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'Gutiérrez Mellado y su tiempo'

Portada de la biografía 'Gutiérrez Mellado y su tiempo', de Fernando Puell.

Fernando Puell

infoLibre publica un extracto de Gutiérrez Mellado y su tiempo. 1912-1995, de Fernando Puell, publicado por la editorial Alianza. En esta biografía, el profesor de Historia Militar en el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de la UNED recorre la trayectoria del que fuera vicepresidente del Gobierno y ministro de Defensa con Adolfo Suárez, deteniéndose especialmente en su participación en la Transición política y sin dejar de lado su respuesta a los golpistas en el Congreso el 23 de febrero de 1981.

En el fragmento seleccionado, Puell analiza la participación de Gutiérrez Mellado en el Ejecutivo, que se produjo en palabras del biógrafo con la intención de "evitar, por todos los medios a su alcance, que el dificultoso proceso de transición degenerara en un enfrentamiento armado entre los españoles". Gutiérrez Mellado tuvo que hacer frente a la oposición de la ultraderecha, lo que, sumado a ciertas fricciones con otros militares de alto rango, llevó a que "a los doce meses de ser nombrado vicepresidente", se hubiera convertido "en la bestia negra del Ejército". "En ambientes militares", apunta el biógrafo, "era preferible evitar salir en su defensa si no se deseaba entrar en acaloradas discusiones".

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La campaña de acoso y derribo del vicepresidente militar

Pocos meses después, a finales de enero de 1977, al término de la llamada "semana negra" de la Transición —asesinato del estudiante Arturo Ruiz García por un pistolero de extrema derecha, secuestro de los presidentes del Consejo Supremo de Justicia Militar y del Consejo de Estado por el GRAPO, muerte de la estudiante María Luz Nájera Julián al recibir el impacto de un bote de humo lanzado por la Policía Armada, matanza de Atocha—, se produjeron unos lamentables incidentes a las puertas del tanatorio del Hospital Militar Gómez Ulla con ocasión del entierro del guardia civil José María Lozano Sainz y los policías armados José María Martínez Morales y Fernando Sánchez Hernández, asesinados por el GRAPO mientras prestaban servicio en sendas sucursales bancarias de Madrid (El País, 30 de enero de 1977). A la salida de los féretros, algunos civiles y militares comenzaron a entonar el himno de Infantería. En ese momento, el vicepresidente exigió: "Todo el que lleve uniforme, firmes, y el que sepa y quiera, que rece", a lo que el capitán de navío Camilo Menéndez Vives replicó: "¡Por encima de la disciplina está el honor!". A continuación, amparados en el anonimato, algunos oficiales comenzaron a corear: "¡Menos proceso democrático y más autoridad!" (Rodríguez Jiménez, 1994: 275).

Aquella fue la primera manifestación de rechazo de determinados sectores de los cuadros de mando hacia Gutiérrez Mellado y de la existencia de tendencias involucionistas entre la oficialidad. En la fotografía aparecida al día siguiente en todos los medios de comunicación destaca el gesto duro, casi desencajado, de Gutiérrez Mellado y la presencia en el acto de Blas Piñar, que pretendía por cualquier medio capitalizar para la ultraderecha a las víctimas del terrorismo y soliviantar los ánimos de los oficiales con el lema "Ejército al poder" (Medina, 2004: 291). Apenas transcurridas dos semanas, Gutiérrez Mellado quiso quitar hierro al asunto y, al preguntársele sobre aquellos incidentes en una entrevista concedida a Radio Baviera con ocasión de su visita a Múnich para participar en el Simposio de Defensa Europea, puso de relieve que la mayoría de los presentes "mantuvo una posición absolutamente disciplinada, aunque el momento [fuese] tan emotivo, tan difícil, tan patético".

A partir de ese momento se inició una desmesurada campaña de acoso y derribo del vicepresidente, cargo al que sumó el de ministro de Defensa en julio de 1977, que terminó teniendo consecuencias políticas y también personales. Desde el punto de vista castrense, las mayores andanadas de la ultraderecha se lanzaron, con gran tino, contra la política de personal y contra la reforma de las Ordenanzas de Carlos III, asuntos que se analizarán más adelante. Como ocurriera con tantos otros aspectos de la Transición, Gutiérrez Mellado se vio cogido entre dos fuegos. La prensa progresista celebraba su talante innovador, al haberse atrevido a "meter mano" a los principios ideológicos que "con base en la disciplina, lesiva a veces con los derechos humanos, permitieron la existencia de unas Fuerzas Armadas al servicio de una autocracia". Los periódicos ultraderechistas, en cambio, le acusaron de "derogar la ética tradicional de los Ejércitos, y socavar la única Institución capaz de oponerse a la ruina de España". Lo grave era que los militares, conocedores de ambas opiniones contrapuestas, llegaron a mitificar el texto dieciochesco e interpretar que su renovación era "una consecuencia más de los cambios políticos y sociales", considerados negativos en general, que se venían produciendo en España».

El creciente desapego de sus compañeros de armas terminaría transformando el carácter del vicepresidente. Cuantos le habían conocido en etapas anteriores quedaban sorprendidos al observar la crispación que se apoderaba de él si se le ponían objeciones o se disentía de su forma de enfocar determinados asuntos. Un hombre que se había caracterizado, a todo lo largo de su carrera, por aceptar e incluso favorecer actitudes críticas en sus subordinados se transformó en una persona desconfiada, quisquillosa, casi violenta en ocasiones; relajado y abierto únicamente en los círculos más íntimos.

"El Valle de los Caídos es un símbolo del desprecio a las víctimas labrado en piedra"

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A este respecto, el general Sáenz de Tejada atribuiría años después el deterioro de las relaciones entre el biografiado y sus compañeros de armas a sus propios errores, aun admitiendo que, globalmente, su labor gubernamental fue positiva y acertada (González-Pola, 2018: 276). Como errores podrían contabilizarse sus frecuentes choques con militares de ideología conservadora y algunos ceses fulminantes a causa de incidentes más o menos graves, actitudes que, según el biógrafo de Sabino Fernández Campo, eran achacables a su "falta de práctica de mando y de mano izquierda" (Fernández López, 1998: 223).

(...) Suárez, que había llegado a sentir verdadero aprecio por su vicepresidente, no atendió las sugerencias de los muchos que le aconsejaban que prescindiera totalmente de él, alegando el rechazo con que era acogido en círculos militares. Sin embargo, al remodelar su Gobierno tras las elecciones generales del 1 de marzo de 1979, se limitó a interponer entre Gutiérrez Mellado y las Fuerzas Armadas a un ministro civil, nombramiento que recayó en Agustín Rodríguez Sahagún. El siempre bien enterado boletín confidencial de la agencia Europa Press interpretó muy acertadamente el relevo en el Ministerio de Defensa: "De esta forma se desvincula la pura acción política de los temas del Ejército. Se acaba con la situación de que una actuación del Ministro pueda llevar consigo problemas de disciplina (si el titular es militar), y de que una crítica al Ministro por su actuación administrativa sea tomada como crítica al estamento castrense" (Resumen Económico, 6 de abril de 1979).

(...) El presidente, sin embargo, no parecía considerar que el vicepresidente estuviera "roto", ni tuviera sus "pilas agotadas". Con singular premonición del trascendental papel que habría de representar en el banco azul del Congreso de los Diputados, le mantuvo en su puesto en las crisis de mayo y septiembre de 1980, haciendo caso omiso de cuantos creían innecesario el mantenimiento de una Vicepresidencia militar. Gracias a ello, el pueblo español pudo contemplar, en la tarde del 23 de febrero de 1981, que el único militar profesional presente en el hemiciclo del Congreso de los Diputados no tuvo dudas sobre cuál era el papel que la Constitución asignaba a las Fuerzas Armadas. Fiel intérprete del sentir de la mayoría de sus compañeros, que en modo alguno estaban dispuestos a imponerse sobre sus conciudadanos por medio de las armas, saltó como un cadete —"hice lo que me enseñaron en la Academia"— para defenderla a pecho descubierto y demostrar de esa forma el valor de las actitudes individuales para mantener viva la llama de la libertad.

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