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Muros sin Fronteras

Bolivia, kilómetro cero

Ramón Lobo

Empecemos por el final: Evo Morales nunca ejerció de dictador. Fue el primer presidente indígena en un país de mayoría indígena. Su presidencia trajo estabilidad a un país rico en hidrocarburos proclive a los golpes de Estado, a las asonadas palaciegas y a la pobreza endémica. Mejoró el nivel de vida de la gente y así se lo reconoció The Wall Street Journal, un diario populista y de extrema izquierda, como todo el mundo sabe. El error de Morales fue creerse imprescindible. Nunca debió modificar la Constitución para garantizarse un tercer mandato y mucho menos forzar las leyes para lograr un cuarto. No preparó un sucesor porque los líderes carismáticos no suelen dejar que crezca una competencia a su alrededor.

Una parte de la política y del periodismo mundial (en unos países más es que en otros) se mueve en una simplificación irresponsable de la realidad. Es una pésima costumbre que conduce al error de apreciación y a las malas decisiones. Con Morales, la simplificación fue equipararle con Rafael Correa y Hugo Chávez, con los que ha tenido numerosos puntos en común, pero alejado de su necesidad histriónica de estar siempre en el centro de la foto. Morales prefirió el papel de líder discreto centrado en su país.

La simplificación mayúscula consistió en mantenerle en el mismo bando de Nicolás Maduro. Es complicado sumergirse en las particularidades de cada país y cada mandatario si todo es un revoltijo ideológico que no busca solucionar problemas sino vender motos. Morales no es Maduro, pero le copió al final algunos de sus errores.

Por ahí anda Donald Trump persiguiendo el voto latino en Florida, que será transcendental en las elecciones del 3 de noviembre. Califica a Maduro de dictador, pero nunca explica por qué sigue en el poder, por qué no ha logrado su sustitución. Quizá Vladimir Putin tenga algo que decir. Maduro es un poco como Sadam Husein, un comodín que sirve para desviar la atención. El primero da juego en los mítines; el segundo, lo daba en los bombardeos.

El EE.UU. de toda la vida ha dividido el mundo en tres zonas: nuestras casillas; las de los rusos (habrá que empezar a escribir chinos) y las que están por conquistar. En América Latina solo hay una: las nuestras. Cualquier reducción de influencia es un ataque al principio de Monroe: “América para los [norte]americanos”. Hubo casillas en disputa, y otras perdidas como Cuba, Nicaragua y tal vez la Venezuela de Chávez (que siguió vendiéndoles petróleo). Y batallas en Chile, Uruguay, Perú, Panamá, El Salvador, Guatemala, entre otros. Los políticos de EE.UU. no son buenos en los matices ni en la letra pequeña en las relaciones internacionales. Les falta formación en Geografía y en Ética.

Trump busca garantizarse el voto cubano y conquistar el venezolano en Florida. En la zona de Orlando viven cerca de un millón de puertorriqueños desplazados por el huracán María unido a la pésima gestión de la Administración Trump, que los dejó tirados. Votarán a Biden. Es uno de los 14 Estados en los que se juega la elección presidencial.

Volvamos a Bolivia. La decisión de Morales de concurrir a un cuarto mandato le restó apoyos entre la clase media, a menudo criolla, y entre los indígenas. El golpe de palacio pasó a ser un golpe militar con bendiciones en Washington. Parecía una copia de lo ocurrido en Honduras contra Manuel Zelaya, un conservador que se hizo liberal.

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La autoproclamada presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, se declaró lideresa y de raza blanca cuando son evidentes sus rasgos indígenas. Era la representante de los más ricos y blancos del país, que se habían cansado de oír hablar de justicia y reparto de la riqueza. Las elecciones del domingo, en las que Luis Arce, el candidato del partido de Morales, ha ganado la presidencia en la primera vuelta de manera rotunda, son un regreso al punto de partida. Una nueva oportunidad para la izquierda boliviana.

Ha pasado un año y Bolivia no es la misma. Los países y las sociedades no admiten los botones de pausa y mucho menos los de rebobinado. Arce deberá contar con la minoría rica y poderosa que destronó a Morales. Por eso ha anunciado un gobierno de unidad. La sociedad rica debe aceptar que Bolivia no es una finca de su propiedad, que tiene una mayoría indígena y unos recursos de hidrocarburos que deben beneficiar a la totalidad del país.

La mayoría indígena debe aprender que para lograr objetivos sostenibles es necesario pactar, ser pragmático. En estos tiempos trumpistas en los que todo se escora muy a la derecha, tanto que se sale de la pista de la democracia, la victoria de Arce es una bocanada de esperanza. Ojala no la estropee y aprenda de los errores de su antecesor. Una de las claves será el papel de Evo Morales: ¿volverá a Bolivia, ejercerá de mentor o se mantendrá en un segundo plano para recuperar su lugar en la historia de su país? Para el mundo que todo lo simplifica, la oportunidad se llama recuperar la cordura. Suerte a todos los concursantes.

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