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Pete Buttigieg, el Macron norteamericano

La primera votación de las primarias demócratas acababa de convertirse en un fiasco electoral. El 3 de febrero, los resultados de la votación de Iowa no fueron definitivos. Todo el mundo miraba, las cámaras grababan... aunque no había qué.

Pete Buttigieg quiso aprovechar la ocasión y se subió al escenario para proclamar su victoria.

Esa noche, en realidad había perdido el voto popular frente a Bernie Sanders. Semanas más tarde, sus resultados en términos de delegados (el número que cuenta) siguen siendo objeto de disputa. Pero Pete Buttigieg, ese candidato con un nombre extraño utilizó el fracaso de las primarias de Iowa como trampolín.

Una semana más tarde, perdió por la mínima frente a Sanders en New Hampshire y ahora aspira a convertirse en el candidato centrista en las primarias demócratas. Biden, Klobuchar, y ahora el multimillonario Mike Bloomberg, que pronto entrará en la carrera: la competición es ardua en las filas demócratas. Las primarias ahora se celebran en estados con demografía más diversa donde Buttigieg parece estar en desventaja. Pero el benjamín de las primarias demócratas (de 38 años) no ha dicho la última palabra.

Barack Obama lo vio como uno de los aspirantes del Partido Demócrata, pero Pete Buttigieg era todavía desconocido hace unos meses. Hijo de profesores de Indiana, un estado conservador del medio oeste, habla más o menos bien siete idiomas, ha escrito una tesis sobre Graham Greene y le gusta citar a los filósofos. Fue a Harvard y recibió la prestigiosa beca Rhodes en la Universidad Británica de Oxford.

“Mayor Pete” también trabajó durante tres años para la consultora McKinsey Restructuring Consultants –fue reacio a publicar su lista de clientes durante mucho tiempo, hasta que terminó haciéndolo bajo presión–.

Reservista de la Navy, pasó siete meses en Afganistán en 2014 en una unidad de inteligencia. Dos años antes, a la edad de 29 años, era elegido alcalde de South Bend, una ciudad liberal de 100.000 habitantes en el estado de Indiana, en el Midwest. Buttigieg, casado con un profesor, es también el primer candidato abiertamente gay que obtiene delegados en unas primarias demócratas. En la Indiana conservadora, donde el vicepresidente de Trump, el fundamentalista Mike Pence, fue gobernador con políticas homofóbicas, su homosexualidad no le impidió ser reelegido tras salir del armario.

Joven cortés y bien educado, toca una partitura política clásica. Destaca su juventud, haciendo de su novedad en la política una ventaja mientras que otros (Biden, Klobuchar) denuncian su “inexperiencia”. Ataca a “Washington” para distinguirse de los representantes nacionales a los que se enfrenta (incluidos tres senadores y un exvicepresidente).

Camaleón político que ha moderado su discurso, financiado por donantes ricos, propone una visión más que un programa detallado, comparte ciertos rasgos con el Emmanuel Macron de 2017, un verdadero-falso outsider político como él, que mostró una postura centrista durante su campaña y se ha presentado como el único recurso posible contra la extrema derecha.

Un sábado de febrero en Las Vegas, Nevada, una multitud de 800 personas se dan cita a las puertas de un gimnasio para escucharlo hablar. Fue una actuación notable. En el estado, que elige a su candidato el 22 de febrero, sólo Bernie Sanders, que da mítines en los que no cabe un alfiler en todo el país, lo hizo mejor que él.

Buttigieg, vestido con camisa y corbata, camina por el escenario, siguiendo el código de vestimenta casual de Barack Obama. Se presenta como el hombre adecuado para un momento crucial: “Nuestra única oportunidad de vencer a este presidente, antes de que sea demasiado tarde”. Buttigieg afirma encarnar la antítesis exacta de Donald Trump, ya que ni siquiera tiene 40 años (tendrá la edad de Trump en 2054 y la de Sanders en 2060...); culto y no ignorante como el actual ocupante del Despacho Oval; vive “en un barrio de clase media del medio oeste industrial” mientras Trump “da regalos a los más ricos”; un veterano “patriótico” que no concedería perdones presidenciales a “criminales de guerra”, etc.

“Visualiza esta imagen”, espeta al comienzo. “Es el primer día que sale el sol y que Donald Trump no es presidente. Eso es bueno, ¿no? ¿Estás listo para este día?”. Los presentes se muestran entusiasmados, traumatizados tras tres años de trumpismo infernaltrumpismo.

Al igual que Barack Obama en 2008, Buttigieg habla de “esperanza” y quiere ser el portavoz de una “mayoría americana” que defienda las ideas de sentido común: no más de un empleo por persona (en Estados Unidos, a veces son dos o tres), reforma sanitaria pero no demasiado radical, un salario mínimo de 15 dólares por hora, el fin de las “guerras interminables” en el extranjero, educación pública gratuita para el 80% de las “familias americanas”, la defensa de la educación, la lucha contra el racismo.

Sus propuestas son un poco más detalladas, pero en estos mítines se ciñe a estas palabras clave. Su obsesión parece ser encarnar la “unión” de un país “polarizado” por Trump, a quien quiere curar las “divisiones”.

Pete Buttigieg, a los 18 años, alababa a Bernie Sanders en un concurso organizado por la Biblioteca Presidencial John Fitzgerald Kennedy de Boston. “Su energía, franqueza, convicción y capacidad para unir a la gente se opone a la corriente actual de oportunismo, compromiso moral y partidismo en la política norteamericana”, escribió en ese momento. Mientras Sanders sigue defendiendo las mismas ideas, desde la izquierda, el cambio propuesto por Buttigieg es limitado.

Buttigieg, con una jefa de programa que fue exvicepresidenta de Goldman Sachs y que luego pasó a la dirección de inversiones de Google, muestra un verdadero conservadurismo fiscal y da prioridad a la lucha contra el déficit. Propone un impuesto sobre el carbono y cero emisiones para Estados Unidos en 2050, pero ya no el “Green New Deal” defendido por Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, que apoyó hace un año. Antiguo partidario de “Medicare para todos”, la profunda reforma de la salud propuesta por Bernie Sanders, el Mayor Pete aboga ahora por un “Medicare para los que lo desean (sic)”, con un lugar importante para el seguro privado.

Sus fórmulas, poco originales, se expresan con un innegable talento para la retórica. Buttigieg ofrece una alternativa a la “elección binaria” entre “la revolución [Sanders] y “el statu quo”. “Creo en el diálogo más que en el monólogo”, repite. Buttigieg retrata a Trump como un presidente peligroso y a Sanders como un radical obstinado. Busca aparecer como el candidato que curará las heridas de América. Para él, “el propósito de la Presidencia no es la glorificación del presidente, es la unificación del pueblo americano”.

Corteja abiertamente a los votantes que él llama “los futuros exrepublicanos”, esos votantes de Trump que ya no quieren darle su voto.

“Buttigieg es el candidato definitivo para salir del trauma de las elecciones de 2016”, escribe la ensayista Masha Gessen en The New Yorker. “No es una mujer. No es un socialista, y definitivamente no es un revolucionario. No hace grandes promesas, excepto que Donald Trump ya no será presidente. Es profundamente, esencialmente conservador. Es un viejo político en el cuerpo de un joven”.

También es, según Gessen, periodista víctima en Rusia de las leyes homofóbicas de Putin, “un político heterosexual en el cuerpo de un hombre gay”, que tiene una visión muy clásica de su pareja con su marido, Chasten. Un colectivo llamado Queers against Pete denuncia su programa y se manifiesta frente a los actos de su campaña: “No basta con ser gay para ganarse el apoyo de las comunidades LGBTQIA”, advierte este grupo de activistas de reciente creación.

Sus mítines están muy concurridos, pero son poco diversos: la mayoría son blancos de clase media-alta. En Las Vegas, me encontré con Blake Larsson, un consultor de software de 30 años del vecino estado de Arizona, que se había desplazado para ver a su candidato favorito. “Aporta una perspectiva multigeneracional y habla del futuro. Trae ideas que son nuevas y factibles”. En lo que respecta a la innovación, Buttigieg discutió la posibilidad de aumentar el número de jueces de la Corte Suprema para evitar la politización (en estos momentos está controlada por los conservadores).

“Habla bien. Es lo opuesto al miedo y a la división. Creo que puede ganar”, dice Eadie Lamb, 50 años, contable de Las Vegas. “La mayoría de los miembros de mi familia son republicanos. Para ellos, Bernie es el socialismo. No creo que pueda salir elegido Sanders”.

En esta etapa, Sanders, respaldado por unas bases motivadas y organizadas, tiene mucho más que ofrecer que el joven nativo de Indiana en la carrera por la candidatura demócrata. La gestión municipal de Buttigieg en South Bend, especialmente la forma en que manejó la violencia policial, le ha valido la desconfianza de la comunidad negra local. Buttigieg ha intentado mostrar recientemente un apoyo... que no era tal.

Buttigieg también se ha destacado por sus vínculos con donantes ricos, a los que su campaña llama “inversores”. Según la revista Forbes, recibe financiación de 56 multimillonarios, entre los que se encuentran la heredera de los supermercados Walmart, el capitalista de riesgo John Doerr y la esposa del cofundador de Google, Sergey Brin. Sin embargo, Buttigieg afirma sin ambages que es el que posee una menor fortuna en la carrera por las primarias demócratas.

Financiado por donantes ricos, pero con un patrimonio pequeño, Emmanuel Macron planteó exactamente la misma retórica en 2017.

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Traducción: Mariola Moreno

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