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¿Genio? ¿Sátrapa? ¿Precursor de una Europa unida? 200 años de la muerte de Napoleón

Napoleón Bonaparte en Santa Elena, por François-Joseph Sandmann.

Es uno de los personajes que más controversias ha generado en la historia reciente de Francia. De genio y figura para la extrema derecha de Marine Le Pen a símbolo de una época de abusos para los sectores más progresistas franceses. El escritor Jacques Bainville le dedicó una frase mítica en su clásico Napoleón editado en 1931: “Salvo por la gloria, salvo por el arte, mejor le habría valido no existir”. Roger Caratini fue un paso más allá en su obra Napoléon: une imposture (Napoleón: una farsa) y lo tildó como “la primera dictadura militar de los tiempos modernos”. El ensayista Paul Johnson, lo retrató en una breve biografía publicada en 2002 como un criminal de guerra, tío-abuelo de Hitler, Stalin y Mao.

Su memoria es una obsesión en Francia y objeto de discusión hacia su legado. Del padre del Estado de derecho francés a tirano de una Europa que derramaba ríos de sangre allá por donde pasaba. Del general que consolidó la República tras la Revolución al hombre que se proclamó Emperador. De fortalecer la Ilustración con el Código Civil y una organización administrativa en parte en hoy vigente, a reinstaurar la esclavitud en el Caribe francés. Los aniversarios de su muerte siempre generan mucha polémica entre el público galo. Así quedaba reflejado en el discurso Emmanuel Macron a principios de mayo con motivo del bicentenario de su fallecimiento, donde se desmarcaba de sus medias más polémicas, entre ellas la esclavitud y reivindicaba "asumir" todo lo que implica su legado. "Del imperio renunciamos a lo peor y del emperador nos quedamos con lo mejor", pronunció en su prédica. Fallecía el 5 de mayo en su casa de Longwood en Santa Elena, donde se hallaba recluido desde su exilio en 1815, y fue uno de los militares y estadistas más famosos de todos los tiempos: hablamos de Napoleón Bonaparte (1769-1821) que el pasado mes de mayo se cumplían doscientos años de su muerte.

Llegó a gobernar casi toda Europa, pero acabó pasando los cinco últimos años de su vida en una isla británica a 1.800 kilómetros de la costa de África. Su muerte ha estado rodeada de una sombra de misterio que abarca desde el envenenamiento hasta la que, según la autopsia oficial, fue la causa real: cáncer de estómago. El historiador británico Siân Rees recopiló las teorías sobre este tema en un artículo para BBC News en el que se explica que durante la segunda mitad del siglo XX se seguían investigando las causas de la muerte.

Las teorías que defienden que falleció debido a un envenenamiento argumentan que este habría sido ordenado por los ingleses, temerosos de que se rescatase al emperador de su exilio, y esta decisión habría sido apoyada también desde Francia. La sustancia con la que supuestamente se habría intoxicado a Bonaparte era arsénico, le habría sido suministrado poco a poco y habría acabado con su vida tras un largo periodo padeciendo dolores estomacales.

La muerte del emperador bajo estas circunstancias fue el punto final a una vida que lo ha convertido en una de las personalidades más conocidas de la historia europea.

Bonaparte nació en Córcega, tenía siete hermanos y unos padres que descendían de la nobleza italiana, lo que permitió a Carlos María Bonaparte, su padre, conseguir que sus dos hijos mayores disfrutaran de una beca en el colegio francés de Autun, donde estudiaba la descendencia de gran parte de la aristocracia francesa. Durante sus años en el colegio Napoleón destacó en matemáticas, lo que le sería muy útil para su futura especialidad, la artillería. La peor parte del periodo como estudiante del que sería emperador de Francia eran las burlas a las que se veía sometido por ser, a los ojos de sus compañeros, “un extranjero raro y mal vestido”.

Uno de los grandes estrategas militares

Napoleón Bonaparte es uno de los mejores estrategas militares de la historia. Empezó a servir en el Ejército con tan solo 17 años, tras haber asistido a la escuela militar de Brienne, pero lo dejó durante unos años debido a la muerte de su padre. Tras pasar penurias económicas durante un tiempo, Napoleón volvió a ingresar en el Ejército en calidad de capitán y consiguió un gran renombre en el asedio a la base naval de Tolón, donde logró frenar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses.

En los años posteriores Bonaparte fue ganándose cada vez más renombre entre sus compañeros, pero también sacando de quicio a sus superiores, ya que hacía y deshacía a su antojo, sin seguir ninguna de las orientaciones que recibía desde París. Esta manera de actuar fue la causa por la que el Directorio, penúltimo Gobierno de la Primera República Francesa, decidiera apoyarle en una expedición a Egipto que fracasó, como esperaban desde el Gobierno. Tras estos sucesos, Napoleón volvió a Francia y preparó el golpe de Estado que llevaría a cabo en 1799, culminado con la instauración de la Constitución Napoleónica de 1800.

Durante sus años de mandato, Bonaparte realizó importantes cambios en la administración e introdujo instituciones que han llegado hasta nuestros días como el Consejo de Estado o la organización judicial. Además acabó con las guerras civiles que había en la zona oeste francesa y mejoró la economía que había sufrido las consecuencias de la Revolución. Mientras siguió cosechando éxitos en Europa, ganando, por ejemplo, a los austríacos en la batalla de Marengo.

En el año 1804, tras haber llevado a cabo uno de los castigos más serios contra un príncipe emparentado con los Borbones que, como otros antes, había participado en un atentado contra su persona, la corona imperial le fue ofrecida por el Senado. Meses más tarde, el 2 de diciembre, se celebró la coronación de Napoleón como Emperador de Francia en la catedral de Notre Dame. Durante este día, Bonaparte tampoco dejó a nadie indiferente, así, mientras sus detractores describieron la ceremonia como “la entronización del Gato con Botas”, sus admiradores consideraban que “Francia nunca había alcanzado tanta grandeza”.

El imperio napoleónico fue creciendo batalla tras batalla durante los seis años posteriores a la coronación de Bonaparte, con el objetivo, según el emperador, de “formar una patria común”. Napoleón ansiaba conseguir que todo el continente estuviese unido. Con el deseo de conseguirlo, los territorios que eran conquistados por el ejército napoleónico abolían los derechos feudales, los particularismos económicos o las aduanas, creando así un mercado único.

Derrotas y exilios del emperador

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Esta táctica le fue funcionando hasta que en 1812, teniendo a parte de su Grande Armée retenida en España debido a las guerrillas que seguían teniendo lugar desde que había conquistado el país en 1808, el resto su ejército, con Napoleón incluido, se adentró en Rusia. Las tropas francesas llegaron a Moscú, pero el frío y la falta de víveres vencieron a los galos. Tras conocerse este suceso, muchos de los países conquistados se alzaron en armas contra el ejército y también la burguesía francesa se rebeló contra su emperador. El resultado fue la conocida como batalla de las Naciones, que aconteció en 1814 en Leipzig: en ella Napoleón sufrió una derrota que lo condenaría a su primer exilio en la isla italiana de Elba, que duró tan solo unos meses.

En marzo del año siguiente, Napoleón volvió a tomar París durante unos meses, en el periodo que es conocido como el Gobierno de los Cien días, ya que duró hasta junio de ese mismo año, cuando tuvo lugar la batalla de Waterloo en la que el ejército francés se enfrentó a ingleses, neerlandeses y alemanes. Tras esta derrota, el emperador se entregó a los ingleses creyendo que estos le dejarían irse a Norteamérica, sin embargo, el Gobierno británico le sentenció al exilio en la isla de Santa Elena, debido a que si le dejaban libre “podía peligrar la paz de Europa”.

Así fue como el emperador que había conseguido unificar gran parte del continente europeo acabó pasando sus últimos cinco años de vida en una isla de 121km2 en la que escribió sus memorias y donde permaneció hasta 1840, cuando sus cenizas fueron trasladadas bajo la cúpula del Hôtel des Invalides en París, fundado dos siglos antes por el Rey Sol, Luis XIV.

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