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SERIES | 'Adult Material'

Dedicarse al porno

Fotograma de la película Adult Material de la directora Dawn Shadforth

Santiago Alonso (Insertos)

Anal o no anal, esa es la cuestión que los productores le plantean a una jovencísima principiante que va a grabar su primera escena pornográfica con un añadido no previsto en la planificación de la jornada. La mejor opción, le dicen, es sin duda la primera: va a ganar más y, total, se trata de una práctica que terminará haciendo ante la cámara antes o después; por supuesto, puede estar tranquila, pues está en manos de los mejores y la cuidarán. La situación, que se desarrolla al inicio de Adult Material, desencadena la premisa principal de esta serie sobre la industria del cine para adultos que ha escrito de manera tan inteligente la dramaturga y guionista británica Lucy Kirwood. Ahora bien, la protagonista no es la debutante (aunque como secundaria, va a resultar fundamental en la historia), sino la veterana gran estrella que ha grabado previamente ese día, la rutilante Joline Dollar. La mujer se llama en realidad Hayley Burrows, y es Hayley, no Joline, quien se preocupa de repente por la integridad física y emocional de la compañera que acaba de conocer. Así se desencadena el temblor que hará tambalearse los cimientos de una vida construida durante años con un metódico uso del cuerpo como herramienta de trabajo y la falsa sublimación del deseo sexual.

En el primer capítulo aparece, además, un chiste que da la perfecta medida de la complejísima combinación de tonos y estrategias dramáticas que presenta este trabajo. Hayley tiene un ojo irritado, que se rasca con insistencia. Como las molestias cada vez van a peor, decide ir al médico, y al final del episodio vemos la escena en la que le dan los resultados de los análisis. Tanto la protagonista como los espectadores tememos un diagnostico preocupante, pero la resolución es más o menos ingeniosa: el doctor le dice a Hailey que, ejem, tiene clamidia en el ojo. La causa parece evidente: el colega de trabajo que ha eyaculado en su cara ha debido ocultar el positivo en sus test de las ETS. En una comedia procaz, resultaría una simple chanza más, pero aquí este hecho desagradable tiene un nuevo reflejo argumental, bastante cargado de significado. Y es que la mujer le pasa la tan particular conjuntivitis a la hija adolescente justo cuando esta empieza a vivir de manera natural su sexualidad y a criticar abiertamente a su madre por su trabajo.

Todo se plantea con chispa en la serie, pero no hay prácticamente nada que haga reír a lo largo de sus cuatro capítulos. Que a Kirwood le interese acentuar el gracejo con el que se mueve Hayley no entra en contradicción con el hecho de que esta sea una tragicomedia muy oscura y desagradable, un relato donde no hay mucho lugar para las bromas. Porque la historia muestra principalmente las dolorosas experiencias íntimas de la protagonista y el ardoroso juego de apariencias que caracteriza el mundo del porno, una inmensa industria en supuesto segundo plano que hunde sus raíces en la misoginia y pone al alcance de cualquiera una sobreabundancia de excitaciones y alivios. Es una actividad que, tal y como se encarga la autora de subrayar, ahora tiende puentes con la terrorífica cultura de la exposición (¿explotación?) personal que propician las redes sociales y la telefonía móvil.

Adult Material no apuesta por el verismo tremendista o por la fantasía glamurosa. Más bien es un ejercicio costumbrista muy poco complaciente. Como buena escritora teatral, el punto fuerte de Kirwood se manifiesta sin duda en la honda construcción de casi todos los personajes, sobre todo cuando se confrontan unos con otros. Los mejores ejemplos probablemente son  la compleja relación entre Hayley y el hombre que la lanzó al estrellato (el decadente empresario que interpreta Rupper Everett) y la no menos conflictiva que establece la estrella con la abogada que la ayuda a enfrentarse con sus antiguos compañeros. Y después, claro, la clave es el detenido estudio que se hace de la protagonista, encarnada por una impecable Hayley Squires (Yo, Daniel Blake). Su monólogo, con que el que culmina el final de la serie, precisamente a cuenta de otra escena anal, funciona como el broche de oro del agudo análisis doble: cómo ve el porno a la mujeres y, también, cómo vemos a las mujeres que se dedican al porno.

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