ELECCIONES EN ALEMANIA
Los Verdes prometen una “revolución energética”, mientras CDU y SPD quieren una transición sin inquietar a la industria
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Si hay un foco de atención electoral en Alemania, además de qué candidato tendrá estatura política suficiente para superar el contundente legado de Angela Merkel, ése es el cambio climático. La preocupación por un planeta cada vez más amenazado por culpa de la actividad humana no ha dejado de crecer en la primera potencia industrial de Europa. Tal es así que Los Verdes consiguieron situarse en 2018 como segunda fuerza política en las elecciones de Baviera, dejando a la eterna CSU sin mayoría absoluta por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, y han repetido victoria este mismo año en el land vecino de Baden-Württemberg. Winfried Kretschmann es el único presidente ecologista de un estado federado, pero ya lleva en el Gobierno tres mandatos consecutivos. Baviera y Baden-Würrtemberg son los länder más ricos de Alemania.
De hecho, la Gran Coalición en el Gobierno federal, integrada por CDU y SPD, tuvieron que echar el resto y aprobar un plan de 40.000 millones de euros, en septiembre de 2019. Lo habían prometido en su acuerdo de gobierno, y las encuestas y las multitudinarias manifestaciones de jóvenes aupados en la figura de Greta Thunberg empujaban en la dirección verde. Tras el desastre de Fukushima, hace 10 años, Merkel ya había dado el golpe anunciando el cierre de la nucleares para 2022, y el paquete de medidas pactado con el SPD pretendía dar un impulso a los objetivos climáticos de 2030 de reducción de emisiones, estableciendo un sistema nacional de tarificación del carbono en el transporte y los edificios, de forma que esos ingresos adicionales se invirtieran en actuaciones para la transición energética o en compensaciones para los ciudadanos.
Ése es el impulso que defienden ahora en la campaña para el 26-S los dos partidos de gobierno. Pero también se trata de territorio abonado para Los Verdes, a los que las encuestas otorgan un 17% de los votos y las quinielas sitúan en las combinaciones de gobierno más factibles. Alemania es el sexto país del mundo que más CO2 escupe a la atmósfera y ya antes de la pandemia incumplía sus objetivos de reducción de estas emisiones –40% para 2020, 55% para 2030–. Así que Los Verdes prometen a los alemanes una “revolución energética”. El centro de la acción de gobierno será el cambio climático, “que informará las actividades de todos los ministerios”, tal y como reza el primer capítulo de su programa electoral. Además, pretenden incorporar la protección del clima en el sistema jurídico, introduciéndola en la Ley Fundamental.
Por el contrario, SPD y CDU hacen bandera de los Acuerdos de París y prometen una “Alemania climáticamente neutra” en 2045, pero siempre con un ojo puesto en la economía, en la poderosisíma industria nacional. Los Verdes no tienen miedo al impacto de esa revolución en los sectores productivos: de ella surgirán “nuevas áreas de negocio, nuevas ramas de la industria y nuevos puestos de trabajo” en la construcción, en la economía circular, en la producción de baterías, en la industria del hidrógeno, auguran. “La protección del clima es rentable”, proclaman.
1,5 millones de tejados solares en cuatro años
Así que, en 47 páginas detallan, con cifras de inversión y plazos definidos, su plan para conseguir la neutralidad climática. Para empezar, proponen una expansión “masiva” de las energías renovables que debe ponerse en práctica “lo antes posible”, la única manera de garantizar una salida “acelerada” del carbón sin poner en riesgo el suministro. Lo quieren todo y lo quieren ya. Son muy concretos: el aumento anual “inmediato” de la energía eólica terrestre deberá ser de cinco a seis gigavatios y de siete a ocho gigavatios a partir de 2025. El crecimiento de la energía solar será de los 10-12 gigavatios actuales a 18-20 anuales a partir de 2025. Cifran en un 2% la superficie del país que debe dedicarse a renovables. Para ello, no sólo prometen convertir “tejados, fachadas y balcones” en centrales eléctricas con paneles solares –1,5 millones de tejados solares en cuatro años– sino también instalarlos en aparcamientos, junto a autopistas y vías férreas o en terrenos baldíos y antiguas minas. No ocupando “valiosos” terrenos agrícolas. Finalmente, ofrecen combinar parques marinos con parques solares situados en los países mediterráneos y con energía hidroeléctrica procedente de Escandinavia y los Alpes. “Un continente es un buen tamaño para hacer la transición energética”, resumen.
Como, además, tiene prisa, el partido de Annalena Baerbock propone adelantar el abandono del uso del carbón de 2038 –el plazo del Gobierno– a 2030 y alcanzar en 2035 el 100% de uso de energías renovables. Para sufragar ese tránsito, plantea utilizar el mercado de emisiones de la UE, pero, si en ese ámbito no se consiguiera un precio “incentivador” del CO2, Los Verdes quieren un precio mínimo nacional de 60 euros por tonelada.
Los conservadores de la CDU, en cambio, no se ocupan del medio ambiente hasta el tercer capítulo de su programa electoral y lo relacionan siempre con la economía. “Queremos aunar intereses y no enfrentarlos entre sí” también en la lucha contra el cambio climático, subrayan. Su objetivo es aumentar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero hasta un 65% en 2030 y llegar al 88% en 2040 –en España el objetivo para 2030 es de sólo el 23%–. Al igual que Los Verdes y el SPD, el partido de Angela Merkel propone suprimir el recargo de las renovables que pagan los consumidores en el recibo de la luz. También quiere aumentar las deducciones fiscales a las inversiones en tecnología climática y en eficiencia energética. Pero, a diferencia de Los Verdes, la CDU no aporta cifras ni plazos concretos para casi ninguna de sus medidas. Todo lo más se comprometen a “avanzar con decisión” para expandir las renovables “de forma significativamente más rápida”.
Movilidad: el tren, el transporte público y la bicicleta, protagonistas
Como el SPD, los conservadores se esforzarán por convertir a Alemania en el país número uno en hidrógeno, del que harán falta grandes cantidades, apuntan, para hacer la transición energética. La CDU quiere promover la cooperación internacional para importar hidrógeno. Pero su mantra es que toda actividad sea “ecológicamente compatible y económicamente sostenible”, bien sea la agricultura, bien sea la industria. Sobre todo, la automovilística, de la que Alemania es líder mundial. Y es aquí donde los conservadores marcan la diferencia. “Queremos que Alemania siga produciendo los mejores coches del mundo con todas las formas de propulsión”, destacan. Es decir, la CDU rechaza la prohibición del diésel, que abanderan Los Verdes. Y la limitación de velocidad en las autopistas. “La movilidad es una expresión de la libertad individual”, sostienen. El SPD sí marca en 130 kilómetros por hora el máximo en carretera, mientras que Los Verdes van más allá e incluso piden que se reduzca hasta 120 kilómetros por hora en zonas urbanas. También plantean que en ciudad la norma sea ir a 30 kilómetros por hora y sólo a 50 kilómetros por hora como excepción.
En esa misma línea de inconcreción, la CDU ofrece “inversiones récord” en infraestructuras, ampliar el ferrocarril y desplazar más tráfico de mercancías de la carretera al ferrocarril y a los ríos navegables. Tanto el SPD como Los Verdes dan mucho protagonismo al tren en el cambio hacia la movilidad sostenible. En general, al transporte público en detrimento del coche. Los socialdemócratas quieren crear un Centro Nacional de Coordinación de la Movilidad, que tendrá como función “reconectar todas las grandes ciudades a la red de larga distancia y establecer nuevas conexiones de trenes rápidos y nocturnos” con los países vecinos. De forma que los viajes en ferrocarril sean “más atractivos y baratos” que en avión. También quieren electrificar el 75% de la red ferroviaria antes de 2030 y utilizar trenes propulsados por hidrógeno. Los Verdes cuantifican en 100.000 millones de euros hasta 2035 las necesidades de inversión en el tren necesarias para hacer la “revolución” del transporte sostenible. Que saldrán de un fondo nutrido con los ingresos por peajes a vehículos pesados. También pretenden recuperar los tranvías. Y duplicar el número de pasajeros en el transporte público local para 2030. O doblar el número de vías con carril bici en ese mismo plazo. Creen que, si se desarrolla adecuadamente el ferrocarril, los vuelos de corta distancia serán innecesarios dentro de 10 años.
Si se cumplen las promesas del SPD y Los Verdes, en 2030 habrá 15 millones de vehículos eléctricos circulando en las carreteras alemanas, unas vías cuyo número el partido de Baerbock no quiere aumentar. Lo que sí reclama es un impuesto europeo sobre el queroseno, pero no esperarán a la decisión de Bruselas: antes habrá un gravamen para los vuelos nacionales. Otras medidas fiscales del programa de Los Verdes incluyen la reducción del IVA para las leches de origen vegetal y para el café de comercio justo, así como la aplicación de un “céntimo de bienestar animal” sobre los productos de origen animal que servirá para financiar la reconversión de las explotaciones agrícolas. Su objetivo es alcanzar el 30% de agricultura ecológica en 2030.
La preocupación del SPD, que no obvia su apoyo a “las industrias clave en su camino hacia la neutralidad climática”, se centra en el impacto social de los cambios. Proteger la “prosperidad” al tiempo que el clima. Según resalta, una Alemania climáticamente neutra se convertirá en un “motor de empleo”. De ahí que no duden en proclamar que “la protección del clima es la tarea social de las próximas décadas”. Al tiempo, habrá que proteger a los sectores destinados a desaparecer. Por eso ofrecen ayudas estructurales para las regiones mineras. También habrá subvenciones para sustituir los sistemas de calefacción de los edificios e incentivos para que los propietarios de pisos de alquiler se lancen a ello y asuman el coste, no el inquilino.
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La ultraderecha dice que la batalla contra el cambio climático es inútil
El contrapunto a la creciente preocupación ciudadana y política por el cambio climático lo pone el programa de AfD, donde la crisis medioambiental aparece sólo en el antepenúltimo capítulo, muy por detrás de otros sobre el islam o las migraciones. Los ultraderechistas no niegan el calentamiento global, pero acarician un peculiar negacionismo dudando de que “sólo tenga consecuencias negativas”. Por el contrario, sostienen que el aumento de CO2 en la atmósfera “ha contribuido a la ecologización de la tierra en las últimas décadas” y que, “en lugar de librar una batalla inútil contra el cambio climático”, los seres humanos deberían “adaptarse a las nuevas condiciones, al igual que las plantas y los animales”.
También se pueden leer frases como las siguientes: “La historia de la humanidad demuestra que los periodos cálidos siempre han dado lugar a un florecimiento de la vida y de las culturas, mientras que los periodos fríos se asocian a la penuria, el hambre y las guerras. Todavía no se ha demostrado que los seres humanos, especialmente la industria, son en gran parte responsables del cambio de clima”. Su inquietud se desvía hacia otros terrenos. AfD asegura que las medidas tomadas por el Gobierno para reducir las emisiones están amenazando la libertad de los ciudadanos “hasta un punto cada vez más aterrador”.