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Los datos dicen que la Presidencia de Trump es una de las peores desde el 'crack' del 29

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Romaric Godin (Mediapart)

Realizar un balance económico de las presidencias de EE.UU. supone siempre un reto. Las políticas económicas federales son sólo una parte de las políticas del país, y a menudo son el resultado de compromisos alcanzados entre el Congreso y la Casa Blanca.

La Presidencia de Donald Trump, que perdió la mayoría en la Cámara de Representantes en las elecciones de 2018, no es una excepción a esta dificultad. Pero obviamente es la pandemia del covid-19 la que hace que cualquier balance sea peligroso.

En marzo de 2020, la economía de Estados Unidos, como la mayoría de las economías del mundo, entraba en un período muy turbulento. Se trata simple y llanamente de la crisis más virulenta desde la Gran Depresión de los años 30. Las estadísticas de fin de mandato confirman este hecho.

En abril, la tasa de desempleo de la economía estadounidense alcanzó el 14,7% de la población activa, el nivel más alto desde los años posteriores al crack de 1929. Y aunque ya ha caído hasta el 7,9%, se trata de un nivel históricamente alto para Estados Unidos, sólo superado cuatro veces desde 1950. En cuanto al PIB, en el segundo trimestre de 2020 apenas superó su nivel del mismo período en 2017. Según estas cifras, la Presidencia de Trump es una de las peores en términos económicos desde la presidencia de Herbert Hoover entre 1928 y 1932.

Hay que reconocer que marzo de 2020 marca la entrada de la principal economía mundial en otra era y otra lógica. La Administración Trump no puede ser responsable de este desastre por sí sola. Una crisis mundial de este tipo difícilmente puede dejarse atrás en unos pocos meses. Además, la política sanitaria del país sólo depende muy parcialmente de las autoridades federales. Pero el hecho es que este balance también es de Donald Trump, así como el balance de 1932 fue sin duda el de Hoover. Por varias razones.

En primer lugar, conocemos las ambigüedades del presidente ante esta pandemia, sus titubeos, sus mensajes sanitarios contradictorios, su invitación a reanudar la actividad demasiado rápido. Todo esto ha repercutido en la forma en que Estados Unidos ha tenido que hacer frente a la crisis sanitaria y a la magnitud de ésta.

A ello se añade el hecho de que se ha dado una respuesta política a la crisis con el anuncio, a finales de marzo, de un plan global por valor de dos billones de dólares; o lo que es lo mismo, el 20% del PIB nacional. Este plan, como la acción aún más temprana de la FED, ha ayudado sin duda a limitar el daño económico.

Sin embargo, si nos fijamos en una serie de cifras, Estados Unidos finalmente está demostrando cierta resistencia. En el segundo trimestre, el PIB cayó un 9,1% interanual. Es un descenso mucho menor que en la zona euro (-15%) o en Alemania (-11,7%). Desde el verano, algunas cifras han sido alentadoras.

El empleo, como hemos visto, se ha recuperado, aunque principalmente impulsado por la creación de puestos de trabajo en los sectores más afectados por el confinamiento (ocio, restaurantes, hoteles) donde el gasto estival ha sido importante. Como señala la economista Véronique Riches-Flores en una nota publicada el 5 de octubre: “La mejora del empleo en estos sectores sacrificados por la crisis sanitaria no logra sanear los demás sectores de actividad en los que la creación de empleo se redujo casi sistemáticamente en septiembre con respecto a agosto”.

Pero la situación en septiembre ya parecía estabilizarse en un nivel bajo. El gasto de los consumidores seguía estando un 5% por debajo de los niveles previos al confinamiento. Sin embargo, sin una recuperación significativa, los beneficios de las empresas no serán suficientes para lograr una recuperación sostenible del empleo.

Existe entonces el riesgo de una recaída en la que los bajos ingresos de los hogares y los riesgos del empleo limitan el gasto y arrastran la economía a una espiral recesiva. Tanto más cuanto que la epidemia repunta, como en todas partes, y los impulsores del crecimiento en el mundo son, como mínimo, tímidos. La situación es bastante similar a la de Francia, por ejemplo. La situación es de un precario desequilibrio.

En resumen, el plan de marzo, que incluía un pago directo a los hogares para compensar la falta de un verdadero seguro de desempleo, ya no parece ser suficiente. “Los datos sobre los ingresos de los hogares, silenciados por las noticias, por lo demás tranquilizadoras, nos recuerdan que sin un programa de recuperación dirigido directamente a los desempleados, la situación se volverá rápidamente crítica”, señala Véronique Riches-Flores.

Pero el Congreso, dividido entre las Cámaras demócrata y republicana, no puede llegar a un compromiso en medio de la campaña electoral. Las posiciones de ambos partidos están muy alejadas, ya que el primero insiste en la protección social y el segundo en la reducción de impuestos. Nada parece posible antes de las elecciones. Por eso Donald Trump suspendió las negociaciones el 6 de octubre. Todo ello retrasará este apoyo tan necesario.

Sin embargo, Christopher Dembik, economista jefe del Saxo Bank, considera que algunas de las medidas del primer plan siguen vigentes, lo que supone un pequeño respiro para la finalización del nuevo “estímulo adicional”, que sin embargo considera “indispensable”. Para él, este plan que se está negociando debería ser, además, “más efectivo que el plan francés, por ejemplo”.

Por dos razones. En primer lugar, parece que tanto demócratas como republicanos han comprendido que se necesita un plan masivo de acción “en los próximos meses”. En segundo lugar, debido a la construcción institucional de EE.UU. “Siempre conseguimos llegar a un compromiso haciendo concesiones políticas ante las demandas de los grupos de presión”, explica. Dicho esto, en realidad qué más da quién sea el presidente, las medidas coyunturales americanas se apoyan más en las necesidades de la economía.

Desde luego Donald Trump algo tiene que ver en las actuales dificultades de la economía de su país. Pero la respuesta económica podría, a pesar de sí mismo, estar a la altura (y no tanto gracias a él como gracias a la cooperación entre su secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, la FED y el Congreso). Obviamente, la respuesta será coyuntural y la crisis, probablemente más profunda. Su gestión implicará sin duda alguna a varias presidencias.

Hasta el 2020, la continuidad

Donald Trump, por otro lado, no parece estar cambiando el tono. Está haciendo una campaña basándose en los mismos temas que en 2016: la reducción de impuestos y el pulso con China. Añade la satisfacción de ver cómo los mercados financieros baten récord tras récord (sin tener nada que ver con ello). La posición de Trump es, desde este punto de vista, bastante comparable a la de Emmanuel Macron en Francia: se muestra convencido de que su estrategia de precrisis es la correcta incluso después de la crisis. La diferencia es que en Estados Unidos hay contrapoderes efectivos.

Pero, ¿esta idea es errónea? El balance de la Presidencia de Trump hasta marzo de 2020 deja más bien perplejo. Por una parte, estamos ciertamente lejos de la catástrofe prometida por algunos, pero por otra parte, estamos también lejos del radiante balance que el presidente saliente se concede a sí mismo.

Así, durante los tres primeros años de la Presidencia Trump, la tasa de crecimiento anual de la economía de EE.UU. fue del 2,3% en 2017, del 3% en 2018 y del 2,2% en 2019. Un informe de finales del año pasado del comité bipartidista de presupuesto del Congreso (realizado por un representante demócrata) recogía que el crecimiento medio de los primeros 11 trimestres de Barack Obama y los primeros 11 trimestres de Donald Trump fue el mismo (2,6%). De forma global, el informe destaca la continuidad económica entre las dos presidencias.

Aunque la tasa del 3% en 2018 puede explicarse por el programa de reducción de impuestos, no es nada excepcional para Estados Unidos. En 2015, el crecimiento también había alcanzado el 3,1%. Dada la magnitud de los recortes fiscales (dos billones de dólares de endeudamiento adicional a largo plazo), podemos ver que estamos lejos de “la mayor política económica de la historia de EE.UU.”, como afirmó Donald Trump en enero pasado en Davos.

Christopher Dembik, por su parte, considera que “la ganancia es pequeña y a muy corto plazo en relación con el costo incurrido”. El economista no identifica un verdadero "cambio de paradigma", ningún efecto en la inversión productiva, ningún cambio en las prácticas de optimización fiscal, ninguna reubicación industrial masiva.

En cuanto al empleo, Donald Trump ha podido afirmar que ha reducido la tasa de desempleo a un nivel muy bajo: 3,5% en febrero de 2020, el nivel más bajo desde abril de 1969. Pero, una vez más, la tendencia parece haber continuado desde la era de Obama, que redujo la tasa de desempleo del 10% en octubre de 2009 al 4,7% en enero de 2017.

Obviamente, cuanto más nos acercamos al pleno empleo, más difícil es reducir el desempleo. Pero el Gobierno de Trump pudo contar con una mejora en la tasa de participación de la población activa, que se elevó al 83,1% en enero de 2020, un nivel cercano al 84% de principios de la década de 1990. Pero la recuperación ya había comenzado en medio de la segunda presidencia de Barack Obama.

Por lo tanto, la economía de los Estados Unidos siguió creando puestos de trabajo antes de la catástrofe de 2020, pero no hubo ningún efecto de aceleración debido a la política de Trump, especialmente su política comercial, que es un privilegio presidencial.

Según la mayoría de los estudios, la guerra arancelaria con China incluso ralentizó el ritmo “normal” de creación de empleo al reducir la visibilidad y la confianza de los líderes empresariales. La creación de empleo industrial bruto entre 2017 y 2019 no fue mucho mayor que bajo la presidencia de Obama. En términos netos, un estudio muestra incluso que entre 2017 y 2018 se destruyeron a nivel mundial los empleos industriales.

Así que la guerra comercial no ha impulsado realmente el empleo industrial, ni ha reducido significativamente la tasa de crecimiento y ha hecho que la inflación se recupere. Christopher Dembik advierte del efecto óptico de un tema que ha obsesionado a los medios de comunicación y que se ha puesto en el centro del debate por ambos gobiernos en Washington y Pekín.

Pero las medidas reales se han limitado a ciertos productos. Cuando los aranceles se convirtieron en disuasivos, se produjo un desplazamiento medido de la producción de China a Vietnam, sin que realmente cambiara la situación económica interna de Estados Unidos. Los empleos creados al otro lado del Atlántico han sido tradicionalmente empleos de servicio o de tecnología, que son difíciles de deslocalizar.

Esta falta de efecto es claramente un fracaso del pensamiento económico trumpista según el cual el fin de la “ingenuidad con China aceleraría el crecimiento de Estados Unidos. Durante la campaña, Donald Trump se interesó mucho por el déficit comercial, viéndolo como un signo de debilidad económica y como prueba de que “el dinero de EE.UU. financiaría a China”.

Sin embargo, el déficit comercial con China se mantuvo muy alto. En 2019, alcanzó los 345.000 millones de dólares, su nivel más bajo desde 2014, pero eso fue después de un año récord de más de 400.000 millones de dólares (en el que las importaciones chinas se aceleraron gracias a la reforma fiscal). Más importante aún, el déficit general es de 854.000 millones de dólares en 2019, uno de los más altos en la historia de Estados Unidos con el año 2018. En resumen, la guerra comercial con Pekín sin cambiar las estructuras de la economía de EE.UU. no ha tenido realmente un impacto económico.

Pero esto no significa que esta política no haya tenido consecuencias. Al tratar de romper el vínculo complementario entre los déficits de Estados Unidos y los superávits de China, Donald Trump ha acelerado el deseo de China de romper su dependencia del mercado estadounidense y desarrollar sus propias capacidades. Todo esto lleva tiempo, pero podría tener fuertes repercusiones en el futuro.

El último punto que cabe destacar es el de la desigualdad. Como se sabe, el neoliberalismo en Estados Unidos ha aumentado las desigualdades raciales y de ingresos. Si bien la mejora del mercado laboral había contribuido a reducir la pobreza, que en 2019 había alcanzado un nivel oficial del 12,9% por debajo de su nivel de 2005, las cifras del World Inequality Database en materia de desigualdad antes de impuestos mostraban un alto nivel de estabilidad entre 2017 y 2019. En esos tres años, el 1% más rico posee el 20,5% de los ingresos mundiales, mientras que el 50% más pobre posee el 12,7%. Esta sigue siendo la brecha más alta desde 1915.

Esto no tiene nada de sorprendente. El modelo económico que persigue Donald Trump implica dar prioridad a los ingresos del mercado de valores, los bienes inmuebles y los beneficios empresariales, que a menudo terminan en paraísos fiscales. Con su reforma fiscal, el presidente saliente ha empeorado aún más la tendencia.

En 2019, el índice de Gini, que mide la desigualdad, alcanzó un nivel récord desde 1967 de 0,485 (en Francia se acerca a 0,3). En general, el ingreso medio, que ha seguido aumentando, se ajusta, en términos reales, por lo tanto, a la inflación, tras haber estado prácticamente estancado durante ocho años. Por lo tanto, la política de Trump ha seguido siendo la de una economía basada en la rentabilidad del capital a expensas del trabajo. Hay que reconocer que los salarios se aceleraron un poco bajo la presidencia de Trump, impulsados por el pleno empleo.

Pero un aumento del 3,45% del salario real medio entre 2016 y 2019, mientras que la tasa de desempleo alcanzó el 3,5%, muestra precisamente lo débil que es esta redistribución a favor del trabajo. Además, el salario semanal medio real sigue siendo inferior al de 1977.

En resumen, la Presidencia de Trump es, hasta marzo de 2020, una presidencia de continuidad económica. “El elemento central de la economía estadounidense es la política monetaria y la financiación de las empresas”, explica Dembik. Así que se producido un efecto de ciclo que ha continuado y promovió el acceso al empleo y la creación de empleos.

Los desvaríos y tuits de Trump no cambiaron mucho la realidad sobre el terreno. Sin embargo, con la crisis del coronavirus, las cartas han vuelto a barajarse. En un país que ya es muy desigual y que se encuentra convaleciente, esta crisis tendrá que ser gestionada para mantener un cierto nivel de vida. Esto sin duda requerirá un completo cambio de paradigma, digno del de los años 1934-36. No está claro que Donald Trump sea capaz de hacer frente a semejante desafío.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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