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Plaza Pública

IDA y MAR, acrónimos víricos

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid

Jesús Parralejo Agudo

Poco antes de irrumpir en nuestras vidas el dichoso covid-19, se acercó a Madrid para recibir la medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes el filósofo italiano Gianni Vattino, regalándonos un titular impagable: “Espero morir antes de que reviente todo”. Entre cagón y provocador, el italiano, cuya reputación intelectual no seré yo quien ponga en cuestión, parece sugerir la huida hacia adelante como solución al entramado de crisis que nos asolan, todas supeditadas hoy a la pandemia universal.

Pero son los dirigentes políticos españoles –visto lo visto, lo de líderes es para descojonarse– quienes parecen juramentados para dar la razón al italiano en la segunda mitad de su frase. Empezando por la liaison contranatura que enhebra el gobierno de la patria y terminando por los pespuntes constitucionales que han abocado a los ciudadanos a sufrir un Estado de las autonomías que nació atropellado por la urgencia de sellar un pacto de convivencia y ahí sigue, cada vez más lejos de una actualización que de no consensuarse pronto y con sentido de Estado puede hacer saltar por los aires, otra vez más, la estabilidad social de este país.

La errática gestión de la pandemia en diferentes ámbitos institucionales evidencia en carne viva las costuras del sistema. Los atropellos a la vida parlamentaria están a la orden del día, fruto de un marketing político desatado, que desprecia de manera infame el inalienable derecho de los ciudadanos a que los dirigentes políticos les rindan con credibilidad cuentas de su gestión: siempre que sea preciso, con la máxima transparencia y respetando su mayoría de edad democrática.

Tomar a los ciudadanos por meros comparsas en el gran teatro de la política es tentar el lado oscuro de la convivencia. Ciudadanos a los que desde el inicio de la pandemia se pasa sistemáticamente la patata caliente de la responsabilidad directa en la expansión o contención del virus, mientras que el conjunto de dirigentes políticos nacionales y autonómicos, que –visto lo visto– nos han tocado en desgracia, bailan al son marketiniano trazado por Redondo e Iglesias, quienes desde su cara a cara en La Tuerka parecen vivir en competencia por demostrar cual de los dos es el estratega con mayor proyección histórica.

De no tratarse de un coronavirus letal, de no crecer el número de contagios de manera exponencial, de no estar las UCI de nuevo camino del infierno, de no estar el sistema de salud pública bajo mínimos, de no…, de no…, los españoles seguiríamos encantados de conocernos, a pesar de poblar un país cuya fortaleza económica está cogida con los hilvanes de su primera industria: un turismo que observa impotente cómo se derrumba su castillo de naipes debido a un viento difícil de prever.

A nadie se le oculta a estas alturas de pandemia la gravedad de la inédita crisis global que sufrimos, cuya gestión de éxito está supeditada al hallazgo de una vacuna efectiva. Mientras tanto, la vida ha de seguir, claro. Incluso a pesar de ser entreverada por personajes tan estrambóticos como la presidenta de la comunidad de Madrid, IDA, y su asesor de cabecera MAR, acrónimos víricos de la tradición frentista de este país. Ignorancia y mala sangre unidas, ya se sabe.

Satélites disciplinados del ánsar que hablaba tejano con su amigo Bush, ambos personajes actúan de acuerdo con un guión que les ha convertido en futbolistas desequilibrantes, logrando arrinconar en el área pequeña a un legítimo gobierno nacional. Un gobierno que mecido por la mediocridad y la soberbia de algunos de sus mandatarios principales ha hecho dejación de las funciones de liderazgo que demanda la gravedad de la situación, con el falso pretexto de dar satisfacción al corifeo insolidario formado por los presidentes de las comunidades, la mayoría desesperados por sobrevivir políticamente.

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Pese a sus respectivos intereses particulares, y gracias a la ansiada vacuna, la pandemia sanitaria quedará atrás. Pero sus secuelas son impredecibles y para abordarlas serán necesarios acuerdos políticos de alto calado estratégico. Además de trabajar codo con codo para neutralizar la ignorancia e irresponsabilidad exhibida por los acrónimos señalados y sus satélites. Pero mientras ese ideal llega, los ciudadanos no dan crédito al espectáculo de deslealtad institucional que a diario escenifican los responsables políticos, abonando un terreno siempre peligroso.

El número de desafectos a la política se multiplica. Claro que los meros votantes son gente simple y en su ingenuidad quizás piensen que una situación de crisis como la actual sólo es posible gestionarla con éxito bajo un mando único. Con transparencia informativa que genere credibilidad y respuesta colaborativa por parte de un país con mayoría de edad democrática. Con la autoridad constitucional de un comité de crisis nacional al que los 17 gobiernos autonómicos reporten puntualmente y sin reservas. Sin cortoplacismos políticos per sé. Justo lo contrario de lo que se viene haciendo desde que empezó esta pesadilla mortal.

Jesús Parralejo Agudo es experto en Gestión de Crisis.

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