Cultura
La huella de la Sección Femenina
"A mí la Sección Femenina no me afectó, porque no hice el Servicio Social o lo cambié por otra cosa". La historiadora Begoña Barrera se ha encontrado en más de una ocasión con este tipo de testimonios cuando habla con mujeres que vivieron bajo el franquismo. Y esta es justamente la idea que trata de rebatir su libro La sección femenina (1934-1977). Historia de una tutela emocional (Alianza Editorial), fruto del trabajo de investigación de su tesis doctoral. "No se trata solo de pasar eso meses por el Servicio Social, sino haber estado décadas bombardeada por una información que ni siquiera sabías que venía de la Sección Femenina", dice por teléfono. Las revistas, los programas de radio, los manuales pedagógicos, los lemas repetidos que llegaban de boca de la vecina, de la amiga, de la madre. "No es solo la cara institucional de la Sección Femenina la que ha educado a tantas mujeres, es también el discurso ubicuo".
La organización falangista, señala la investigadora de la Universidad de Sevilla, ha sido ampliamente estudiada desde distintas perspectivas. "En ella convergen muchas líneas de interés dentro de la historiografía: el franquismo, pero también el fascismo, los estudios de las mujeres y de alguna manera los estudios feministas, que siempre han tenido en cuenta a la Sección Femenina como opresora de las mujeres", dice. Ella se acerca a la organización desde el punto de vista de la historiografía de las emociones, que estudia el cambio en nuestra concepción de los afectos, y del género, ámbitos que considera unidos. A través de su concepción de lo femenino, las fascistas construyeron tanto un modelo de mujer como un espectro de comportamientos afectivos considerados femeninos, que componen en última instancia esa "tutela emocional" de la que habla el volumen.
La fascinación colectiva por la Sección Femenina está, en cierto modo, justificada. Tras batallar dentro de su propio partido durante la República, con el golpe la Sección Femenina se convirtió en la organización a cargo de la mujer. Pese a la inicial escasez de afiliadas, pusieron en pie una relativamente exitosa maquinaria propagandística que se sirvió de su situación privilegiada para tener acceso a los pocos recursos disponibles en guerra. Aunque Falange, la organización matriz, comenzó a perder fuerza dentro del régimen cuando los Aliados ganaron la II Guerra Mundial y la dictadura quiso quitarse de encima su pátina fascista, la Sección Femenina siguió presente hasta 1977, cuando desapareció dentro del decreto ley de disolución del Movimiento. "Es paradójico pero muy significativo", subraya Barrera, "porque ellas nacieron durante la República como núcleo muy pequeñito de mujeres que no tiene fuerza, y acaban siendo la única organización de influencia fascista que sobrevive todo el régimen".
La mujer nacionalsindicalista
Durante toda su existencia, la Sección Femenina se dedicaría, por medio de una "élite femenina", como se señala en el libro, a construir "su propio ideal de mujer para un Estado nacionalsindicalista, una identidad femenina construida sobre la base innegociable de la domesticidad y la maternidad". Eso, aunque sus dirigentes —y entre ellas Pilar Primo de Rivera, materialización de la mujer fascista— llevaran una vida lejos del hogar y los hijos, dedicada a la política y al discurso público. La autora segura que esa aparente contradicción, que tanto ha interesado a las historiadoras, es solo una contradicción en superficie: "Lo parece solo si pones el foco en las acciones cotidianas, en la práctica. Pero hay que mirar al modo de entender su propia identidad femenina. En ese ámbito, en el de construir su subjetividad, su papel en el mundo, sus emociones, ahí es donde realmente estaba el grueso de la tutela. Y eso sí lo compartían falangistas y mujeres a pie de calle".
¿Y cuál era esta identidad femenina? Para acotarla, Begoña Barrera se fija tanto en los documentos internos de la organización —abundantísimos, por tratarse de una estructura muy jerarquizada y burocratizada— como en sus discursos externos. En 1934, el mismo José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange y hermano de Pilar, redactaba un manifiesto dirigido a las mujeres. "Nuestra misión", decía, refiriéndose a la tarea femenina, "no está en la dura lucha, pero sí en la predicación, en la divulgación y en el ejemplo. Y además en alentar al hombre". Más tarde, ya en los cuarenta, se recordaría por la radio, en el programa Hora Femenina. Emisión especial dedicada a la mujer y el hogar, que "una mujer puede considerar que ha triunfado plenamente en la vida si ha conseguido formar un hogar amable, donde su marido o sus hijos busquen el alivio de sus preocupaciones o el descanso de sus horas libres". Se seguiría insistiendo en la "condición abnegada y loable que realza el valor de la feminidad". Y algo después, se hablaría de la "feminidad hispánica", frente a las temibles europeas y estadounidenses, que sí tenía "clara conciencia de su misión, de su responsabilidad y de la jerarquía en el hogar". Etcétera.
Aplastar la emancipación
La historiadora tiene poca paciencia con las corrientes que han visto en la Sección Femenina un espacio de empoderamiento de la mujer dentro de la dictadura. "Para todas las que somos feministas es contraintuitivo la idea de una mujer oprimiendo a mujeres", se explica. "A mis alumnos les cuesta, intentan verlo como algo emancipador". La propia organización jugó a la ambigüedad. En un momento dado, cuenta Barrera, la Sección Femenina llegó a presentarse como "valedora de la mujer universitaria". Pero tenía truco: la mujer debía circunscribirse a esas esferas ligadas a "aspectos pecularísimos identificados con la mujer más que con el hombre", señalando que las carreras más indicadas para ellas deberían ser "Filosofía y Letras y Farmacia". Tanto los estudios como el hipotético trabajo, desarrollado siempre con el permiso del marido, que podía recibir directamente el sueldo de la esposa, debía supeditarse al cuidado del hogar.
Bajo el yugo de la Sección Femenina
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"Emancipadora fue la experiencia durante la II República, emancipador era el proyecto de Clara Campoamor o incluso de Margarita Nelken, pero ellas intentan destruir esa memoria", zanja la autora. Y no solo ellas, sino todo el proyecto fascista. El escritor y cineasta Edgar Neville llegó a escribir, sobre las mujeres republicanas: "Eran las feas en celo, las contrahechas en rebelión, supurando odio y envidia, vengando en aquellas víctimas un daño del que eran inocentes, vengando el desaire perpetuo de los hombres hacia ellas. Ahí estaba toda Margarita Nelken". Y también Enrique Jardiel Poncela, que clasificaba a las mujeres por colores y hablaba de "la mujer roja", "agitadoras políticas, propagandistas, oradoras de mitin, etc", "mujeres familiares de hombres rojos, provistas de ideas políticas transmitidas por osmosis", y también de la "mujer lila", "republicanas por admiración al talento y a la belleza física de Azaña", "feministas, pedantes y marisabidillas de la ciencia y la filosofía". Frente a ellas, claro, la "mujer azul", "que comprende cuál es la misión del hombre como hombre, de la mujer como mujer y la de la mujer como apoyo del hombre".
La pregunta exigida es cómo ha calado el discurso de la Sección en el imaginario colectivo y emocional español. "Ha calado mucho, pero no solo porque sea de la Sección Femenina", responde Begoña Barrera, "sino porque muchas nociones nos vienen del siglo XVIII o XIX". La Sección Femenina habría funcionado entonces "como correa de transmisión de un pensamiento misógino que no es solo suyo". Un ejemplo: la idea de que las mujeres son seres básicamente emocionales, algo que, en opinión de la investigadora, "sobrevive incluso en la cultura popular y erudita actual". "Eso no lo inventó la Sección Femenina, pero el hecho de que lo creyese y tuviera esa plataforma propagandística ha hecho que permanezca esta idea en nosotros más allá de la Transición", lanza. Así que si al lector le suena familiar algo de lo defendido por Pilar Primo de Rivera y las suyas, no es casualidad. Es una victoria.