Medio ambiente
Así es el "ambicioso y creativo" plan 'verde' de Vox: agua que no existe, defensa de energías sucias y árboles contra la "superstición" climática
Aunque a veces no lo parezca, el candidato de una moción de censura como la fracasada del pasado jueves tiene la obligación de presentar al Congreso su programa de Gobierno. Y aunque a veces no lo parezca, la extrema derecha tiene un programa medioambiental o, como ellos prefieren llamarlo, "conservacionista" y "ecológico". Consiste, según explicó en la Cámara baja Santiago Abascal, en regar millones de hectáreas de la "España vaciada", plantar muchos árboles y apostar por las energías renovables y la nuclear mientras se sigue sosteniendo a las industrias emisoras del país. Como en el resto de su discurso, los argumentos verdes del candidato contienen bulos, manipulaciones y ausencias clamorosas de información, aunque para el número tres de la formación, Iván Espinosa de los Monteros, se trata de un plan "ambicioso y creativo". Para los ecologistas y para cualquier experto en gestión del agua, las promesas de Abascal no tienen sentido: no se puede utilizar un recurso que no solo no existe, sino que va a menos por consecuencia de un cambio climático que los ultras tachan de "superstición".
El plan hidrológico de Abascal ocupó buena parte de los escasos minutos que el candidato fallido utilizó para explicar sus planes medioambientales para España. "Hay que inundar de regadío la España vaciada", defendió este miércoles. "Tenemos el deber de llevar agua a donde se necesita, a todos los españoles que la necesitan". El partido ultraderechista apuesta por crear trasvases que conecten todas las cuencas de la Península Ibérica, para llevar recursos hídricos a zonas en riesgo de desertificación y crear "2 millones y medio de hectáreas" de nuevos cultivos. Para el líder de la formación, el agua es un recurso infinito que no moja los suelos de todo el país "porque estos señores", en referencia al resto del hemiciclo, "no quieren llevarla".
Abascal puso de ejemplo a Murcia: "La región ha recibido 300.000 puestos de trabajo en 25 años" gracias al trasvase Tajo-Segura, y "ha frenado el proceso de desertificación". En esta comunidad autónoma y en otras zonas del conocido como "Levante" español se levanta la llamada "huerta de Europa", un auténtico imperio del regadío que, a golpe de invernadero, reparte frutas y hortalizas a toda Europa. No sería un problema si no fuera porque el modelo es insostenible, en el sentido estricto del término. Además de suponer un impacto en el entorno, con un Mar Menor muerto por la aportación de fertilizantes y químicos, sencillamente utiliza más agua de la que tiene y, como denuncian cientos de kilómetros arriba, le quita al río Tajo litros y litros de agua que necesita para formar un ecosistema sano. Abascal no solo quiere mantener esta industria agroalimentaria, sino extenderla a otras partes del territorio español.
"Vamos a decirlo en palabras muy sencillas: es completamente disparatado criar verduras y hortalizas en un desierto, y eso es lo que estamos haciendo en Murcia. Pero vamos a ver, si allí justamente lo que no hay es agua y esos son cultivos que demandan mucha. Es hacerlo exactamente al revés. Pero claro, a ver quién le dice a Murcia que no, que cierren la huerta y que se dediquen a otra cosa. Políticamente nadie se va a atrever, pero va a llegar un momento que no quedarán más cáscaras". Así lo defendió, en una entrevista con infoLibre, el investigador de Cambio Global del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Fernando Valladares. El ingeniero agrónomo Santiago Barajas, de Ecologistas en Acción, pone cifras: "En España, con 4,1 millones de hectáreas regadas, no cabe ni una más de regadío. El ya existente consume en buena parte de las zonas más del recurso anual renovable".
El exdiputado y experto Pedro Arrojo, premio Goldman (considerado el Nobel verde) por su oposición al trasvase del Ebro que ideó Aznar, explicó, en otra entrevista para este periódico, que "no podemos aspirar a gastar más agua. Es suicida". No solo porque no la hay, sino porque no la va a haber: está demostrado que el cambio climático reduce las precipitaciones y aumenta la evotranspiración, es decir, la cantidad de agua que vuelve a la atmósfera desde la superficie. Por lógica, tampoco aspira, como defiende Abascal, a construir más trasvases, tampoco más embalses. Lo considera "demagogia del hormigón": no ayuda a nada trasladar de un lado a otro un recurso menguante.
La referencia estratégica al "conservacionismo"
Arrojo lamentaba la política del agua que se ha impuesto en España con una metáfora: la de la gallina que da huevos de oro y que, por ambición desmedida, hemos matado para hurgar en su interior en búsqueda de más metales preciosos. Y aseguraba que, incluso, desde la derecha estadounidense, más cercana al "conservacionismo" que defiende Abascal que a ninguna postura ecologista, le preguntan: "¿Pero aún estáis con esto?". Son conscientes de que el agua es un recurso valiosísimo que debe gestionarse con prudencia y racionalidad. "Han entendido que es mejor cuidar al bicho que abrirle las tripas".
Al igual que sus referencias a la "iberosfera", la alusión de Abascal al "conservacionismo" como base ideológica de sus políticas medioambientales no es casual. Se alinea con las posturas que ha defendido durante décadas tanto la derecha neoliberal internacional como los movimientos fascistas, nazis y neonazis: sin cambiar un ápice del sistema económico que acelera la crisis climática y expolia los ecosistemas, defender el cuidado de la naturaleza y la protección de especies en peligro de extinción. El líder ultraderechista reivindicó "el respeto al legado natural que hemos recibido de nuestros padres". En un nuevo marco populista, aseguró que su postura era la "ecología de verdad" frente al ecologismo, que históricamente ha defendido modificaciones estructurales no solo para conservar lo ya existente, sino para revertir su destrucción.
"Ustedes siguen en la ancestral adoración de la madre Tierra y de los fenómenos atmosféricos. Están en la superstición de cada tormenta de cada huracán de cada volcán y cada sequía. Ustedes han comprado una superstición", acusó Abascal. De esta manera, no solo se separó del "consenso progre" –evidencia científica incontestable– de que el cambio climático tiene origen humano y pone en riesgo nuestro modo de vida, también de la evidencia de nuevo absoluta de que el calentamiento global agrava y aumenta la frecuencia de dichos "fenómenos atmosféricos" que pueden causar desastres naturales.
El líder de Vox llevó a cabo una curiosa táctica para, sin dejar de cuestionar la crisis climática, desgranar su agenda para combatir el calentamiento global, consciente de que el "consenso progre" es ya demasiado poderoso como para que la Unión Europea te permita ser presidente de un país y negacionista. "Voy a dar por bueno su dogma", afirmó, justificando así que tuviera en sus planes medidas climáticas.
Defensa de industrias contaminantes
Abascal aseguró que la contribución de España a las emisiones globales de CO2 es de un 0,7% como justificación para limitar la ambición climática del país, un dato correcto. Aseguró que "las principales economías se niegan a la reducción de sus emisiones", lo que es mentira. China, blanco de todas las críticas de Vox y mayor emisor del planeta sin tener en cuenta su población, anunció hace unas semanas que buscará no emitir más de lo que compensa en 2050 y los analistas le dan credibilidad. Sobre estas asunciones, el presidente de la formación ultraderechista se opuso al cierre de centrales térmicas de carbón, muy contaminantes, y de industrias como la del automóvil, y culpó de las clausuras a las "posiciones" del Gobierno.
La realidad, más compleja, es que la industria del automóvil está mucho más atenazada por los límites de emisiones que impone Bruselas, que les obligan a apostar por un vehículo eléctrico que no cuenta con la infraestructura suficiente, que por una política gubernamental que ni siquiera ha publicado aún en el Boletín Oficial del Estado ningún tipo de restricción a la tecnología fósil. La consecuencia es la deslocalización: las firmas buscan, ante el desafío de la transición energética, trasladar sus centros de producción cerca de sus oficinas responsables de la innovación y el desarrollo. Con las centrales de carbón pasa parecido: el Ministerio de Transición Ecológica no las cerró, sino que las dejó caer. Ya no eran rentables por las imposiciones ambientales de la Unión Europea ni necesarias para mantener la producción eléctrica del país.
El líder de Vox, sin embargo, atacó este cierre, asegurando que España compra electricidad sucia, generada con carbón, a Marruecos, a través de las interconexiones que cruzan el Estrecho. Es cierto: sin embargo, tal y como argumenta el gabinete que lidera la vicepresidenta Teresa Ribera, la limitación de estas prácticas depende de la Unión Europea, que podría establecer un precio al carbono en frontera que desincentive el trasvase. En todo caso, en ningún momento la luz sucia proveniente del vecino africano sustituye la capacidad perdida por las centrales españolas: ha sido sustituida, mayoritariamente, por energías limpias.
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"Invirtamos en energías inagotables y también nuclear para que España sea autosuficiente en el consumo eléctrico", reivindicó Abascal, que lamentó que el país contara con uno de los precios de la electricidad "más caros" de Europa. El problema de la factura de la luz no se inauguró con el mandato de Ribera: es una suma de factores en las que se encuentra, una vez más, el precio al CO2 impuesto por el club comunitario. La reforma eléctrica impulsada por el Gobierno cuenta entre sus objetivos con rebajar este coste de los consumidores. En lo que tiene razón el candidato fallido de la moción de censura es en que el Ejecutivo no es un entusiasta de la energía nuclear: Ribera pactó con las eléctricas su cierre cuando agotaran su vida útil. Las compañías estaban de acuerdo. No les sale rentable esta tecnología.
La falsa solución mágica de los árboles
Por último, Abascal, dentro de su plan "creativo" para atajar los problemas medioambientales, propuso una solución "biodegradable" y "ecofriendly": plantar árboles. "Se puede aumentar la absorción de CO2. ¿Cómo? Creando sumideros, señorías", exhortó el diputado ultraderechista. Es de sobra conocida la capacidad de las plantas para absorber el dióxido de carbono restante de la atmósfera. Es la misma estrategia que defendió el año pasado Antonio Brufau, el presidente de Repsol: una de las empresas más emisoras del planeta. Sin embargo, los expertos consideran que, si bien se trata de una estrategia útil, no deja de ser complementaria. De ninguna manera España podría cumplir con los objetivos de recorte de emisiones solo con reforestaciones. Y además, la biodiversidad de los ecosistemas también se puede poner en peligro.