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Un mundo en crisis

La caída de Kabul pone en evidencia a una UE sin estrategia propia ante la pugna de EEUU y China

Tareas militares de evacuación de población cerca del aeropuerto de Kabul.
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"Espero que se me escuche un poco más cuando digo que Europa debería estar preparada para actuar por su cuenta", decía Josep Borrell días atrás, en plena evacuación de Kabul, al comprobar cómo Estados Unidos controlaba el aeropuerto con el despliegue de 6.000 militares mientras los países europeos peleaban por sus turnos. No hablaba por hablar.

El Alto Representante de la UE para Política Exterior y de Seguridad cree que los últimos grandes acontecimientos –pandemia, retroceso del multilateralismo, recrudecimiento de la tensión EEUU-China, utilización del comercio, la energía y hasta la inmigración con fines políticos– están dando obstinadamente la razón a una de sus más reiteradas ideas: la UE está recibiendo un severo castigo por su falta de estrategia común y autónoma, déficit que es urgente paliar y que viene causado fundamentalmente por discrepancias internas, como el choque entre Francia y Alemania.

Tomando la expresión del analista Federico Steinberg, profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid, la UE está pagando ser un club de "herbívoros" en un mundo de animales "carnívoros".

Autonomía estratégica

"Ahora mismo somos subsidiarios de los americanos", protestaba Borrell en El Confidencial, sin ocultar un deseo de contar con una "fuerza militar" que emplear en el marco de una "autonomía estratégica", que permitiera a la UE actuar por su cuenta en los terrenos de seguridad y defensa, pero también de industria, tecnología o acceso a materias primas.

Eso es lo que anhela Borrell, en suma: que la UE pueda actuar como una potencia soberana, al igual que hacen Estados Unidos o China o Rusia, y no como la suma de 27 países enredados en contradicciones e intereses a menudo incompatibles.

Estas dos palabras, "autonomía estratégica", son una vieja obsesión del Alto Representante de la UE para Política Exterior y de Seguridad. En un artículo del pasado diciembre, Borrell defendía su urgencia "un mundo cada vez más hostil" en el que la UE pierde peso. "Hace treinta años, representábamos una cuarta parte de la riqueza mundial. Se prevé que en 20 años no representemos más del 11%, muy por detrás de China, que representará el doble, y por debajo del 14% de Estados Unidos, al mismo nivel que la India", exponía.

A su juicio, "las dos próximas décadas serán cruciales". "La conclusión es sencilla –añade Borrell–. Si no actuamos juntos ahora, seremos irrelevantes. La autonomía estratégica es un proceso de supervivencia política".

Pandemia y Afganistán

Dos fenómenos copan el análisis de los favorables a la "autonomía estratégica". El primero es la creciente divergencia de los intereses geoestratégicos de EEUU y la UE. "Europa se enfrenta en su periferia a una serie de conflictos o tensiones en el Sahel, Libia y el Mediterráneo oriental. En estos tres casos, Europa debe actuar aún más, y por sí sola, porque estos problemas no afectan principalmente a los Estados Unidos", señala Borrell. Ya desde la presidencia de Obama, EEUU mira sobre todo a la región de Asia y el Pacífico, apartando su foco de Europa, recalca Diego López Garrido, vicepresidente de la Fundación Alternativas, para quien el "repliegue" estadounidense en Afganistán, dejando sin opciones autónomas a los países europeos, ha evidenciado la "necesidad" de que la UE se dote de una política de seguridad y defensa propia.

El segundo fenómeno es la pandemia, que ha sacudido al mundo en plena la crisis del multilaterialismo, evidenciando insuficiencias industriales europeas para abastecerse de productos sanitarios básicos.

En palabras de Borrell, el covid-19 ha mostrado la "vulnerabilidad de Europea" en un mundo en que "la ciencia, la tecnología, el comercio, los datos y las inversiones " son "instrumentos de presión de la política internacional".

Una UE "herbívora" en un mundo "carnívoro"

El tantas veces mencionado poder blando de la UE se enfrenta a un endurecimiento de las reglas, con Estados Unidos explotando la dependencia europea en seguridad, Rusia usando la energía y la propaganda como arma geopolítica, Turquía haciendo lo mismo con la inmigración y China usando su músculo inversor para dividir a los países de la UE.

Así lo expone en un artículo de 2020 el analista del Real Instituto Elcano Federico Steinberg, para quien el "cambio profundo en el sistema internacional" deja "descolocada" a la UE, "que estaba cómoda en un mundo de reglas y cooperación". Ese mundo, en el que Joe Biden proclama en voz alta que Estados Unidos jamás aspiró a democratizar Afganistán, pierde terreno a ojos vista.

Steinberg habla de una UE "herbívora" en un mundo de potencias "carnívoras". Sin cambio de estrategia, se arriesga a ser "menú" y no "comensal", añade.

Un lustro de avances Un lustro de avances

Sería injusto decir que la UE no ha dado pasos hacia una estrategia compartida. El Tratado de Lisboa, en vigor desde 2009, ya ofrece un marco de política común de seguridad y defensa. La Estrategia Global de la UE de 2016, impulsada por Federica Moguerini bajo el impacto de la fulgurante invasión rusa de Crimea, ya preveía alcanzar "un nivel adecuado de autonomía estratégica". Desde 2017 existe la cooperación estructurada permanente (Pesco, por sus siglas en inglés), con compromisos vinculantes en 47 proyectos que incluyen un comando médico, un sistema de vigilancia marítima, seguridad cibernética y una escuela conjunta de inteligencia.

La UE está a punto de adoptar un Fondo Europeo de Defensa, financiado con 7.900 millones hasta 2027. Actualmente mantiene 16 misiones conjuntas, desplegando más de 6.000 efectivos civiles y militares. Francia, España y Alemania han acordado este año la nueva fase de desarrollo sistema de combate aéreo del futuro, el conocido como SCAF, con una inversión de 3.500 millones y que debería culminar en 2027.

Los avances en estratégica común son observables en comportamientos concretos de los países UE. Por ejemplo, los nórdicos y bálticos, especialmente afectados por la ofensivas cibernéticas rusas, se han beneficiado del apoyo del resto de la UE. Otro ejemplo: sería impensable que, sin un mínimo empeño común sólo explicable por la UE, hubiera fuerzas estonias en Mali ayudando a Francia.

Aunque la idea de "autonomía estratégica" nace de la industria militar, hoy no se limita a la seguridad y la defensa. Hay en marcha proyectos europeos que desbordan este marco como Aeronaves del Futuro (SCAF), al igual que otros para desarrollar el papel internacional del euro, acceder a los metales raros, diversificar sus fuentes de consumo... Los defensores de la integración señalan que en 2025 la UE podría producir por sí misma suficientes células de baterías para satisfacer las necesidades de la industria automovilística europea.

En el terreno económico es donde la UE cuenta con sus mayores bazas. La principal es el mercado interior, con casi 450 millones consumidores. Se trata de "un enorme activo", porque "todos los países están dispuestos a dar algo para acceder a dicho mercado", expone Steinberg, para quien la UE necesita vincular la política comercial a la exterior e introducir instrumentos económicos "de control" y posible "bloqueo" de inversiones, así como aplicar a las empresas chinas la normativa contra las ayudas de Estado que aplica a sus propias compañías. Son medidas, señala Steinberg, que demostrarían que la Unión "entiende el lenguaje del poder". López Garrido añade: "Hay ejemplos clarísimos. En fabricación de chips, Europa no puede depender de otros".

Dificultades y problemas

El punto de destino, el objetivo que Borrell tiene entre ceja y ceja, es el conocido como Strategic Compass, a veces traducido al español como "brújula estratégica", que el Alto Representante presentará al Consejo Europeo en 2022. El resultado, que requiere de unanimidad, debe ser un documento vinculante que fije una sola estrategia para todos los países de la UE. ¿Difícil? Más que eso.

Guillem Colom, experto en seguridad y defensa, detecta un primer problema en la falta de concreción. "La UE es experta en sacar conceptos de la chistera y no definirlos del todo para no quedar atrapada en la realidad", señala el profesor en la Universidad Pablo de Olavide, recordando que la UE lleva más de 20 años aflorando en cada crisis el debate sobre la necesidad de "más músculo militar". "Ya aburre", dice. Y pide poner las cartas sobre la mesa. "¿Compartimos [los países de la UE] los mismos riesgos y amenazas?", pregunta. A su juicio, no, lo que acabará por conducir a un acuerdo de "mínimo común denominador".

Hay también, señala Colom, un exceso de expectativas. "Autonomía estratégica" suele ser interpretado como "ejército europeo". Y no. Ninguno de los consultados lo ve verosímil. El establishment político europeo no cuestiona la OTAN, "único marco viable para garantizar la defensa territorial de Europa" (Borrell). En el terreno militar, "las carencias –y dependencias de EEUU– europeas son tan relevantes que pensar en actuar autónomamente a medio plazo, incluso en escenarios poco exigentes, resulta cuanto menos utópico", señala Mario Laborie en Esglobal. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, lo dijo con crudeza en marzo: "Debemos evitar la percepción de que la UE puede defender Europa. Porque la UE no puede defender Europa".

A los problemas de definición y alcance se suma la necesidad de unanimidad, siempre un escollo para la flexibilidad, pero que lo es más aún en temas de seguridad y defensa, cogollo de la soberanía. Y, por supuesto, están las diferencias políticas de fondo. Sobre el papel, parece haber un acuerdo en lo esencial de las dos potencias europeas, Francia y Alemania, que abogan por mayor autonomía estratégica. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, lo considera prioritario.

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¿Entonces? Para entender el problema, hay que ir a la letra pequeña.

Si acudimos a Borrell, lo dice con suavidad: "No todos los Estados europeos ven los problemas a través de las mismas lentes". Colom lo concreta. De un lado, explica, está Francia, la más defensora de la autonomía estratégica europea. "En su tradición gaullista, se siente la potencia militar de la UE", explica. Por otro lado está Alemania, potencia económica y política, no tanto militar, reticente a la visión europea de la nuclear Francia.

Las discrepancias han llegado a ser notorias. Los países europeos más atlantistas, con Alemania al frente, han calificado la postura francesa de poco realista y no exenta de riesgos. La ministra de Defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer, llegó a decir que las "ilusiones" francesas "deben terminar". Este grupo, en el que también se encuentran países como Polonia, países Bálticos, Chequia y Hungría, aboga por reforzar vínculos con EEUU. "El Grupo de Visegrado cree poco en la defensa europea", señala Colom, que recuerda que, aunque suele alegarse que las duplicidades militares y barreras a la adquisición cuestan más de 26.000 millones de euros al año, a la hora de la verdad una apuesta de integración militar supondría dinero. "Mucho dinero", dice Colom. Salir del ala de Estados Unidos no sería gratis, ni política ni económicamente.

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