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Aquí me cierro otra puerta

Díaz Ayuso y el secuestro de la libertad

Quique Peinado

"Limitar la libertad va contra mis principios, pero la prudencia nos obliga a aplicar nuevas restricciones". Para anunciar las medidas que, tarde, mal y con mucha menos contundencia que en otros lugares con una situación epidemiológica mejor, había tomado la Comunidad de Madrid para evitar que nos veamos metidos en otro drama inimaginable de muertes, pérdidas económicas y limitaciones de todo tipo, la presidenta Díaz Ayuso nos pedía perdón. Perdón porque la libertad es lo primero para ella. Tan importante que salvar vidas, el futuro educativo de nuestros hijos y nuestra economía, que no soportaría otro colapso aunque fuera 10 veces más pequeño que el de marzo y abril, no es suficiente. Lo hace, tarde y mal, obligada por una realidad a la que decide no anticiparse por voluntad propia, y lo que nos restringe es, atención: no podemos ir a los toros, no nos podemos reunir más de 10 personas, se nos reduce el aforo en algunos lugares públicos (no es que no podamos ir, es que igual no tenemos mesa a la primera) y no podremos bailar en las bodas. Esto durante 15 días. En sus principios la posibilidad de acelerar la muerte de alguien, un niño sin escuela o el sufrimiento extremo de nuestros sanitarios y profesores está en el mismo escalón moral que tu libertad para reunirte con tus 10 colegas de pádel o mamarte en una boda.

PP, Ciudadanos y Vox sumaron casi el 50% de los votos en Madrid. De PP y Ciudadanos doy por hecho que están de acuerdo con este pesar de Díaz Ayuso, que para eso son gobierno, y creo que me juego una mano y no la pierdo si digo que los de Vox pensarán eso o una más gorda. Defienden la libertad, dicen, un concepto básico como ese, con el que supongo que no estarían muy de acuerdo los siete ministros franquistas que fundaron el partido de la presidenta pero sí la inmensísima mayoría de los madrileños y los españoles. Sin embargo, me cuesta creer que casi el 50% de los madrileños consideren un esfuerzo tremendo no bailar Paquito el ChocolateroPaquito el Chocolatero en la boda de su 'cuñao' o ir a un restaurante 'solo' de 10 en 10 durante 15 días cuando ven que en la capital tenemos la peor situación epidemiológica de Europa y que vamos a dejar a los niños en el colegio con un miedo atroz. ¿Son menos defensores de la libertad? No, evidentemente. Simplemente tienen un mínimo de patriotismo, que no es otra cosa que sacrificarte por los otros que componen tu patria.

Esa defensa liberal de la libertad no es más que la más alta cota del egoísmo y el culmen del antipatriotismo. Emparenta a Díaz Ayuso con un negacionista que dice que no puede respirar por llevar una mascarilla que puede evitar la muerte de tu abuelo. Emparenta a Díaz Ayuso con cualquier persona que no quiera sacrificar ni un mínimo de comodidad personal por los demás, conlleve esto las consecuencias que conlleve. Y si las secuelas más graves van a ser para las zonas de Madrid con peor situación epidemiológica, que resulta que son las personas que quizá menos le importen a Díaz Ayuso y a los defensores de su libertad, pues miel sobre hojuelas. Puedo ejercer mi egoísmo y que lo paguen mayoritariamente pobres, sanitarios que tocan los cojones con sus reivindicaciones y profesores que montan huelgas y son mis enemigos. La jugada es maestra.

El problema de todo esto es que la bandera sea la libertad. España es una de las democracias plenas del mundo y, con todos sus tremendos defectos, ostenta unos niveles de libertad muy amplios a los que creo que no han contribuido demasiado los conservadores de este país en los últimos 80 años. Al final, libertad es igual a privilegio, a egoísmo y a lucha de clases desde arriba hacia abajo. Cambiaron terminologías tóxicas por palabras de consenso para seguir su lucha. Y les va bien.

Pero estoy absolutamente convencido de que una inmensa mayoría de madrileños, apabullante, casi unánime, está dispuesta a hacer muchos más sacrificios personales por el bien de todos en esta pandemia. De todo signo político y condición social. Y que desearía que nuestro liderazgo se centrara mucho más en el bien común que en el intento de mantener el privilegio del discurso. Y que la palabra libertad no estuviera secuestrada.

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