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Un 'shock' energético a la vuelta de la esquina

Los ucranianos invaden la estación de tren de Irpin mientras intentan llegar a Kiev.

Martine Orange (Mediapart)

La esperanza era escasa, pero hasta el último momento los estadounidenses y los europeos contaban con un gesto o una ligera cesión por parte de los países productores de la OPEP apoyando las políticas de sanciones contra Rusia tras su invasión de Ucrania. La reunión del pasado 2 de marzo no ha cumplido sus expectativas: la OPEP no ha movido ni un dedo.

Los occidentales no han conseguido separar a los países productores de petróleo de Rusia, que desde 2014 pesa mucho en la OPEP+. Como habían dado a entender Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos después del 27 de febrero, los miembros del cártel petrolero han decidido quedarse al margen de las medidas de presión decididas por los occidentales y negarse a sustituir a Rusia aumentando su producción petrolera para aliviar a las economías occidentales. India, Egipto y México, que no son miembros del cártel, parecen dispuestos a unirse a dicha posición oficial de neutralidad.

Su posición se resume en una cifra: no aumentarán su producción de más de 400.000 barriles diarios para abril, como habían previsto desde hace mucho. Como si la oferta permitiera satisfacer la demanda, como si las tensiones en los mercados de la energía no existieran desde el pasado verano, como si la invasión rusa en Ucrania y las sanciones consiguientes en represalia no alteraran todo por completo.

Pues a pesar de todo ello, los países productores creen que no tienen por qué cambiar su rumbo. “No creo que el mercado esté desabastecido en la actualidad. Hay otros factores que no dependen de nosotros y que afectan a los mercados”, justificaba de antemano el ministro emiratí de energía, Suhail Al Mazrouei. “No hay necesidad de producir más barriles de los previstos”, declaraba por su parte el ministro nigeriano del petróleo, Timipre Sylva.

Un escenario negro para las economías occidentales. La caótica salida de dos años de crisis sanitaria provocada por el covid-19, acompañada por el alza de los precios de la energía desde el pasado verano, ha hecho renacer unas presiones inflacionistas desconocidas desde hace 30 años. Según las estadísticas publicadas este 2 de marzo, en febrero aumentaron los precios en un 5,8% en la zona euro y un 4,5% en Francia. Europa podría, según estimaciones publicadas los últimos días, alcanzar una inflación igual o superior al 5% a lo largo de 2022. Pero esos cálculos se habían hecho antes de la guerra en Ucrania.

Un shock energético comparable al de 1973

En solo seis días, la cotización del Brent, petróleo de referencia en los mercados europeos, aumentó casi un 30% hasta llegar el 2 de marzo a los 113 dólares el barril. El WTI, la referencia del mercado del petróleo norteamericano, aumentó también en la misma proporción y cotiza a más de 106 dólares el barril. Es ya más que probable que nos encontremos el litro de gasolina a dos euros.

Sobre todo porque el gobierno de EEUU lanza ahora la amenaza de ampliar las sanciones y de golpear al sector energético ruso, algo que estaba excluido hasta ahora. El pasado miércoles, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, declaró en una entrevista de la cadena MSNBC que “el tema estaba sobre la mesa”, precisando que “necesitamos evaluar todos las implicaciones que esto pueda tener. No vamos a hacernos daño. Lo que tratamos es de dañar al presidente Putin y a la economía rusa”.

“Las sanciones contra Rusia tendrán también un coste para nosotros”, ha advertido Emmanuel Macron en su declaración del pasado miércoles, tratando al mismo tiempo de minimizar el alcance real que nos llegará. La cuestión del impacto de la inflación sobre el poder adquisitivo ya está en todos los debates y los gobiernos europeos comienzan a anunciar una serie de medidas —desde la disminución de la fiscalidad a bonos energéticos para los hogares más necesitados— para limitar el impacto de esta nueva subida. Ha regresado con toda fuerza la política del “cueste lo que cueste” instaurada durante los primeros confinamientos de marzo de 2020. El Banco Central Europeo ya ha anunciado que no estaba ya en posición de “normalizar” su política monetaria antes de 2023, mientras que la Comisión Europea prevé asimismo alargar las exenciones a las reglas presupuestarias europeas por un plazo indeterminado.

No obstante, algunos economistas advierten de que, aunque son medidas bienvenidas, pueden ser insuficientes para la que se avecina. Las últimas semanas hablaban cada vez más del regreso de la estanflación, un entorno marcado por una estagnación económica acompañada de una fuerte inflación, comparable a la de finales de los años 70 en vista de la reaparición de una fuerte inflación en economías que no se han recuperado aún de la crisis del covid.

Después de la invasión de Ucrania, el escenario se ha oscurecido aún más: un shock energético —el gas cuenta tanto como el petróleo en las actuales circunstancias— equivalente al menos al de 1973, cuando la guerra del Kippur. Un shock que no llevará más que a una recesión de gran alcance en las economías occidentales y puede que a una depresión, con el estallido de todas las burbujas de activos y valores falsos que se han venido creando desde la crisis financiera de 2008.

Para intentar hacer frente al peligro hacen falta todos los expedientes. El 1 de marzo, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) anunció la liberación de una parte de las reservas de stocks estratégicos mundiales “con el fin de enviar un mensaje claro a los mercados petroleros mundiales de que no habrá ruptura de abastecimiento a pesar de la invasión rusa en Ucrania”. Se trata de un dispositivo excepcional que la AIE no ha utilizado desde 2011, cuando la guerra de Libia. Este anuncio ha tenido el mismo efecto que la decisión de Biden de sacar al mercado una parte de los stocks estratégicos norteamericanos para hacer frente al alza de los precios de combustible. Eso duró diez minutos, pues inmediatamente aumentó un 6% el precio del barril.

Caos en los mercados del petróleo

Caos, ese es el término que mencionan los intermediarios del mercado del petróleo para definir lo que está pasando. El anuncio de sanciones occidentales contra Rusia por la invasión de Ucrania ha sido como una onda expansiva para el negocio mundial de la energía. Aunque los americanos y europeos se hayan esforzado en señalar que la compra de petróleo y gas ruso no se vería afectada por las prohibiciones para no penalizar demasiado a las economías occidentales, la expulsión de los bancos rusos del sistema Swift —mensajería mundial que garantiza las transacciones y transferencias de fondos— ha paralizado todo.

Mientras que las autoridades estadounidenses y europeas han tardado en dar instrucciones claras sobre el alcance de las sanciones —el nombre de los bancos rusos excluidos y las modalidades de transacciones que podrían ser autorizadas— estamos asistiendo a una paralización casi generalizada de las compras de petróleo ruso en el mercado. A falta de conocer cuáles serían las contrapartidas, cómo se podría transferir el dinero o si serían perseguidos en caso de compra, los negociantes han optado por dejar de lado el petróleo ruso, que se ha convertido de repente en material altamente radiactivo.

La historia ha dado la vuelta este miércoles al pequeño mundo de los negociantes del petróleo. Trafigura, la mayor correduría petrolera del mundo, propuso ese día la compra de un tanker petrolero ruso arribado al Mar del Norte a un precio sin competencia: la desvalorización llegaba a más del 20% respecto a la cotización mundial. Pues así todo, la carga no encontró comprador. “Alrededor del 70% del negocio del petróleo ruso está paralizado. La mayor parte de los grandes operadores petroleros no quieren saber nada del crudo ruso. Solo quedan unas pocas refinerías y negociantes europeos en este mercado”, explica a Bloomberg un consultor de Energy Aspects.

Mientras el temor de ver cómo Rusia podía cerrar el grifo del gas y del petróleo dominaba las conversaciones de los intervinientes en los mercados de la energía, ahora, aunque sigue preocupando, el miedo es otro: un accidente de mercado provocado por la paralización completa de las exportaciones rusas por falta de una seguridad financiera mínima, lo que repercutiría en todo el conjunto.

“La hipótesis según la cual las flux (exportaciones rusas de petróleo y gas) van a continuar sin ser afectadas por las sanciones a Rusia es cada vez menos sostenible. (…) La seguridad y la fiabilidad de los proveedores de energía rusos se han convertido en un tema predominante en el mercado durante la pasada semana”, dicen los analistas del banco Standard Chartered en una nota. Por su parte, la sociedad asesora de inversiones Evercore Isi escribe en una nota que “aunque las sanciones hayan sido concebidas para evitar un shock por los precios de la energía, nosotros pensamos que esa posición agresiva, pero no maximalista, no puede ser sostenible. Las rupturas en las provisiones de gas y petróleo son cada vez más inevitables”.

El statu quo de la OPEP

No se atreven a imaginar lo que representaría la desaparición de la producción rusa del mercado del petróleo. Rusia es el segundo productor mundial después de Estados Unidos y por encima de Arabia Saudí. Ella sola extrae una media de 10,8 millones de barriles diarios, un 10% de la producción mundial (100 millones de barriles al día). Rusia exporta alrededor de 6 millones.

Aunque Irán volviera al mercado del petróleo —gana terreno la hipótesis del fin de las sanciones contra Teherán en el marco de un acuerdo sobre lo nuclear— no sería suficiente para compensar la pérdida del aprovisionamiento ruso. Según el banco JPMorgan, las capacidades disponibles representan 2,6 millones de barriles suplementarios, un nivel que ya se creía, incluso antes de la guerra de Ucrania, como muy insuficiente para garantizar la seguridad del abastecimiento mundial. Esas capacidades eran de más de 4 millones de barriles antes de la crisis sanitaria.

Uno de los quebraderos de cabeza de los especialistas del mercado del petróleo es: ¿por qué la oferta no logra responder a la demanda? El consumo de petróleo ciertamente se ha recuperado tras la parálisis económica de 2020 pero no en las proporciones tan importantes como dicen algunos. Después de algunos meses de reanudación, la producción de petróleo debería haber llegado a dar respuesta a la demanda. Pero no lo hace. El déficit de producción es persistente.

Se citan las interrupciones relacionadas con el covid y las dificultades en encontrar equipamientos y piezas, aunque algunos señalan otros argumentos: “El mercado del petróleo está artificialmente tensionado”, acusaba estos días pasados el columnista de Reuters George Hay. “La OPEP+ bombea alrededor de 3 millones de barriles diarios menos de los que podría producir. Lo esencial de esas capacidades suplementarias está en Arabia Saudita y en Emiratos”.

El columnista apostaba por que esos dos países, por sus viejas y estrechas relaciones con los Estados Unidos, ofrecerían producciones suplementarias si Washington se lo pidiera. Error: Arabia Saudi y Emiratos han sido los promotores de defender el statu quo en la OPEP.

En peligro las políticas de transición energética

Se han terminado los tiempos de la amistad inquebrantable. Ahora esos dos estados están en competencia directa con Estados Unidos, que se ha convertido en el primer productor mundial de petróleo con la aparición de la industria de la fracturación hidráulica. En 2014, el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman emprendió una guerra de precios salvaje con la esperanza de imponer de nuevo la potencia saudí frente a los productores americanos. Terminó en un ruinoso fracaso.

Luego, Arabia Saudí cambió de rumbo y la OPEP con ella. Rusia, sin ser oficialmente miembro, ha sido invitada a unirse al cártel que ahora se llama OPEP+. China, y en menor medida Asia, se ha convertido en el destino preferente de las exportaciones petroleras de Oriente Medio especialmente porque acepta, a diferencia de los países occidentales, que ese abastecimiento se inscriba en el marco de contratos a largo plazo, garantizando a todo el mundo una visibilidad y unos precios fijos.

Además se ha definido una nueva estrategia: los precios antes que los volúmenes. El año 2020, en el que los precios bajaron de 20 dólares el barril, les ha confirmado en esta vía. Al final del confinamiento todos se unieron a la estrategia de la escasez para que se recuperaran las cotizaciones. El incremento actual de los precios del petróleo no puede sino satisfacerlos: tras haber pasado siete años de caídas (2013-2020), sus ingresos se han triplicado en 2021.

Pero los productores no miembros de la OPEP no son proclives a tomar el relevo. Desde hace varios meses, el Gobierno de Estados Unidos hace llamamientos cada vez más insistentes para que los productores americanos aumenten su producción con el fin de hacer bajar los precios. Pero en vano. Incluso a 100 dólares el barril, no tienen prisa.

Ha llegado la hora de la venganza. Criticados por su inacción contra el cambio climático y su papel en la contaminación, los grupos petroleros tienen intención de aprovecharse de esta correlación de fuerzas para reconsiderar numerosas medidas que enmarcaban su actividad. La insuficiencia inversora en la exploración y producción de petróleo, que ha llevado a la falta de crudo actual, se debe —explican— a todas las presiones procedentes de los gobiernos, las organizaciones medioambientalistas y la opinión pública. Si el mundo quiere petróleo —añaden— debe aceptar suprimir las cortapisas que nos han impuesto y que pueden suponer un riesgo financiero importante para su actividad: unos 500.000 millones de dólares en activos están condenados a más o menos plazo.

Habida cuenta de las tensiones existentes en los mercados del petróleo y los riesgos que planean sobre la economía mundial, puede pasar de todo para las políticas de transición energética en los meses que vienen.

La trampa de la dependencia europea del gas ruso

Lo que está ocurriendo en los mercados del petróleo no es nada comparado con los mercados gasísticos. Rusia es el primer productor de gas del mundo y ella sola provee el 40% del consumo de gas en Europa. Ese porcentaje puede llegar al 100% en países como Austria, el 60% en Alemania y algo más del 50% en Italia.

De acuerdo con las sanciones adoptadas por los americanos y los europeos, el gas ruso continua llegando por los gaseoductos que pasan por Ucrania, Europa central y el Nord Stream 1. Desde hace una semana, los europeos nunca habían comprado tanto: la factura se eleva a 700 millones de dólares diarios, según cálculos de Bloomberg.

Sin embargo, los negociantes de gas ruso están de dientes pues temen que las ventas se interrumpan en cualquier momento, ya sea por problemas financieros debidos a la exclusión de los bancos rusos del sistema Swift, sea por decisión de Vladimir Putin de paralizarlas o por la posible destrucción de infraestructuras gasísticas en Ucrania.

El colmo de la mala suerte es que este invierno en el centro de Europa es más largo y frío que los anteriores. Además, la producción eléctrica por aerogeneradores está en el punto más bajo debido a una sucesión de anticiclones en el norte de Europa.

¿Resultado? El precio del gas en Ámsterdam, la plataforma holandesa que sirve de referencia para el gas europeo, aumentó en un 60% el 3 de marzo para llegar hasta los 194 euros el MWh. En los primeros intercambios ese jueves 3 de marzo incluso aumentó un 2% más hasta los 198 euros MWh. Por efecto contagio, el precio de la electricidad en Europa —fijado sobre el coste marginal del gas— se disparó igualmente. Está entre 300 y 500 euros el MWh.

Con los precios diez vez superiores a lo normal, “hemos entrado en el territorio de destrucción de la demanda”, dice Ole Hanse, responsable de materias primas en Saxo Bank. La presión ejercida por este incremento de precios en todas las energías (petróleo, gas y electricidad) sobre las familias, las empresas y toda la economía se volverá pronto insoportable, llevando a unos y otros a renunciar a muchas cosas: producir, calentarse, desplazarse...Incluso antes de comenzar la guerra en Ucrania, empresas de aluminio, de papel o de fertilizantes habían ya renunciado a una parte de su producción ante la imposibilidad de afrontar tal alza en sus costes de producción.

El pánico se ha instalado en los mercados gasísticos europeos. Todo el mundo busca otras fuentes de abastecimiento que puedan sustituir al gas ruso. Unos miran a Argelia, otros a Qatar y otros llaman a la puerta de productores americanos para importar gas de esquisto, hasta ahora prohibido en Europa.

Qatar, el tercer productor mundial, ha dicho que está dispuesto a vender gas natural licuado (GNL) a Europa. Pero añadiendo a continuación que sus capacidades son limitadas, pues la mayor parte de su producción está ya vendida por contratos a largo plazo, entre otros a China. Argelia ha dado más o menos la misma respuesta.

La ceguera de Europa

Fuera de Gazprom, no hay muchos recursos gasísticos sin explotar, según los expertos del mercado. A eso se añade otro problema: la escandalosa falta de medios de transporte y de infraestructuras gasísticas para hacer llegar el gas de otras partes. Aunque sean desviados algunos barcos para traernos gas de esquisto americano a Europa, el número de metaneros disponibles para proveernos de GNL es insuficiente para compensar, aunque solo sea parcialmente, las ventas de gas ruso. Además, aparte de España y Francia, ningún otro país europeo tiene las capacidades portuarias y de almacenamiento suficientes para recibir grandes cargas de GNL.

Alemania ha descubierto de golpe que no cuenta prácticamente con ninguna capacidad de almacenamiento, ya que la mayor parte de los depósitos se han ido cerrando a lo largo de los últimos quince años para mejorar su gestión. No tiene tampoco ningún puerto metanero. Entre los grandes cambios en la política alemana de la última semana figura el compromiso del canciller Olaf Scholz de contruir un puerto metanero de aquí a tres años.

“Hará falta al menos cinco años para que Europa se libere de la dependencia del gas ruso”, advierte un estudio del Banco Mundial. Mientras tanto, todo el mundo trata de quemar todos los cartuchos. A falta de encontrar otras fuentes de abastecimiento de gas, Alemania y los países de la Europa central están poniendo de nuevo en marcha sus viejas centrales de carbón. Las ventas de carbón polaco no han sido tan altas en los últimos años. En tres días, los precios se ha duplicado, pasando de 200 a 435 dólares la tonelada. Todas las buenas promesas en la lucha contra el cambio climático se han enviado bruscamente ad calendas graecas.

Aunque algunos continúan creyendo que estos momentos de locura van a ser pasajeros, muchos confiesan que ya han abandonado esa ilusión. Temen que la situación empeore aún más en los mercados de la energía con los consiguientes contragolpes sobre el conjunto de la economía europea. Lo que más miedo les da es el próximo invierno.

A pesar de todas las advertencias, Europa ha caído en una trampa astutamente calculada y anticipada por Vladimir Putin. Pese a las grandes declaraciones sobre el clima, Europa sigue siendo totalmente dependiente de una economía carbonizada que se ha construido en base a precios de la energía muy baratos. Desde hace décadas, se ha negado a pensar en términos de seguridad y estrategia energéticas, de la misma forma que ha renunciado a cualquier planificación de transición energética para ofrecer un marco y unos objetivos claros y previsibles para todos los actores.

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Por ceguera ideológica, por dejadez, Europa ha estado persuadida de que la afortunada “mano invisible” del mercado serviría para satisfacer al mismo tiempo las necesidades inmediatas al mejor precio y definir las mejores estrategias cara al futuro. Pues parece que ahora ya no va a ser capaz de hacer ni lo uno ni lo otro, dejando a la población europea desprotegida y expuesta a todos los vientos de la historia. La factura de esos errores puede llegar a ser desorbitante.

Traducción de Miguel López.

Texto original en francés:

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