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Realismos: 'Les pires', 'El agua' y 'Nos Frangins'

Timeo Mahaut, Johan Heldenberg, Mallory Wanecque asisten al photocall de 'Les Pires' durante la 75ª edición del Festival de Cannes.

Alberto Mira

Cannes (Francia) —

El cine es un arte intrínsecamente realista ¿no? Probablemente no. Pero aceptemos que, excepto en la animación, vanguardias o las películas de efectos lo que se recrea es siempre algo que está, por decirlo de alguna manera, “ahí”, que tiene una existencia (por decirlo de alguna manera) “real”. Por supuesto esto es una trampa porque la cámara siempre selecciona y crea una realidad, y porque la linearidad se opone a la estructura rizomática de nuestra percepción del mundo.

Y sin embargo hay un tipo de cine que es militantemente realista, que se opone a las simplificaciones y convenciones narrativas del mero entretenimiento. Un tipo de cine que quiere mostrar la realidad, documentarla, indagar en ella, agitar conciencias; en definitiva, un cine “social”, de vocación política. Un poco por el azar que es la programación del festival, este lunes he gravitado hacia tres buenas películas que, partiendo de un planteamiento realista, lo desarrollan en direcciones muy distintas. La tradición europea de cine social goza de espléndida salud en Cannes.

Les miserables (Ladj Ly, 2019), ganadora del Premio del Jurado en una pasada edición del Festival, documentaba las tensiones del barrio parisino de Montfermeil, y demostró que el cine social recobra fuerza en tiempos turbulentos. Les pires da una vuelta de tuerca al modelo. Imaginemos que un director rueda una película “social” (llamada "Mear hacia el viento del norte") en un barrio marginal utilizando un reparto de jóvenes que viven en aquel ambiente para completar el toque de realidad. Se trata de un director con buenas intenciones, pero que no acaba de aprehender que la posición desde la que habla (un hombre blanco, belga, de cincuenta y cuatro años) no es absoluta. Les pires es una película sobre esa situación, y la desarrolla con inteligencia e ironía.

Se inicia con unas audiciones con adolescentes del barrio, en el que se desgranan sus vidas reales. Pero pronto queda claro que se trata de un artefacto meta y que hay una reflexión sobre la ética del cine realista. Es una reflexión importante porque hoy la realidad siempre está siendo filmada y porque el cine progresista siempre ha tenido una vocación intensamente realista que resurge en el momento actual. Dirigida por dos mujeres, ve el cine social como un proceso complejo, lleno de trampas. Comprenden por ejemplo cómo el proyecto puede degenerar en explotación, que publicitar los problemas de ciertas zonas no redunda en el bienestar de sus habitantes. Y sabe que por mucho que se trate a los jóvenes como “otros”, éstos también tienen vida propia y responden. El resultado es probablemente la mejor película de la sección Un certain regard.

El agua, de Elena López Riera, en el marco de la Quincena de realizadores, adopta una mirada totalmente distinta ante la realidad que quiere evocar. Como la anterior utiliza actores no profesionales, cierta improvisación en la trama, elementos documentales y un espacio geográfico específico. Esta especificidad me parece uno de sus mayores atractivos. La acción se desarrolla cerca de Orihuela, Alicante. En la cultura valenciana el agua es algo muy especial: canalizada en acequias, necesaria para el campo, destructiva cuando se desborda.

Géneros y género

Géneros y género

Esta centralidad, esta combinación de vitalismo y peligro hacen que se hayan creado mitologías en torno a los ríos y sus crecidas. La directora habla de un espacio sujeto a las leyes del agua, pero también utiliza la acción de agua como base de una metáfora para mujeres de varias generaciones estableciendo una relación intensa entre la geografía y sus habitantes. De esta especificidad surge, como en Alcarràs, de Clara Simón, con la que inevitablemente se la comparará, una propuesta muy universal.

Y el tercer ejemplo, Nos Frangins/Nuestros hermanos, nos lleva, mediante imágenes documentales de diversos noticiarios, a 1986, para contar una historia de violencia policial que se cobró las vidas de dos jóvenes inocentes, Abdel Benyahia y Malik Oussekine, en una sola noche. A través del trabajo del responsable de Asuntos Internos de la policía parisina, se van desgranando los errores en el comportamiento policial que condujeron a vidas truncadas y familias rotas. Bouchareb sugiere que hemos de recordar y aprender del pasado y apunta al componente racista de ambos asesinatos. Al mismo tiempo nos presenta a políticos como el tristemente famoso Charles Pasqua, a la sazón ministro del interior, que esgrimen argumentos a favor de la represión que no distan de otros que escuchamos recientemente en otras latitudes.

Si El agua va de lo geográfico a lo emocional, aquí se parte de los personajes para hablar de un problema social que, como un título nos informa al final, está resurgiendo: una sociedad cada vez más agitada por disturbios y una legislación que abunda en el control violento de la protesta

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