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La liberal Portland se convierte en el símbolo de la división en EEUU

Manifestación en Portland, el 4 de junio de 2020.

Jueves, 10 de septiembre, norte de Portland (Oregón). Manifestantes de Black Lives Matter (BLM) se han dado cita para pedir la reapertura de la investigación sobre la muerte de Patrick Kimmons, el hombre negro de 27 años al que la policía municipal Portland (PPB, por sus siglas en inglés) disparó nueve veces en 2018 causándole la muerte.

Una treintena de personas, casi todas blancas, se encuentran reunidas en torno a Letha Winston, la madre. Hace años que esta mujer, menuda e incansable, organiza estas concentraciones. En un primer momento los congregados eran pocos pero, desde la muerte de George Floyd, los participantes se cuentan por decenas, llegando a ser cientos otras veces.

Hace mucho tiempo que la educación es historia. Bajo la supervisión de voluntarios médicos y de un reducido equipo de ciclistas que bloquean las calles, el grupo se congrega primero ante la comisaría local. Llaman “cerdos” a los policías que ven en el parking. A los blancos que los graban en la calle, les recuerdan que sacar el teléfono no es suficiente para superar el racismo sistémico.

¿El hombre al volante de su vehículo que se queja al verse atrapado por los manifestantes? Recibe numerosos insultos. Más adelante, cuando los manifestantes bloquean un cruce, un motociclista se abre paso a la fuerza. “El otro día, alguien le dio un puñetazo a una participante”, cuenta Jahdi, el joven que coordina la protesta.

Entre la tensión y la determinación, la pequeña concentración encarna el clima actual de Portland, una ciudad de 653.000 habitantes, situada en un enclave natural del noroeste de EEUU. Esta localidad de imagen liberal (en el sentido anglosajón del término, que viene a significar algo así como “progresista”), inmortalizado por la serie Portlandia, que lo presenta como un refugio hippie para ciclistas y amantes de la comida vegana –“El sueño de los 90 está vivo en Portland”– se ha convertido en el epicentro de las manifestaciones Black Lives Matter.

Antes de que los incendios en la zona provocaran la cancelación de muchas concentraciones, la ciudad, una de las más blancas de los Estados Unidos con un 77,1% de residentes blancos, había sido escenario de movilizaciones diarias desde la muerte de George Floyd a finales de mayo. Este entusiasmo es revelador del despertar antirracista constatado entre los estadounidenses blancos de izquierdas en los últimos años.

Algunas concentraciones estuvieron salpicadas de enfrentamientos nocturnos con la Policía, provocados por elementos radicales pertenecientes al movimiento antifascista Antifa.

Donald Trump, deseoso de presentarse como el “presidente de la ley y el orden” para tranquilizar al electorado de los suburbios, se adueñó de estas imágenes de violencia que circulaban en un bucle en la galaxia mediática conservadora. El objetivo de Trump es hacer de esta ciudad demócrata el símbolo de la América sin fe ni ley fruto de la virtual victoria de Joe Biden el 3 de noviembre.

Un “islote liberal”

Qué más da si las manifestaciones son sobre todo pacíficas. En julio, envió más de 100 agentes federales armados de varios departamentos gubernamentales (inmigración, protección de fronteras, antinarcóticos, etc.) para proteger un tribunal del centro de la ciudad. La decisión, tomada sin la aprobación de las autoridades locales, fue traumática para los habitantes, cuyo centro urbano se transformó repentinamente en un campo de batalla.

Impactantes resultaron las imágenes de los manifestantes, violentamente arrestados sin motivo, gaseados o arrestados en furgonetas camufladas. Pero también sublevaron a los manifestantes, ya al límite después de semanas de tensas confrontaciones con la Policía. A mediados de agosto, habían provocado 41 incendios, arrojado proyectiles a las fuerzas del orden durante al menos 58 noches y destrozado el mobiliario urbano durante 49, según datos de la Policía, que declaró 17 disturbios entre finales de mayo y mediados de agosto.

A finales de agosto, la tensión volvió a crecer cuando un miembro del grupo de extrema derecha Patriot Prayer fue asesinado en las calles de Portland por un hombre que decía ser de Antifa, que Donald Trump describe como una organización terrorista. El asesinato ocurrió coincidiendo con una concentración de 600 miembros de Patriot Prayer, llegados a la ciudad con pistolas de paintball.

La muerte, que dio lugar a un rifirrafe verbal entre Trump y el alcalde Ted Wheeler, no fue una sorpresa en la ciudad. La extrema izquierda y la extrema derecha se codean y chocan durante hace mucho tiempo en Portland. Si bien la ciudad es conocida por el activismo de sus asociaciones antifascistas, que se remonta al asesinato de un estudiante etíope a manos de tres skinheads en 1988, en la periferia rural y conservadora se concentran grupos nacionalistas como los Proud Boys y los Patriot Prayer, que odian Portland y los valores que representa.

El hecho de que su importante electorado permita a los demócratas gobernar Oregón no ayuda. No es una coincidencia que varios republicanos electos estén presionando para que los condados rurales se anexen al vecino y más conservador Idaho.

Estos grupos de derechas, motivados por la victoria de Donald Trump, han llegado en masa a la ciudad, desencadenando un aumento de la tensión. En 2017, dos hombres fueron apuñalados por un supremacista blanco en el metro-tranvía de Portland después de que le pidieran que dejara de lanzar insultos racistas e islamofóbicos a dos adolescentes negras.

Shirley Jackson, profesora de estudios étnicos de la Universidad Estatal de Portland, describe la ciudad como un “islote liberal” en un estado, Oregón, cuyo pasado racista suele desconocerse. Hasta principios del siglo XX, su constitución prohibía a los negros establecerse allí y los matrimonios birraciales estaban prohibidos.

Hoy en día, con un 86,7% de blancos, Oregón sigue siendo uno de los estados más blancos de Estados Unidos. “Los negros que quisieron quedarse fueron azotados 39 veces por cada seis meses que se quedaban”, explica. “Oregón era una utopía blanca, creada a mediados del siglo XIX para evitar los desórdenes que vivían los otros estados durante la guerra de Secesión por la esclavitud”.

Cambiar el sistema que lleva a romper cristales

En la ciudad, poco o nada hay del caos que describe Donald Trump. Los lugareños dicen que los medios de comunicación exageran los enfrentamientos con la Policía. Son escasos y tienen lugar principalmente por la noche y son obra de una minoría radical que no representa Black Lives Matter. Los actos de vandalismo se limitan a algunos juzgados del centro, edificios de la Policía e incluso el edificio del alcalde Ted Wheeler.

A mediados de septiembre, el centro de Portland estaba muy tranquilo y en gran parte solo frecuentado por los sin techo. Numerosos comercios, cerrados previamente debido al covid-19, había levantado barricadas para evitar eventuales saqueos. El imponente edificio del tribunal Mark O. Hatfield, donde se concentraron las escaramuzas con las fuerzas federales, estaba rodeado de vallas. Sólo unos pocos indigentes se encontraban en la zona.

Cameron Whitten, activista afroamericano residente desde hace mucho tiempo en Portland, está cansado de que los reporteros le hablen de los daños causados a los edificios: “Los cristales rotos no ayudan a la causa, pero, personalmente, nunca he roto nada. Estoy aquí para cambiar el sistema que conduce a romper ventanas. Nunca hablamos de las madres negras que mueren en los hospitales durante el parto por falta de cuidados adecuados, desalojos masivos, de fracasos escolares que arruinan vidas”.

Porque con su aire acogedor, Portland ha seguido excluyendo a las comunidades minoritarias, en particular mediante la gentrificación, fenómeno por el cual las poblaciones más pobres, a menudo no blancas, son expulsadas de los centros urbanos por el aumento de los precios de la vivienda debido al asentamiento de personas blancas más ricas. “Portland es la prueba de que puedes ser una ciudad progresista pero no inclusiva”, subraya Whitten. “Tenemos que cerrar la brecha de la riqueza entre negros y blancos. Hemos hecho discriminación positiva y creado programas de empleo, pero eso no ha contribuido a acabar con esas disparidades. Le han dado a los políticos una razón para darse palmaditas en la espalda cuando la situación es preocupante”.

Entre un presidente pirómano, grupos radicales que buscan gresca, activistas decididos de Black Lives Matter, sin mencionar la facilidad de comprar un arma en Oregón, es difícil ver cómo las cosas pueden calmarse. Sobre todo porque republicanos y demócratas se culpan de la escalada.

“Algunas personas están muriendo porque los conservadores se arrogan el derecho de llevar armas a las manifestaciones y de provocar a personas de opiniones diferentes”, añade Whitten.

“De mí han dicho que era una mierda trumpista, un racista. Nos golpean con objetos. Algunos de los nuestros se enfadan cuando estos anarquistas tratan de infiltrarse en nuestros mítines”, explica Paul Schmardebeck, entrevistado en una concentración propolicial Back The Blue, el viernes 11 de septiembre, en las afueras de Portland.

Dice estar preocupado por la reciente decisión del alcalde demócrata de la ciudad, Ted Wheeler, de prohibir que la Policía emplee gases lacrimógenos durante las manifestaciones. En Portland, su uso se ha asociado al desarreglo de los ciclos menstruales y a problemas respiratorios de los manifestantes. “Veo mucho odio y emoción en la izquierda. Si tratas de cuestionar sus ideas, se muestran violentos”, añade Schmardebeck.

Los históricos incendios que actualmente asolan Oregón cristalizan este tenso clima político. Varias cuentas que respaldan la teoría de la conspiración pro-Trump QAnon y al menos un republicano han difundido rumores infundados de que Antifa estaba detrás de algunos de los incendios. “Esto va a terminar en una especie de guerra civil”, teme Laura Swain, partidaria de Donald Trump que vive en el sur de Portland.

En medio de estas tensiones, algunos residentes se muestran hastiados. “Después de las elecciones, Portland va a verse sometida a una dura prueba. Si Trump sale derrotado, sus partidarios querrán vengarse en Portland. Si resulta reelegido, podríamos conocer una situación muy violenta”, estima Shirley Jackson, profesora de estudios étnicos en la Universidad Estatal de Portland. “Unos y otros hace mucho tiempo que pelean por existir en el pequeño escenario que es Portland. Ahora todo el mundo está mirando para ver cómo terminará el espectáculo”.

Del 'Black Lives Matter' al 'antigitanismo': un viaje por la discriminación social e institucional de este colectivo en España

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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