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Croacia y Eslovenia comparten una central nuclear con cuyos residuos no saben qué hacer

La central nuclear de Krško.

Jean-Arnault Dérens | Laurent Geslin | Simon Rico (Mediapart)

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Una puerta de rejilla al final de una pista forestal, cámaras y una garita que ocupa un vigilante. Estamos ante el modesto dispositivo de seguridad que protege la entrada al cuartel en desuso de Čerkezovac, otrora del Ejército yugoslavo.

Es aquí, cerca de la frontera con Bosnia-Herzegovina, donde Croacia tiene previsto almacenar todos sus residuos radiactivos de “baja y media actividad” a partir de 2023; residuos médicos, pero sobre todo la mitad de los residuos de la central nuclear de Krško, situada en Eslovenia, cuya gestión comparten Liubliana y Zagreb. Se trata de 4.800 m3 de materiales radiactivos, como escombros, filtros, herramientas y ropa contaminada.

Según las autoridades de Zagreb, la región montañosa de Trgovska Gora es “la zona más estable del país”. Sin embargo, los días 28 y 29 de diciembre se registraron dos terremotos de 5,2 y 6,3 grados en la escala de Richter en la región de Sisak, arrasando buena parte de la pequeña ciudad de Petrinja, a unos 40 kilómetros de Čerkezovac.

“Los terremotos se producen por el avance de la placa africana hacia la euroasiática”, explica Snježana Markušić, que dirige el departamento de geofísica de la Facultad de Ciencias de Zagreb. Sin embargo, en la década de los 70, las autoridades yugoslavas consideraron que el riesgo sísmico era relativamente limitado y construyeron la primera central nuclear de la Federación Socialista. Su gestión pasó a manos, a partes iguales, de las Repúblicas de Eslovenia y Croacia, que siguen siendo copropietarias tras su independencia en 1991.

La central de Krško, que entró en funcionamiento en 1983, es de tamaño modesto; su único reactor Westinghouse tiene una capacidad de 700 MW, cuatro veces menos que las centrales francesas más pequeñas en funcionamiento. “Las instalaciones se construyeron sobre una losa de hormigón armado, colocada sobre las capas de arcilla y arena”, continúa Snježana Markušić.

Efectivamente, se encuentra situada a lo largo del río Sava, un importante afluente del Danubio. Estas precauciones tienen como objetivo que las instalaciones puedan soportar temblores de hasta 9 en la escala de Richter, “un valor muy superior a los terremotos más intensos registrados en la región”, prosigue el geólogo.

Un sistema de gobernanza único en el mundo

A finales de diciembre de 2020, el mecanismo de seguridad de Krško se activó y la central tuvo que permanecer parada durante casi 24 horas. Nueve meses antes, ya se habían alzado voces incluso en Austria, tras el violento seísmo del 22 de marzo en Zagreb, denunciando los riesgos que acarrea en toda la región.

La central la explota la empresa Nuklearna elektrarna Krško (NEK), cuyo 50% está en manos de la empresa estatal eslovena Gen Energija, mientras que el 50% restante lo controla la empresa estatal croata Hrvatska elektroprivreda (HEP). La energía generada se reparte a partes iguales entre ambos países. Este singular sistema de gobernanza ha dado lugar a algunas fricciones desde la desintegración de Yugoslavia. Entre 1998 y 2003, Liubliana cortó las líneas de alta tensión que van a Croacia por impagos de Zagreb.

Si bien las relaciones bilaterales siguen siendo frías, esto no fue óbice para que los Parlamentos de ambos países votaran en 2015 la prolongación de la vida útil de la central 20 años más, hasta 2043. De hecho, se proyectó un plan de desmantelamiento que se confirmó en 2018, pero ni Eslovenia ni Croacia consideraron necesario contar con lugares de almacenamiento de residuos operativos antes de decidir sobre la ampliación. Seis años después, sigue sin decirse nada.

Los residuos nucleares más peligrosos, especialmente el combustible gastado, se almacenan en la propia planta de Krško y se espera que sigan estándolo al menos hasta 2065, y muy probablemente hasta 2105. Aunque el almacenamiento en seco, puesto en marcha tras el desastre de Fukushima, permite evitar las fugas en caso de terremoto, esta técnica plantea serias cuestiones de control del estado del producto, sellado en silos de hormigón, soldados y estancos. “El problema es que sabemos poco sobre la resistencia a largo plazo de este material”, señala con preocupación Tomislav Tkalec, de la ONG eslovena Focus. Por no hablar de que el combustible usado tendría que guardarse bajo el reactor, “el lugar más arriesgado”, según él. “Y los estudios de impacto los han realizado todos empresas que trabajan por encargo de los propietarios de la central”.

Para el almacenamiento de residuos radiactivos de baja y media actividad, la situación ya es crítica. “Se ha alcanzado la capacidad de la planta; está al 99%”, admite Miran Stanko, alcalde del municipio de Krško. Igor Sirc, director de la administración de seguridad nuclear eslovena, no quiere dar cifras, pero también lo reconoce, “pese a que se ha hecho mucho por optimizar y reducir el volumen de residuos”. “Si no lo movemos rápidamente, podría causar problemas de seguridad”, señala. Según el ecologista esloveno Karel Lipič, “a finales de 2021, en el mejor de los casos, no quedará sitio”.

¿Cómo se explica semejante falta de preparación? En julio de 2020, Zagreb rechazó definitivamente la propuesta eslovena de construir un almacén conjunto cerca de la central, 11 años después de que se iniciaran las conversaciones entre ambos Estados. “La solución elegida por los eslovenos, silos de hormigón a 80 metros de profundidad, bajo las capas freáticas, no es óptima”, analiza el profesor croata Davor Grgić. “Existe riesgo de contaminación del río Sava, antes de Zagreb”. El hecho es que Croacia parece haber rechazado la propuesta eslovena por una historia de mucho dinero.

“Las autoridades de Zagreb explican que, de todas formas, se necesitaba un lugar seguro para almacenar los residuos radiactivos de los hospitales del país, pero fueron sobre todo los intereses financieros los que motivaron su negativa”, afirma el periodista Daniel Prerad, que investiga la industria nuclear croata. “Las autoridades no quieren que Eslovenia se haga cargo de la gestión de los residuos radiactivos croatas y así poder vender sus servicios”.

“No tenemos un plan B, no es necesario”

Desde la disolución del Instituto Nacional de Seguridad Radiológica y Nuclear el 1 de enero de 2019, las competencias relativas a la energía atómica en Croacia recaen en el fondo de desmantelamiento de la central de Krško. “En concreto, esto significa que el legislador ha dado vía libre a los inversores: ya no queda ningún organismo que controle este arriesgado sector”, lamenta el ecologista Toni Vidan.

El director de este fondo, Hrvoje Prpić, se muestra tranquilizador respecto al emplazamiento de Čerkezovac. “El almacén es un edificio en superficie, con los cimientos sobre una losa de hormigón de 60-70 cm de grosor. No puede haber ninguna filtración”, explica. “En cualquier caso, estos residuos radiactivos no son peligrosos. No tenemos un plan B, pero no es necesario”, aclara este hombre, que ronda los 50 años.

En Krško, el Estado esloveno no ha dudado en rascarse el bolsillo para ganarse el apoyo de la población local. “La planta paga 8,5 millones de euros al año sólo en impuestos municipales”, dice el alcalde de la pequeña ciudad, Miran Stanko. Una cantidad a la que hay que añadir “importantes ayudas públicas directas a las infraestructuras municipales, para guarderías, instalaciones deportivas o de la tercera edad”.

Y el alcalde está encantado de ver aumentar el número de sus electores, atraídos por el dinamismo económico que genera la central nuclear y los miles de puestos de trabajo indirectos que están vinculados a ella. Según Karel Lipič, el “poderoso lobby nuclear busca asegurarse el apoyo popular de cara a la construcción de un segundo reactor y no duda en financiar a la sociedad civil eslovena para comprar su silencio”.

En Croacia, este lobby nuclear no representa un verdadero peso político real y pasa por una curiosa paradoja; una de sus principales figuras, Tonči Tadić, es a la vez investigador del Instituto Ruđer Bošković de Zagreb y antiguo diputado de extrema derecha. No pierde la oportunidad de fustigar a Tito, el “dictador comunista”, mientras que la central eléctrica de Krško representa un legado directo de Yugoslavia...

Para los principales partidos políticos croatas, tanto de derechas como de izquierdas, el único desafío real es tratar de encontrar la solución económicamente más ventajosa al problema de los residuos.

Gestionar los residuos de forma más económica

La cuestión del almacenamiento de residuos ha estado abierta desde la construcción de la planta. En un principio se preveían siete ubicaciones, todas ellas en la mitad norte de Croacia, ya que el resto del subsuelo es cárstico, una piedra caliza porosa inadecuada para el almacenamiento de material radiactivo.

En 1998, Zagreb optó definitivamente por las colinas de Trgovska Gora. Supuestamente la menos sísmica del país, la región tenía la ventaja de estar casi despoblada. La ofensiva de las fuerzas croatas en el verano de 1995 había expulsado a la mayoría de los serbios que antes poblaban las marchas del este del país. En el territorio de este vasto municipio se encuentra el cuartel de Čerkezovac.

Según estimaciones de Hrvoje Prpić, los 15.000 lugareños deberían recibir 45 millones de euros de indemnización, repartidos en 45 años. “Cada año, el Estado croata se ahorrará 15 millones de euros al no pagar a los eslovenos por el cuidado de sus residuos y, a cambio, sólo pagará un millón a los residentes locales, apenas el precio de pavimentar una carretera”, se indigna Daniel Prerad.

Pero la región merece una inversión seria. En un radio de cuatro kilómetros del antiguo cuartel, ninguna casa está conectada a la electricidad y sólo se puede acceder a los edificios por pistas de tierra. “La cuestión de la compensación económica nunca se ha discutido oficialmente. Lo que sabemos, lo hemos sabido por los medios de comunicación”, dice Nikola Arbutina, alcalde de Dvor. Es miembro del Partido Democrático Independiente Serbio (SDSS), que suele denunciar rápidamente las violaciones de los derechos de esta comunidad en Croacia. Extrañamente, el partido, que apoya al gobierno conservador de Andrej Plenković, permanece en silencio esta vez, sugiriendo un “acuerdo” nuclear. En cualquier caso, los votantes de la región son demasiado pocos como para interesar realmente a los políticos de Zagreb.

“Al haber pasado por alto la cuestión del almacenaje de residuos radioactivos, Croacia está ahora contra las cuerdas”, afirma indignado el diputado verde Tomislav Tomašević, miembro electo de la plataforma ciudadana Možemo! Como todos los opositores a Čerkezovac, denuncia la falta de transparencia del Estado. Según él, “un asunto tan sensible necesita un verdadero debate público y la organización de un referéndum”. Sin embargo, hace ya seis años que no se debate sobre energía nuclear en el Sabor, el Parlamento croata.

El ecologista Toni Vidan denuncia el cinismo de las autoridades: “La planta de Čerkezovac se eligió porque no hay ningún grupo de presión lo suficientemente fuerte como para oponerse a ella. Los otros emplazamientos estudiados estaban en zonas que tenían peso político en Zagreb, por eso se descartaron”.

Un cuarto de siglo después del final de los combates, Banovina, donde se encuentra Čerkezovac, sigue siendo un territorio marcado. “La región está luchando por recuperarse. Ha sido reconocido como 'interés especial' por el Estado, pero es como si se hubiera olvidado”, se lamenta el director Daniel Pavlić, que participa, en el ámbito local, en la defensa del medio ambiente. “No hay inversiones, no hay puestos de trabajo y la gente se marcha de forma masiva. Acabará pareciendo Chernóbil con los residuos radiactivos que quieren almacenar”. Recuerda que esta elección es “más aberrante si cabe por que la planta de Čerkezovac está a menos de un kilómetro de una zona clasificada como Natura 2000”.

Situada en la orilla occidental del Una, el río que marca la frontera con Bosnia-Herzegovina, la localidad de Dvor se encuentra, efectivamente, en el corazón de una región rural y virgen. Los habitantes querrían desarrollar la agricultura ecológica y el turismo sostenible, sus últimas esperanzas para salir del bache económico, pero la llegada de residuos radiactivos, incluso de baja y media actividad, tendrá inevitablemente un efecto repulsivo. “Está acabando con cualquier perspectiva de futuro para las personas que ya son las más pobres de Croacia”, afirma Daniel Prerad.

En los últimos años se han celebrado concentraciones que han reunido a varios miles de opositores, pero los vecinos no ocultan su pesimismo. “Aquí nadie lo ve con buenos ojos, pero no sabemos cómo evitarlo”, dice uno de ellos. El consejo municipal de Dvor sólo ha aprobado una resolución que prohíbe la instalación de un vertedero de residuos radiactivos en el territorio del municipio, pero no es vinculante. Mientras tanto, el desfile de camiones que entran y salen de Čerkezovac que presencian los vecinos continúa tranquilamente.

Bosnia-Herzegovina quiere un arbitraje internacional

En Bosnia-Herzegovina, al otro lado del río Una, la lucha también está tratando de organizarse. Se ha creado un colectivo de ciudadanos en la ciudad de Novi Grad, con el apoyo de las autoridades locales. “Si los residuos radiactivos se almacenan en el Trgovska Gora, no sólo se verá afectada la población de Novi Grad, sino los 300.000 habitantes que viven a lo largo del río Una”, critica el alcalde Miroslav Drljača. “Los pozos utilizados por el ayuntamiento, infraestructura para la que hemos invertido 5,5 millones de euros, están situados a 900 metros del emplazamiento. A la menor fuga, estas fuentes de agua potable se contaminarán”.

Los residentes bosnios de Una han recibido en varias ocasiones el apoyo del Gobierno central de Sarajevo. “Se trata de una cuestión en la que Bosnia-Herzegovina comparten una misma postura”, subraya el presidente del Parlamento, Denis Zvizdić, algo bastante raro en este país todavía minado por las divisiones. “Si Croacia decide [instalar residuos radiactivos en] Trgovska Gora, no dudaremos en movilizar todos los convenios internacionales que sean necesarios e iniciar un procedimiento de arbitraje”, continúa. Sin embargo, el tema aún no se ha incluido en la agenda de las reuniones bilaterales entre los dos vecinos.

¿Tendrá Croacia tiempo de encontrar un plan B antes de la fecha límite de 2023? No está claro. “Nadie puede predecir dónde y cuándo temblará la tierra”, señala el ecologista de Novi Grad, Mario Crnković. “La rotación de la microplaca del Adriático continuará y la actividad sísmica que provoca no se detendrá por imperativo de algunos políticos irresponsables”.

Traducción: Mariola Moreno

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