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Encuentros con la barbarie y el dolor

Marcelo Noboa Fiallo

Sólo Iciar Bollaín podía haber hecho una película como Maixabel, increíblemente relegada en el Festival de San Sebastián con un premio menor, “Premio Irizar al cine vasco” (¿?). Lo que ha provocado que el crítico de cine Carlos Boyero abjurara del Festival y decidiera no volver al mismo.

Sigo la carrera de esta impresionante directora de cine desde que era una niña. Me atrapó su vulnerabilidad y su amplia y creíble sonrisa como actriz novel, cuando sólo contaba con 16 años, en aquella inolvidable película de Víctor Erice, El Sur. La sonrisa de Iciar me la creo; la falsa y tramposa de Eastwood, no.

Años más tarde, apareció detrás de las cámaras, con su primera película, Hola, ¿estás sola? (1995) y, a partir de entonces, no ha dejado de sorprendernos con historias que cuentan aquellas partes de la vida no siempre fáciles de transmitir con una sensibilidad poco común, como la solidaridad que transmite su amigo y maestro Ken Loach. La sombra siempre presente de su pareja sentimental, el guionista Paul Valéry, de muchas de las películas del director británico y de Bollaín, no deja de estar presente. Flores de otro mundo, El Olivo, También la lluvia, La boda de Rosa, Te doy mis ojos, Yuli,Mataharis

Pero abordar el tema de ETA desde el dolor, la culpa y la reparación, sin hacer ninguna concesión a la demagogia o a la utilización política del conflicto vasco, en un país como España, no es tarea fácil. Quizás por ello, nadie se atrevía a lidiar con este toro. Los irlandeses si quisieron y pudieron hacerlo con su guerra civil y el conflicto armado posterior. En España, no. Ni en el campo de la literatura ni en el séptimo arte. Los últimos intentos se han abordado en formato de series, La línea invisible (sobre los orígenes de ETA) y Patria. Esta última tiene el valor de mejorar esa mala novela, sobrevalorada, que es la de Fernando Aramburu.

Hasta que nos ha llegado este inmenso e impresionante trabajo de Iciar Bollaín con Maixabel, contada desde el más escrupuloso respeto y desde la dignidad de los protagonistas, sin olvidar los hechos que han marcado la sinrazón de la pervivencia de la banda armada, tras la muerte del dictador y la recuperación de la democracia. Los presos etarras, doblemente prisioneros, de la Justicia española y de sus propios compañeros.

Los silencios, las miradas, el paisaje de Euskadi, y la magnífica banda sonora de Alberto Iglesias, son en sí mismas otra película que se funde en la historia, basada en hechos reales que nos brinda esta chiquilla (lo siento, pero para mí, sigue siendo esa chiquilla que me cautivó en El Sur).

En un mundo líquido como el que vivimos, donde las imágenes ya no se detienen porque tienen que dar paso a la siguiente y a la siguiente… sin pausa para reflexionar sobre las mismas, al igual que ocurre con las palabras; Bollaín consigue devolvernos la necesaria pausa para reflexionar sobre lo que nos cuentan. Y los personajes, víctimas y victimarios de la barbarie, la sinrazón y el dolor, que se embarcan en el tortuoso camino de un encuentro donde las explicaciones mutuas entran en un territorio desconocido para ellos para dar paso al necesario perdón a cambio de nada…o cambio de mucho. La secuencia final, el homenaje a Juan Mari Jauregui, con la llegada de la viuda y el asesino de su marido (no es ficción, es la reproducción exacta de lo ocurrido) superado el impacto de los amigos y familiares presentes en el homenaje, donde la tensión se traslada a los espectadores, consigue que las lágrimas que estuvieron retenidas en varios momentos de la película, salgan al final… al menos en mi caso, así fue.

                                                  Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre

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