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Cosas de hombres: 'Joyland', 'Un varón' y 'Fogo-fàtuo'

Imagen de los actores y actrices de 'Joyland', en el Festival de Cannes.

Alberto Mira

Cannes (Francia) —

Durante décadas la mayor parte de narrativas naturalizaban nociones muy limitadas, ciertamente opresivas, de masculinidad y feminidad. Había excepciones, juegos, subversiones, pero el sistema permanecía inmutable. Las reflexiones desde el feminismo contribuyeron a romper la rigidez de este sistema, y tras poner sobre la mesa las trampas de la estereotipación de los personajes femeninos, se pasó a desnaturalizar la masculinidad, especialmente tal como funciona y se ejerce en los sistemas patriarcales. Las tres películas que recomiendo hoy (y las recomiendo sin reservas), provienen de culturas distintas y adoptan distintas tonalidades, pero todas giran en torno a las nociones dominantes de masculinidad y el modo en que crean asfixia. 

La película pakistaní Joyland (presentada en la sección Un certain regard) parte de una situación dominada por estructuras patriarcales. La familia Rana está compuesta por dos hermanos casados que viven con el padre. Uno de los hermanos, Saleem, es, como el padre, el estereotipo del padre de familia en estado puro que sigue al dedillo lo que la cultura tradicional en la que vive espera de él. Padre prolífico (la película se inicia con el nacimiento de su cuarto hijo), trabajador, autoritario, y considera a su mujer su esclava. Por supuesto su mujer no trabaja. El otro hermano, Haider, el protagonista, es un hombre sensible, algo tímido, que no logra encontrar trabajo, lo cual afecta al modo en que se percibe su masculinidad y hace que su propio padre le humille. Su mujer, en cambio, es maquilladora y lo disfruta. Tiene un carácter independiente y se casó con él precisamente bajo la condición de poder trabajar fuera de casa.

Pero cuando Haider encuentra trabajo en un teatro de revista como bailarín para una diva trans (maravillosa interpretación de Alina Khan), las cosas se complican. Su mujer ha de renunciar a su trabajo para hacer tareas domésticas en una escena muy dolorosa y él ahora no se atreve a confesar la naturaleza de su trabajo. Y pronto la curiosidad que siente por su jefa se transforma en algo más y tiene una relación con ella. La película mantiene cierto tono de comedia costumbrista, pero va muy lejos. Y aunque su objetivo sea cuestionar la sociedad pakistaní, lo cierto es que tiene algo que decirnos a quienes vivimos en otros contextos: la rigidez doctrinaria lleva a vidas asfixiantes.

Joyland ha de ser entendida dentro de los parámetros de la sociedad tradicional e insiste en las contradicciones que el patriarcalismo presenta en ese contexto. No es exactamente que el protagonista sea “homosexual” (quizá sí), pero su heterosexualidad tampoco resulta ser “suficiente”. Por otra parte, el personaje de la diva trans se presenta con simpatía por parte de la película, aunque recibe burlas de otros personajes.

Lo que dice Joyland es importante y radical, pero lo hace dentro de los patrones del cine comercial. La colombiana Un varón, por otra parte, muestra masculinidades brutales mediante un realismo sucio. La película, presentada para la Semana de la crítica, está basada en los recuerdos de adolescencia de su director, Fabian Hernández, en un barrio suburbial de Bogotá y nos sitúa en la perspectiva de Carlos, un adolescente que vive en un refugio y tiene que esforzarse por presentar una imagen de masculinidad según los brutales parámetros de los jóvenes marginales. Esto lleva a cierta asfixia, a ciertas mentiras. En una escena conmovedora y llena de tensión, Carlos se mira al espejo y pinta sobre su reflejo en el cristal unos labios que se superponen a los suyos. Probablemente no sería exacto hablar de identidad sexual, pero sí de que por debajo de la máscara de dureza hay algo mucho más complejo. Carlos es un joven emocional, que aspira sobre todo a pasar la navidad con su hermana y su madre, pero el mundo en el que se desenvuelve le lleva por otros derroteros.

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La película se inicia con un grupo de muchachos que definen a cámara lo que es “ser hombre”, algo que sitúan en el contexto violento que habitan, en el que hay que comer o ser comido. Es un contexto, un espacio concreto, que se nos presenta mediante imágenes cuidadas, que siempre dicen más que aquello que representan, de momentos intensos y que tiene una gran interpretación del joven Felipe Ramírez que transmite bien un interior roto.

Fogo-fátuo, la entrada portuguesa a la Quincena de realizadores, se define como “una fantasía musical” y ciertamente es fiel a su promesa, buscando continuamente motivos para musicalizar escenas de una manera deliciosamente trivial. Observa la masculinidad desde fuera, y lo hace con una ironía muy camp. Rodrigues tiene una trayectoria fascinante en la expresión de una mirada queer ya desde su clásico O fantasma (2000). Ciertamente hay que rendirse ante alguien que, cuando plantea escenas en un cuartel de bomberos, la imaginación se le va a los calendarios, o, más precisamente, calendarios en los que bomberos semidesnudos posan en configuraciones de obras maestras de la pintura.

Con un metraje de poco más de una hora, Rodrigues hilvana temas que van desde el colonialismo, el calentamiento global (la lectura del ya legendario discurso de Greta Thunberg es uno de los grandes momentos de la película), el republicanismo portugués y las fantasías del porno. El resultado es puro goce e intensamente liberador, y, extraño en Cannes, el público en la sala reía a carcajada limpia. Quizá no sea lo único que uno puede hacer, pero probablemente uno de los antídotos frente a la asfixia de la masculinidad consiste en no tomársela demasiado en serio. 

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