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Edurne Portela: "La lengua es la patria de aquellos que no nos sentimos ni de aquí ni de allá"

La escritora Edurne Portela.

Cada domingo aborda en su columna periodística temas de actualidad. Insiste en la violencia machista, en la defensa de lo público o en la revisión histórica. Asuntos que le preocupan por encima de los alaridos que claman sobre la rotura de España. La escritora Edurne Portela (Santurce, 1974) teme que el auge de los nacionalismos y la reciente afición por colgar banderas eclipse los problemas que de verdad afectan a la gente. Su obra, sin embargo, orbita en torno al desarraigo, la soledad o la memoria, con el País Vasco de fondo. En 2016 publicó El eco de los disparos, un ensayo sobre la violencia de ETA y sus secuelas. Y amplió ese acercamiento a su tierra en las novelas Mejor la ausencia, de 2017, y Formas de estar lejos, de 2019, todas ellas publicadas por Galaxia Gutenberg. Doctora en Literaturas Hispánicas y profesora en la Universidad de Lehigh (Pensilvania, EEUU) hasta 2015, Portela participa en varios medios de comunicación proponiendo lecturas o repasando influencias en su creación, parte fundamental de su existencia. Rehúye de la palabra patria y de la nostalgia, a pesar de que sus protagonistas regresen a los lugares donde se criaron.

Pregunta. Rodó el documental Vida y ficción junto a José Ovejero. ¿Qué relación tiene con ambas? ¿Cómo las dosifica para su creación literaria?Vida y ficción

Respuesta. Hace algún tiempo escribí una columna sobre este tema y decía en ella que, para mí, vida y ficción, o vida y literatura, están muy ligadas. No se trata de elegir entre una y otra o de contraponerlas, no hay antagonismo entre estos términos. A mí la ficción (tanto cuando escribo como cuando leo) me ayuda a comprender la realidad. Me invento historias no para huir de la realidad, de la vida, sino para entenderla y entenderme mejor. Tampoco dosifico la experiencia cuando escribo, simplemente la experiencia forma parte de la labor literaria, de la elaboración de la ficción. Para mí no hay una separación consciente.

P. Antonio Orejudo dice en esa cinta que en España tratamos a la literatura como al hígado: para que sea nutritiva tiene que ser difícil de tragar. ¿Piensa lo mismo? ¿Sigue habiendo temas más áridos? ¿Aún quedan historias donde no llega la comedia?

R. Sí, esa es una de mis afirmaciones favoritas de todo el documental, pero creo que a lo que se refiere Orejudo es que nos tomamos la literatura como algo demasiado solemne y que, al final, se trata de algo que hacemos en nuestro tiempo de ocio y, por tanto, pertenece al ámbito del entretenimiento. Yo creo que el humor puede llegar a todos los temas. Lo crucial es saber de qué tipo de humor estamos hablando, si es un humor blanco y blando (cito a Orejudo) o si, por otra parte, es un humor incisivo y corrosivo, un humor que en realidad desvela las tragedias de nuestro tiempo (que es el tipo de humor que hacen Orejudo o Iban Zaldua, por ejemplo, al tratar el conflicto vasco).

P. ¿Cómo se enfrenta, en ese sentido, a una novela?

R. Tengo una idea, un punto de partida, pero todo va surgiendo con la escritura, que para mí es una forma de investigación y de reflexión. Me gusta escribir sin tener un objetivo o un final e ir creando la voz, construyendo los personajes, dejar que crezcan sin constricciones. Eso significa mucha reescritura y momentos de incertidumbre, claro.

P. ¿Sigue siendo la literatura una trinchera, a pesar de la fugacidad en la lectura o el cierre de librerías?

R. Bueno, para mí sí lo es, como para José Ovejero. Por eso hicimos el documental. A pesar de la situación cada vez más precaria del libro y del mundo del libro (desde los autores hasta las librerías), la escritura aporta algo a escritores y lectores que otras formas de ficción no aportan. No porque sean peores o mejores, simplemente son diferentes.

P. Lo mismo pasa con su Vida imaginada, el espacio radiofónico donde comenta lecturas. ¿Merece la pena, con la cantidad de series que tenemos?Vida imaginada

R. Si no mereciera la pena, por lo menos a mí, no lo haría. Creo que hay que seguir dando todo el espacio posible a la literatura. Y yo, teniendo esa plataforma, quiero usarla para potenciar la lectura y obras que considero relevantes. Pero yo preguntaría por qué tenemos que contraponer series y libros. Es decir, ¿por qué tenemos siempre que plantear las cuestiones con disyuntivas? Habrá gente que vea series y que siga leyendo. De cualquier manera, la gente que deje de leer para ver series posiblemente no sea muy lectora y siempre encontrará otro entretenimiento. Cada cual que satisfaga su necesidad de ficción como quiera o pueda. La literatura ha resistido mil embates y aquí sigue. Y yo creo que, mejor o peor, seguirá resistiendo y existiendo.

P. En 2016 publica El eco de los disparos. ¿Por qué se lanzó a escribir sobre el terrorismo en Euskadi poco después de que ETA abandonara la lucha armada?El eco de los disparos

R. En realidad, empecé a escribir El eco de los disparos mucho antes. Fue un libro que pensé durante un montón de años. Arranqué con la investigación y un primer acercamiento en 2009, cuando estaba todavía en la universidad en Estados Unidos y había publicado mi primer libro. El eco iba a ser al principio un libro mucho más académico pero, como explico en el propio texto, el proceso de escritura y de reflexión fue larguísimo. No lo escribí con ninguna intención, ni reivindicativa ni de memoria, sino con la necesidad de entender esa historia que tanto nos ha marcado. Por eso se trata un ensayo muy personal y subjetivo en el que sí, hay dolor, memoria, experiencias que influyen en la forma en la que afronto el tema.

P. Ahí introduce un par de temas que ha mantenido después: la memoria y la violencia. ¿Cómo le han influido cada uno?

R. En realidad son tan amplios que no sé si se les puede llamar temas. Son ejes de pensamiento o espacios en los que desarrollo la escritura. Me cuesta contestar. No sé si puedo decir cómo me han influido. En realidad la memoria y la violencia no me influyen en lo que escribo, sino que lo que escribo está impregnado de memoria, de violencia o de las dos.

P. ¿Cree que en el caso del País Vasco existía una laguna sobre el tema? ¿Sirvió Patria, de Fernando Aramburu, para paliarla?Patria

R. Estoy un poco harta de esta pregunta. En Euskadi se escribió mucho sobre el tema antes que Patria. En El eco de los disparos hablo de muchas de esas obras que se escribieron antes y ni siquiera hablo de todas. Y que se escribieron tanto en castellano como en euskera. Iban Zaldua también ha trabajado sobre esto, sobre todo de autores y autoras vascas que escribieron sobre ETA y en contra de ETA cuando todavía mataba.

P. Escribe en primera persona. ¿Es una forma de situarse al mando del relato?

R. En Formas de estar lejos solo hay dos monólogos, al principio y al final, en primera persona. El resto de la novela cuenta con un narrador en tercera persona. Mejor la ausencia sí es una novela narrada en primera persona y, por supuesto, la voz que se elige resulta fundamental para establecer la distancia con lo narrado. Me decanté por narrar desde el punto de vista de Amaia porque quería que los lectores se situaran en su mirada y que supieran lo mismo que ella, entendieran lo mismo que entendía ella desde su niñez a la edad adulta. Quería que sufrieran con ella los silencios, la perplejidad, la incomprensión ante el mundo violento que ella va desvelando con los años. Y para ello tenía que hacerles ver el mundo desde su estatura, desde esos cinco años cuando empieza a narrar hasta sus 35, cuando acaba la novela.

P. En esa elección está la de los datos que coinciden con su propia biografía. ¿Hay un abuso de la autoficción?

R. En realidad yo no escribo autoficción y mis novelas no son autobiográficas. Coinciden algunos datos contextuales: las geografías (Euskadi y Estados Unidos), las edades de las protagonistas y la profesión de Alicia, que es profesora de universidad. Pero lo demás es ficción. Simplemente me nutro de contextos conocidos porque me interesa explorarlos a través de las historias que me invento. Creo que se confunde demasiado a menudo obra y autor.

P. En Mejor la ausencia recorre los años ochenta y noventa en un Euskadi gris y con pintadas en los negocios. ¿Cómo recuerda esos años?Mejor la ausencia

R. Fueron años duros, con mucha conflictividad social y política. No solo por ETA y por la violencia que generó, también por la violencia policial y de Estado. En la margen izquierda de Bilbao había en los años ochenta un paro juvenil del 50%, un consumo de heroína brutal y todo el proceso de desindustrialización con huelgas, protestas y manifestaciones constantes, una crispación social muy fuerte. Y la sensación de que no había futuro. Fueron años tremendos. Si a eso le añades un paisaje desolado por la contaminación y la pobreza, el panorama no tiene nada que ver con el actual. Cuando la gente piensa en Euskadi o en el Bilbao del Guggenheim no puede ni imaginarse como era hace 30 años.

P. Una de las conclusiones es que no se puede escapar del sitio donde te has criado. ¿La patria es la infancia, como decía Rilke? ¿Qué significa la palabra patria para usted?

R. Pues nada bueno, la verdad. Es una palabra que para mí siempre tiene resonancias negativas, también las tienen sus manifestaciones en la esfera pública (banderas, himnos, desfiles militares, discursos inflamados de amor patrio). Hace nada era una palabra trasnochada, que había quedado fuera del lenguaje político porque se atribuía, con razón, a nacionalismos exacerbados. Cuando alguien saca pecho y nombra la patria o despliega una bandera kilométrica es porque no tiene nada que decir sobre las cuestiones políticas que realmente importan: la justicia social, la igualdad, los derechos humanos, el derecho a la vivienda, a un salario digno... En este sentido, estoy más cerca de lo que decía Samuel Johnson, algo así como que la patria es el refugio de los canallas. Lo de Rilke y la infancia, no sé, me parece una cursilada. Para mí la infancia no es un tiempo idílico, entre otras cosas porque tengo muy pocos recuerdos de ella. Tampoco mi patria es mi pueblo, por mucho que a veces me ponga nostálgica cuando voy de visita y bajo al puerto con mi madre a comprar pescado. Igual estoy más cerca de Pessoa, que dijo aquello de que “mi patria es mi lengua”, que también lo dijo el argentino Juan Gelmán. Esa expresión en realidad se la oí por primera vez a otra argentina, Nora Strejilevich, que fue perseguida durante la dictadura, sobrevivió a uno de sus centros clandestinos de detención y ha vivido exiliada toda la vida. La lengua es al final la patria de aquellos que no nos sentimos ni de aquí ni de allá, de aquellos que no nos reconocemos en banderas ni territorios.

P. ¿Qué le parece que desde hace unos meses, con la irrupción de ciertos grupos políticos, haya saltado al debate político de forma muy reiterada?

R. Me preocupa porque parece que ha habido un contagio. Antes de este ímpetu patriótico de la (ultra)derecha y esta competición absurda por ver quién tiene la bandera más larga a nadie se le ocurría salir en los mítines con un banderón de fondo, como hizo Pedro Sánchez en la última campaña (o en la anterior, no sé, he perdido la cuenta). Y nadie parecía tener la necesidad de defender su amor a España en un contexto político o de hablar de la patria con el apasionamiento actual. Todos, incluso Unidas Podemos, han caído en esta batalla por ver quién es más patriótico cuando, en realidad, el debate político no debería ir por ahí. Es un discurso que oculta lo que realmente importa que es, como apuntaba antes, la defensa de los intereses de la ciudadanía. Y eso no está en el tamaño de la bandera sino en las medidas inmediatas que necesitamos en ámbitos tan fundamentales como la vivienda, la precariedad o la violencia machista.

P. Otros de los conceptos que sobrevuelan sus novelas son el desarraigo y la idea de volver…

R. En Mejor la ausencia, la protagonista vuelve no tanto porque necesite regresar a sus raíces, sino porque tiene que hacer un trabajo de memoria que implica también una vuelta a su geografía, que fue testigo de su dolor y esos traumas que vive de niña y adolescente. En el caso de Formas de estar lejos no hay un retorno a las raíces, solo momentos en los que la protagonista vuelve de visita. En ninguna de las dos novelas hay una lectura nostálgica de las raíces. Simplemente un reconocimiento de que el ambiente donde crecemos es fundamental a la hora de construirnos como personas, como lo es también los lugares a los que nos marchamos.

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Alberto G. Palomo es periodista.

Esta entrevista está publicada en el número de febrero de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

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