La galería
Lavinia Fontana y la infidelidad que se atrevió a pintar (con todo detalle) en pleno siglo XVI
Tal era el nivel de rubor que podía llegar a suscitar Venus y Marte (expuesto en el Palacio de Liria, Madrid) de la pintora boloñesa Lavinia Fontana, que los expertos en su obra, según señaló Enrico Maria Dal Pazzolo en una conferencia en el Museo del Prado, creen que es muy posible que, en su origen, la tuvieran colgada en una alcoba con una cortina para cubrirla “si pasaban por delante viejas o niños”. En 1595, cuando está fechada la pintura, una mujer no podía pintar temas mitológicos ni mucho menos figuras desnudas. Ambos temas estaban prohibidos. “Es más”, destaca la historiadora del arte Sara Rubayo, “Lavinia Fontana fue la primera en hacerlo”. Ni corta ni perezosa, la pintora oficial de la corte del papa Clemente VIII sorprendió a todos con un lienzo rebelde y subversivo que presentaba a la diosa Venus y al dios Marte en los momentos previos a lo que, a juzgar por todas las pistas que deja la propia artista, iba a ser una infidelidad con todas las letras. El cuadro tiene, por tanto, todos los ingredientes para incomodar —y mucho— al establishment de la época. Desnudos, dioses, infidelidad e insinuación. Se trata, a todas luces, de una pintura que sonroja más por lo que calla, que por lo que cuenta.
Pintura de 'Venus y Marte' de Lavinia Fontana
De los 135 cuadros registrados de Lavinia Fontana, solo cuatro presentan temas erótico-paganos. “Y este”, aclara Rubayo, “es el más famoso de todos”. El mito de la relación amorosa entre el dios Marte y la diosa Venus es un tema recurrente en los cuadros de romanticismo italiano. Sin embargo, “este destaca, entre otras cosas, por el perfecto equilibrio entre lo lascivo y lo elegante que logra la pintora”. Sabemos que el hombre que aparece en la escena es Marte, el dios de la guerra, por el yelmo de soldado y el escudo y la espada que acaba de depositar en el suelo. En su conferencia en el museo del Prado, Dal Pazzolo cita unas palabras de Marco Merlo, experto del Museo de las armas de Brescia (Italia), que, si bien atestiguan que el casco y el escudo son, efectivamente, de soldado, no ocurre lo mismo con la espada, que parece más señorial, más propia de un rey que de un luchador raso. Es posible, así lo reflexiona el propio Merlo, que se trate de una metáfora: el armamento de soldado otorga a Marte el ímpetu de y la fuerza de un combatiente que está en primera línea, mientras que la espada real lo perfila como un ser con identidad imperial.
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En cuanto a Venus, en la mitología esposa de Hefesto y amante de Marte, la reconocemos precisamente por eso y por su belleza. Además, matiza Sara Rubayo, “también por el guiño que hace la artista a la tradición clásica con la referencia a la Venus Calipigias –literalmente, ‘Venus de las nalgas bonitas–”, uno de los elementos, en medio del lienzo, que acaparan la atención del espectador. “Y, en cuanto a las pruebas de la infidelidad que están cometiendo ambas divinidades, también nos deja Lavinia una gran cantidad de pistas”. Más allá de la caricia “al mismo tiempo delicada y desvergonzada” de Marte a Venus, encontramos, por ejemplo, a un Cupido o Amorcillo con los ojos cerrados, lo cual, tal y como explica Rubayo, en el arte es sinónimo de que entre unos amantes está ocurriendo algo que desconoce la pareja de alguno de los dos. “También encontramos una camisa que acaba de quitarse la diosa, una jarra aparentemente llena de agua con la que tendrán que lavarse una vez terminan la tarea que tienen entre manos, unas cortinas rojo pasión, unas zapatillas blancas típicas venecianas del 1600 colocadas al lado de la cama y, por supuesto, la entrega de la flor”. Concretamente, se trata de un narciso, que tiene dos significados en mitología: por una parte, es símbolo de rechazo a la estupidez y, por la otra, algo más acorde con la escena de Lavinia, la entrega de su sexualidad.
Mantenía el hogar mientras su marido cuidaba de los hijos
Marte y Venus es una pintura que se había atribuido al artista también italiano Paolo Veronese y, más tarde, a su hijo. No fue hasta el 2007 que, finalmente, se pusieron las cosas en su sitio y se hizo justicia al nombre de Lavinia Fontana, “una pintora que, por otro lado, tiene una biografía digna de mención”. Para la historiadora del arte, es la más influyente, puntera y emprendedora de la segunda mitad del siglo XVI. El hecho de formar parte de la corte del papa Clemente VIII, como pintora oficial, no le impidió pintar cuadros de contenido —por decirlo de algún modo— poco recatado como el que se analiza en estas líneas. “Muchas veces”, matiza, “los pintaba simplemente para ganar dinero, tal y como confesó el padre de la pintora al cardenal de Bolonia”. Porque la pintura, para Lavinia, era su medio de vida: “Fue ella quien se encargó de ‘traer el dinero a casa’ en una época en que el papel reservado para las mujeres no era precisamente el de sustentar la economía hogar”. En casa de Lavinia Fontana y Gian Paolo Zappi, también pintor, ella era quien salía a trabajar y él, quien cuidaba de sus once hijos.