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Crisis del coronavirus

La nueva ola (invisible) de la pandemia: aumentan un 6% los mayores que viven solos y crecen las peticiones de acompañamiento

El 75% de las personas de 55 a 75 años prefiere envejecer en sus casas que en una residencia, según un estudio.

Mercedes está sentada en un banco del Paseo del Arenal de Bilbao desde noviembre de 2019. Desde entonces ha visto, sola, cómo han pasado los días y los meses. E incluso desde allí ha vivido el confinamiento y ha soportado la pandemia. Puede que algún transeúnte se haya sentado alguna vez a su lado, o que muchos otros se hayan fijado en ella. Pero ahí sigue, sola. La parte positiva es que la Mercedes que está sentada en ese asiento no es real. Se trata de una escultura hiperrrealista realizada por el artista mexicano Rubén Orozco que lleva por título La última persona fallecida en soledad y que recibió el pasado 30 de octubre el Premio Eficacia Mejor Campaña 2020 de la Asociación Española de Anunciantes. La parte negativa, que refleja un problema que de verdad existe y que cada día es más grave: la "soledad y el aislamiento" de las personas mayores, en palabras de la organización promotora de la campaña, BBK. Esa pandemia ya estaba ahí, pero se ha intensificado, y mucho, con la crisis sanitaria del covid-19.

Lo reveló esta semana el Instituto Nacional de Estadística (INE), que publicó su Encuesta Continua de Hogares correspondiente al año 2020. Según esos datos, el año pasado vivían en España 4.849.900 personas solas. De ellas, 2.131.400, el 44%, tenía más de 65 años. En 2019, sin embargo, había en nuestro país 2.009.100 mayores de 65 años viviendo solos en España, es decir, un 6,1% menos. Si se acerca la lupa a la serie histórica de la estadística publicada por el INE, el de 2020 fue el aumento más grande. De 2018 a 2019, de hecho, los hogares unipersonales de personas de tercera edad disminuyeron un 1,4% (pasando de 2.037.700 a 2.009.100 en datos absolutos). De 2017 a 2018, el aumento fue de un 3,9% (puesto que pasaron, en cifras redondas, de 1.960.900 a 2.037.700). 

Que el aumento sea constante tiene sentido si se tiene en cuenta que la población española se ha embarcado en un viaje inevitable hacia la vejez. Según también los datos del INE, en enero de 2009 los mayores de 65 años suponían un 16,55% de la población total. Eran, en términos absolutos, 7.651.073 personas. Ahora, más de una década después, la tercera edad es un 19% de la población total. Asciende ya a 9.303.070 personas —el 23% de los cuales vive solo—. Somos, así, el cuarto país más longevo del mundo y, si seguimos así, superaremos a Japón, Suiza y Singapur para situarnos como el país más anciano en 2040, según la proyección que el Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de Washington publicó en la revista The Lancet en 2018. Por un lado eso es bueno porque significa que la esperanza de vida de los españoles es cada vez mayor. Pero por otro puede implicar que el problema de la soledad se agrave.

Y más para las mujeres, que tienen más esperanza de vida que los hombres. Ellas viven, de media, 85,44 años; ellos, 80,01 —unas cifras que, no obstante, han empeorado con la pandemia—. De hecho, de los más de dos millones de hogares unipersonales de mayores de 65 que había en 2020, más de un millón y medio eran de mujeres. Nada más y nada menos que un 70,9%. El 45,5% de ellas eran viudas.

"Afortunadamente, cada vez hay más personas mayores, pero lamentablemente también cada vez hay más mayores que viven solos", lamenta Lázaro González, presidente de la Asociación contra la Soledad, que incide mucho durante su conversación con infoLibre en la diferenciación entre las personas de más de 65 años que viven solas —"que en la inmensa mayoría son mujeres", confirma— con las que "se sienten" solas. "No todas las personas viven una soledad no deseada. El INE no realiza encuestas diferenciando eso, pero se calcula que cerca de la mitad de las personas que viven solas —mayores y menores de 65—, la sufren", explica. José Ángel Palacios, portavoz de la asociación Grandes Amigos, también hace esa matización. "No es lo mismo vivir solo que sentirse solo", dice, pero explica que también es cierto que hay distintos factores, incluidos el de no vivir con nadie y de ser mayor, que se asocian a una mayor probabilidad de sufrir ese sentimiento. "Una mujer de 85 años que sufre problemas de movilidad, que tiene enfermedades crónicas, que vive en un cuarto piso sin ascensor, que no tiene muchos recursos y no tiene una red de apoyo ni vecinal ni familiar no tiene porqué sentirse sola, pero tiene muchas papeletas para ello", lamenta. 

Más demanda de ayuda y compañía

Y más en un contexto de pandemia. "La realidad es que la pandemia influye en la soledad, y ha influido sobre todo en esos sentimientos de soledad y abandono y la consecuencia de la soledad no deseada muchas veces es la depresión, el pensar 'yo no le importo a nadie y a mí no me importa nadie", lamenta González. Palacios lo certifica en primera persona porque la asociación de la que es portavoz, nacida hace 18 años, trabaja, precisamente, para servir de acompañamiento a todos esos mayores que experimentan esos sentimientos. Y durante la pandemia, asegura, han atendido a más gente. "Hemos notado más demanda de personas mayores que hasta antes de la pandemia no sabían qué era la soledad y no sentían esa carencia de apoyo, de afecto y de amistad. Por eso hemos tenido que adaptar toda nuestra labor multiplicando los programas que desarrollamos", explica. 

Se vertebran en torno a cinco ejes: detección, prevención, acompañamiento, socialización y sensibilización. En este sentido, Palacios pone de ejemplo el programa "Madrid vecina", en el que la organización implica a los barrios madrileños para que vigilen si una persona mayor conocida podría necesitar ayuda. "Avisamos a los vecinos, al panadero, al frutero... Les decimos que estén atentos por si dejan de ver a una persona para que se ponga en contacto con ella y la acompañen en lo que pueda necesitar", dice. Esta es, a su vez, una labor de concienciación. Pero no solo han puesto en marcha ese programa. Palacios destaca también "Grandes vecinos", orientado a la prevención. Con él, la asociación pone en contacto a una persona mayor con algunos vecinos de su barrio para que puedan verse, acompañarse a comprar y charlar. "Este programa trata de establecer esa red de apoyo de manera preventiva", explica. Además, continúa, los mayores que forman parte de su red pueden recibir la visita semanal de un voluntario al que previamente le asignan en función de sus afinidades. "A esa visita le sumamos actividades como meriendas, visitas culturales... Siempre en función de los gustos de la persona", dice.

Mar Aguilera, directora de la Fundación Alares, también constata que, durante la pandemia, han crecido esos sentimientos de soledad. Y por ello, también, la petición de ayuda. De hecho destaca que, en pleno confinamiento, las llamadas a su organización crecían después de la emisión del telediario. "En la cuarentena había un pico de llamadas en la hora de la comida porque es cuando más miedo se producía entre los mayores", recuerda. Este dato no es casual. En los peores meses de la primera ola de la pandemia se sucedían día a día las noticias que alertaban de que el covid-19 afectaba sobre todo a los mayores, que en general se enfrentan a un peor pronóstico en caso de contagio. Y eso asusta. Más todavía si se suma a las numerosas informaciones que reflejaban el abandono en las residencias y, también, de los fallecimientos de mayores solos en sus viviendas. Los Bomberos de Madrid, por ejemplo, informaron de que entre el 11 de marzo y el 11 de mayo efectuaron la apertura de 605 puertas de domicilios particulares (164 más que un año antes) en los que encontraron 62 ancianos muertos (un 163% más que en el mismo periodo de 2019). 

Sin embargo, más allá de esos datos es complicado encontrar estadísticas que dimensionen ese problema —con pandemia o sin ella—. El magistrado Joaquim Bosch ya alertó de ello en el año 2017, cuando escribió un mensaje en su perfil de Twitter en el que afirmaba que cada vez le ocurre más, "como juez de guardia", que se encontraba "con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos, en avanzado estado de descomposición". "No sé si está fallando la intervención social o los lazos familiares. Pero indica el tipo de sociedad hacia el que nos dirigimos", afirmó. Cuatro años después, cuenta en conversación con infoLibre que la situación sigue igual. "Percibo que, según pasan los años, hay más personas mayores que mueren solas", dice. Pero incide en que es una mera sensación "no basada en datos" porque no hay. "Cuando muere un ciudadano en soledad acaba llegando al juzgado después del levantamiento del cadáver, pero no forma parte de bases de datos", lamenta. Según el Instituto de Salud Carlos III, en 2020 murieron por covid 51.199 mayores de 65 años. Que lo hicieran solos o no es lo que no se puede matizar.

Según explica Aguilera, la demanda de ayuda durante la pandemia se ha multiplicado también para ellos de manera evidente. La organización comenzó a funcionar hace dos años, pero en marzo de 2020 tuvieron que limitar su atención a las llamas telefónicas. "Además ampliamos mucho la atención porque había muchas más personas que estaban en situación de soledad. El problema ya no era sólo de quienes no tenían un entorno cercano, sino también de quienes habían dejado de recibir visitas en sus domicilios por el virus", recuerda. De este modo, abrieron una línea telefónica atendida por voluntarios previamente seleccionados al que los mayores podían llamar siempre que se sintieran solos. Y mantuvieron, también, las llamadas frecuentes a las personas a las que antes de la irrupción de la pandemia visitaban en sus casas

Lo que también advirtieron fue un cambio de perfil en quienes llamaban. "En pandemia empezamos a recibir llamadas de personas de unos 50 años que a lo mejor necesitaban hablar porque tenían miedo de que su hija se fuera a trabajar. Ahora, y antes de la pandemia, sobre todo recibimos llamadas de mujeres mayores de 80 años que viven solas", recalca Aguilera.

Tanto en su organización como en Grandes Amigos cuentan con un equipo de voluntarios al que se suman, además, psicólogos y trabajadores sociales para detectar los casos de soledad más graves y, asimismo, dirimir qué voluntarios encajan mejor con ellos. 

¿Y las instituciones?

La existencia de esas dos organizaciones es además la consecuencia de una carencia, dicen sus portavoces, grave: no hay un servicio institucional que palie los efectos de la soledad no deseada de los mayores a nivel nacional. Se han hecho promesas, pero nada más. Según recuerda González, antes de las anteriores elecciones generales celebradas el 10 de noviembre de 2019, la Asociación contra la Soledad pidió a todas las fuerzas políticas que pusieran en marcha un plan para solucionar ese "fenómeno creciente". "Partidos de distinta tendencia lo acogieron bien y lo incluyeron en sus programas", recuerda. Incluso el acuerdo con el que PSOE y Unidas Podemos sellaron la coalición lo recogió. "Aprobaremos la Estrategia frente a la Soledad no Deseada", prometieron. 

Pero sólo hay un texto transaccionado del Senado. La Comisión de Derechos Sociales de la Cámara Alta lo aprobó en octubre del año pasado y con él instó al Gobierno a diseñarla y ponerla en marcha, de acuerdo con las comunidades autónomas, las entidades locales y la participación del Tercer Sector. El texto fue aprobado con el voto a favor de PP, PSOE y Ciudadanos y los votos en contra del Grupo Parlamentario Nacionalista, del Grupo Parlamentario Vasco y del Grupo Parlamentario Esquerra Republicana-Euskal Herria Bildu, que remarcaron que la lucha contra la soledad no deseada —que según los socialistas aumenta la probabilidad de mortalidad en un 26%— debe hacerse desde los territorios. 

Hasta ahora, de hecho, las únicas iniciativas institucionales más allá de las de las organizaciones de la sociedad civil han llegado de los municipios. En este sentido, según recoge el Imserso, hay doce iniciativas surgidas en el Marco de la Red de Ciudades y Comunidades Amigables con las Personas Mayores y otras surgidas fuera de esa plataforma pero que persiguen el mismo objetivo. En Bilbao, por ejemplo, existe el programa "Mirada Activa" impulsado desde el Ayuntamiento y que identifica a mayores en situación de soledad no deseada para después intervenir desde los servicios sociales; en Zaragoza se han creado los espacios "Nos Gusta Hablar", donde las personas mayores pueden ir a conversar entre ellas; en Salamanca comenzaron la iniciativa "Salamanca Acompaña", similar a la bilbaína; en Valladolid, con "escuadrones de buena vecindad", voluntarios y miembros de servicios sociales se encargan de charlar y acompañar a sus vecinos más mayores.

Por su parte, el Ayuntamiento de Barcelona —junto a Amics de la Gent Gran— puso en marcha en 42 barrios el proyecto Radars, con el que los vecinos también buscan detectar problemas de soledad no deseada y, después, intentan paliarla. En Basauri (Bizkaia) se ha hecho un proyecto similar y en Coslada (Madrid) el ayuntamiento organiza talleres con personas mayores que, por ejemplo, protagonizaron el corto Natasha para concienciar y sensibilizar sobre la soledad no deseada. 

Por comunidades, algunas también han desarrollado iniciativas en este sentido. Según recuerda González, lo han hecho Asturias, Euskadi, Extremadura y Aragón, aunque la última ha sido Madrid, que aprobó en febrero de este año una estrategia útil, dice González, pero "insuficiente". Se trata, según explicó el propio Gobierno de Isabel Díaz Ayuso, de un servicio de acompañamiento telefónico en colaboración con entidades como Grandes Amigos, Solidarios para el Desarrollo, Cruz Roja y Nadie Solo. Va dirigido, explica el Ejecutivo, "a personas que, antes de esta crisis sanitaria, pudieran tener una situación de poca o ninguna relación sociofamiliar, siendo especialmente vulnerables en la actual situación" y "a personas que, aun teniendo relaciones interpersonales satisfactorias, se han visto afectadas de forma importante por las medidas adoptadas durante el estado de alarma, tanto las que viven en su propia casa como aquellas que se encuentran en residencias de mayores". El Ayuntamiento de Madrid, un poco antes, ya aprobó su propia estrategia con un enfoque vecinal de detección y otro institucional. Según explicó la vicealcaldesa Begoña Villacís, se realizarán 7.000 visitas domiciliarias y 180 talleres específicos, además de crear un equipo de detección de vulnerabilidades en personas mayores en cada uno de los 21 distritos. De hecho, el proyecto "Madrid vecina" es uno en los que participa el Consistorio.

La lucha en otros países 

El problema no es único de España. El Ayuntamiento de Barcelona recoge datos de la Comisión Europea que reflejan que el 7% de la población adulta de Europa, es decir, unos 30 millones de personas, indica sentirse sola con frecuencia. En España, según los datos del organismo, ese porcentaje puede llegar a ser de hasta el 9%, pero en países como Italia o Hungría puede alcanzar el 11%. Además, 75 millones de personas adultas en Europa están en situación de aislamiento social; en España lo están, según esos datos, entre el 12% o 15% de la población, unos porcentajes muy escasos si los comparamos con el 40% que se alcanza en Grecia o Hungría y muy altos si los comparamos con el 8% de Dinamarca u Holanda.

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Finalmente, si atendemos los porcentajes de personas que viven en hogares unipersonales, en Europa hay una media de 37% de hogares con personas solas. En España el porcentaje es mucho menor, del 10%, mientras que en Alemania (42%), Estonia (43%) y Letonia (39%) es mucho mayor. 

Pero la diferencia no es sólo numérica. Hay muchos países que sí que han puesto en marcha estrategias nacionales para luchar contra la soledad no deseada, con especial atención a la que sufren los mayores. Reino Unido, por ejemplo, creó en enero de 2018 un Ministerio de la Soledad. Allí el problema era enorme: hasta el 75% de los ancianos vivían sin nadie que les acompañase y alrededor de 200.000 personas podían llegar a pasar hasta un mes sin tener una sola conversación con un amigo o con un familiar. Japón ha seguido recientemente su ejemplo y el pasado mes de marzo creó una institución similar. Allí, el 14% de los fallecidos que no compartían vivienda con nadie fueron hallados en sus domicilios entre uno y tres meses después de la muerte. En Holanda, por su parte, fue el Ministerio de Sanidad el que elaboró un plan para paliar la soledad de sus ancianos al que financió con 26 millones de euros

Las organizaciones consultadas celebran que cada vez se hable más de este problema. Pero hay que tomar medidas. Si no se ha hecho hasta ahora, dice Palacios, es por la discriminación que sufren los mayores, denominada edadismo. "Es la discriminación más absurda que hay, porque todas las personas, más si no actuamos, la van a sufrir", sentencia. 

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