Plaza Pública

Mesa de diálogo o diálogo de besugos

José Sanroma Aldea

Sea cual sea el resultado de la esperada primera reunión de la Mesa de diálogo, negociación y acuerdo entre el Gobierno de España y el Govern de Cataluña, creo que tendría que valorarse desde tres determinaciones

Una. Que el Gobierno de España no representa a los españoles y que el Govern no representa a los catalanes. Dirigen la política y las Administraciones de sus respectivos ámbitos, pero la representación de la ciudadanía le corresponde respectivamente a las Cortes Generales y al Parlament. 

Dos. Que todas sus funciones las cumplen sometidos a normas que regulan sus competencias y que son controlables a través de sus Parlamentos. Incluso si se considerara que no hay normas para resolver un "conflicto político" como el existente en Cataluña, ninguno de esos gobiernos –ni ninguno de los participantes en esa Mesa, aunque fuera un homo deus del independentismo de una nación milenaria o un homo deus de la sagrada unidad de España lograda por reyes catolicos hace medio milenio– puede saltarse esa primera determinación. Es decir que no han de responder ante sus respectivos dioses sino ante sus ciudadanos y sus Parlamentos, que tienen el derecho y la obligación de controlarlos.

Tres. Una vez sentados, si se sientan, y comiencen por donde comiencen a dialogar –bien sea por el referéndum de autodeterminación y la amnistía como pide el president Torra, o por el largo listado que ha ofrecido el presidente Sánchez–, el marco y el contenido de la negociación y eventual acuerdo no podrá obviar la segunda determinación.

El encuentro para el reencuentro de hoy está precedido –y le subseguirán– contrarios juicios definitivos (que exigirían aclaración de la sentencia) y paradójicas afirmaciones (necesitadas de interpretación y explicación). Entre los primeros están los que sus fallos son disparos de balas, los que consideran que a España la mata sentarse a oír a Torra, como si las balas verbales de este tuvieran tal poder mortífero. Entre las segundas, quizás la más reveladora podría ser la que dijo el presidente Sánchez para negar que se necesite un mediador: “Los mediadores van a ser los 44 millones de españoles”.

Es obvio que hay millones de catalanes y españoles que no son neutrales ante el conflicto político planteado al Estado por el independentismo. Es obvio que si no hay neutralidad no se puede cumplir la función de mediación. Pero entre no ser neutral y ser beligerante hay una notable diferencia.

Seguimos en una guerra de legitimidades, leyes y autoridades, desatada con el procès y alimentadas con muchas torpezas del contrario. Apelar a la mediación de la entera ciudadanía puede interpretarse como la demanda de que sus representantes y sus gobiernos no la conviertan en dos ejércitos beligerantes; pues la beligerancia, masiva y continua, agrava el problema de convivencia que acompaña al conflicto político.

Lejos de preparar un acuerdo lo empuja a un pártalo Dios! (es decir la aplicación de la fuerza, y a veces hay contendientes que no pudiendo vencer aspiran a que su enemigo obtenga una victoria pírrica) o a lanzar una moneda al aire para que el referéndum resuelva cuestión tan trascendental y tan equilibrada en el número de los que apuestan por la cara o los que apuestan por la cruz (al referéndum le llaman democracia pero no lo es).

Creo que la democracia en este asunto pasa antes que nada por el derecho de la entera ciudadanía a saber. A saber para qué y para quién es perjudicial o favorable –y según qué circunstancias y proyectos– trazar una frontera. Me asombra que se dialogue tan poco sobre esto. Y que solo se alienten confrontaciones sentimentales. Cuantos debates como aquel entre Borrell y Junqueras hacen falta. Estaría bien que la Mesa de hoy, famosa antes de nacer, alimentara ese derecho a saber.

No estaría mal que se lo tomara con calma y que todos sus participantes reconocieran que estamos y necesitamos una tregua. Claro es que, en un lado y en otro, hay quien no la quiere. Joan Tapia lo ha explicado muy recientemente en El Periódico: "Hemos pasado de la guerra sin cañones al armisticio de facto. Siempre es preferible el armisticio. Lo grave es que en España y en Catalunya hay fuerzas relevantes que juegan a la contra" (¿Mediador contra desinflamación?) .

Creo que en tregua forzosa, convulsionada por quienes no la quieren, estamos desde diciembre de 2017, tal y como expuse en estas mismas páginas en aquella fecha.

Ni Casado, ni Arrimadas, ni Abascal quieren tregua sino estrategia de la tensión: es su vía para acceder al Gobierno. Tampoco Puigdemont, Torra, la CUP y un largo etcétera. Sí la quiere ERC, que aspira a presidir la Generalitat, pero que no se atreve a decir que la necesitan tanto como gobernar la autonomía tranquilamente varios años (cosa esta bien distinta a la ficción de "hacer república" en Waterloo, Perpiñán, o en esforzados comités de defensa de lo inexistente).

No se atreven, como tampoco se atreven a reconocer que deberían apoyar la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Lo harían si de verdad apostaran por apoyar la regeneración democrática y el difícil giro social que necesitan Cataluña y España entera, en lugar de dar pie y frases a los que alimentan la estrategia de la tensión.

La política actual, menos que nunca, puede sustraerse a la representación teatral, a marear la perdiz, a las ficciones de relatos embellecidos con metáforas, a soluciones simples y falsas de paradojas complejas; pero por esta misma razón, necesita cada vez más el debate serio, claro, aunque al tiempo se tengan que templar gaitas. Pero no solo y continuamente.

La tenacidad del PSOE (apoyado en el Gobierno de coalición) y de ERC para abrir espacios de diálogo (y no debería dejarse cerrado el principal que es el Parlament) ha producido desinflamación. Pero los que no la quieren –porque no la necesitan– alimentan intencionadamente un riesgo: que los ciudadanos en lugar de ver lo que hay (y habría que ayudarles a que lo vieran), una tregua forzosa, vean paripé y solo paripé; que cansados de asombrarse y reírse de los vaivenes políticos como nos reíamos de aquellos “diálogos para besugos” del TBO, se vean tentados a creer y a votar a quienes propugnan “cortar por lo sano”, aunque eso lleve a amputar por mitades a Cataluña y a España en la misma intervención quirúrgica.

Sea cual sea el resultado de la primera reunión de la Mesa, deseemos que alguna parte o las dos partes sean capaces de narrarla de modo que los ciudadanos no la cataloguen como el escenario de un diálogo de besugos, el espacio opaco de negociaciones indeseables y el circo de acuerdos imposibles.

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