El rincón de los lectores
El amor ya no es lo que era
No tengo consejos ni soluciones. Tengo solo ideas tentativas, lecturas e intuiciones, y una única certeza a la que me cuesta incluso condensar en una frase: es algo que tiene que ver con lo provisorias que son las respuestas, con la inasibilidad de cualquier aprendizaje sobre esto. Las lecciones de una relación rara vez sirven para otra: tenemos un talento impresionante para cometer errores nuevos cada vez.
De este modo abierto se acerca Tamara Tanenbaum al final de su ensayo; previniéndonos sobre el error de tomarlo como libro-guía, como libro de autoayuda. En El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral) la autora (nacida en una comunidad judía ortodoxa cuyos preceptos abandona pronto) conversa con el lector —estableciendo una especial complicidad con las lectoras—, e introduce vivencias personales junto a sus lecturas sobre el tema, articulando un discurso expositivo y reivindicativo sobre los cambios que sufre su generación en las relaciones heterosexuales. El objetivo de Tenenbaum es difundir unas ideas que quienes se preocupan por las actuales transformaciones en los protocolos de cortejo y de las relaciones sexoafectivas contemporáneas ya conocen desde hace tiempo. De ahí que las referencias a Eva Illouz, especialista y referente en este asunto, sean constantes, e incluso que coincidan los títulos de sus libros, aunque el ensayo de Illouz, El fin del amor (Katz, 2020, el original se publicó en noviembre de 2019), haya aparecido unos meses después de la edición en Argentina del libro de Tamara Tenenbaum (abril 2019).
Para quienes estén familiarizados con el tema hubiese sido suficiente con un artículo que expusiese las ideas originales de la autora, pero el estilo coloquial de Tenenbaum sirve para introducir y difundir entre el público general algunas de las interrogantes que la sociología y el feminismo han formulado sobre la irrupción de lo digital en nuestras vidas, y sus efectos en nuestra intimidad.
Con este libro, Tenenbaum se une a la llamada de alerta que lanzara también Judith Duportail, en El algoritmo del amor. Un viaje a las entrañas de Tinder (Contra, 2019); aunque Duportail insiste en los algoritmos ocultos de esta aplicación adictiva y en los déficit de autoestima que se esconden tras muchas de las mujeres que la usan, ambas autoras destacan dos rasgos contradictorios que caracterizan las aplicaciones de citas: someten a los hombres a la misma fragilidad corporal que a las mujeres, al exponerlos a la mirada de ellas, pero también vuelve a situarlos como amos del tiempo y de la decisión de prolongar o no las relaciones que se establezcan, pues estas aplicaciones se inscriben, como no puede ser de otra forma, en el lecho de la desigual educación afectiva patriarcal, que hace a las mujeres más dependientes emocionalmente que los hombres.
En el centro del ensayo de Tenenbaum se encuentra la certeza de que las transformaciones que las aplicaciones de citas están produciendo en la generación millennial y centennial vuelven a borrar una vez más el deseo de las mujeres; un deseo que se amolda al masculino, educado a su vez en el uso y consumo del otro y en la pornografía. La aparente disponibilidad y libertad sexual de las jóvenes no ha modificado el poder ancestral que los varones ejercen sobre ellas. Como afirma la autora: "Entendimos que ser mujeres modernas y autoafirmadas implica dejar de estar pendientes de los varones, pero de una forma bastante curiosa. Entendimos que implicaba no engancharse, no sentirnos interpeladas por el modo en que nos tratan y no demandar nada que no quieran darnos, aunque sea una cortesía mínima o un vaso de agua. Amoldarse a sus deseos y que parezca que es pura casualidad sin pedir de más ni dar de menos. En dos palabras, no molestar".
Mujeres que siguen esperando ese mensaje o esa llamada, que sufren ghosting (o lo efectúan a veces, si bien por razones distintas), que intentan fanáticamente seguir el sacrificado imperativo de la belleza como requisito necesario para conseguir pareja; que se prestan al homoerotismo masculino, dado que los hombres comparten sus conquistas de Tinder, y se defienden así de la dependencia que también para ellos supone el dispositivo mediante la exhibición del trofeo, de la conquista, como anónimos Casanovas tecnológicos.
Tenenbaum se pregunta también si para las integrantes de estas generaciones el deseo de tener hijos responde a un imperativo más, a un efecto de la presión social, o surge del deseo propio de las mujeres. Un deseo que, en algunos momentos, parece considerar genuino y a salvo de estas mismas presiones, a pesar de insistir en el carácter social de las creencias que nos conforman; un deseo que está siempre por descubrir y, podríamos añadir, también por construir.
A cada uno de los temas que se abordan aporta la autora una propuesta cuyo objetivo es contribuir a la reconversión de la vida que describe hacia formas de interacción humana que tomen en cuenta tanto el rostro del otro (en el sentido leviniano de alteridad) como su cercanía; el aprendizaje de la soledad se propone como eje de la necesaria autonomía a la hora de elegir, frente a la falsa identificación de vivir en pareja o de tener hijos con la felicidad; la necesidad de amar y aceptar nuestros cuerpos tal y como son, en cualquier formato, asegura, así como de otorgarse la libertad para hablar de otra cosa que no sea de cosmética o de las fórmulas con las que conducir ese cuerpo hacia un ideal estético siempre inalcanzable —además de económica y temporalmente costoso—, es otra de sus propuestas, que se inscribe en las reivindicaciones de los colectivos antigordofobia.
Tenenbaum se declara feminista y adopta una tesis que viene de lejos en el feminismo, del que se siente intelectualmente deudora, al contraponer a la violencia sexual, exponente de una estructural cultura de la violación, la cultura del consentimiento, basada en una educación sexual que tome en cuenta el placer y el deseo de las mujeres, que se aleje de la venganza y se construya alrededor de una reeducación que enseñe a mirar al otro y a considerarlo, es decir, que enseñe a establecer el necesario reconocimiento intersubjetivo que tanto reivindicaron autores tan distintos como Axel Honneth o Jessica Benjamin.
Una cultura de consentimiento con la que Tenenbaum se distancia tanto de la venganza del escrache como de la propuesta de ciertas universidades norteamericanas de elaborar reglas y señales inequívocas que permitan o no avanzar en el encuentro sexual, para ampliar el territorio del consentimiento a formas más ambiciosas. Más allá del simplista sí es sí o no es no, la autora propone luchar para que la sociedad contemple y procure "las condiciones simbólicas y materiales para negociar, cada una en los términos que quiera, lo que tiene ganas y lo que no tiene ganas de hacer".
Comentamos en estas mismas páginas la serie dirigida por Michaela Coel, Podría destruirte, que se ocupa también de los matices más sutiles de las relaciones de pareja (en este caso homo u heterosexual), apuntando a esa misma complejidad del consentimiento que es necesario seguir analizando.
Una sociología del desamor
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A pesar de no profundizar en algunos puntos centrales, aplaudimos la propuesta de Tenenbaum de sumarse a la pregunta por el deseo de las mujeres y de alertar sobre el mimetismo inconsciente que las lleva a imitar las conductas de los hombres, por temor a que salirse de las reglas de este mercado afectivo que describe las condene a la exclusión. Por suerte, son cada vez más los testimonios como el suyo, y crece en las redes el cuestionamiento de una situación que Tamara Tenenbaum identifica e interroga con amenidad en este ensayo de divulgación.
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Lola López Mondéjar es psicoanalista y escritora. Su último libro es Qué mundo tan maravilloso (Páginas de Espuma, 2018).