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40 años del golpe de Estado

Cuatro décadas de transición inacabada en las fuerzas armadas

Un soldado de operaciones especiales del Ejército de Terra se entrena en San Gregorio (Zaragoza) antes de partir hacia Afganistán.

Fernando Varela

Jaime Milans del Bosch fue el único capitán general que en 1981 se sumó abiertamente al intento de golpe de Estado del 23F. Un militar de biografía nítidamente franquista —participó en la defensa del Alcázar de Toledo y combatió junto a los nazis en la II Guerra Mundial como orgulloso miembro de la División Azul, por lo que llegó a recibir una Cruz de Hierro—.

Cuatro décadas después de que Milans ordenase tomar con tanques las calles de València, nadie sostiene que aquellas Fuerzas Armadas tengan mucho que ver con las de hoy. Aunque todavía queden muchas asignaturas pendientes y que, en muchos aspectos, la transición democrática todavía no sea completa.

Jorge Bravo, secretario de Organización de la Asociación Unificada de Militares Españoles (AUME), que desde 2005 representa a militares de los tres Ejércitos, cree que de aquella época lo que queda es “una inercia de los valores que eran parte del adoctrinamiento del anterior régimen”. Algo que los sucesivos ministros y ministras de Defensa, lamenta, no han sabido afrontar.

Bravo habla de un problema de “formación” y esa es, precisamente, la principal asignatura pendiente que todos los expertos consultados por infoLibre apuntan en el debe de las Fuerzas Armadas. Porque “ha existido desde la Transición”, afirma tajante, “una resistencia contra la normalidad democrática” en el estamento militar. Eso se manifiesta, dice, en “la limitación y prohibición de derechos” a los militares, en “la gran opacidad en toda su administración” y en la “falta de un decidido empeño en formar en valores democráticos” a quienes paradójicamente tienen la obligación de defenderlos. Todo un “contrasentido”, subraya.

En las Fuerzas Armadas españolas prestaban servicio en 2019, según los últimos datos publicados por el Ministerio de Defensa, 145.417 militares de carrera (120.127 en servicio activo) y 74.615 de tropa y marinería. Es una cifra que incluye la abultada nómina de la Guardia Civil, que ese mismo año suponía 78.666 agentes (el 65,5% del total de carrera). El resto de los militares de carrera prestaban ese año servicio en el Ejército de Tierra (22.584), el Ejército del Aire (9.038), la Armada (7.087) y en cuerpos comunes (2.727).

De Narváez a Europa

El modelo actual  de Fuerzas Armadas “no se parece en nada” al vigente cuando tuvo lugar el golpe de Estado, sostiene Fernando Puell, historiador y coronel retirado. “Son dos modelos totalmente distintos”. Las del franquismo estaban “muy inspiradas en el modelo concebido por Narváez en 1840 y a partir de 1980 se creó uno nuevo que yo he denominado el del retorno al europeísmo”. Abandonan las tareas “de seguridad ciudadana” y “vuelven a estar orientadas a la defensa del Estado”. Aunque no como en siglo XIX, protegiendo fronteras o posesiones coloniales, sino en un contexto multinacional, en el marco de unas alianzas a las cuales España se incorpora precisamente en el proceso de Transición.

Puell conoce bien ese cambio: en 1977 el general Gutiérrez Mellado le incorporó al recién creado Ministerio de Defensa. Y entre 1979 y 1986, desempeñó el cargo de segundo jefe de Seguridad de la Presidencia del Gobierno con Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González.

Mariano Casado, abogado experto en derecho militar, está de acuerdo con Puell en que las Fuerzas Armadas actuales “no tienen nada que ver con aquellas de los albores de la democracia” porque “las normas jurídicas que las regulan son completamente distintas”. Aunque claramente “hay aspectos que modernizar”, el modelo actual se ha transformado sobre todo gracias a la participación en misiones internacionales al lado de otros ejércitos o a la asunción de roles vinculados a tareas de protección civil, en especial para hacer frente a calamidades. En los últimos años hay muchos ejemplos, gracias sobre todo a la UME y su tarea frente a los incendios forestales, la pandemia o incluso la tormenta de nieve Filomena.

“Es evidente que el régimen de personal de 1981 y el de 2021 son completamente distintos”, admite Casado. Y que la regulación de los derechos y deberes “no tiene nada que ver”. “Las reglas de comportamiento del militar pivotan ahora sobre el cumplimiento de la Constitución y del ordenamiento jurídico, la sumisión absoluta al poder civil” y sobre el cumplimiento de “unas misiones tasadas por normas que han salido de un Parlamento democrático”.

Pero todavía hay cosas que cambiar, advierte. “Por ejemplo, la supervivencia del arresto como sanción disciplinaria. Eso denota que aún no ha habido una evolución plena en el régimen disciplinario”.

“Hay una necesidad urgente de cambio en la jurisdicción militar”, afirma Mariano Casado

Mariano Casado lamenta que “se ha avanzado poco o muy poco en la jurisdicción militar”. Las normas que la regulan son de los tiempos de la Transición. “Desde esos años no ha habido modificaciones sustanciales para potenciar la independencia de los órganos” encargados de impartir justicia militar y “homologarse con el resto de las jurisdicciones. Ahí hay todavía una ligazón al pasado y una necesidad absolutamente urgente de cambio”, reconoce.

Es algo que también destaca la exmilitar Teresa Franco, en la actualidad concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Murcia. Es necesario “revisar la justicia militar”. “Tenemos una reserva en Europa como país”, recuerda, para que los militares de España no puedan ser privados de libertad por quienes no son jueces. “A militares y guardias civiles se les priva de libertad por cuestiones que son faltas. La justicia militar es en sí, ella misma, una anomalía democrática y más en tiempos de paz. Un desastre”.

Y en materia de derechos y deberes “también hay que seguir avanzando e ir hacia una segunda generación de leyes de las Fuerzas Armadas”. Es necesario, defiende Casado, ir más allá de la Ley de Derechos y Deberes de las Fuerzas Armadas de 2011. “Han pasado diez años y hay necesidad de posicionar al militar como ciudadano de primera en todos los ámbitos” y reevaluar “las restricciones y limitaciones de derechos”. Son cambios que, en su opinión, “todavía no se han hecho con la suficiente audacia” y con esas “ganas de modernización” que exige la equiparación al entorno europeo.

Casado se refiere, sobre todo, a la necesidad de avanzar en materia de asociacionismo profesional. Hace falta, defiende, “habilitar espacios de participación real de los militares” y aceptar y permitir que las asociaciones, “que han demostrado a lo largo de estos años ser absolutamente imprescindibles para el diseño de las políticas de personal, puedan acceder a los acuartelamientos y llevar una vida normal en las unidades sin ningún tipo de traba o de dificultad”.

Es algo, recuerda, que ocurre en otros países como Alemania, a los que debería mirar España. Allí “hay una asociación que aglutina a miles y miles de militares en las Fuerzas Armadas” y que tiene “una presencia en las unidades que nadie discute. Los jefes de unidad recurren al representante asociativo continuamente: eso es la normalidad democrática”. Juntos “arreglan problemas y buscan soluciones” a asuntos propios de la vida de los militares y “nadie está pensando que son una amenaza. Al contrario: son un colaborador ineludible y continuo del mando militar”.

Desde su punto de vista, ni siquiera debería descartarse sin más que en el horizonte de los próximos años se pueda considerar la posibilidad de que haya sindicatos en las Fuerzas Armadas. “En otros países de nuestro entorno existen”, recuerda. Y en ellos la mejora de la participación de los militares a través de organizaciones, asociaciones o sindicatos es “una cosa absolutamente natural porque se ha comprobado que estas no merman la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas”. Todo lo contrario, destaca: contribuyen a su mejora, a su desarrollo más ordenado, a que se avance en aspectos sustanciales como puede ser la conciliación de la vida laboral o la mejora de la carrera profesional. “Aspectos muy relevantes y que tienen mucho que ver con las condiciones, la calidad de vida de los militares y que redunda en su compromiso con las Fuerzas Armadas”. Si un militar y su familia están mejor atendidos, eso “tiene una repercusión en positivo al interés del militar y a su compromiso con su trabajo”.

El espejo alemán

Casado enfatiza que el asociacionismo es “un derecho fundamental” que tiene que caber en cualquier ámbito de la vida social, también en el mundo militar. “No es incompatible”, pero “eso todavía algunos no lo han visto”. Entre otras cosas porque no se ha entendido que la generalización de mecanismos de representación asociativa como ocurre en Alemania “requiere otro modelo de ejercicio del mando. Un ejercicio del mando que no es omnímodo, no es irracional. Tiene que ser racional y compartido” y no producto de la imposición “sin más, que no haya discusión, que no haya diálogo ni participación”.

Franco está de acuerdo: “¿Qué miedo hay a que los trabajadores militares tengan sindicato?” Y cita también la referencia de los países del norte de Europa “que tienen sindicato y no pasa nada. Son modernos, sencillamente. Aquí, el asociacionismo militar es legal, pero otro signo de democratización es que se le dote de herramientas para poder hacer más cosas, porque sigue mal visto y realmente es una de las vías que está modernizando los ejércitos españoles”.

Para avanzar en esa dirección y favorecer un cambio cultural que haga posible esta transformación, Casado cree que hay que trabajar desde los centros de formación —las academias de Zaragoza, San Javier y Marín— poniendo en valor el asociacionismo al hablar de él “en positivo”. No ya que no se critique, sino defendiéndolo como el derecho fundamental que es. “Ante el ejercicio y el despliegue de los derechos fundamentales no podemos ser neutrales”, advierte.

Falta también, reconoce, un acercamiento a la sociedad. Todavía hay, opina, una gran parte de los españoles que no conocen a las Fuerzas Armadas. Sobre eso echa en falta “una reflexión profunda” que permita caer en la cuenta de que es consecuencia de cómo se muestran los militares ante la sociedad. Haría falta, en su opinión, avanzar en lo que llama “el reclutamiento inteligente si se quiere que las Fuerzas Armadas sean atractivas para la juventud española”.

Aunque Casado no tiene dudas de que los militares golpistas del chat cuya existencia reveló infoLibre o los que firmaron varios escritos en contra del actual Gobierno “no son representativos en absoluto” del conjunto de las Fuerzas Armadas, sí cree que hay que hacer todavía “un esfuerzo de formación”. Prueba de ello es que no hace tanto tiempo que, a petición precisamente de la AUME, el Ministerio de Defensa dictó una instrucción recordando que hay que “potenciar los valores y principios constitucionales” en todos los centros de formación de militares.

Fernando Puell: “En España y en todos los países del mundo las Fuerzas Armadas son muy conservadoras”

Sobre este asunto, el historiador militar Fernando Puell señala que las Fuerzas Armadas, “en España y en todos los países del mundo, son muy conservadoras”. Y que “los procesos de cambio son mucho más lentos que en la sociedad civil”, algo que también ocurre, pone como ejemplo, en “la judicatura o el funcionariado. Yo me atrevo a decir incluso que en los medios de comunicación. Todo lo que son corporaciones evoluciona con lentitud”.

En estos momentos, explica, “la permeabilidad de lo que ocurre en la sociedad actualmente es muy superior a lo que era hace 50 años”. Antes los Ejércitos estaban “mucho más cerrados en sí mismos” y hoy tanto los mandos como la tropa “no proceden de otro sitio sino que de la propia sociedad. No se educa a un niño desde que tiene seis años y va al colegio para que se haga militar” sino que crece recibiendo “inputs de lo que le rodea, del entorno familiar y social, de sus grupos de amigos. Esos son los que llegan tanto a las academias militares para ser mandos del Ejército como los que ingresan voluntariamente de soldado o de marinero. Son chicos normales”.

Por eso ceee que las opiniones de los chats tienen su origen en una minoría “insignificante” del colectivo de militares retirados. Las Fuerzas Armadas, insiste, son “un reflejo de la sociedad”. Hay “decenas de miles de militares retirados y estamos hablando de un grupo de 100 personas”. Es algo “extrapolable a la sociedad: en las últimas elecciones generales tenían derecho a voto 37 millones de personas y solo 3,6 lo hicieron a Vox, un 7,6% del total”, recuerda. Pues “en las Fuerzas Armadas pasa lo mismo: gente que esté tan radicalizada que sea capaz de decir esas barbaridades en un chat es totalmente minoritaria”.

Y pone un ejemplo. Llevo ya 20 años dando un master en el Instituto Gutiérrez Mellado, con una media de 50 alumnos anuales, de los que el 40% son oficiales, la mayoría en activo. Por los trabajos que me hacen y cómo se manifiestan es gente absolutamente normal, no he visto nunca ninguna salida de pata de banco”. Se atreve incluso a especular sobre a quién votan los militares: “Yo creo que mayoritariamente opciones de derechas, conservadoras. Pero dentro de esas opciones, la inmensa mayoría votará opciones de centroderecha, unos más de centro y otros más de derecha”. Y sólo una minoría, sostiene, a partidos como Vox.

La estadística de Defensa muestra que los oficiales generales en activo (generales, almirantes y contraalmirantes) son más comunes en el Ejército de Terra, en una proporción que es 11 veces superior a la de la Guardia Civil, donde en 2019 apenas prestaban servicio en esta categoría 33 personas.

Los datos revelan también que la cifra total de personal militar de carrera en España fue cayendo poco a poco desde 2019 hasta 2017. Y a pesar de registrar una muy leve recuperación en los años 2018 y 2019, los 120.127 de la actualidad son todavía casi 7.000 menos que hace diez años. La recuperación de los dos últimos años sobre los que el Ministerio de Defensa ofrece datos es producto exclusivamente de un incremento de agentes de la Guardia Civil que comenzó en 2014, pero que todavía está lejos de recuperar la cifra de 81.682 efectivos de 2010. El resto de las Fuerzas Armadas han mantenido la tendencia a la baja de esta década. Hoy el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire tienen entre un 10 y un 9% menos de personal que hace una década.

Humanismo y valores democráticos

Puell cree que el modelo educativo que rige en las academias españolas y en los centros de instrucción de la tropa se podría mejorar reduciendo el peso de lo técnico e incrementando la formación humanística.

En las tres academias —Zaragoza, San Javier y Marín—, actualmente se cursan enseñanzas militares para obtener el empleo de teniente y simultáneamente se está haciendo un grado universitario en ingeniería. Haber elegido un grado de ingeniería es, según Puell, lo que hace que se “descuide la parte humana de la formación de un oficial”.

En West Point, la academia donde se forman los oficiales de Estados Unidos, los militares se licencian también con un grado, pero después de cursar un programa mucho más abierto que les permite completar sus estudios con una titulación en historia, lingüística o filosofía.

En España es necesario, precisa, que la formación mejore en relación con la forma de gobierno, o la Constitución, pero en la actualidad son materias que se dan por sabidas. “Se entiende que se han aprendido durante el bachillerato y la secundaria y no se les presta atención”. La consecuencia, admite, es que en esas materias salen de las academias españolas “un poco perdidos”.

El abogado Mariano Casado va aún más lejos. En su opinión no basta con mejorar la educación “en valores democráticos que se tiene que hacer en los centros de formación”. Es necesario darle continuidad en las unidades para que la formación sea permanente. Y eso requiere organizar seminarios y jornadas y prestar atención a la “transmisión de valores desde el mando, que tiene que estar comprometido con la transmisión de los valores democráticos, no ser neutral ante ellos”.

“La memoria histórica y democrática aún no ha entrado en los cuarteles”, denuncia Jorge Bravo

El secretario de Organización de AUME es el más crítico con la evolución de las Fuerzas Armadas de los expertos consultados por infoLibre. “La memoria histórica y democrática aún no ha entrado en los cuarteles”, afirma rotundo. El chat ultra o los manifiestos contra el Gobierno son, en su opinión, “síntomas de un problema que se puede agravar por la participación de determinadas fuerzas políticas que quieran aprovecharse” monopolizando “sentimientos y posicionamientos, intentando trasladar una idea de seguimiento a esa ideología”. No menciona Vox, pero es fácil deducirlo.

“El problema es que dentro de las Fuerzas Armadas hay cierta tolerancia a determinadas ideas del anterior régimen”. Por eso, subraya, es necesaria “una decidida acción formativa en valores democráticos como estamos proponiendo desde la asociación. Para que la memoria histórica y democrática entre de lleno en los cuarteles”.

Franco cree que lo que hacen falta son “políticas valientes y pactos de Estado para la democratización de las Fuerzas Armadas”. “Muchas cosas hacen falta para que se vaya la cultura franquista”. Por ejemplo, “hacer un catálogo de calles y vestigios” de la dictadura dentro de las unidades militares y “eliminarlos urgentemente”. Y “se tiene que formar en las academias a subordinados y mandos en valores constitucionales y democráticos”, insiste coincidiendo con la opinión de todos los expertos consultados. “Besar la bandera debe implicar conocer qué representa. Deberían enseñarles los artículos de la Constitución uno por uno, y no aprenderlos de memoria, profundizando un poco. Van a dar la vida por ellos”. Aprender, por ejemplo, que “igualdad no significa que nos traten igual, sino que nos traten diferente si no tenemos las mismas situaciones de partida. Igualdad no es café para todos”. Sólo explicando así los artículos “comprenderían qué significa el feminismo y por qué hay que ser feminista”, defiende.

Porque la igualdad de género es también un valor democrático en el que a las Fuerzas Armadas les queda todavía mucho camino por recorrer.

Tarde, mal y casi detenido

La ley permitió la entrada de la mujer en las Fuerzas Armadas en 1988, diez años después de que la Constitución estableciera que no se puede discriminar por razón de sexo, recuerda Teresa Franco, experta también en temas de género. “Llegamos legalmente 10 años tarde según la Constitución, pero es que, además, fue en 1998 cuando las mujeres pudimos tener acceso a todos los puestos militares por ley porque, en 1988, no podíamos acceder a puestos como: Operaciones Especiales, unidades paracaidistas, fuerzas de desembarco, submarinos, legión… fíjate. Fue 20 años después de la Constitución vigente cuando por ley se nos permitió acceder definitivamente a todo lo que los hombres accedían”.

El ritmo de acceso es todavía muy lento. Y los datos oficiales recientes del Ministerio de Defensa revelan un estancamiento: desde el año 2000 hasta el 2006 la entrada de mujeres en las Fuerzas Armadas subía cada año un poco, pero desde 2007 hasta la fecha de hoy, el crecimiento de la curva de incorporación de la mujer a los ejércitos no sobrepasa el 12%. “La igualdad real (entendida en porcentaje) desde luego no tendrá lugar pronto; porque los datos hablan por sí mismos. Quizá nosotras y nosotros no lo veamos nunca”, lamenta Franco.

La Estadística de Personal Militar también ofrece datos sobre la distribución por sexos. Las mujeres, que sólo pudieron optar a incorporarse a las Fuerzas Armadas a partir de febrero de 1988, eran en 2019 el 6,2% del total y tenían una presencia ligeramente superior en la Guardia Civil (7,2%) y especialmente reducida en el Ejército de Tierra (3,1%).

Ese año había 9.114 mujeres en las Fuerzas Armadas. Casi ninguna entre los mandos —la de mayor rango era entonces General de Brigada— y la mayoría en la escala de suboficiales.

Teresa Franco: “Se necesita la firme determinación de legislar  medidas de discriminación positiva en las Fuerzas Armadas”

¿Cómo combatirlo? ¿Es impensable aplicar reglas de discriminación positiva para estimular la igualdad real? “Impensable no es”, afirma. “Yo lo pienso cada día. Lo que se necesita es la firme determinación de proponerlas, legislarlas, aprobarlas e implantarlas”. “Si no queremos esperar 150 años a que llegue la igualdad entre hombres y mujeres siguiendo un curso natural” habrá que implantar esas medidas positivas. Serán necesarias políticas públicas de igualdad en las Fuerzas Armadas por parte de los gobiernos.

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“Yo soy utópica, sí”, admite Teresa Franco. “Y también estoy convencida de que en política todo es posible si se tienen mayorías. Falta que estén convencidas y tengan voluntad. ¿Es justo que haya igualdad real ya en las Fuerzas Armadas? Esa es la pregunta” que hay que responder, resalta.

Algo parecido ocurre, en su opinión, con la presencia de la religión católica en los cuarteles. “No tiene sentido mantener la presencia de la religión en ninguna institución democrática moderna en España, por tanto, no tiene sentido mantenerla en las Fuerzas Armadas”, afirma. “La religión debe practicarse en el ámbito privado”, porque “las y los militares españoles pueden ser católicos, musulmanes, judíos, budistas, ateos, agnósticos… Sencillamente son personas diversas y plurales a las que les une una profesión. Como diversos y plurales son quienes trabajan en medicina, educación o justicia”.

Y aquí queda también mucho camino por recorrer. Los Ejércitos están preñados de costumbres, rituales e imaginería religiosa: “patronas, desfiles en Semana Santa, paters dando misas”. Nada de eso “tiene sentido en unas fuerzas armadas modernas”, subraya. “Cuando era militar y decidieron ordenar poner la bandera a media asta por la muerte de Cristo”, recuerda haciendo alusión a un ritual habitual en Semana Santa, “sinceramente pensé que era una falta de respeto importante para todos los compañeros que profesan otras religiones y para quienes no profesamos ninguna. Eso moderno no es”.

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