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¿Con cuántas víctimas al día podemos vivir? La tragedia se desdibuja tras dos años de pandemia

Profesionales del personal sanitario de las UCI del Hospital Universitario de Bellvitge, en Barcelona.

Aunque siempre tiene algo de obsceno comparar cifras de muertos, es lo que toca si queremos responder –con toda cautela– a preguntas como esta: ¿Qué número de fallecimientos por una causa determinada es aceptable? No hay una cifra mágica, claro. Pero sí algunas orientativas. Por ejemplo, 8.000 al año en accidentes de tráfico demostraron ser demasiadas. Pero, ¿y cien al día por covid-19? ¿Y cerca de 4.000 al año por suicidio?

En esa búsqueda de respuestas, aflorará la conclusión de que dos años de pandemia han elevado el umbral de lo que estamos dispuestos a ver como aceptable. Nos hemos, se podría decir, acostumbrado a más muertes de lo normal, en parte por su carácter aparentemente inevitable y en parte porque funcionamos por comparación. Y eso vale tanto para el covid-19 como para el suicidio o los accidentes de tráfico.

La muerte en números

En España murieron en 2020, último año con cifras cerradas, 493.776 personas, según el INE. Las enfermedades que más vidas segaron fueron las del sistema circulatorio, casi 120.000. Después, el cáncer, más de 112.000. Las enfermedades del sistema nervioso se llevaron 27.500 vidas –más de la mitad de alzheimer–, las del sistema digestivo más de 21.000 y las endocrinas, nutricionales y metabólicas más de 15.000. Aquí se pueden escudriñar los números. Y será fácil que, al hacerlo, los ojos se dirijan automáticamente hacia el apartado de enfermedades infecciosas y parasitarias.

2020 fue su año. Si en 2019 murieron 6.119 personas por estos males, en 2020 fueron 74.839. La diferencia es de cerca de 69.000 (1.123% más). Ahí está la explicación de que en 2020 hubiera 75.073 fallecidos más que en 2019. Es el plus covid.

El contador diario

No es fácil precisar cuánta gente ha muerto por el covid-19 en España, que no es lo mismo que con el covid-19. El INE atribuye al virus 74.839 fallecidos en 2020. Es la población entera de Ciudad Real. Diversas estimaciones sitúan los muertos a estas altura en cerca de 100.000.

A esa cifra hemos llegado día a día, con un conteo ininterrumpido de muertos, a rebufo de los datos –a menudo confusos o incompletos– del Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas. Y ahí seguimos. En la última semana el covid-19 ha provocado la muerte de 760 personas, según el ministerio. Sin embargo, se diría que estamos lejos de que las cifras causen ya escándalo social, sean portada de periódicos o apertura de telediarios. Como es obvio, esta realidad trasciende lo sanitario para adentrarse en el terreno de la ética y propiciar preguntas graves sobre cuántas muertes son aceptables.

La muerte, una cuestión política

"Es urgente abordar esta reflexión ahora que se habla de gripalización. Las decisiones tendrán muchas consecuencias en número de muertos. Es un debate oculto. Pero no porque no se haya querido abordar, sino porque no solemos pensar en los valores tras las decisiones políticas", señala el epidemiólogo Fernando García López, presidente del Comité de Ética de la Investigación del Instituto de Salud Carlos III.

A su juicio, el desafío es aceptar que la muerte no es sólo el inevitable fin de toda vida humana, sino que está vinculada a nuestras decisiones como sociedad. Como ejemplo, señala que los países con políticas "cero covid", como Nueva Zelanda, Austria, Singapur, Bután o la propia China, han tenido tasas de mortalidad más bajas. "Europa optó por la mitigación, con mucho mayor coste sanitario", señala García López, para quien es conveniente tomar conciencia de que la magnitud de la muerte –por covid, por diabetes, por suicidio, por accidente, incluso por causa violenta– depende de decisiones políticas.

Llevemos la cuestión a la gripe. Si se toma como referencia el apartado "muertes relacionadas con gripe", la cifra se acercó a los 15.000 muertos en la temporada 2017-2018, según el Instituto Carlos III. García López propone una reflexión: "La gripe puede ser prevenible. El año pasado, de hecho, se previno. ¿Tendríamos que ir con mascarilla todos los años?". Para tomar decisiones de salud pública así, es necesaria una "buena asesoría técnica, que a menudo no se da", concluye

Lo evitable y lo inevitable

Àngel Puyol, profesor de Filosofía en la Autónoma de Barcelona (UAB), explica que la disyuntiva clave es si la muerte es evitable o inevitable. "Lo que nos escandaliza no es tanto que mueran, sino cómo se mueren. Por supuesto influye la edad, importante en la percepción. Pero el cómo es importante. ¿Por qué nos impresionó cómo murieron en las residencias? Porque murieron solos. Por eso también nos escandalizó la orden de la Comunidad de Madrid. Para la sociedad es éticamente peor 100 muertos a las puertas de un hospital porque no hay camas que 200 dentro. Por eso esta ola nos tiene más relajados, porque vemos que hay atención médica", explica.

El abundante porcentaje de mayores de 80 años y no vacunados entre los muertos refuerza esa doble percepción de: A) Inevitabilidad. B) Falta de responsabilidad de la sociedad. Ello dificulta dar prioridad a bajar su número.

El eje evitable-inevitable no sólo vale para el covid-19. Entre 1980 y 2020, los suicidios han subido un 138,5%, mientras las muertes en accidentes de tráfico caían un 76,2% (de 6.146 a 1.463). ¿La diferencia? En el primer caso, aún predomina la percepción de inevitabilidad, vencida en el segundo.

Con 3.941 casos en 2020, el suicidio es la principal causa de muerte "externa", es decir, no por enfermedad, por delante de caídas accidentales (3.605), ahogamientos (2.913), accidentes de tráfico (1.463), sobredosis (974) o incendios (179). Impactan sus datos en población de entre 15 y 34 años: 473 víctimas en 2020, más que por ninguna otra causa individualizada. Por supuesto, más que por covid-19 (117).

Las 3.941 muertes por suicidio de 2020 –casi el 75% hombres– son el récord de la serie, que arranca en 1980 (1.652) y va en clara línea ascendente (138,5% más). Es a todas luces un problema de salud pública. Y, sin embargo, explica Puyol, "sus determinantes sociales se suelen ignorar", lo cual hace más difícil la toma de conciencia social y la acción política. "Se suele entender como una decisión individual, cuando hay un gran recorrido preventivo que se puede hacer desde la política", añade García López, que pone como ejemplo el programa Código Riesgo Suicidio de la Generalitat de Cataluña.

Hay un caso opuesto a los suicidios: los accidentes de tráfico. En 2019 –el dato de 2020 está marcado por el confinamiento– murieron 1.842 personas, lo que supone un descenso del 77,5% desde el máximo de 1989, con 8.218. "Es un ejemplo de cómo una sociedad se pone las pilas", afirma Puyol. El descenso no cayó del cielo. Fue fruto de campañas y esfuerzos institucionales, incluidas medidas normativas. Pero sólo se produjo una vez se aceptó que eran muertes evitables.

¿Y las muertes violentas? En el caso de la violencia de género, también se observa cómo opera el eje evitable-inevitable. El carácter mayoritario de la repulsa ante estas muertes, así como el amplio tratamiento mediático que reciben, no se explica por su número: 43 asesinadas en 2021, 4,6 veces menos que fenómenos con menos repercusión como la tuberculosis (198) y por debajo de la meningitis (71) o la muerte súbita infantil (56). Lo que explica su gravedad es el carácter radicalmente evitable de esas 43 víctimas. De hecho, quienes con más fuerza defienden la necesidad de medidas específicas son quienes consideran, como el movimiento feminista, que el asesinato de mujeres por esta causa es una expresión de una sociedad machista, problema que exige respuesta política. Así piensa García López, que de hecho defiende que la violencia de género debe ser tratada –además de como un hecho criminal– como un problema de salud pública.

Es elocuente el caso del terrorismo. En los últimos años de ETA, un solo crimen conmocionaba al país entero. De ahí que el movimiento feminista llame a la violencia de género "terrorismo machista". Se trata de buscar la misma reacción social.

Economía, comparación y expectativas

Si es evitable o inevitable no es lo único que marca qué importancia damos a un número de muertes. Siguiendo a Ángel Puyol, hay al menos dos condicionantes más. El primero es la economía. Algunos ejemplos. Entre 2010 y 2019, fallecieron en España 86 personas en accidentes en pasos a nivel. "Sabemos que son pasos en muchas ocasiones rudimenatrios. ¿Por qué no se arregla el problema? Porque es caro", explica Puyol. Hay más de 3.000 pasos a nivel en España. Suprimirlos sería costosísimo y ahorraría menos de 100 muertos en una década. No se hace.

Otro ejemplo. Las enfermedades relacionadas con tabaco causan en España entre 50.000 y 60.000 muertes prematuras al año, según datos del Comité Nacional para la Prevención de Tabaquismo. ¿Qué hace difícil bajar de unos guarismos tan altos? A juicio de Puyol, la presión del negocio tabaquero, que evita que la sociedad llegue a emplear todas las herramientas a su alcance. Un razonamiento parecido cabe aplicar a la diabetes, que se cobró 11.297 muertes en 2020, máximo de una serie que arranca en 1980. La ciencia concluye que la obesidad infantil aumenta el riesgo de diabetes. En cambio, ¿hacemos todo lo posible como sociedad por reducir el consumo de dulces en niños? A juicio de Puyol, no. Y la respuesta hay que buscarla en la presión de la industria alimentaria.

El segundo factor mezcla dos elementos. "Funcionamos por comparación y por expectativas. Con los accidentes de tráfico nos espabilamos cuando vimos que otros países tomaban medidas", señala Puyol. A juicio de García López, el hecho de que haya otros países con tasas de suicidio más elevadas que España parece hacer menos urgente la reacción.

Este esquema también funciona con el covid. Puyol señala que la reacción relativamente poco escandalizada ante los muertos en 2022 está relacionada con que son menos que en 2021 y aún menos que en 2020. De modo que en la gráfica vemos que baja. Eso es relevante, psicológicamente. Haber estado tan mal en España en las primeras olas da un mayor margen para aceptar fallecimientos ahora. En Nueva Zelanda, en cambio, tienen otro tipo de problemas. Como las medidas fueron tan drásticas que la reducción de contagios se ha extendido a diversos virus que ahora matan menos que antes que la pandemia, los investigadores debaten si es aceptable volver a las cifras anteriores de muertes por esos patógenos.

Obsesión estadística

Hay que tener cuidado con las estadísticas. Se le atribuye a Mark Twain aquello de "mentiras, malditas mentiras y estadísticas". Antonio Valdecantos, catedrático de Filosofía en la Complutense, cree que hoy impera una lógica estadística que determina toda nuestra visión. "En los meses más ásperos de la covid se hablaba más de curvas, de mesetas y de picos que del virus mismo. De manera retrospectiva, vemos ahora que lo experimentado en la primavera de 2020 es algo que se presta muy bien a la calificación de estadísticamente inasumible. Eran números inaceptables", señala.

Ahora el panorama sigue determinado por la estadística, pero el resultado cambia. Lo explica Valdecantos, autor de El hecho y el desecho. Notas para una contrateoría de la cultura (Cátedra, 2022): "Ahora lo que importa no es cuánta gente muera, sino qué descenso haya con respecto a datos que eran inasumibles. Y, casi por definición, el descenso cuantioso de lo inasumible produce un resultado que tiene que tomarse como asumible".

"Cálculo moral" y "riesgo tolerable"

Usama Bilal, profesor de Epidemiología de la Drexel University, en Philadelphia, se enfrenta a la cuestión sobre el umbral de lo aceptable en un doble registro. El primero es técnico-estadístico. Es un terreno en el que la ciencia dispone de herramientas, sensores que pitan cuando las muertes por un motivo suben por encima de lo normal. Pone como ejemplo el Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (MoMo). Pero las respuestas, afirma, no están sólo en la técnica.

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"Hay también un cálculo moral. Si somos sólo racionales, la vida de una persona mayor o de una persona con discapacidad o enfermedad crónica, acaba valiendo menos y se tiende a olvidar", señala. A juicio de Bilal, una mirada justa sobre la muerte –y la enfermedad– exige comprender la desigualdad. La mayoría de enfermedades –recalca– matan más a los viejos que a los jóvenes y más a los pobres que a los ricos, algo a lo que no es ajeno el covid-19. Sin tener en cuenta esto, las decisiones se vuelven injustas.

Federico de Montalvo, profesor de Derecho en la Universidad de Comillas, incide en una premisa: el funcionamiento de la sociedad implica riesgos. Es decir, implica muerte. "Cada vez que celebramos una Semana Santa asumimos un número de muertos [por accidentes de tráfico]. Es así. Lo aceptamos", señala. El presidente del Comité de Bioética recuerda que "el riesgo cero es peligroso", una forma de decir que pretender sólo eliminar todas las muertes sería inviable. "Ahora bien", añade, "una cosa es el riesgo cero y otra el riesgo injustificado". A su juicio, la frontera que hay que tratar de no cruzar es la del "riesgo tolerable", que se define por un "principio de justicia".

El debate sobre lo aceptable presenta como problema de partida el mal papel de la mayoría de medios, poblados de titulares impactantes y colonizados por "pseudoexpertos", afirma Andreu Segura, vocal del Consejo Asesor de Salud Pública de Cataluña, para quien así es imposible cuajar una "interpretación comunitaria" sobre el exceso de mortalidad. A su juicio, la mala calidad de los datos y el sensacionalismo provocan dos consecuencias negativas: 1) Temor de la población. 2) Dificultad para empatizar con víctimas de problemas de salud pública más graves en otras partes del mundo. "La malaria mata cada año a medio millón de personas, ¡y el 70% tienen menos de cinco años!", señala. Sobra histeria y falta aceptación de la naturaleza incierta de la vida humana, cree Segura. Y concluye: "Estamos demasiado mimados. Pensábamos que no nos podía pasar nada y cuando ocurre, estamos todos atemorizados, cuando en el mundo están ocurriendo todo el tiempo una gran cantidad de infortunios y desgracias mayores".

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