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Cultura

'Ema', de Pablo Larraín: quemar para sembrar

Mariana di Girolamo en 'Ema', de Pablo Larraín.

"Tendría que verla de nuevo", dice la actriz chilena Mariana di Girolamo (Santiago de Chile, 1990) sobre, Ema, la película de Pablo Larraín (No, Neruda, Jackie), que protagoniza y que llega a España este viernes 24 de enero. Cuando la película se estrenó, el pasado septiembre, después de pasar por la Mostra de Venecia, Toronto y San Sebastián, aún no había caceroladas en las calles, ni manifestaciones masivas, ni se habían presentado las 770 denuncias de torturas por parte de las fuerzas armadas, ni se habían producido las 22.000 detenciones que han tenido ya lugar, ni los más de 3.600 heridos, ni las 359 lesiones oculares, 14 de las cuales han resultado en la pérdida de uno de los ojos, según el Instituto Nacional de Derechos Humanos. Quedaban unos días para que se aprobara la subida de tarifas de la red de transporte de Santiago, que alzaba el precio del billete a los 30 pesos, y que se convirtió en la mecha de las protestas que persiguen desde entonces al Gobierno de Piñera. Y, sin embargo, como una profeta, el personaje de Ema camina por las calles de Valparaíso lanzallamas en mano. Su lema: "Quemar para sembrar". 

"La mostramos hace como tres días en Chile, y  la gente no reacciona de la misma manera ante la primera escena, en la que se quema un semáforo", dice Di Girolamo durante una jornada de promoción previa al estreno en España. "Se acaba de quemar un cine emblemático en nuestro país [el Centro Arte Alameda, en Santiago, uno de los puntos de reunión de la protesta], se han quemado iglesias". Entre las potentes imágenes de la película, con fotografía de Sergio Armstrong, arden un busto de Bernardo O’Higgins, héroe nacional, un cajero automático, unos columpios, un coche. "Ella lo dice: quemar lo establecido para crear un nuevo orden, o para renacer de las cenizas, como lo queramos llamar", explica la actriz, que ha participado en las protestas y las ha apoyado públicamente, sobre su personaje. "La película se resignifica completamente después de lo que está pasando. Este despertar, este estallido". Quienes están en la primera fila de las manifestaciones, dice, quienes las sostienen todavía hoy, meses después de su inicio, son jóvenes no muy distintos de quienes pueblan la película, un grupo más interesado en levantar espacios de libertad, a cualquier coste, que en ajustarse a las normas sociales existentes. "Si mi cuerpo es real, mi lengua es real", dice la pegadiza banda sonora de E$tado Unido, "Si mi hambre es real, mi lucha es real". 

Ema, ha defendido Pablo Larraín, es un personaje "político" que da testimonio de una profunda transformación generacional de las costumbres. Con su pelo rubio platino, su atuendo colorido que sugiere la configuración de un nuevo punk, su gusto por el fuego (literal), pero también con sus relaciones libres con personas de ambos sexos, su extraña concepción de la maternidad y su manejo del cuerpo, Ema parece llevar consigo un futuro no tan lejano. "Lo que intenté construir es este fuego interno, todo pasando dentro de ella, y esta templanza que me parece tan atractiva y peligrosa. Eso es lo que la hace ser una mujer hipnótica", cuenta la intérprete. La protagonista tiene otro lema: "Yo hago lo que quiero". Entiende el mundo laboral y lo manipula a su antojo; comprende la seducción y la utiliza. Oscila entre el individualismo extremo y el gregarismo, seguida siempre de una compañía de baile o de su feroz grupo de amigas. El espectador, que no vive en el futuro que Ema anuncia, quizás caiga fácilmente en el juicio, otra norma ante la que Ema no piensa doblegarse. "Me preguntan: el personaje ¿es moral, es amoral, es postmoral?", cuenta Mariana di Girolamo. "Es frustrante para mí, porque hay muchas respuestas que yo no puedo dar. La gente de nuestra generación no pretende completar y entender todo, pero las generaciones más adultas, sí".

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Parte del misterio y la libertad que exuda Ema como personaje y Ema como película se deben a su proceso de producción. Larraín acababa de hacer Jackie, una película filmada en Estados Unidos con nueve millones de dólares de presupuesto y Natalie Portman como protagonista, una obra contenida en forma y fondo, medida al milímetro, como el atuendo de su personaje principal. "Podría haber hecho la película que quisiera, con el presupuesto que quisiera, y hace esta película en Chile, la hace conmigo, una película de bajo presupuesto", apunta su actriz, que menciona una y otra vez al director y a la productora, Fábula, quizás el estudio más relevante de Chile en estos momentos. Aprovechando una ventana abierta antes de que se iniciara otro proyecto, Larraín se arroja, sin guion ni apenas ideas fijas, a rodar Ema. La sinopsis, que quizás sea lo de menos: Ema, bailarina, y Gastón, coreógrafo, han adoptado a un niño de siete años, Polo, cuya crianza demuestra ser más dura de lo que piensan; incapaces de cuidar de él, la pareja lo devuelve, lo que abre una crisis entre ellos y también con su entorno. "Habría que preguntarle a él, y quizás él no lo contaría, pero creo que había algo en él, una necesidad visceral", aventura la intérprete. Sin una gran estructura de producción, el director chileno vuela libre. 

Mariana di Girolamo acepta sin conocer apenas la sinopsis, se forma durante mes y medio en danza —Ema es bailarina y oscila entre el contemporáneo y el reguetón, la actriz no—; los actores reciben las escenas del día siguiente a lo largo de la noche anterior, las correcciones llegan a veces cuando están en maquillaje, horas antes de empezar a rodar. Larraín improvisa escenas, filma "por si acaso", el equipo se mueve por la ciudad atrapando la luz del atardecer y las farolas brillando en los cerros. La película termina de conformarse en la sala de montaje. "Era escalofriante", recuerda la protagonista, "pero también liberador: lo único que te quedaba era encontrarte con el compañero, atender a las dos o tres instrucciones que Pablo te daba en el set, y a hacer". Las jornadas, maratonianas, se inician y se acaban con una sección de danza, a veces coreografiada y a veces improvisada, que repiten hasta la extenuación. La actriz construye al personaje desde el movimiento y el cuerpo, prescindiendo de la interpretación psicologizante, un proceso muy lejano del que suele hacerse en televisión, el mundo en el que ella había trabajado hasta el momento. 

De fondo, como un personaje más, las calles de Valparaíso, una ciudad costera de casi 300.000 habitantes, una de las principales urbes del país y también uno de sus centros creativos, dividida entre el puerto y el monte pero también entre el turismo y la pobreza. "La película no muestra el Valparaíso de postal, sino otro Valparaíso", dice Di Girolamo, que reside en Santiago, a 115 kilómetros de allí, pero estuvo viviendo un mes en la ciudad durante el proceso de creación. "Pablo hablaba de que le parecía interesante que fuera un puerto abierto, pero que vas subiendo luego a los cerros y están llenos de rincones. Hay un dicho en Valpo, que es 'Lo que pasa en las escaleras se queda en las escaleras'. Es como que ofrece protección, pero también puede ser terrible". Ema se imbuye de las contradicciones y tensiones de la ciudad, reflejo de un país roto por la desigualdad. Y sus imágenes, que recorren las calles, los colegios privados, los puertos, las canchas de baloncesto, también parecían premonitorias. Al menos eso piensa Mariana di Girolamo: "Estuve ahí hace nada, post estallido, y el paisaje es increíble: el comercio está cerrado, hay más grafitis que nunca, es una ciudad sin ley". No muy distinta de la que Ema se esfuerza por construir. 

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