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La educación no formal en ciencia
Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Es posible que no haya una frase mejor para definir lo que ha sucedido con el conocimiento científico desde que llegó el coronavirus a nuestras vidas. Tras muchos años en la sombra, las noticias científicas aparecen continuamente en los medios y son tema de conversación, lo que supone una gran oportunidad para la ciencia, así como para su comunicación y divulgación.
La sociedad en general se ha dado cuenta del valor y la importancia que tiene la investigación, y de que constituye una herramienta esencial en la lucha contra el coronavirus que ha paralizado el mundo y causado gran sufrimiento. Además, se ha demandado información científica de calidad y los expertos han estado ahí para responder. Sin embargo, es importante no creer que el covid-19 es el único reto al que nos enfrentamos. Ahí está esperando para golpearnos con igual o superior fuerza el cambio climático, cuyas consecuencias en la salud veremos pronto en Europa con enfermedades tropicales difíciles de curar. Las bacterias se están haciendo multirresistentes y la resistencia a los antibióticos será, más pronto que tarde, un problema tangible. Y, por si esto fuera poco, vendrán otras pandemias con agentes infecciosos que desconocemos a día de hoy. Estos retos, entre muchos otros, como la digitalización de la sociedad o la sostenibilidad energética, además del impacto inesperado de la actual pandemia, requieren respuestas desde las ciencias sociales a las matemáticas, pasando por las ingenierías o la biomedicina. Además, demandan no solo inversión y esfuerzo en investigación, sino también el que la sociedad esté formada e informada con rigor científico, pues solo así se entenderán los problemas a los que nos enfrentamos y se demandarán soluciones basadas en la evidencia a quienes deben tomar las decisiones. No nos puede volver a pasar que solo nos acordemos de la ciencia “cuando truena”.
Para alcanzar este objetivo la educación en ciencia debe llegar a todos los niveles y, por ello, traspasar el ámbito meramente académico y formal. Esto supone no solo enseñar ciencia en colegios, institutos y universidades, donde, evidentemente, debe estar muy presente, sino llevarla también a donde está la gente. ¿Y dónde está la gente? A las personas les gusta estar en ambientes informales, relajados, con amigos… en los que se habla de todo y de nada. Esta es la idea que ha llevado a que surjan iniciativas que presentan el conocimiento científico en esos espacios, lo que podríamos considerar una educación no formal en ciencia. En este contexto creamos Ciencia con Chocolate en 2011, bajo los auspicios de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular (SEBBM). Durante cuatro años se organizaron charlas coloquio sobre variados temas científicosen la Chocolatería Valor de la calle Ibiza en Madrid; eso sí, acompañados de una buena taza de chocolate. Teniendo en cuenta que todo al cacao sabe mucho mejor, era una manera de divulgar diferente, pero muy efectiva. Además, no dejaba de lado el rigor, ya que los ponentes eran investigadores activos, expertos en biomedicina, cambio climático, astrofísica… o en el tema en concreto del que se iba a hablar. En 2015, Ciencia con Chocolate dejó paso al programa Jam Science, que cambió el chocolate por la cerveza. La misma idea, distinto escenario. Estas charlas aún se estaban haciendo en el bar de copas Moe Club, en la calle Alberto Alcocer de Madrid, cuando llegó la pandemia. ¿Qué ambiente puede ser más distendido y divertido para aprender que el que se crea al escuchar a un ponente junto con unos amigos y una cerveza, refresco o copa en la mano? En 2016 iniciamos también Ciencia en Pangea, un viaje por el conocimiento una vez al mes en la Agencia de viajes Pangea, en la calle Príncipe de Vergara de Madrid. Este programa, también vigente hasta el comienzo de la pandemia, sigue el mismo principio que los mencionados anteriormente: divulgar ciencia con rigor y calidad en un ambiente alejado de lo académico y lo formal. Se podrían mencionar muchas otras iniciativas, como Ciencia con Tres Encantos, en un restaurante en Tres Cantos; Ciencia A Banda, en una arrocería en Alcobendas; o Pint of Science, de alcance internacional. Esta última surgió en 2013 y consiste en un festival que se celebra anualmente durante tres días simultáneamente en bares de todo el mundo con charlas de temáticas muy diversas. Y cada vez surgen más propuestas, porque hay muchas y muy buenas ideas para hacer llegar el conocimiento científico a toda la gente. Sin embargo, aún es limitado el reconocimiento de esta labor a los investigadores como parte esencial de su trabajo, y no solo como algo voluntario a realizar en su tiempo libre. Si se diera ese reconocimiento, todavía serían más los que se animarían a invertir y dedicar tiempo en este tipo de educación no formal fuera de las aulas.
Todas estas iniciativas comparten el objetivo de formar e informar, de una manera amena y entretenida, sobre cuestiones científicas y el trabajo de los investigadores a todo tipo de público. La divulgación debe tener un poco de todo eso para poder llegar a la gente menos formada en temas científicos o técnicos. Sin embargo, estos aspectos deben estar acompañados de rigor a pesar de la sencillez con la que se explican los temas. Este compromiso es clave y estos proyectos demuestran que es posible contar temas complejos de forma sencilla y accesible, de manera que sean atractivos y entendibles para la gente de a pie. Porque, además, el público que acude a estas charlas es de lo más variopinto: de adolescentes a jubilados, de universitarios, tanto de ciencias como de letras, a personas sin estudios. Todos con el rasgo común de buscar respuestas.
Amenidad con rigor y sin juicios
En estos años hemos identificado que la gente tiene preguntas: por curiosidad, porque ha oído o le han contado, porque ha visto en redes sociales, porque tiene miedo… y necesita tener respuestas. Por eso hay que preparar las charlas al nivel de las preguntas esperables, sin apabullar en los contenidos, sin prepotencia ni desprecio a las ideas preconcebidas por absurdas que puedan ser desde la visión científica. Por eso no vale una conferencia que ya se ha usado en un congreso o en un aula, siempre hay que adecuarla. Un aprendizaje necesario para los ponentes que, además, acaba siendo muy satisfactorio para la práctica totalidad de los mismos y que —y esto hay que decirlo— participan de manera totalmente altruista con la única recompensa del interés de los asistentes. Algo que también hay que reconocerles a los locales, que ceden el espacio sin coste alguno y ayudan en todo lo que está en su mano.
En nuestra experiencia, el éxito de estas charlas no reside en la propia conferencia, ni en el local, aunque sean ambos factores importantes, sino en lo que viene después: las preguntas y el debate. La posibilidad que tiene el público de preguntar directamente al experto, sin tarimas ni atriles de por medio, sobre un tema científico es lo verdaderamente característico de estos proyectos. Si a la cercanía del ponente le sumamos que el ambiente es relajado y nada académico, el resultado es un montón de preguntas o de objeciones, sin vergüenza ni miedo a plantearlas. Las personas, en sitios relajados sin la sensación de ser juzgados, perdemos el temor a hacer preguntas que pensamos que podrían ser estúpidas. Que luego, dicho sea de paso, nunca lo son.
Otro aspecto que demuestran estas iniciativas es la existencia de investigadores dispuestos a dar respuestas, a poner su conocimiento al servicio de la sociedad. En España tenemos gente muy preparada y accesible para responder a la demanda de información por parte de la sociedad, ya sea por necesidad, como en estos últimos meses, o por curiosidad e interés. Hay que dejar de lado la idea de que la única forma de responder a nuestras inquietudes es tecleando para buscar en internet, sin ningún tipo de control de la veracidad de los contenidos. Nuestros investigadores han demostrado ser capaces de responder a la demanda de información y están preparados para contribuir a la educación de la sociedad y, ya de paso, de los políticos, en pro de una mejor toma de decisiones basadas en los datos científicos disponibles.
Quizá, en esta nueva normalidad que nos está tocando vivir, se consolide la divulgación y la educación no formal en ciencia, que tendrá que buscar cauces alternativos mientras dure la necesidad de distanciamiento físico, antes de volver a bares, chocolaterías y otros ambientes no académicos. La sociedad se ha mostrado dispuesta a saber más, a aprender y a preguntar, y los científicos tendremos que seguir dando respuestas.
* Margarita del Val trabaja en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa CSIC-Universidad Autónoma de Madrid, y Begoña García Sastre y Enrique J. de la Rosa ejercen en el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas.
*Este artículo está publicado en el número de septiembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí