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La paliza de la Policía a un hombre negro por no llevar mascarilla conmociona a Francia y pone contra las cuerdas al ministro del Interior

Michel, el hombre molido a palos por tres policías franceses en su estudio de música, en París.

François Bonnet (Mediapart)

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Fue hace unos días en la tribuna de la Asamblea Nacional. Haciendo alarde del proyecto de ley llamado de “seguridad global”, el ministro del Interior Gérald Darmanin atacó duramente a Jean-Luc Mélenchon. “¡Grandeza, sí, grandeza de la Policía y los gendarmes!”. Un poco más tarde, Darmanin reiteraba ante los parlamentarios: “Estoy muy contento, muy contento de ser un defensor de los agentes de Policía [...]. Honor a la Policía”.

Un ministro del Interior no tiene por qué ser un “defensor de la Policía”. Es el garante de la seguridad pública, la seguridad de los ciudadanos. Es responsable del uso adecuado del recurso a la fuerza, cuando en último extremo resulta indispensable.

Esto se sabe al menos desde mayo del 68, cuando el prefecto de Policía de París Maurice Grimaud advirtió, en una famosa carta dirigida a sus hombres, frente a cualquier desviación y violencia injustificada. Lo sabemos cuando Pierre Joxe, ministro del Interior a finales de los años 80, puso la deontología y la profesionalización en el centro de su gestión de la Policía nacional.

Desde su llegada al Ministerio, Gérald Darmanin no ha dejado de dar garantías a los sectores más extremistas de los sindicatos de Policía. Se ha organizado una escalada represiva, encarnada hasta la caricatura por el actual prefecto de policía de París, Didier Lallement. El ministro le renovó “su confianza” al día siguiente de la vergonzosa represión contra los migrantes, llevada a cabo el lunes en la Plaza de la República.

Gérald Darmanin confunde valores republicanos con los apaleamientos, como demuestra su nueva estrategia para mantener el orden. Pero su “República del orden” sólo crea desorden y violencia y reduce nuestras libertades fundamentales. En este sentido, el vídeo difundido este jueves por el medio de comunicación Loopsider, donde se puede ver la brutal paliza que tres agentes de Policía propinan a un hombre negro en la noche del sábado 21 de noviembre, supuestamente por no llevar mascarilla, es un increíble resumen de los abusos que van a más desde hace años.

[Ha ocurrido este sábado en París. 15 minutos de golpes y de insultos racistas. /La loca escena de violencia policial que revelamos es simplemente increíble y edificante. /Hay que verla hasta el final para ser consciente de la magnitud del problema.]

Ante este estallido de la violencia, el ministro no ha tenido ni una palabra para la víctima y no fue hasta el jueves cuando se limitó a reclamar al prefecto de Policía que “suspendiera como medida cautelar" a estos agentes, lo que no se había hecho ni siquiera en cinco días.

Sin embargo, todo está ahí, concentrado en 15 minutos de vídeo. Los policías proceden a un arresto ilegal entrando por la fuerza en los locales privados del hombre, de nombre Michel, un productor de música. Puñetazos, patadas y porrazos llueven sobre el hombre que intenta protegerse. No faltan los insultos racistas –“¡negro sucio!”–, según la víctima.

Jóvenes presentes en los estudios, entre ellos un menor, son amenazados. Los policías lanzan una granada de gas lacrimógeno en el local cerrado, sacan sus armas y apuntan. A continuación se llevan a Michel y los policías organizan inmediatamente su impunidad, mediante testimonios que las grabaciones de las cámaras de vigilancia desmienten, y denuncias por “insultos y rebelión”.

Está prohibido hablar de “violencia policial” y de “racismo” en la Policía, nos decía hace unos meses, Emmanuel Macron y su ministro Darmanin, haciéndonos llegar las protestas de los sindicatos de la Policía.

Negar lo que todo el mundo sabe desde hace tiempo no es defender “la República y sus valores”. Es aceptar la idea de que, con la violencia, insultos racistas y homicidios (Cédric Chouviat en enero de 2020) cometidos por las fuerzas del orden y siempre cubiertos o infravalorados por los sucesivos ministros del interior (Sarkozy, Valls, Cazeneuve, Castaner y hoy Darmanin), la Policía Nacional se ha convertido en una milicia gubernamental administrada por sindicatos, algunos de los cuales son de extrema derecha.

El deber de un ministro del Interior no es liberar a lo peor de una profesión. No es aterrorizar a los ciudadanos. Porque, sí, ahora tenemos miedo a ser controlados, a ir a manifestarnos, a veces sólo de pasear cuando las brigadas anticriminalidad (BAC) o policías municipales patrullan el barrio. Sí, la Policía generalmente da miedo, cada vez más. Al promover este temor, el ministro está organizando el desorden público y destruyendo la promesa republicana.

Y puesto que se debe acabar con ese miedo, la oscuridad debe imponerse. Esta es la idea central del sistema de orden público (limita los derechos de los periodistas a cubrir las manifestaciones) y de varios artículos de la ley de “Seguridad Global”. Más poder para la Policía municipal, uso de aviones no tripulados (drones) y, por supuesto, ese artículo 24 que tiene por objeto prohibir la toma y difusión de imágenes o vídeos de acciones policiales. El ministro Darmanin, que acababa de ser nombrado, se comprometió a imponer esta petición del sindicato Alliance.

Esta demagogia gubernamental, que no tiene de seguridad nada más que el nombre, ya que aumenta la ruptura entre la sociedad y policía, produce violencia y desorden. La zancadilla a un migrante, la paliza a Michel al que se calificó de “negro sucio”, la muerte por asfixia de Cédric Chouviat, los arrestos y las palizas a periodistas, el saqueo sistemático de manifestantes seguido de acusaciones y gaseamientos son sólo algunos ejemplos de una situación insoportable.

Ya es hora de establecer la responsabilidad política. El 13 de marzo de 2017, en plena campaña presidencial, Emmanuel Macron dijo que creía en “una República de responsabilidad”. “No es posible que cuando se produce una violencia policial no haya sanciones en la jerarquía policial. Existe un comisario de Policía, un director de departamento de seguridad pública, un prefecto y un ministro...”, dijo entonces.

Bien es verdad que Macron cambia. Según BFM, la persona que zancadilleó a un migrante el lunes por la noche es un comisario de la BAC en Seine-Saint-Denis, dispuesto a echar una mano durante las cacerías realizadas en la Plaza de la República. No ha sido “suspendido como medida cautelar”. ¿El prefecto Didier Lallement sancionado? Se afirma lo contrario. ¿El ministro? Canta "honor y grandeza a la Policía” ante los representantes del pueblo.

La “República de la responsabilidad” se ha convertido en la de la impunidad y la negación. David Dufresne, que documentó en Mediapart (socio editorial de infoLibre) el alcance de la violencia policial y el funcionamiento de la IGPN como máquina de blanqueo, recordaba recientemente en un artículo esta disposición de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: “La garantía de los derechos del hombre y del ciudadano requiere una fuerza pública: esta fuerza se instituye, por tanto, en beneficio de todos y no para utilidad particular de aquellos a quienes se confía”.

Esta fuerza sólo está ya al servicio de un Gobierno acorralado y al servicio de las aventuras electorales del ministro del Interior. Una razón más para que dimita lo antes posible.

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Traducción: Mariola Moreno

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