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La vacunación, un éxito colectivo. Ellos se lo pierden

Varias personas reciben la vacuna contra el coronavirus, este miércoles en el pabellón de los deportes Paco Paz de Ourense.

Gaspar Llamazares

Hemos alcanzado entre los primeros países del mundo la inmunización prevista del 70% al final del verano. Un logro colectivo compartido por los sanitarios, los ciudadanos y los gobiernos central y autonómicos, junto a la contratación conjunta de la Unión Europea, las compañías farmacéuticas y la investigación básica de los centros universitarios públicos. Algunos no se reconocerán en el éxito por puro sectarismo y afearán de nuevo el haber llegado tarde por unos días o reprocharán la patrimonialización del éxito por parte del Gobierno de turno, cosa que no lo harán con los suyos. Ellos se lo pierden, como ya lo vienen haciendo desde el inicio de la pandemia, apuntándose al carro del negativismo, la confrontación y la división en vez de a la ciencia, la propuesta y la colaboración.

Vuelven otra vez con el mantra de la ley de pandemias, como si con ella se hubiera podido eludir la declaración de la ley del estado de alarma, excepción y sitio o la garantía de los derechos fundamentales por parte de los tribunales de justicia en la aplicación de las restricciones contempladas en las leyes de salud pública. Cuando no con la escasez y el sistema de distribución de las vacunas, a sabiendas de los límites de producción de las mismas y de un sistema de distribución de acuerdo con la estrategia de vacunación y la priorización de los grupos vulnerables que ha sido otro de los éxitos indudables del modelo de vacunación español. Otros países más desarrollados que el nuestro y de nuestro entorno geográfico y cultural se encuentran aún lejos de nuestro porcentaje de vacunación y además tienen a colectivos vulnerables aún desprotegidos. En todo caso, los EEUU han vacunado ya más del 53%  de su población total y Europa ha superado ya el 70% de cobertura para su población diana.

En definitiva, nuestra estrategia de vacunación ha funcionado muy bien, así como nuestro sistema sanitario, y asimismo los ciudadanos han mostrado una adherencia excepcional a las vacunas en todos los grupos de edad, desmintiendo la leyenda negra sobre la relajación y la irresponsabilidad de los más jóvenes.

Ha sido también esta rápida dinámica de vacunación, junto a la responsabilidad ciudadana, las que han contribuido a doblegar la quinta ola de la pandemia en España, que a pesar de haber tenido una incidencia mayor de lo esperado ha evitado el colapso de los centros sanitarios y ha provocado una mortalidad muy inferior a la de otros momentos de la pandemia. En este caso, más que el exceso de confianza del verano pasado, el rebrote se ha producido como consecuencia de la inevitable flexibilización de unas restricciones que ya eran incompatibles con el cansancio, casi hastío pandémico, y la urgencia de la recuperación de la economía y en particular del turismo, en un marco de seguridad.

El próximo inicio del curso escolar y la recuperación de la actividad después de las vacaciones deben ser el pistoletazo de salida para la recuperación progresiva de la normalidad. El principio de precaución no debería entenderse como inconsciencia del peligro pero tampoco como inmovilismo ante lo que ya es psicológica y sociológicamente la salida de la pandemia en España y en Europa. Es cierto que con las nuevas variantes la inmunidad de grupo del 70% es insuficiente, pero el ritmo de vacunación y el apoyo ciudadano garantizan un alto nivel de control en las próximas semanas y su transformación en un proceso endémico en unos meses.

Ahora toca culminar la vacunación de los grupos todavía pendientes, en particular entre los más jóvenes pendientes de la segunda dosis y la repesca de los rezagados, con lo que nos encontraremos por encima del 80% de cobertura con las dos dosis, no merece la pena enredarse en maniobras de distracción importadas de otras situaciones como es la obligatoriedad general de la vacunación o del pasaporte covid, las vacunas de los niños menores de doce años o las terceras dosis para todos. Si acaso, la posible obligatoriedad lo será para los que tratan con colectivos vulnerables como la sanidad o las residencias de mayores, así como las terceras dosis solo para personas concretas inmunodeprimidas que se puedan ver beneficiadas.

El reto fundamental, desde hace ya tiempo, es acelerar la vacunación en todo el mundo, si es que de verdad queremos controlar la pandemia, cuando todavía estamos muy lejos de los compromisos de inmunización global y en particular en proporciones ínfimas en África, que no llega al cinco por ciento, y también en América Latina, que no supera el quince por ciento, y algo parecido en Asia. Para ello, además de cumplir con lo comprometido en las aportaciones al programa COVAX y del desarrollo de centros productivos, en particular en el continente africano, se hace precisa la liberación urgente de las patentes, sobre todo habida cuenta los enormes beneficios que ya han obtenido las compañías farmacéuticas con sus ventas a los países más desarrollados. Es hora de la solidaridad y de la responsabilidad. En la dramática situación de los países y continentes empobrecidos, el acaparamiento de la producción para garantizarse terceras dosis sin evidencia científica es irresponsable y criminal.

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Por último, el alto porcentaje de vacunación en comunidades como Asturias, hasta un límite que sin volver al mantra de la mal llamada inmunidad de grupo podría considerarse cercano al control funcional de la pandemia con un 80% con pauta completa y más de un 86% de la población diana, muestran el camino que seguirá el conjunto del país. Lo dicho, un triunfo colectivo.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

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