LA PORTADA DE MAÑANA
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La vida y los vértigos

Con voluntad de amanecer

Juan Javier Ortigosa

Sonámbulos Ediciones (2022)

Aunque se trate de un primer libro, Con voluntad de amanecer de Juan Javier Ortigosa, exquisitamente editado por Sonámbulos, revela una perfecta asimilación de la tradición poética española, hispanoamericana y de otras lenguas y literaturas y además demuestra algo esencial para un poeta: poseer un mundo propio. 

El enorme maestro que fue Joan Margarit nos enseñó un test infalible para un buen poema, que debía funcionar como una caja negra, en la que entramos con un cierto grado de desorden emocional (nuestras tristezas, nuestras angustias, nuestras congojas) y salimos con el corazón ordenado, con un orden interior que solo el arte, no el entretenimiento, puede proporcionar. Salimos habiendo comprendido algo que, sin resolver nuestros problemas nos consuela, nos apacigua, nos hace conscientes del relámpago de belleza del mundo.

La poesía de Juan Javier Ortigosa es inteligente, atenta y conoce bien este relámpago. En Las carencias del verbo, por ejemplo, se nos advierte de que el "yo" "es una habitación cerrada/ en la que el ego crece/ como una enredadera ingobernable". Hace falta lucidez y aprendizaje del desengaño para ser consciente de las ráfagas de frío que nos asaltan en los momentos menos esperados: "Más tarde comprendí que tú/ no siempre es 'contigo'/ y 'él' o 'ella' ni son una certeza/ ni nos hacen compañía". Se trata de una poesía con una profunda vocación vitalista y afirmativa, manifiesta desde el propio título con resonancias lorquianas, Con voluntad de amanecer, pero como cualquier auténtico vitalismo es consciente de que vivimos a la intemperie, que la felicidad es un don que se entrena, un milagro que debemos agradecer y que se encuentra inseparable de la lucidez. Reflexionar sobre el idioma y su "carácter defectivo" lleva a una conclusión rotunda: "No todas las personas hacen compañía,/ es difícil conjugar multitudes y sueños,/ la lengua es una agenda marcada por la ausencia".

La poesía es, en este magnífico libro, "intimidad y compromiso", "sale a la calle/ y vuelve con barro en los zapatos". Es historia personal inseparable de la historia colectiva y de una singular mirada sobre la literatura: "Del Romanticismo, tus ojos;/ del Modernismo, tus manos;/ del Simbolismo, esos labios/ que entre susurros me confiesan/ el peso insoportable de la historia,/ de los breves movimientos/ que rompen los lazos familiares/ y son muy novedosos, jamás vistos". El imaginario familiar está muy presente en Con voluntad de amanecer, donde se traza una precisa y conmovedora genealogía. Así, leemos en Parecidos razonables: "Miro a mi abuelo y leo en su rostro/ el cansancio de mi padre.// Pienso que algún día/ yo también heredaré/ la noble tarea de ser un hombre bueno". Ser un hombre bueno, aspirar a la bondad representa la mejor herencia que se pueda tener. La bondad es también inseparable de la lucidez y de la mirada que aparece, por ejemplo, en La piel de la Matrioska, un poema muy emocionante sobre las vidas femeninas secretas, ocultas y reprimidas, une ternura y lucidez: "Tú que has sido/ mujer feliz de un solo hombre/ y has callado, con prudencia de muñeca,/ por no tener razón,/ has llevado en secreto tantas vidas/ que de golpe te sorprenden/ las mujeres -pequeñas- que te pueblan".

Por las páginas de Con voluntad de amanecer camina un yo poético partidario al mismo tiempo de la lucidez y los sueños, un yo inteligente, que conoce las grietas de la intimidad y la historia, un yo urbano cuya geografía personal se acompasa al ritmo de un paisaje urbano que participa de la historia de amor, como en Ritmo de ciudad (título en el que hay una resonancia de Rimado de ciudad, de Luis García Montero, cuyo imaginario impregna mucho el de Juan Javier Ortigosa). Precedido por una cita de Teresa Gómez, otra autora fundamental para el autor, el poema construye un yo conmovedor, "indiscretamente ansioso", que se pregunta mientra atraviesa a paso veloz una ciudad cómplice: "Cómo esperar el tiempo/ de todos los semáforos,/ si es la vida tan breve/ y el vértigo tan grande,/ si tú cruzas de pronto/ y no sé qué decir". El ritmo de la ciudad es cardíaco, es el ritmo del corazón, impaciente y tierno. El poema está construido sobre dos pilares, la vida y los vértigos, dos núcleos de significación alrededor de los cuales se despliegan la ciudad, el corazón, el yo que atraviesa veloz la geografía urbana para llegar a su amor. El amor aquí se encuentra inseparable de la inteligencia y de la reflexión y, del propio paso veloz, el paso de los enamorados: "si es la vida tan breve/ y el vértigo tan grande", "si el vértigo es tan breve/ y la vida tan larga".

Una poesía elegante y honda

Sí, la vida es al mismo tiempo breve y larga, igual que los vértigos, los relámpagos que marcan los pasos veloces de los enamorados, de los amorosos, como decía de manera tan maravillosa Jaime Sabines: "Los amorosos andan como locos […]/ El amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro". Hay un yo flâneur que anda y anda (por hacer un guiño a Cortázar) que anda en busca del amor y del aprendizaje vital de la alegría y la lucidez, alguien que al mismo tiempo que camina veloz agudiza la atención, mira con atención, comprende el ritmo de la ciudad, de la vida, del propio corazón, de la amada, de los rostros familiares. Y este ritmo se incorpora al propio ritmo del poema, en una fluidez que construye la armonía entre fondo y forma, la sensación de que lo que se dice no podría ser dicho de otra manera. Esta es una característica de los buenos poemas. La otra sería su carácter de poemas necesarios, la impresión de "libertad fatal" como diría Cortázar que dejan en los lectores, que intuyen perfectamente la diferencia entre un ejercicio de escritura y la relación íntima de un poeta con su poema. Un poema debe habitarnos hasta que no podemos dejar de escribirlo y esta es la sensación que dejan los textos de Con voluntad de amanecer: una armonía entre fondo y forma, una aparente sencillez que es una de las cosas más difíciles de conseguir en poesía. Un libro al que los lectores pueden volver una y otra vez igual que se vuelve una y otra vez a los recuerdos amados, las ciudades del corazón y los relámpagos de belleza que unen la inteligencia y la emoción.  

   

* Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura.

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