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El panfleto de 'Cuando murió Unamuno'

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Ángel Lozano Heras

Quizás estemos algo empachados con el asunto de la reciente revisión de las circunstancias de la muerte y entierro de Unamuno. Narración que nos impuso el falangismo de manera hegemónica desde 1936. Varios acontecimientos, entre ellos destacan el film de Almenábar (Cuando acabe la guerra, 2019); el documental de M. Menchón (Palabras para el fin del mundo, 2020), y últimamente el libro de Menchón y Jambrina (La doble muerte de Unamuno, 2021), han incrementado el interés y las dudas sobre el predominio y veracidad de este relato.

Un panfleto claramente falangista disfrazado de crónica real fue el texto que escribió el catedrático Ramos Loscertales de ideología conservadora católica (de la FET, Falange Española Tradicionalista). Llevaba como título Cuando murió Unamuno y era el prólogo para un ensayo del joven falangista y requeté Bartolomé Aragón, Síntesis de economía corporativa. Lo escribió el susodicho catedrático el 16 de enero de 1937, solo 16 días después del extraño deceso de Unamuno en sospechosa presencia del camisa azul mahón, Aragón.

Tanta premura en la redacción del prólogo y en la publicación del libro “atestiguan el propósito de Ramos Loscertales de salir al paso de los rumores insistentes sobre el envenenamiento de Unamuno que circulaban por la ciudad, difundidos por emisoras y prensa republicanas”. Aquellas habladurías sobre su intoxicación inducida todavía no se habían disipado del todo en Salamanca algunos años después.

Tras los fúnebres acontecimientos del atardecer del 31 de diciembre, ocurridos en la casa de Unamuno, Aragón se fue a su habitación del hotel Novelty apesadumbrado y temeroso. Allí redactó un breve informe con sus pormenores de la muerte del exrector, que entregó al catedrático Ramos Loscertales cuando fue a verle a la mañana siguiente. Y fue la base del texto que construyó ad hoc dicho catedrático.

Durante la noche anterior, los periodistas salmantinos y corresponsales nacionales y extranjeros acreditados por la oficina de Prensa y Propaganda de los franquistas, acribillaron a B. Aragón de preguntas sobre cómo fue y no fue la muerte de Unamuno. Es de suponer que sus compañeros, o conocidos, del nuevo régimen, entre ellos Loscertales, M. Torres López y Nicolás R. Aniceto, y los falangistas enviados por Millán-Astray, le aconsejaron (más bien ordenaron) que hiciese un informe dando valor a la versión oficial impuesta por la Falange.

Esta interpretación de Loscertales en el prólogo del libro-folleto de B. Aragón es sumamente reticente de casi todo: mentiras y vagas justificaciones para hacer del fallecido un mito del falangismo y del fascio, coronándole como el maestro intelectual de la falangería española.

Las exequias por don Miguel, como los autores de la versión literaria de su fulminante muerte, también fueron falangistas. Eran falangistas los que llevaron a hombros su ataúd, rindiéndole honores fascistas en su entierro.

¡Cómo se removería Unamuno en su féretro –envuelto en banderola negra y roja– al oír esos exabruptos del fascismo:…“¡Camarada Miguel de Unamuno y Jugo. Presente. Arriba España!”, alentados por el jefe de Milicias, el falangista Gil Remírez, enarbolando con voz viril, brazo derecho en alto y mano abierta y extendida, los ánimos de todos los mandos y camaradas de la Falange, en posición de firmes, presentes en su entierro.

También en esa reunión matinal del 1 de enero, Aragón y Loscertales, antes del funeral, redactaron un manifiesto para que se aprobara en el claustro universitario salmantino. Se trataba de un comunicado para redimir la figura académica e intelectual de Unamuno. Pero no llegó a ratificarse. No sabemos si fue porque algunos claustrales se opusieron por estar en contra de Unamuno, o por miedo, o porque no querían manifestar que él era eso que proponían los falangistas.

Pocos días después, el 4 de enero, se intentó reivindicar a don Miguel en la sesión ordinaria del ayuntamiento salmantino. Lo propuso el concejal, Julio Ibáñez R., comerciante muy apreciado de la ciudad. Pero el alcalde franquista, el comandante F. del Valle, ni se lo dejó plantear en el orden del día. Adujo el regidor municipal que sobre ese señor había una resolución muy reciente declarándole incompatible con la corporación salmantina, destacando la actitud incongruente, facciosa y antipatriota de Unamuno desde el 12 de octubre en el paraninfo universitario. Pretendió otra vez intervenir el concejal Ibáñez Rodríguez, lamentando con gran pesar la advertencia de la alcaldía, pero fue inútil porque nadie le apoyó. No lo hicieron ni Gil Remírez de la FET, ni ninguno de los bravucones ediles falangistas que le habían vitoreado con el saludo fascista solo cuatro días antes.

Tampoco habían impedido, dos meses atrás, que se despojase a Unamuno de sus méritos y cargos municipales, en sesión secreta celebrada el 13 de octubre del 36, siendo Gil Remírez teniente alcalde –y otros tantos de la FET– concejales del Consistorio charro.

Este gran valedor unamuniano, que dirigió en su entierro el cotarro fajista y la farsa de honor al anciano escritor, no hizo después nada de nada durante todo el año 1937 para restituir sus derechos municipales (acta de concejal y el título de Alcalde-Presidente Honorario Perpetuo).

Pero es más inaudito observar que, siendo ya el propio Gil Remírez alcalde de Salamanca desde enero del 38 a febrero del 39 –cobrando sus servicios al falangismo-franquismo–, en ningún pleno presentó moción alguna para aniquilar el vituperio impuesto a su unamuniano mentor. Asimismo, Ramos Loscertales, siendo concejal en esa legislatura con Remírez, nunca propuso nada a favor de la restitución institucional de Unamuno. Y recordamos que precisamente el 14 de octubre del 36, se reúne el claustro universitario a instancias de Loscertales para acordar la destitución de don Miguel como Rector perpetuo de la Universidad de Salamanca y expulsarle de la cátedra, siendo apartado de toda responsabilidad, honor y distinción. Este mismo catedrático, Loscertales, de la FET,  es el que aparecía tan compungido en el sepelio de don Miguel, posando sobre su ataúd el birrete y la muceta, negros, de Rector, entre el pandemonium falangista del yugo y las flechas.

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¿Nos tenemos que creer las falsedades poetizadas del falangismo del 36, perpetrado inicialmente por dos personajes como Ramos Loscertales y B. Aragón, aupados y arropados por  el régimen falangista-franquista? Desde la dictadura de Franco hasta la Transición hemos soportado que una multitud de escritores, periodistas e historiógrafos, hayan difundido como potente altavoz esta glosa ´fajista´ más o menos edulcorada sobre la muerte y entierro de Unamuno. Eran camaradas camisas viejas, o azulonas, como Ridruejo, Tovar, Laín Entralgo, Eugenio Montes, Torrente Ballester, V. de la Serna, Sánchez Mazas, Giménez Caballero, García Venero, Obregón, A. de Foxá y otros…

Algunos de estos, élites intelectualoides –en torno a las revistas de la FET-JONS, como Escorial, Jerarqvía y Arriba España–, se reconvirtieron años después a un falangismo liberal, católico y humanista, predemocrático. O sea, cambiaron de chaqueta, de ideología política, poco a poco. Pero ninguno de ellos patriotas renegó de la apropiación flagrante, indebida de Unamuno por parte de la Falange. Y tampoco hicieron nada por desmitificar el espurio relato de B. Aragón y Loscertales.

Ángel Lozano Heras es socio de infoLibre

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