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El mono infinito

Derrota tras derrota

Héctor de Miguel Quequé nueva.

Andan —andamos— las gentes de izquierdas muy confusas por la resignación expresada desde el Gobierno ante la brutal subida de la luz en los días que más falta hace. No entienden —entendemos— que no se pueda hacer algo más que decir “Ay, es que Europa” o “Haber votado bien” cuando todos sabemos quiénes son los que se sientan en los consejos de administración de las empresas que han decidido privatizar los inviernos. La parte más débil de la coalición nos intenta explicar no sé qué cosa del IVA al más puro estilo de Rajoy en sus días de esplendor (“¡Las chuches!”), mientras la parte mayoritaria no da un ruido esperando una jubilación sin duda merecida.

Que la culpa siempre es de otro uno lo empieza a comprender más tarde, cuando se da cuenta de que gobernar es más difícil que escribir el guion de Juego de Tronos Juego de Tronosy que no molestar a los dueños de la finca es el único argumento de la obra. “Antes les cambiará el sistema a ellos que ellos al sistema”, vino a decir Zapatero hace un tiempo desde la autoridad moral que le confiere haber sido el presidente que subió al estrado para soltarnos “¿Os acordáis de lo del cheque-bebé? Well, Europa says no.” Tras cuarenta y pico años de democracia, probablemente hemos asumido ya que gobernar, o mejor dicho, estar en el gobierno, se ha convertido para la izquierda en uno de los lemas del equipo en el que jugaba Pedro Sánchez al baloncesto: “Derrota tras derrota, hasta la victoria final”. Y, como el Estudiantes, de últimas nos conformamos con poca cosa: con no bajar a la LEB y ganar de vez en cuando al Real Madrid, estaría resuelta la temporada. 

Todavía hay quienes no se dejan vencer por la idea de que la desazón es lo único que se va a nacionalizar durante esta legislatura y esgrimen logros reseñables, como la subida del salario mínimo, el Ingreso Mínimo Vital y decidir en qué aseo te corresponde orinar en función de tus sentimientos; y no seré yo el que venga a poner palos en las ruedas desde este confortable y privilegiado descreimiento que en más ocasiones de las deseables se torna en sudapollismo. Ya he interiorizado que a “los míos” les importa más sentir que hacer. El problema es que luego vienen los otros y, como los catalanes, “hacen cosas”; y cuando nos queremos dar cuenta miramos a nuestro alrededor, hacemos balance de lo conseguido, y solo vemos un cachito de carril bici regulero y unos cuantos versos cuquis en los pasos de cebra. 

Si lo que nos están contando es que un gobierno de izquierdas no puede bajar —un poco— el recibo de la luz, apaga y vámonos. Que tampoco es que estemos pidiendo asaltar los cielos al son de La Internacional y que toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad esté subordinada al interés general. Con no ofender la memoria de los republicanos exiliados y con entender el puto recibo de Iberdrola, ya estaría. Y con ganar de vez en cuando al Real Madrid, claro.

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