Cultura
"Ruina" y "desesperación": así vive la crisis el mundo de la cultura
"El nivel es de pánico", dice por teléfono Jónatan Rubio, uno de los socios de La Sombra, librería independiente en Madrid. "Dos semanas, es difícil aguantar; un mes, más aún; dos meses, imposible". Esta conversación tenía lugar en la mañana del viernes, pero esa misma tarde llegaba la noticia esperada: en la Comunidad de Madrid, una de las zonas más afectadas por el coronavirus, cierran todos los comercios y solo podrán mantenerse abiertas las tiendas de alimentación y las farmacias. Algunas librerías se despedían de los lectores, sin siquiera tener fecha de regreso, y les animaban a hacer sus últimas compras antes de echar la persiana. No cuentan ya con la Feria del Libro, aplazada a octubre, y el Día del Libro, Sant Jordi en Cataluña, corre grave peligro. Muchas seguirán sirviendo pedidos onlineonline. ¿Valdrá con eso? ¿Durante cuánto tiempo? Nadie lo sabe.
La crisis del coronavirus aprieta un poco más las tuercas a un sector especialmente precarizado que no había logrado recuperarse aún tras la crisis. Ahí están las cifras: los empleos temporales en la industria siguen aumentando mientras caen los indefinidos; las librerías fueron uno de los comercios más tocados por la recesión; el 80% de los escritores no superan los 1.000 euros anuales en conceptos de derechos de autor; solo el 8% de los actores ingresan por su trabajo más de 1.000 euros al mes; una gran parte de los músicos trabajan como falsos autónomos... Todos los entrevistados entienden las medidas tomadas por el Gobierno y las distintas administraciones, e incluso apoyan su endurecimiento, pero todos temen por la estabilidad del sector. En palabras de Rubio: "Hay que conjugar esas medidas de responsabilidad con otras para que cuando queramos volver haya un sector cultural no ya estable, sino existente".
Empleos en riesgo
Israel Elejalde, actor y director, maneja los mismos plazos que el librero: "Dos semanas, podríamos aguantarlo; un mes, sería complicado; dos meses, supondría la quiebra". Habla de El Pavón Teatro Kamikaze, un proyecto nacido en Madrid en 2016 que no tardó en convertirse en uno de los centros culturales de la capital, haciéndose con el Premio Nacional de Teatro solo un año después de su apertura. "Es una ruina", dice. "Aquí trabajamos 25 personas, tenemos a cinco compañías a nuestro cargo, en total son 100 familias las que dependen de nosotros. No sé cómo vamos a poder pagarles". El Ministerio de Sanidad decretó primero que todos los eventos en espacios cerrados con un aforo inferior a 1.000 personas debían reducir su capacidad a un tercio, dentro de las zonas más afectadas, pero la Comunidad decretaba el viernes el cierre de todos los establecimientos.
El jueves debía estrenarse Traición, la obra que él dirige y en la que lleva trabaja desde hace un año, con las últimas ocho semanas dedicadas a ensayos. La pieza iba a tener un arranque más que exitoso: todas las entradas estaban vendidas para las dos primeras semanas. En un primer momento, los socios del teatro pensaron en estrenarlo con un tercio del aforo, pero el jueves, con todas las salas públicas clausuradas y buena parte de las privadas cerradas por voluntad propia, la función se pospuso indefinidamente. "Y tenemos todo el pufo de una producción levantada y pagada que no sabemos cuándo vamos a poder recuperar", dice Elejalde. Además, cuenta que a él, como actor, le han suspendido tres rodajes de series: "El panorama es desalentador y muy preocupante", admite.
Es la misma situación que sufre Ana Jara, productora del musical independiente Mamá está más chiquita, versión del éxito argentino que debía estrenarse esta semana en los Teatros Luchana. Asegura que no le preocupa tanto "el dinero invertido" en un proyecto —su primera iniciativa como empresaria— en el que lleva trabajando desde septiembre, aunque sí le duelen los ingresos que perderá su equipo. "El miércoles habíamos montado toda la escenografía", cuenta, "y el jueves tuvimos que desmontarla. Fue un momento de silencio y tristeza". Jara también es actriz, y es de la actuación de donde provinenen la mayor parte de sus ingresos: ese aspecto sí la tiene más inquieta. "Veo una desesperación con lo que vamos a cobrar este mes", dice. Algunas de sus colegas de profesión están siendo despedidas de grandes proyectos, como el musical de El rey león o Billy Elliot, y no tienen la certeza de que serán fichadas de nuevo: "A las grandes productoras puede serles más rentable no reabrir que contratarles otra vez".
Unos números inestables
A la escritora Marta Sanz la crisis le ha pillado en pleno lanzamiento de su nueva novela, pequeñas mujeres rojas, que acaba de editar Anagrama. Con las presentaciones suspendidas, la indicación de no salir de Madrid y las librerías cerradas al menos en la Comunidad, la promoción se antoja complicada. "Lógicamente estoy un poco tristona", admite, "y temo, porque el mercado es muy cruel, no poder recuperar el tiempo perdido. He anulado más de quince actos, viajes. Suma y sigue". El parón obligatorio le servirá, si acaso, para moderar sus "ansias de trabajadora autónoma autoexplotada", de las que habló ampliamente en Clávícula. Pero se sabe "privilegiada": "Soy consciente de que librerías, escritores y escritoras, editoriales pequeñas y medianas lo van a pasar muy mal. Somos un sector muy vulnerable, muy precarizado y con una brecha de clase considerable que con esta situación se va a agigantar".
Lo mismo señala Silvia Nanclares. La cooperativa a la que esta escritora dedica parte de su tiempo —y de la que cobra parte de su sueldo—, Pandora Mirabilia, ha visto cómo se cancelaban algunas de las actividades que ya tenían contratadas en el sector de la cultura y la educación; algunas de ellas, ya facturadas, se pospondrán, otras son ingresos perdidos para siempre. "Vamos a tener un agujero importante", valora, "y el peor de los escenarios es decidir que no cobramos un mes". Si no están "en un escenario de catástrofe" es porque no tienen "todos los huevos en la misma cesta": es decir, no todos sus proyectos son creativos y en colegios. Y luego está su faceta como autónoma: las clases que imparte en la escuela Fuentetaja se han suspendido, aunque continuarán online, y se han aplazado las grabaciones de audiolibros que dirige para el grupo editorial Penguin Random House. "Tengo un colchón, y pronto tendría que empezar a tirar de eso", dice, echando cuentas.
Lo mismo le ocurre a Sole Parody, música que firma con el nombre de Le Parody. Como para la mayor parte de su profesión, sus principales ingresos no vienen de la música grabada, sino de conciertos y, en su caso, de cursos en colegios, dos de las primeras actividades en ser limitadas o prohibidas por las administraciones al inicio de semana. Algunos han podido ser reubicados en otras fechas, pero otros no. "¿Para cuándo lo pospones?", se pregunta desde el encierro voluntario en casa. "Hay instituciones que tienen cerrada toda su programación, y no pueden darte una nueva fecha porque eso supondría cancelar otra actividad", explica. Solo algunas de ellas están pagando los actos encargados. Estando así las cosas, la música cruza los dedos para que las cancelaciones no se alarguen más allá de marzo y abril: en mayo comienza la gran época de conciertos y festivales por los que debía pasear su último trabajo, Porvenir. "Por ahora no es un súper desastre, pero tengo un poco de incertidumbre y de miedo". La ansiedad por la crisis del coronavirus, cuenta, fue para ella antes económica que sanitaria.
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La música cree, de hecho, que mucha gente vive ajena a lo que la pandemia está suponiendo para buena parte de los trabajadores en este y otros sectores: "Creo que no se cae en la cuenta de que muchos se están quedando sin trabajo, hay mucha ceguera y muy poca conciencia de cómo vive la gente". Por la misma senda camina Silvia Nanclares: "Es un buen momento para hablar de cómo la cultura y la educación están sometidas a una precariedad estructural enorme", dice, recordando los expedientes de regulación temporales de empleo y despidos que están sufriendo profesoras y creadoras. Hay algo, además, que indigna a Le Parody: que se hayan cerrado antes salas de conciertos que centros comerciales. "¿Por qué El Corte Inglés estaba abierto mientras se suspendían conciertos de 50 personas? Es increíble que se priorice el consumo a la cultura", critica.
Todos los entrevistados exigen medidas que contribuyan a paliar las pérdidas económicas. Jónatan Rubio e Israel Elejalde coinciden en pedir una moratoria en el pago de impuestos y en el cobro de alquileres e hipotecas, como ha hecho Italia —el segundo pide, además, "protección para los trabajadores" cuyos sueldos no sea posible mantener sin ingresos—, pero consideran que serán necesarias también ayudas extra que impulsen al sector cuando se vuelva a la normalidad. Silvia Nanclares y Sole Parody defienden la necesidad de reducir o suspender la cuota de autónomos. La escritore admite que ella lo tendría muy difícil si no fuera porque ya tiene una tarifa plana por incorporarse tras la maternidad, y añade que las instituciones públicas "tendrían que comprometerse a pagar lo acordado" aunque hayan tenido que suspenderse funciones y actos.
La música se permite soñar un poco más y menciona la renta básica: "Si ya existiera, todo estaría un poco más regulado y habría de hecho ayudas al consumo, que también van a ser importantes". Luego mira más allá de su ventana y recuerda la crisis climática que sugieren estos 25 grados en marzo, el derecho de asilo suspendido en Grecia. Ese mundo seguirá ahí tras el coronavirus.