Cultura
Mario Benedetti 'cumple' 100 años rodeado de sus amigos y conectado más que nunca con sus lectores
En este 2020, muchos cumpleaños se han quedado confinados. La tarta triste de no tener comensales, las velas abandonadas hasta 2021. Pero no el de Mario Benedetti: algunos de los amigos que hizo en su estancia española se reunían el lunes, 14 de septiembre, en la sede del Instituto Cervantes en Madrid, para celebrar el centenario de su nacimiento, más de una década después de su muerte en Montevideo. El regalo era, primero, una antología seleccionada y prologada por Joan Manuel Serrat y editada por Alfaguara, una especie de adenda a El sur también existe, el disco que firmaron juntos en 1985. Y después el recital, en el que viejos amigos —Joaquín Sabina, el editor Chus Visor, el periodista Juan Cruz, Benjamín Prado— y nuevos alumnos —los poetas Elvira Sastre y Marwan, los músicos Ismael Serrano, Vanesa Martín y Rozalén— recorrieron algunos de los poemas clave del uruguayo, como “Defensa de la alegría”, “Corazón coraza” o “Currículum”.
Entre el público, enmascarado y distanciado como exigen los tiempos, los versos sonaban como suenan las canciones viejas. Estaban los greatest hits que han resonado a lo largo de generaciones, y estaban los poemas desconocidos que aguardan en una larga bibliografía a que alguien los adopte. Luis García Montero, director del Cervantes y colaborador de infoLibre, alababa la presencia en la antología, entre otros, de dos títulos que suelen pasar desapercibidos: Poemas de la oficina (1953-1956) y Testigo de uno mismo (2008). “Quiero incidir en algo muy importante: aparte de su calidad literaria, que yo he defendido desde siempre, Mario Benedetti tiene el valor de haber conectado con la gente, de haber emocionado, algo a lo que no debe renunciar ningún tipo de apuesta literaria, y tampoco la poesía”, alababa García Montero. “Habló del lenguaje de la gente, de la vida, no apostando por una distinción entre la poesía y los hijos de vecino”. Por los versos recitados se paseaba el hastío ante la jornada laboral que no termina, la melancolía del exiliado que sabe que su país corre sin él, la ilusión del enamorado cándido.
En la antología, Joan Manuel Serrat —que bromeaba con arrepentirse de haberse embarcado en tal empresa— distinguía tres etapas vitales que fueron también poéticas: la vida previa al exilio, la del exilio y la del desexilio. Nada es tan sencillo, y el músico señalaba que también esta última podía dividirse en dos: una época en la que él “piensa que va a poder participar en el mundo que le va a tocar compartir” a su regreso, y otras más oscura, “cuando advierte que el siglo XX ha cambiado todas las reglas del juego”, algo que le lleva a la renuncia. Tan imbricadas están vida y obra en Mario Benedetti que, al componer la antología, se descartó pronto el orden temático que se había esbozado en un principio: “No daba una dimensión de lo que le estaba ocurriendo a él”, defendía. El urugayo es para él “un poeta cotidiano no solamente en la búsqueda del lenguaje, sino del poeta en su tiempo”.
Táctica y estrategia
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El relato de su tiempo, un tiempo convulso, incluía la militancia por la transformación social en Uruguay, la represión del golpe de Estado que le llevaría a huir del país. El exilio por Argentina y Perú primero, recorriendo una Latinoamérica que se desmoronaba, y luego a España, en Palma de Mallorca y Madrid, donde se instaló en el barrio obrero de Prosperidad. Aquella era la casa que conoció Serrat cuando, después de haber musicalizado a Antonio Machado y Miguel Hernández, le propuso a Benedetti hacer lo mismo con sus versos. El autor de Primavera con una esquina rota no solo aceptó, sino que reescribió sus propios poemas para adecuarlos a las exigencias de la canción. El músico agradecía al escritor su “acercamiento a una mayoría popular”, haber entendido “la canción como un arte”. En el volumen, Serrat identifica hasta 200 versiones musicalizadas de sus poemas.
Desde mediados de los ochenta hasta pocos años antes de su muerte, Mario Benedetti alternó temporadas en Uruguay, donde intentaba adaptarse al desexilio —el vocablo que encontró él para hablar de un regreso que no era tal—, y España, un hogar que nunca pudo sustituir a su tierra. Durante los meses europeos, pudieron conocerle y frecuentarle Luis García Montero, con quien compartió actos culturales y círculos de militancia, Benjamín Prado, que recordaba un bar por Plaza de España, epicentro de las conspiraciones amistosas, y Chus Visor, que editó su poesía desde que el uruguayo se instaló en Palma de Mallorca y hasta el final. También le recordaba Joaquín Sabina, que le conoció ya en Montevideo, o Ismael Serrano, que contó cómo osó acercarse tembloroso al poeta, en un vuelo trasatlántico, para entregarle su primer disco.
Quienes no le conocieron, también hablaban de los momentos que compartieron con él. Recordaban, en realidad, su acercamiento a la poesía a través de la obra de Benedetti, la puerta luminosa a un mundo que se fue ensanchando con el tiempo. Todos los participantes destacaban la conexión del cumpleañero con las nuevas generaciones, cómo seguía siendo pese a los años un referente poético para esos jóvenes a los que se acusa de no leer. La práctica parecía confirmarlo.