Dentro de la cabeza de Emmanuel Macron (cinco años después)
Unos días después de la victoria de Emmanuel Macron en 2017, Mediapart intentó examinar el laberíntico cerebro del nuevo presidente de la República, acostumbrado a hacer malabarismos con las referencias culturales y los comunicados de prensa. El ejercicio reveló entonces una mezcla de práctica intelectual "catequizante y furtiva" con poca preocupación por la coherencia; de "pensamiento McKinsey" que pretendía pensar en "diagnóstico", en "proceso" y en "soluciones" desde una "estética de la ficha técnica, sintética y rápida, este arte aprendido en la Escuela Nacional de Administración (ENA)".
Nada que pueda construir un relato y transformar el mundo de otra forma que no sea siguiendo la tendencia dominante de un neoliberalismo cada vez más violento socialmente.
Desde entonces, los libros dedicados al funcionamiento de Emmanuel Macron, del psicoanalista Roland Gori (La Nudité du pouvoir. Comprendre le moment Macron, Les Liens qui libèrent, 2018) al politólogo Raphaël Llorca (La Marque Macron. Désillusions du neutre, Éditions de l'Aube, 2021) han proliferado. Y el propio jefe de Estado se ha exhibido en varias columnas, con un marcado gusto por las revistas y las fórmulas despectivas.
El giro que ha dado en su quinquenio hace que no apetezca ahondar en el recalentado cerebro de un presidente-candidato, que ha prometido repetidamente "reinventarse" sin llegar a hacerlo. Sin embargo, lo que está en juego debe preocuparnos colectivamente, ya que parece preocupante que Emmanuel Macron gane el 24 de abril pensando que tenía razón o, peor aún, que pierda frente a Marine Le Pen porque no se habrá dado cuenta de lo que hace o de lo que dice. Este sobrecalentamiento se volvió a dejar notar en el programa matutino France Culture del lunes 18 de abril.
El presidente-candidato se recreó en sus alambicadas exageraciones, poniendo al mismo nivel a la extrema derecha y a la extrema izquierda, mientras intentaba hacer algunos llamamientos a Jean-Luc Mélenchon y al 22% de sus votantes. Reconoció por enésima vez algunas frases "muy torpes", pero "descontextualizadas" y explicables, según él, por su propensión a ir "al encuentro de la gente" y a hablar "con personas que no piensan como [él]". Por último, recurrió a su retórica habitual, situada entre el lenguaje huero y el "lenguaje directo", para justificar el uso tanto del diálogo como de la represión hacia la protesta social.
Preguntado por su relación "con la naturaleza", explicó que "cada uno tiene sus características". Antes de añadir: "Pero cuando no tengo una forma de pensar estructurada, me resulta difícil actuar, concebir. No tengo una forma de pensar técnica y luego abordo las cosas para que sean coherentes con una visión y una filosofía. Y no digo que esté al final del camino, pero sobre este tema he leído mucho".
El abandono del legado de Paul Ricoeur
Bruno Latour es uno de los dos pensadores que citó –mucho menos que en la anterior comparecencia de Emmanuel Macron en estas mismas ondas en 2017– junto al filósofo alemán Peter Sloterdijk. Pertenece a esos "intelectuales que, para alguien como yo que está en la acción, que tiene que lidiar con la vida diaria y a veces con la urgencia, te ponen en un desequilibrio que te lleva a reflexionar y que a veces es fructífero", precisó.
Pero lo que realmente le ayuda a vivir, concluyó, son sobre todo los poetas, a los que lee "todos los días": Cendrars, Apollinaire y Char, a los que desde hace tiempo pone en la cúspide de su Panteón, como ya había confiado en un número improbable de La Règle du jeu, olvidando sin duda uno de los aforismos del autor de Las hojas de Hipnos, según el cual "la lucidez es la herida más cercana al sol".
Hay que reconocer que Emmanuel Macron tiene cierto talento para adaptarse a su público, desde France Culture, donde se muestra maduro y locuaz, hasta Brut, donde se comporta como un monologuista hasta arriba de anfetaminas. Además, el presidente-candidato se ha adaptado mucho en los últimos cinco años. Sobre todo, ha abandonado el legado supuestamente estructurador del filósofo Paul Ricoeur, al que conoció por mediación de su profesor François Dosse, y al que ayudó en la publicación del libro La Mémoire, l'Histoire, l'Oubli (Le Seuil, 2000). El ejercicio del poder lo ha aplastado todo, como reconocía recientemente el filósofo Olivier Abel, especialista en Ricoeur.
"El movimiento de los chalecos amarillos apareció como la reacción a una elección presidencial triunfalista y en la estela de un presidente a menudo percibido como arrogante", juzgó tras la publicación de su último libro titulado De l'humiliation. Le nouveau poison de notre société (Les Liens qui libèrent, 2022). En cuanto a François Dosse, que había querido advertir en el proyecto de Emmanuel Macron en 2017 una prolongación política de la ética y el pensamiento de Paul Ricoeur en Le Philosophe et le Président (Stock, 2017), también ha firmado un libro titulado Macron ou les illusions perdues. Les larmes de Paul Ricœur (Le Passeur, 2022).
La influencia de Pierre-André Taguieff
Los que no se hacían ilusiones sobre la Jefatura del Estado, falta de ver lo que ha desaparecido, podrán constatar lo que ha aparecido, que no deja de ser simétrico con la pérdida de la influencia ricœuriana. A saber, el refrendo de modos de razonamiento ausentes en 2017: el laicismo endurecido, las tensiones identitarias y los reflejos "antidespiertos" que llevan sus ministros Jean-Michel Blanquer, Marlène Schiappa y Sarah El Haïry, cuya declaración "lo que me asusta aún más que Zemmour es el discurso interseccional del momento", resuena especialmente en este periodo de vísperas de la segunda vuelta contra la extrema derecha.
El propio Emmanuel Macron ha caído en situaciones similares, ganando poco a poco la simpatía de todos aquellos que calificó en 2017 de "laicistas". Ya en junio de 2020, en plena movilización contra el racismo y la violencia policial, consideró que el mundo académico había "alentado la etnización de la cuestión social creyendo que era una buena salida". "Sin embargo, el resultado sólo puede ser secesionista. Esto equivale a partir la República en dos", añadió al final de semanas de debates estériles sobre el "islamismo", lanzados por su ministro de Educación Superior, Frédérique Vidal.
Estas declaraciones fueron consideradas como una inflexión por Pierre-André Taguieff, una figura de la lucha antirracista que se ha convertido a la lógica de la Primavera Republicana: "Creo que el presidente ha tomado conciencia de la gravedad de esta fractura entre los partidarios del movimiento decolonial y los que se niegan a unirse a él porque lo consideran una forma de racismo inverso", declaró a Mediapart (socio editorial de infoLibre). "Hay un giro republicano", asumió entonces un asesor del presidente de la República.
Un asesor confirmó esta inflexión presidencial en estos términos: "Se está pasando una página, se abrirá otra. En efecto, estamos más cerca de Chevènement que de Rocard", subrayó, refiriéndose a esta figura de la "segunda izquierda" que el jefe del Estado no ha dejado de reivindicar desde entonces. Emmanuel Macron no ha soltado sus nuevos caballos de batalla, modestamente calificados de "regios" –inmigración, identidad y seguridad–, trabajando así para hacer posible un nuevo cara a cara con Marine Le Pen.
Del "marchismo" al "absurdismo"
Además de esta oscilación pendular, que ha visto desaparecer algunas lógicas y tomar forma otras, una radiografía reciente muestra que los cuatro marcadores inicialmente identificados para el funcionamiento cerebral del macronismo –el "marchismo", el "almismotiempismo", el "modernismo" y el "capitalicismo"– se han visto perturbados.
El "marchismo" se ha transformado en un doble movimiento. No sólo "En Marche" se ha convertido en sinónimo de "en fuerza" como resultado de la creciente verticalización del poder, sino que también se ha convertido en "cuotas de mercado". Durante cinco años, Emmanuel Macron ha funcionado según esta lógica, dejando que sus ministros ocupen tal o cual terreno aunque ello suponga contradecirse. Hoy en día, está reciclando este método, tratando de ganar algunos puntos en la izquierda, mientras mantiene su objetivo principal: la derecha. De este modo, sitúa a la extrema derecha (los "políticamente abyectos") y al antifascismo (los "políticamente correctos") al mismo nivel.
El "almismotiempismo" se ha convertido en una amenaza política que podría definirse como "absurdismo". ¿Cómo se puede, sin perder toda la credibilidad, desear los viernes que las mujeres "se quiten el velo por voluntad propia" y los domingos felicitar a una mujer porque es "feminista y tiene velo"? ¿Cómo podemos confundir la urgencia ecológica con la urgencia electoral y afirmar un giro ecologista cuando hemos vaciado la Convención Ciudadana de sus principales propuestas? ¿Cómo se puede seguir abogando por el "gran debate" permanente y seguir la política de los antidisturbios frente a los adversarios?
A este batiburrillo básico se suma la ruptura de la que fue una de las principales armas retóricas y políticas de Emmanuel Macron, que contribuyó a su éxito en 2017: la triangulación. Esta técnica, que consiste en hacer suyas las palabras y referencias de sus competidores para desactivarlas y enturbiar las aguas, se ha convertido en su marca registrada desde 2017. Así, el presidente saliente ha recurrido a Jean Jaurès o a los "días felices" de la Resistencia, mientras dibujaba la "tolerancia cero" de la derecha en materia de seguridad o dejaba que sus ministros hablaran de "ensañamiento" como la extrema derecha.
La "triangulación de las Bermudas"
Con el tiempo, esta triangulación se ha convertido en una "triangulación de las Bermudas" convirtiéndose en nada y provocando, en esta campaña entre las dos rondas, sólo burlas, cuando no una profunda molestia. Este es el caso, en particular, cuando el presidente-candidato es sorprendido, en Marsella [sureste de Francia], citando dos veces el nombre del programa de Jean-Luc Mélenchon –El futuro en común–o cuando cita un viejo eslogan de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) –"Nuestras vidas, sus vidas valen más que todos los beneficios"–.
El "modernismo" de Emmanuel Macron tampoco ha sobrevivido al quinquenio. Su rostro es todavía joven comparado con el que solemos ver en la política francesa, pero no deja de recordar al Retrato de Dorian Gray. En la novela de Oscar Wilde, es el retrato pintado del héroe el que envejece y muestra la corrupción del alma del personaje. Aquí, la cara sigue siendo tersa, pero ya no es prometedora. La confianza se ha roto con los golpes de un jefe de Estado que multiplica las renuncias y las marcas de desprecio, así como el incumplimiento de su promesa de no considerar el 66% de los votos emitidos a su nombre el 7 de mayo de 2017 como un "cheque en blanco".
El último rasgo que identificamos en 2017 fue el "capitalicismo", basado en la idea de que Emmanuel Macron blandió la "gramática de los negocios", como si la hubiera escrito él. Como ministro, había explicado a la BBC británica que la desgracia de Francia había sido no hacer las reformas necesarias que había hecho la Gran Bretaña de Thatcher. Manejando el arte del camaleón como ningún otro, el mismo hombre consideraba también que el capitalismo contemporáneo estaba "en proceso de aplastar todas las formas de valor por encima del valor monetario" y que se estaba convirtiendo en "un capitalismo de los poderosos que ya no podemos regular".
En el momento de este baile para dos típico del razonamiento de Macron, seguía existiendo un posible interrogante sobre la naturaleza del modo de pensar del nuevo presidente, alimentado por las dudas sobre la naturaleza del liberalismo promovido por el que todavía era un neófito político. Se trataba de saber cómo invertiría Emmanuel Macron este término cuyo significado flota en función de los tiempos en los que se despliega. Un quinquenio después, sólo podemos constatar que este liberalismo es sólo una máscara y no una brújula, destinada a ocultar un profundo conservadurismo que toma la forma de "liberalismo autoritario".
Este "pequeño monstruo conceptual", parafraseando al filósofo Grégoire Chamayou, se remonta a un discurso pronunciado por el jurista y filósofo alemán Carl Schmitt ante los empresarios alemanes en 1932, en el que sentaba las bases de un "Estado fuerte-débil, fuerte con algunos, débil con otros". O, en palabras del sociólogo alemán Wolfgang Streeck, fuerte "contra las demandas democráticas de redistribución social", pero "débil en su relación con el mercado".
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Frente a estas reconfiguraciones del cerebro macronista, uno quisiera poder aferrarse a una posición de análisis distanciado, capaz de reírse de ellas cuando sea necesario o pretender hacer una exégesis de las mismas cuando parezca preciso, como en la conclusión de su entrevista sobre France Culture, donde Emmanuel Macron añadió, en referencia a los poetas: "Son los que realmente más te liberan a veces de esta violencia, de la tiranía de la vida cotidiana y que te dan, para algunos, el rostro de la muerte, o te dan esta especie de intimidad absoluta con lo que tienes que ser".
Pero para que eso ocurra, la "tiranía de la vida cotidiana" tendría que ser, para muchos de nosotros hoy, oscilar entre la exasperación de escuchar todos los días las palabras desmonetizadas del presidente-candidato y la ansiedad de tener la sensación de que haría mejor en mantener la boca cerrada durante este periodo de intercampaña, por lo mucho que se parece a un niño irresponsable jugando con fuego.
Texto en francés: