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Democracia pixelada

Si no te habla de fondos reservados hoy, no es periodismo

En el famoso caso Watergate, el periodismo de servicio público logró la primera y única dimisión de un presidente de los Estados Unidos. El republicano Richard Nixon había usado recursos de seguridad nacional para espiar a sus adversarios, acosar a la oposición y tapar actos de corrupción de su partido. Primero el Washington Post y luego el resto de medios, cubrieron el escándalo. La enorme atención mediática provocó tal bombazo político que se produjo un vuelco en las siguientes elecciones presidenciales. En plena Guerra Fría, Jimmy Carter logró la única victoria del Partido Demócrata en los casi 30 años que estuvo en pie el Muro de Berlín.

Es normal, y es sano. Un crimen así debe provocar terremotos políticos imprevistos. De no ser así, una democracia estaría desactivada, enferma por falta de riego informativo, aturdida por el ruido, pixelada.

Este lunes supimos que el Ministerio del Interior español destinó medio millón de euros de la partida de seguridad nacional al espionaje y la destrucción de pruebas sobre la Caja B del PP, durante el gobierno de M.Rajoy. Dinero público de todos, empleado para tapar dinero negro de partido. No para sobresueldos, o compra de medios, o trampear campañas, como en otras ocasiones, no. Financiando sobornos y secuestros a punta de pistola, según informa la Cadena SER. Tampoco hablamos de cualquier partida presupuestaria, no: la destinada a combatir el terrorismo y el narcotráfico. En vez de luchar contra el crimen organizado, habrían usado nuestro dinero para ejercerlo. Esta filtración debería generar un terremoto de magnitud similar al Watergate.

Pero en España, año 2020, queda ya poca capacidad de sorpresa para reaccionar ante cada nueva porción de #PPGate que llega vía filtraciones (benditos filtradores, por cierto, que en España siguen sin estar protegidos, tarea pendiente para este Gobierno). Conocemos el hedor de la podredumbre que se va destapando, pero también, ante la sensación de impotencia, nos vamos disociando de esa realidad. Gran parte del electorado ni siquiera llegó a vincularse con ella. El problema hoy ya no es la falta de información, ni siquiera la habituación e indefensión aprendida. Es peor aún. La peor amenaza hoy es la hiper-polarización política y mediática, la total fragmentación y desquiciamiento de la esfera pública. El pluralismo es sano, pero el autoencasillamiento en posiciones “duras”, en relatos incompatibles sin puentes comunes, es algo muy distinto. Genera un ambiente irrespirable.

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Mientras escribo estas líneas, ninguno de los portavoces de los partidos de la derecha, y ninguno de los tres grandes diarios conservadores, ha reaccionado a este escándalo. Nada. ¿No merecen los lectores conservadores estar informados de semejante primicia? Cada vez más, los españoles vivimos ya realidades paralelas, incompatibles, sin espacios solapados para el encuentro, sin un relato común que permita solucionar problemas comunes. El periodismo debería ser arquitecto de esos espacios, de esa macronarrativa común. ¿Acaso es incompatible ser conservador, monárquico, religioso, o partidiario del liberalismo financiero con indignarse ante la putrefacción de las instituciones democráticas? No, no lo es. Hay amplios sectores política y mediáticamente huérfanos en España. No se dejen engañar, sea la cabecera de izquierdas o de derechas, si hoy no habla de fondos reservados, no es periodismo.

La fragmentación y polarización nos aíslan y paralizan el país. Avanzar requiere siempre de grandes consensos sociales, renuncias parciales de todas las partes para poder emprender la marcha en alguna dirección. Los únicos beneficiados de la parálisis nacional son las élites, quienes prefieren mantener el actual estado de cosas, porque en él se mantienen, con mayor o menor dificultad, en su posición privilegiada. Pero si ancianos y jóvenes, izquierdas y derechas, centralistas y periféricos, urbanitas y rurales, politizados e indiferentes, radicales y moderados, escuchamos y hablamos ya solamente en nuestras cámaras de eco personales, el horizonte no será de esperanza.

Si habitamos universos simbólicos diferentes (Yuri Lotman habla de semiosferas particulares), imaginarios enfrentados, apretados, impermeables, sin apenas puntos de contacto entre ellos, entonces quizá sólo una gran crisis pueda sacudirlos todos y volver a sacarnos de nuestras burbujas para movernos en alguna dirección, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia. Quizá, si ese fuera el caso, la labor política por excelencia sea hoy definir el carácter de esa crisis comúnmente percibida y el sentido de ese movimiento. O quizá todavía estemos a tiempo de hacer periodismo.

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