del agua, evidentemente, no solo tiene impactos a nivel personal: también a nivel económico, producto del esfuerzo en contener su avance y en las pérdidas de infraestructuras. Otro artículo, elaborado por el Centro Vasco para el Cambio Climático, asegura que Barcelona sería una de las ciudades europeas más afectadas en este sentido. Los gastos podrían ascender, a finales de siglo, a 800 millones de dólares al año. El presupuesto de la ciudad condal para 2018 fue de 2.739 millones de euros.

Algunos ecosistemas especialmente delicados y muy vulnerables a la entrada del agua salada podrían verse modificados para siempre, y con ellos las actividades económicas que sustentan y la vida que albergan: por ejemplo, el delta del Ebro, con una producción de arroz que se echaría a perder con la salinización. Doñana, ubicado en la desembocadura del Guadalquivir, desaparecería bajo las aguas directamente, como muestran todas las proyecciones. De hecho, ya ha pasado en otras ocasiones. En época romana las marismas no eran marismas, sino un golfo.

El IPCC destaca que una reducción radical de las emisiones, partiendo del momento actual, podría dejar el aumento del nivel del mar a la mitad (algo menos de 50 centímetros), lo cual reduciría significativamente las pérdidas y el sufrimiento para las comunidades costeras. La mala noticia es que, como ya sabíamos, el cambio climático es inevitable: así que solo la adaptación podrá conseguir que se pase de una crisis a un fenómeno abordable. Los científicos convocados por Naciones Unidas han destacado en el informe que este abordaje es especialmente sensible a la injusticia climática: es decir, que como se narraba en Hajira, los más ricos construyan infraestructuras a salvo del océano y los más pobres, anclados a la costa donde viven, sufran una y otra vez las inclemencias del mar.

Fenómenos extremos más fuertes y más frecuentes

El aumento del nivel del mar no solo implica una crecida lenta pero constante de los océanos, comiéndole terreno a la costa: implica, según describe el IPCC, que las inundaciones puntuales por temporales avanzarán mucho más y alcanzarán puntos tierra adentro nunca antes alcanzados. Pero no solo hay más agua, fruto del deshielo de los polos: está más caliente. Y dada la situación geográfica de la Península Ibérica y las islas, es especialmente preocupante. Al oeste, el IPCC ha advertido de que la temporada de huracanes en el Atlántico será cada vez más destructiva, y los ciclones tendrán más vida que la que tienen ahora: pudiendo llegar, incluso, a cruzar el charco desde el Caribe a Canarias. Leslie, el año pasado, fue un primer aviso: desembarcó en Portugal muy débil, pero los meteorólogos ya advirtieron que no sería el último.

Al este, un mar Mediterráneo recalentado es una pésima noticia. Lo saben bien desde hace algunas semanas los habitantes de zonas absolutamente destruidas por la DANA en Valencia, Alicante, Murcia o Almería. El IPCC asegura en un informe que, de no reducir las emisiones, el mar sufrirá al menos una ola de calor marino de larga duración cada año a finales del siglo XXI. Durando hasta tres meses más y cuatro veces más intenso de los eventos actuales.

La DANA tiene una relación directa con la temperatura del Mediterráneo. La masa hídrica interactúa con la masa de aire frío que se queda atrapada en la zona durante semanas. A más grados, más agua se evapora para luego caer con fuerza a pocos kilómetros de la costa, destruyendo todo a su paso en su vuelta al mar. Si el último evento fue histórico por su intensidad y duración, un Mediterráneo más caliente aún puede batir récords una y otra vez.

Migraciones climáticas

A pesar de todo, España es un país desarrollado en términos capitalistas, y mejor preparado para afrontar un cambio climático duro que otros. Según las últimas predicciones de la Agencia Meteorológica Estatal (Aemet), el país podría tener en unas décadas el mismo clima que Marrakech. Cabe preguntarse: ¿y qué pasará con Marrakech? Buena parte de África, ya con un clima extremo, se enfrenta en los próximos años a unas temperaturas sencillamente insoportables. Y eso provocará éxodos forzados que, por lógica, afectarán a España como frontera sur de Europa. El informe de los científicos convocados por Naciones Unidos sobre los océanos viene a reforzar lo que ya se sabía: la temperatura del mar modifica las corrientes y, además de aumentar la frecuencia de grandes tormentas en el norte de Europa, potenciará la sequía en el Sahel.

Algunas naciones insulares pueden convertirse en inhabitables por efecto del cambio climático; el deshielo de los glaciares provocará abundancia de agua dulce en zonas como los Andes centrales, o el Himalaya, para luego reducir drásticamente su torrente; el 13% del delta del Nilo podría quedar sumergido en 2100; y costas de todo el planeta son aún más sensibles a las crecidas y a las inundaciones que las españolas. Si las emisiones no se reducen drásticamente, estos fenómenos provocarán migraciones masivas, que triplicarán el número de refugiados de la actualidad; y vista la reacción de la extrema derecha, activistas de todo el mundo temen la llegada del ecofascismo. El término no se refiere a la adopción de una agenda ecologista radical, como muchos piensan, sino que hace referencia al cierre de fronteras, la exclusión y la xenofobia que podrían desencadenar estos movimientos de población. También en España.

Un país pesquero

España es el mayor productor pesquero de Europa, con más de 30.000 personas trabajando en la flota y desembarcando cerca de 900.000 toneladas de pescado y marisco al año, por valor de casi 2.000 millones de euros, según los datos de la Confederación Española de la Pesca. Pero el aumento de la temperatura y la acidificación de los océanos impactarán muy gravemente en este tipo de fauna marina, y las proyecciones de Naciones Unidas sugieren que el potencial de captura de peces españoles del noroeste caerá al menos un 17% en los próximos 30 años y un 56% a finales de siglo.

Se trata de un sector ya golpeado por sus propias dinámicas insostenibles. El 80% de las especies pesqueras del Mediterráneo están sobreexplotadas a pesar de que la Unión Europea exige que en 2020 no haya ni una sola población pescable en peligro. A pesar de algunas iniciativas de éxito, no hay señales suficientes que indiquen un cambio de rumbo. Y la crisis climática, como en el caso del resto del sector primario, agrava la situación.

Un fenómeno global

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Cada país no cuenta con una atmósfera parcelada y desconectada del resto. El cambio climático es un fenómeno global e interconectado. Las emisiones en una punta del planeta pueden arruinar el modo de vida de comunidades en la otra punta del globo. Y el cambio en los océanos del planeta guarda relación con el impacto del fenómeno en España no solo de forma directa.

El informe del IPCC sobre los océanos y la criosfera desvela que las grandes masas de agua podrían estar alcanzando su límite a la hora de capturar carbono. Una cuarta parte de los gases de efecto invernadero que se han emitido desde los 80 están en el fondo del mar: pero a medida que absorbe más y más, su capacidad de guardar el CO2 se ve resentida. Además, unos océanos más calientes, independientemente del nivel de polución en la atmósfera, aumentan la temperatura del aire y, por lo tanto, agravan el calentamiento global en su conjunto.

Unos océanos resentidos en todo el mundo contribuyen a que España alcance temperaturas en verano nunca antes vistas, con olas de calor inéditas por su intensidad, su duración y su frecuencia. Pero el IPCC insiste en que, aunque muchos de los efectos son ya ineludibles, las consecuencias más graves pueden evitarse con ambición a la hora de recortar las emisiones de gases de efecto invernadero. Sigue habiendo posibilidades de un cambio climático manejable, y precisamente porque aún tenemos margen de acción, el nuevo informe de los expertos de Naciones Unidas es gasolina para el fuego de la movilización climática de esta semana.

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