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Juan Gómez Bárcena: "En España no hay ningún tipo de memoria del proceso colonizador de América"

El escritor Juan Gómez Bárcena.

En esta novela hay tres Juanes. Está Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), autor de Ni siquiera los muertos (Sexto Piso), una novela que atraviesa los siglos para perseguir las huellas de la violencia colonial en México. Está Juan, el soldado castellano empleado por la corona para perseguir al último Juan, el indio Juan, un indígena que ha cometido el pecado de traducir la Biblia del latín al español. La persecución, una referencia nada velada a El corazón de las tinieblas, se estira a lo largo del tiempo para pasar por el declive del imperio, la independencia mexicana, el narcotráfico, por la violencia machista, por la migración, hasta la última parada: la candidatura electoral de Trump y la promesa del muro. 

P. Cuenta en los agradecimientos que en un primer momento descarta la idea de embarcarse en esta novela. ¿Cuándo y por qué decide finalmente ponerse con ella?

Respuesta. En un primer momento, la idea iba a estar más acotada al siglo XVI, a la parte inicial de la novela, y creo que entonces la sensación que tuve es que no tenía los suficientes conocimientos, no ya de la España colonial, sino del mundo azteca. Pensé que era una novela que no escribiría nunca. Creo que fue vital la candidatura de Trump a las elecciones de Estados Unidos, porque comienzo a ver que se despiertan en sus discursos determinados mensajes de odio que me recuerdan muchísimo a los discursos del colonialismo español. Me fui documentando sobre el tren de La Bestia, por ejemplo, y la novela se convierte en un intento de constatar la pervivencia del colonialismo y el racismo. En el momento en que se me ocurre la idea de vincular ambas épocas, de repente todo lo que no funcionaba echa a andar.

P. Tanto en Kanada como en este caso, el periodo que se aborda suele ser considerado la historia de otros: el Holocausto no se considera historia de España, y tampoco se considera como propia la historia de Nueva España, el actual México. ¿Por qué ese interés por un pasado que suele considerarse ajeno?Kanada

R. Yo también me he hecho esa pregunta varias veces. Al final la respuesta que me he ido dando es que me siento como un antropólogo en la forma de abordar la literatura: el antropólogo se dirige a regiones lo más remotas posible para constatar las diferencias, pero también los paralelismos y las similitudes. Mi idea es encontrar elementos que pueden parecer ajenos a lo que estudiaríamos en el instituto, pero que en último término también hablan de nosotros. En Kanada se trataba de explorar el Holocausto, pero también desposeerlo de sus denominaciones para acabar hablando de cualquier forma de totalitarismo y de dominio opresivo. Aquí por un lado está el vínculo con España, aunque sea a través de que Nueva España fue durante varios siglos una colonia, pero además es una historia poco contada en la literatura. Al mismo tiempo, México me parecía un buen escenario para contar la historia del capitalismo, que por supuesto es también española en la medida en que estamos subidos al mismo tren.

P. Una vez escrita la novela, ¿qué conductos hay en esta historia a priori ajena que llegan hasta usted y al mundo en el que vive?a priori

R. Yo diría que, fundamentalmente, lo que se refleja en la novela es que tenemos que ser hoy día conscientes de que, pese a que podamos creer que vivimos en un mundo más exento de violencia o más libre, que en cierto sentido lo es, la violencia y la dominación no han desaparecido, sino que tienen una inmensa capacidad de mutar, como la imagen de la muda de la serpiente que aparece en varios momentos del libro. Los discursos siempre retoman elementos del pasado y los ordenan de otra manera para que parezcan nuevos, y en ese sentido todavía hoy escribimos un discurso que aparta a gran parte de la humanidad, un discurso, además, que cada vez ha estado más centrado en el dinero. Las promesas que al principio de la novela ofrecía el capitalismo, de igualdad y libertad, finalmente han acabado fructificando de manera perversa, porque solo apelan al flujo monetario, y no a los seres humanos. Parece que hemos hecho una revolución para los objetos, pero no para las personas. 

P. En el libro se interesa por la relación entre capitalismo e imperialismo, un imperialismo que en el caso español no suele tenerse en cuenta en la memoria colectiva.

R. Sí, es verdad que cuando se cuenta esa historia de imperialismo se pone más el acento en los momentos inmediatos de la conquista y en el instante en que ese imperio cae por completo, pero a mí me interesaba contar qué pasó en esos casi tres siglos de historia en los que gran parte de América fue colonia española. No somos muy conscientes de en qué modo se ejerció ese dominio, y tiende a simplificarse por un lado o por otro: hay gente que sostiene la idea de que España fue una luz para América y que todo hay que interpretarlo en clave filantrópica; y hay gente para la que España era una especie de tirana y los indígenas eran pueblos benignos en los que nosotros introdujimos la semilla de la maldad. No estoy de acuerdo ni con una visión ni con otra, y la novela pretende abordarlo.

P. A raíz de las protestas del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos se ha abordado la cuestión de las estatuas de Colón y, con ella, una revisión de la historia colonial española. ¿Cree entonces que tenemos una conversación pendiente? ¿Cómo le gustaría que fuera?la cuestión de las estatuas de Colón

R. Creo que hay una conversación pendiente, sí, sobre todo teniendo en cuenta que hay una gran asimetría en esta relación: hasta donde yo sé, los mexicanos tienen muy presente la historia de la colonización española, y sin embargo nosotros lo tenemos muy poco presente. Algo que yo me pregunté al respecto es: sí, hay una crisis nacional a raíz de la pérdida de las últimas colonias, de Cuba y Puerto Rico, pero ¿qué supuso para España la pérdida del 95% de su territorio cuando se producen, en la década de los veinte y treinta, la mayoría de las emancipaciones? No hay ningún tipo de memoria del proceso colonizador de América; como mucho, hay memoria del mal llamado descubrimiento, y creo que está bien que nos fijemos en eso. También es verdad que a veces los procesos de reparación histórica que nos pedimos o nos piden pueden ser muy superficiales: quitar o poner una estatua no me parece muy significativo, frente a ser verdaderamente conscientes, por ejemplo, de qué residuos han quedado de ese dominio colonial.

P. Entre los dos Juanes de la novela existe una diferencia sustancial: uno es español, y se le pregunta con extrañeza por qué tiene una mujer india, por ejemplo, y al otro se le conoce como el indio Juan. ¿Por qué le parecía importante que, dentro del reflejo que propone, hubiera esta distancia?

R. Porque me sorprendió hasta qué punto esta diferencia esencial era perceptible en las crónicas. Son parte fundamental de la novela los niños indígenas que fueron educados por franciscanos y que fueron utilizados de manera flagrante como agentes de la nueva fe. Sin embargo, a pesar de haberles dado una educación intelectual y haberles enseñado incluso filosofía, luego no se les permitía ordenarse, ni se les proporcionaba un verdadero acceso a los estudios superiores. Nos encontramos con que había una serie de indígenas que quedaron en un terreno limítrofe, que no podían ni regresar a la comunidad de la que habían sido extirpados ni formar parte verdaderamente de la nueva comunidad. Digamos que esta fue la primera semilla de la novela: yo me pregunté qué sería posteriormente de estos niños, a qué se dedicaron cuando crecieron, cómo vivieron esta exclusión. Es algo sobre lo que no tenemos siquiera fuentes, entre otras cosas porque las fuentes son mayoritariamente españolas, al menos en el siglo XVI.

P. ¿Cuál es la relación entre la historia y la literatura en trabajos como Kanada o esta novela? No se nos presentan como novelas históricas, pero la presencia del pasado y la memoria son obviamente muy relevantes.Kanada

R. Para mí la prioridad está siempre puesta en la ficción, y la historia actúa como telón de fondo o como un campo de pruebas del que emergen a veces algunas semillas o ideas. Creo que las novelas que habitualmente llamamos novelas históricas deberíamos llamarlas historias noveladas, porque hay mayor énfasis en el lado de la historia, y a mí eso no me interesa tanto. Pero el proceso de documentación no lo vivo como ningún tipo de conflicto, porque para mí es parte intrínseca de la escritura, y, lejos de ser un obstáculo, suele ser un acicate para que se me ocurran nuevas ideas, subtramas o reflexiones. Mi proceso creativo procede de la documentación.

P. Pero, pese a darle un mayor peso a la ficción, hay aspectos de sus novelas que son relevantes precisamente porque así sucedieron realmente.

R. Una de las misiones que yo le doy a mis textos es concebir la literatura como testimonio, o como redención o reparación de ciertos discursos olvidados o despreciados de la historia. Me interesa señalar aspectos de la historia poniendo el acento en lugares en los que habitualmente no se pone. En ese sentido, es un proyecto benjaminiano, un rescate de las voces que generalmente no hablan. Pasaba también en Kanada: habitualmente nos cuentan o bien las experiencias de los verdugos en el Holocausto o bien el testimonio de las víctimas nada más salir de los campos. Pero lo que me interesaba es: ¿y qué pasa con esas personas que vuelven a casa pero siguen siendo despreciadas y ni siquiera tienen ya el derecho de elevar su voz porque en teoría viven en un mundo libre de antisemitismo? En este caso, quería poner el acento en personajes que aparecen pululando por las crónicas pero siempre como personajes terciarios. Se trata de recobrar un pedazo de la historia que está perdido y que solo se puede recrear a partir de la imaginación. Precisamente porque solo a través de la empatía podremos llegar a esos personajes que no tuvieron voz.

P. “Ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence”, dice Benjamin. Pero, ¿quién es el enemigo aquí?

‘El cielo de Lima’, de Juan Gómez Bárcena

'El cielo de Lima', de Juan Gómez Bárcena

R. El enemigo, más que un agente o una institución, es determinado discurso de poder que atraviesa la historia de la humanidad. Por supuesto, hay mil diferencias entre el colonialismo español del XVI, el caciquismo del XIX y el neoliberalismo del XXI, pero también hay ciertos aspectos que se han mantenido. Y esos poderes que vemos transformarse en la novela son precisamente emanaciones de ese enemigo que va recorriendo el tiempo y que va orillando determinadas partes de la humanidad a un lugar marginal. También por ello situaba junto a la cita de Benjamin, de manera un tanto irónica, la cita de Trump, que dice quién es para él el enemigo, y para él el enemigo es toda la humanidad, y si piensas que la humanidad es el enemigo es porque piensas que eso también te incluye.

P. En las críticas y reseñas del libro que se han ido publicando, se hace mención a escritores mexicanos como Emiliano Monge o como Valeria Luiselli. Como hemos dicho, esta novela parece ser leída como un tema mexicano escrito por un autor español. ¿A qué genealogía pertenece este libro?

R. Más que miembro de la literatura española, en el sentido de la España peninsular, tengo más bien una sensación de patria lingüística, y para mí son tan contemporáneos y tan patriotas autores como Borges, Cortázar, Bolaño o Rulfo, que diría que son los que más me han influido, como otros autores españoles, europeos o norteamericanos. La comunidad en la que me siento más integrado es la de la literatura hispanoamericana. Cada vez se están difuminando más esas fronteras, que se ven cada vez más ridículas. Quizás hace un siglo tenía más sentido establecerlas, porque si yo hubiera nacido en 1884 y no en 1984 no habría tenido acceso a lo que se publicara en otros países. Pero hoy día cada uno puede escoger más las referencias con las que se reconoce o de las que parte. A mí no dejan de sorprenderme esas distinciones nacionales.

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