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El linchamiento de Fernando Simón

Gaspar Llamazares

“Los ánimos, cada vez más amargados por la presencia de los males, irritados por la insistencia del peligro, abrazaban con mayor disposición aquella creencia [los rumores acerca de propagadores voluntarios]: la cólera aspira a castigar”.

Manzoni en 'Los Novios'.

Uno se pregunta a qué viene el encarnizamiento personal con Fernando Simón, director del Centro de Control de Alertas y Emergencias Sanitarias, nombrado en su momento por un gobierno conservador y respaldado por el actual gobierno de izquierdas, y sobre todo cuando ya no es el portavoz habitual, como lo fue en otro momento de la pandemia, una vez finalizado el largo confinamiento y la polémica desescalada con algunas CCAA, que hoy seguramente estarán echando de menos aquellos tiempos de menor exigencia y responsabilidad.

El linchamiento no es algo nuevo en tiempos de pandemia, recuérdense si no a cristianos, judíos, brujas, extranjeros, enemigos, untadores… y tampoco ha respetado precisamente a quienes han representado la respuesta religiosa, científica, médica o de salud pública, pero confieso que uno hubiera deseado que perteneciera solo a la historia de la ignorancia, y no a estos tiempos nuestros de la razón, el Big Data y la tecnología digital. Al parecer no lo es tanto para la derecha populista.

Tampoco el alanceamiento de los máximos responsables de salud pública es exclusivo de la derecha española y ni siquiera sus argumentos son originales. La derecha más extremista, y en particular las derechas populistas de nuevo cuño, han convertido a los expertos y a los organismos de salud pública como la OMS en su oscuro objeto de rechazo y linchamiento. Así lo han hecho Donald Trump, Bolsonaro y buena parte de la extrema derecha europea. La bien llamada alianza de las avestruces que prefieren no mirar de frente a la pandemia y en consecuencia se apuntan a la inmunidad de rebaño.

Los argumentos son tan fútiles como coincidentes, incluyendo tanto las críticas a posteriori como a priori: que si la tardanza en la respuesta inicial y la falta de contundencia en las medidas, que si después los excesos del confinamiento y de las medidas de distanciamiento, pero sobre todo frente a los cambios de criterio de la ciencia, por ejemplo con respecto a la transmisión, los test y las mascarillas, en lógica respuesta a la evolución de la pandemia y el conocimiento de nuevas evidencias.

Así ha ocurrido con el memorándum de Trump, filtrado por la casa Blanca contra Antony Fauci, experto del CDC, al que se le acusa de minimizar inicialmente la pandemia, de menospreciar la transmisión asintomática y de no considerar necesaria hasta ahora la generalización de la mascarilla. Casualmente las mismas críticas de la extrema derecha europea a la Organización Mundial de la Salud y al ECDC y también las mismas que la derecha española le han venido haciendo a Fernando Simón.

Una primera explicación del recrudecimiento de estas descalificaciones postconfinamiento podría ser el conocimiento y la valoración pública de un técnico cualificado del ministerio convertido, como sus homólogos de otros países, para bien o para mal en un personaje, y la necesidad de los medios de identificarlo y caracterizarlo desde el punto de vista personal. Eso explicaría desde las camisetas alusivas como icono o como un héroe en algunos sectores, hasta la sistemática descalificación, incluido el insulto, en los medios y las redes sociales más conservadoras, sea con excusa o sin ella. Una parte de la llamada infodemia.

Otra razón, ésta más política, podría ser la intención de las derechas de seguir manteniendo en el imaginario colectivo la responsabilidad en esta nueva fase de la pandemia de Fernando Simón y con ello del Ministerio de Sanidad y el Gobierno central, como una suerte de cortina de humo para ocultar las competencias y la evidente responsabilidad de los gobiernos de las CCAA en la fase de control de la pandemia. Precisamente cuando los rebrotes se incrementan y aparecen más claras las dificultades de cualquier administración, en anticiparse y cortar la transmisión del covid-19, sea cual sea su color político, para garantizar su control y evitar una nueva oleada.

No en vano el Partido Popular ha cambiado una vez más su discurso para mantener el no a todo que ha caracterizado su estrategia política de oposición a la gestión de la pandemia, paradójicamente cuando su seguidismo de la extrema derecha se ha demostrado un estrepitoso fracaso, tanto en su nula capacidad de condicionar la gestión del Gobierno, que ha cedido a Ciudadanos todo el protagonismo, como en su más que pobre resultado electoral. En realidad, la nueva victoria con mayoría absoluta de Feijóo en Galicia ha puesto en evidencia que habría un amplio margen para otra política conservadora. Una estrategia moderada que sin embargo la dirección de Casado ha desaprovechado.

Así, después de primero haber reprochado una reacción tardía al covid-19 como lugar común, para luego decir lo contrario frente al Estado de Alarma, por excesivo, estricto y al parecer por tener motivaciones autoritarias ocultas al rebufo de Vox, asegurando por contra que había medidas legales de salud pública que lo hacían innecesario. Ahora, sin embargo, le exige al Gobierno la puesta en marcha de una nueva legislación, a medio camino de la de alarma, que le dé más poder y flexibilidad a las CCAA, así como la elaboración de un plan B, que en un derroche de imaginación han denominado de pandemias, para coordinar la respuesta en esta nueva fase de control a los nuevos brotes y garantizar la prevención de otras oleadas.

Con todo ello, la derecha hace gala de nuevo de una amnesia y un cinismo ilimitados. Porque fueron ellos precisamente quienes se resistieron primero y luego boicotearon durante casi una década el desarrollo reglamentario y la aplicación de la Ley General de Salud Pública aprobada en 2011, los mismos que luego, en plena pandemia, la reclamaron como el instrumento legal idóneo que paliaría los efectos indeseables del Estado de Alarma, y que también contiene, entre las previsiones que ellos no desarrollaron, la puesta en marcha de estrategias como la que ahora reclaman como plan B.

Y son también los que pretenden tanto ocultar el reciente Decreto de Nueva Normalidad que supuso su vuelta al acuerdo, después de sucesivos rechazos a la prórroga del confinamiento, como asimismo ignorar el Plan de Respuesta Temprana en la actual fase de control, publicado el 13 de julio y sometido ya a valoración del consejo interterritorial del Sistema Nacional de Salud. En ambos se incorporan los indicadores y supuestos para hacer frente a los brotes, así como las medidas y los instrumentos de coordinación de las competencias autonómicas y centrales, en particular de salud pública y sanidad exterior.

La cuestión fundamental que pretenden obviar, sin embargo, es si las CCAA gobernadas por las derechas, más allá de las críticas sistemáticas a Fernando Simón y al gobierno central, han cumplido con estos indicadores y criterios, con respecto a la detección, la atención a los casos y el seguimiento y aislamiento de contactos, reforzando la atención primaria y el personal y los recursos de salud pública.

En definitiva, tal parece que fuese del mayor interés el morbo y el linchamiento personal. Pero, sobre todo, estamos asistiendo en los últimos días a un exorcismo para conjurar en el personaje de Fernando Simón a los demonios particulares de la derecha seguidista de la extrema derecha: el papel de la ciencia, de la política democrática y de su intervención a lo largo de la pandemia frente al mero darwinismo de mercado.

En palabras de Iván Krastev en Cómo la pandemia cambiará el mundo, las crisis que más disfrutan los gobiernos autoritarios son las que ellos mismos fabrican… y no les gustan las crisis que obligan a responder con normas. Rechazan por tanto la agenda impuesta por una pandemia sin enemigo reconocible, más allá del virus, la hiperactividad del mercado y la fragilidad social.

Mar gruesa en la segunda ola de la pandemia

Mar gruesa en la segunda ola de la pandemia

El maligno que se intenta expulsar no es otro que la salud pública, y en ella el consenso de la ciudadanía con las limitaciones, las medidas excepcionales y las normas encaminadas a garantizar ante todo la salud colectiva, la solidaridad y a recuperar la seguridad pública. Algo que la extrema derecha, al parecer, no puede tolerar, si no es en manos de un cirujano de hierro que gestione el miedo frente a un enemigo imaginario, convenientemente estigmatizado como problema de orden público, como los inmigrantes, las feministas, los homosexuales... Por eso, al parecer, ahora le toca a los científicos, y entre nosotros a Fernando Simón.

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Gaspar Llamazareses fundador de Actúa.

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