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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

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Inteligencia política

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Rafael Sánchez Sánchez

Hablar de la trayectoria reciente de Pedro Sánchez sin mencionar a Iván Redondo sería impensable. El prestigioso asesor está detrás de la moción de censura contra Mariano Rajoy que llevó al líder socialista a la Presidencia del Gobierno. Igual que nadie duda sobre su papel en la estrategia política y de comunicación con la que Pedro Sánchez ganó las dos elecciones generales de 2019 y en las negociaciones con Unidas Podemos para alcanzar el acuerdo del gobierno de coalición.

De igual forma, si nos detenemos ahora en la insólita figura política de Isabel Díaz Ayuso, debemos ser conscientes de que en su ascenso al estrellato de la escena política madrileña está la mano de Miguel Ángel Rodríguez, asesor que llevó en su día a la Moncloa a José María Aznar.

Por otra parte, si pensamos ahora en Pablo Casado, presidente del PP, aunque no parece posible encontrar una figura similar, es decir un asesor concreto de cabecera que guie sus pasos como líder de la oposición -hay que recordar que Pablo Casado, poco después de ser elegido presidente del PP, decidió prescindir de los servicios de Pedro Arriola, emblemático asesor de Aznar y Rajoy- si cabe citar a Narciso Michavila, sociólogo experto en encuestas electorales como asesor del líder del PP en todo lo relativo a sondeos de intención de voto. Además, fuentes del PP coinciden en señalar al periodista Pablo Montesinos, actual Vicesecretario de Comunicación, como lógico asesor de Casado en esta materia. Finalmente, los mentideros políticos y periodísticos sitúan a Albert Rivera en el entorno de Pablo Casado, y aunque niegan que sea su asesor, sus reuniones son frecuentes y asesore o no a Casado su proximidad al partido de Génova será sin duda un buen “gancho electoral”.

Pero más allá de las disquisiciones sobre el papel que juegan los asesores de estos líderes políticos, hay algo en lo que conviene detenerse, y es en lo que podríamos denominar “inteligencia política”. Resulta evidente que por muy influyentes y eficaces que sean los asesores, tanto Pedro Sánchez, como la presidenta madrileña, como por supuesto Pablo Casado, toman decisiones o diseñan estrategias que no siguen siempre a pies juntillas las indicaciones de sus “consejeros áulicos”. Veamos.

Pedro Sánchez este verano, durante su descanso en Lanzarote -conviene destacar que los presidentes de gobierno nunca están de vacaciones- tuvo que hacer frente a la grave crisis de Afganistán tras el fin de la guerra y la toma del poder por los talibanes. Tanto el PP, encabezado por Pablo Casado, como Vox y Ciudadanos aprovecharon la coyuntura para criticar que Sánchez no compareciera para dar explicaciones sobre la gestión del gobierno en este tema, y que no interrumpiera las vacaciones. Se ironizó incluso con el escaso papel internacional jugado por España en este asunto. Resulta evidente que Pedro Sánchez siguió en esta crisis una estrategia concreta, coordinó las operaciones de rescate y organizó el acto de la base aérea de Torrejón, aeropuerto de llegada de los refugiados afganos, en el que intervino junto a la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Van der Leyen, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. En este encuentro Sánchez recibió el apoyo de las autoridades europeas en la gestión de la crisis de Afganistán, “España es un ejemplo de lo que es el alma europea”, que por supuesto surtió un efecto positivo en la opinión pública. Además, Pedro Sánchez recibió una llamada telefónica del presidente de EEUU, Joe Biden, para analizar conjuntamente la situación en Kabul y agradecer la colaboración de España para acoger en las bases de Rota y Morón a refugiados en tránsito a Estados Unidos. Esta forma de afrontar la crisis afgana fue muy probablemente fruto de una estrategia personal de Pedro Sánchez. Si hubiera comparecido desde el primer momento, como le pedían los tres líderes de la derecha, se habría sometido a críticas y a un desgaste, que obviamente era el claro objetivo perseguido por los partidos de la oposición.

Si nos fijamos ahora en Isabel Díaz Ayuso, a pesar de que Miguel Ángel Rodríguez es la voz que susurra en su oído y le escribe los guiones de sus “brillantes” intervenciones públicas, podemos suponer que ella misma diseña alguna de sus estrategias o toma decisiones que no siguen de forma rigurosa las indicaciones de su superasesor. Cabría citar entre ellas -siempre con un margen de duda- su referencia al Rey Felipe VI con ocasión de los indultos a los separatistas catalanes condenados en el juicio del procés, o más recientemente cuando hizo publica su decisión de presentarse como candidata para presidir el PP de Madrid. Estas serían en su caso, de ser iniciativa propia, buenas pruebas de inteligencia política. Inteligencia en una líder política famosa por sus salidas de tono y sus meteduras de pata, como cuando dijo aquello de "Los atascos a las tres de la mañana un sábado en Madrid son una seña de identidad", o lo de “eso no se le pregunta a una presidenta de comunidad autónoma”, cuando la periodista Silvia Intxaurrondo le preguntó por el personal sanitario que tendría el Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal. Son sólo algunas de sus perlas de su ya larga colección. Es oportuno decir, como prueba del papel que juega en la sombra Miguel Ángel Rodríguez, que, según una reciente información periodística, Génova ha pedido a Ayuso que aparte a Rodríguez de las negociaciones sobre su candidatura para presidir el PP de Madrid, si quiere contar con la “bendición” de la Ejecutiva Nacional del PP, es decir de Pablo Casado.

Si observamos ahora la figura de Pablo Casado, veremos que centra todos sus esfuerzos en la operación de acoso, desgaste y derribo de Pedro Sánchez y su gobierno. En este empeño no escatima esfuerzos y a veces tanta energía puesta en esta estrategia se vuelve en su contra cuando la realidad arruina sus negros augurios sobre Pedro Sánchez. Pero Casado persiste en esta práctica política, porque quizá confíe -igual que Rajoy- en que su llegada a la Moncloa es cuestión de tiempo y de ir lijando sin descanso la roca del poder de Pedro Sánchez. Esta es su estrategia, si es inteligente o no, ya se verá.

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Pero llegados a este punto debemos pensar en la inteligencia política más importante, la de los ciudadanos cuando llega el momento de votar, cuando son llamados a las urnas. Salvo imprevistos esto ocurrirá en 2023, en ese momento los españoles tendrán que elegir el programa electoral que más les convenza, ese programa que casi nadie lee, pero no importa porque lo verdaderamente importante es saber diferenciar las falsas promesas electorales de las reales. Los programas y los partidos que se plantean objetivos reales, y por tanto posibles, y no meras ofertas oportunistas que no pasan de ser un señuelo para atraer el voto de ciudadanos fácilmente manipulables. Esta, la de los electores, la de los ciudadanos que votamos cada cuatro años, es sin duda la inteligencia política más importante y decisiva. 

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Rafael Sánchez Sánchez, analista político y socio de infoLibre

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