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Héroes

Francisca, Julián, Sagrario y Tomás murieron solos en sus residencias y lejos de sus familiares: “Lo peor es la sensación de vacío”

Eva Baroja

Cuando, desde lejos, veía acercarse a sus hijas, Francisca se asomaba por la puerta de la habitación de la residencia en la que vivía y les dedicaba una sonrisa inmensa. Era el momento, como cada tarde, de jugar al parchís y ella se preparaba para hacerles trampas. Si durante la semana lo que se comían eran las fichas sobre el tablero, los fines de semana se juntaba toda la familia para repetir unas comilonas que antes, eso sí, se celebraban en su propia casa. Para Emilia, su madre era una excelente cocinera y muy acogedora: “Disfrutaba mucho de estar rodeada de sus nietos y siempre quería tener a gente en casa. Le daba miedo la soledad y murió sola”.

Como Francisca, Sagrario, Julián, Tomás y otros más de 7.600 ancianos fallecieron completamente solos en residencias de la Comunidad de Madrid durante la crisis sanitaria, en la frialdad de una habitación aislada y sin el calor y el aliento de sus seres queridos. Cada uno tenía su vida, su historia, su pasado y también el derecho a ser tratados y atendidos dignamente. Sus hijos no se conocen de nada, pero les une el dolor y la impotencia de quien no ha podido decir adiós a sus padres porque el coronavirus les ha arrebatado, sin piedad, el último abrazo, el último beso y las últimas palabras de despedida: “Probablemente para la gente del centro era un mayor más, pero para nosotros era alguien a quien queríamos. Un día les dejas allí y ya no vuelves a verles”, confiesa Pury, la hija de Julián.

Julián en la residencia.

La llamada

Durante los peores meses de la pandemia, las líneas telefónicas de las residencias estaban completamente colapsadas. El caos era tal que a Javier ni siquiera le avisaron de que su padre Tomás, de 84 años, había fallecido: “Llamé el 4 de abril y me enteré de que había muerto el 25 de marzo. Lo achacaron a un error administrativo, en un documento ponía que mi padre no tenía familia”. Tomás, a quien su hijo le recuerda conduciendo en su viejo coche rumbo a las vacaciones de verano, llevaba seis años viviendo en la Residencia Los Nogales Pontones.

José María, por su parte, recuerda que su madre Sagrario se mudó a Bélgica durante la posguerra para limpiar casas, ahorrar dinero y enviar todo lo que pudiese a su familia en España. Un ejemplo más de esa generación que soportó las consecuencias de la Guerra Civil: “Gracias a ellos vivimos hoy en día como vivimos, sufrieron la posguerra, trabajaron durísimo toda su vida y cuando llegó la crisis económica fueron los canguros de nuestros hijos. No han merecido morir así”, se lamenta José María. Como tantos otros, se enteró del fallecimiento de su madre a través de una simple llamada de teléfono tras varios días de silencio acerca de su estado de salud: “En el momento en que vi el número ya me imaginaba lo que pasaba. Las maneras en las que te dicen que ha fallecido son inhumanas. Lo hicieron tan fríamente... Es un palo”.

Sagrario en una visita de su familia en la residencia.

Intentar sacarles por todos los medios

A sus 92 años, Francisca seguía siendo la mujer de carácter fuerte que sacó adelante a sus dos hijas después de perder a su marido en un accidente de tráfico, pero, hace un año, por culpa de una infección, se quedó inválida de cintura para abajo y tuvieron que ingresarla en la residencia Concesol de Ciudad Lineal. Cuando se decretó la pandemia, sus hijas intentaron, en vano, llevársela con ellas: “Firmamos una carta en la que exoneramos a la directora y al centro de cualquier responsabilidad que les pudiesen achacar desde Sanidad, pero justo ese día mi madre empezó con síntomas, de manera que ya fue imposible”. José María, desesperado, también quiso sacar a Sagrario de la residencia Vitalia de Leganés para llevarla al Severo Ochoa: “Me dijeron que era imposible, que se había dictaminado que los abuelos no podían ser desplazados a los hospitales, pero el médico me decía que allí no tenían oxígeno, test para hacer pruebas ni material sanitario para poder atender a todos los abuelos. Estaban vendidos”.

Francisca celebrando un cumpleaños junto a sus hijas.

Morir en soledad

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Él vive con la angustia de no poder saber cómo fueron los últimos momentos de su madre Sagrario en la residencia, igual que Pury, a quién su padre Julián, de 89 años y que tenía un problema duodenal, la llamó pidiéndole ayuda y quejándose de que tenía hemorragias, pero tampoco le llevaron al hospital y acabó falleciendo: “Lo peor es la sensación de vacío que te deja el no saber a quién has enterrado porque ves una caja con la cinta aislante y te dicen que quien está dentro es tu padre. Te lo tienes que creer, no hay más”. Emilia, la hija de Francisca, había pasado el coronavirus, así que tuvo la oportunidad de poder entrar a ver su madre después de fallecer, algo que al menos consiguió aliviar un poco su dolor: “Agradezco a la residencia que me dejara hacerlo porque mi angustia era no saber en qué estado físico estaba mi madre y pude ver que estaba cuidada”.

Tomás junto a uno de sus nietos.

Todos los familiares son conscientes de que las residencias de mayores no estaban preparadas para una crisis sanitaria de esta envergadura y que tampoco desde las administraciones les proporcionaron los medios materiales y humanos suficientes: “¿Qué iba a hacer un director de residencia con lo que tenía?”, se pregunta Emilia. “Hasta ahora, estos centros habían sido sitios para lucrarse, un hotelito para los ancianos”. Creen, por tanto, que si sus padres hubiesen estado con ellos durante aquel mes en el que se paró el mundo, a día de hoy muy probablemente estarían vivos, o que, al menos, no les quedaría esa terrible sensación de que fueron abandonados a su suerte. Una suerte a la que les condenaron únicamente por ser dependientes y mayores. La herida que para estos cuatro hijos será muy difícil de cerrar es no haberse podido despedir de que quienes tanto hicieron por ellos. Ante la pregunta de qué les dirían si ahora mismo les tuviesen delante, la respuesta es unánime: “Gracias por todo, os queremos”.

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