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Irlanda del Norte se enfrenta tras el 'Brexit' a sus viejos demonios

En Rathcoole, a las afueras de Belfast, un mural hace alusión a los principios del lealismo: proteger a la comunidad y mantener la identidad británica.

Juliette Démas (Mediapart)

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Markethill, como toda Irlanda del Norte, es una mezcla peculiar: los buzones son del mismo rojo que en Gran Bretaña y de las farolas de la calle principal penden innumerables banderas de la Union Jack. Pero los pubs también llevan el logotipo de la Guinness irlandesa y la ciudad está rodeada de campos de ovejas que hacen honor a la conocida como isla esmeralda.

En este bastión unionista de 1.600 almas aparecieron los primeros carteles, tras el Brexit, de “¿Ulster 2021? Es hora de decidir” o “No a la frontera en el mar de Irlanda”, en señal de la indignación de una comunidad que se siente abandonada.

Porque si bien la lucha republicana del IRA ha tenido un eco internacional, el resto de Irlanda del Norte está rara vez representado. Estos unionistas, protestantes y leales se consideran a sí mismos británicos, miran a Londres, apoyan la monarquía y defienden la libra.

El Brexit les pilló desprevenidos; nadie esperaba que les alejara de Gran BretañaBrexit. Sin embargo, eso es lo que prevé el Protocolo sobre Irlanda e Irlanda del Norte, que mantiene a la provincia en el mercado común europeo y en el espacio aduanero británico. Los productos susceptibles de entrar en Europa deben ser controlados ahora en los puertos de Irlanda del Norte. Aunque los controles sean mínimos, siguen siendo inaceptables para quienes ven al Reino Unido como una única nación. Los enfrentamientos de las primeras semanas no han suavizado los resentimientos; lineales vacíos, imposibilidad de traer ciertos productos de Inglaterra, colas en la frontera...

La opción menos mala

“En el mejor de los casos, los medios de comunicación y los políticos nos ignoran. En el peor, no ven lo que se está cociendo debajo de la superficie. Hay mucha rabia, una rabia extrema...”, dice un activista leal de Markethill que prefiere no revelar su nombre. “Nos dijeron que nuestros carteles eran ‘siniestros’, pero ¿sabe lo que es realmente siniestro? Ver murales alabando al IRA a pocas millas de distancia cuando ejecutaron a una docena de lugareños”. En su opinión, estos carteles que aparecieron “espontáneamente” son una forma cívica de protestar contra la situación. “El unionismo tiene una ética patriótica, preferimos seguir las leyes a rebelarnos”. Pero el resultado del Brexit fue la gota que colmó el vaso.

“Nuestra identidad está siendo constantemente menoscabada”, se lamenta, haciéndose eco del sentimiento compartido por muchos unionistas. Desde los acuerdos de paz de 1998, consideran que han hecho demasiadas concesiones a sus enemigos republicanos en nombre de la paz. La última fueron los disturbios de 2012, cuando se retiró la Union Jack del Ayuntamiento de Belfast, lo que generó todo un año de protestas.

Para este hombre, que ronda los 40, la inacción de los políticos es “casi una invitación a contraatacar”. “Subestiman la enorme ola de indignación que hay. No recuerdo ningún asunto que haya concitado tanta unanimidad”. Le enfurece que Jonathan Powell, antiguo asesor de Tony Blair, haya calificado la frontera en el mar de Irlanda como la “opción menos mala”. “Si ser la opción menos mala significa que tenemos que callarnos y aceptarlo, tal vez deberíamos convertirnos en la peor opción...”. No descarta la posibilidad de que el puerto de Larne, donde se llevarán a cabo los controles sanitarios, sea cerrado una buena mañana por una acción ciudadana.

Actuar democráticamente

Otros carteles han aparecido por toda la provincia, como en Rathcoole, un suburbio de Belfast. Una campaña reivindicada por el grupo United Unionists of Ulster, constituido hace 18 meses y que cuenta con casi 2.000 miembros. “En cuanto se habló de controles portuarios, las tensiones aumentaron. Hay electricidad en el aire y conversaciones que dan miedo” admite su portavoz.

Nadie habla seriamente de una vuelta a la violencia, pero el protocolo debe anularse”. Para hacer oír su voz, el grupo está considerando diferentes estrategias –“¡todas pacíficas y democráticas! “–, con la vista puesta en las elecciones de 2022, sobre las que pretenden presionar. El objetivo es que la frontera sea “devuelta a su sitio”, es decir, entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. “Para eso están la Policía, el Ejército y las aduanas, ¿no?”.

Esta frontera terrestre, la UE, Dublín, Reino Unido e incluso el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, han tratado de evitarla a toda costa. Aunque exagerando la amenaza disidente republicana, opinan los unionistas. Ellos, que votaron mayoritariamente a favor de “salir de la UE como una sola nación” se sienten traicionados por el giro de los acontecimientos.

Por el momento, sólo el Loyalist Communities Council (LCC), que representa a los grupos armados UVF, UDA y Red Hand Commando difunden el mensaje. Al retirar su apoyo a los acuerdos de paz y, por tanto, al actual Ejecutivo, su líder David Campbell ha puesto de manifiesto la gravedad de la situación. “Vemos que todo termina con la disolución del Ejecutivo norirlandés”, dijo en declaraciones a un periódico local.

Preocupaciones compartidas

Recientemente, las protestas han dado giro más turbio. Las pancartas de colores de Markethill han sido sustituidos por otros con imágenes bélicas. Las direcciones del ex primer ministro irlandés Leo Varadkar y del político inglés Michael Gove aparecieron en las paredes de Belfast. “No perdonamos, no olvidamos”, añadieron los grafiteros.

Uno de los mensajes apareció frente a la oficina de la asociación Reach Project, en Newtownards Road, un barrio lealista de la capital norirlandesa. Robert, trabajador comunitario, relativiza los hechos. “Los jóvenes escriben en las paredes lo que piensa la comunidad en voz baja. Es una forma de desahogarse”. Él, que siguió de cerca las negociaciones entre los paramilitares leales y David Trimble, artífice de los acuerdos de paz, apoya la decisión del LCC. “La situación es volátil y seguirá empeorando mientras el protocolo sea un problema. Tenemos que encontrar una manera de trabajar en torno al texto porque los republicanos no aceptan una frontera en tierra y nosotros no queremos una en el mar”. Insta a los políticos a que “hagan su trabajo”. “Es la primera vez que se votan leyes que nos alejan del Reino Unido”, lamenta. Está preocupado. Y no es el único.

“Todas las pintadas que están apareciendo, no sabemos de dónde vienen”, admite un antiguo combatiente lealista, ahora trabajador comunitario. “A los grupos paramilitares tradicionales les está resultando difícil razonar con estos jóvenes para evitar que cometan los mismos errores que nosotros al principio de la guerra”. La epidemia está impidiendo los disturbios por ahora, pero ¿qué pasará cuando se permitan las concentraciones? “Ni Westminster ni Bruselas tienen idea de lo que está pasando aquí. Sin embargo, el peligro es que, al ponerla entre la espada y la pared, la comunidad acabe por defenderse”.

Cuando la provincia levante sus restricciones sanitarias, las celebraciones del centenario de Irlanda del Norte y los festejos de los lealistas del 12 de julio no tardarán en llegar. Este año es probable que los fuegos artificiales sean menos festivos de lo previsto.

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Traducción: Mariola Moreno

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