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Recta final: 'Next Sohee', 'Tori et Lokita', 'Stars at Noon' y 'Pacifiction'

Claire Denis, Margaret Qualley y Joe Alwyn en el photocall de 'Stars at Noon', en el Festival de Cannes.

Alberto Mira

Cannes (Francia) —

Esto se acaba. O no, porque las películas perduran. Les ofreceré una selección de lo mejor que Cannes ha dado de sí, lo que vale la pena recordar. Pero antes, algunos títulos que me parecen especialmente recomendables de estas últimas sesiones.

La Semana de la crítica se cerró con la película coreana Next Sohee, dirigida por July Jung. La representación coreana este año ha sido sustancial en todas las secciones, pero Next Sohee es el título que sobresale en la selección. Un excelente ejemplo de cine social, que habla de las condiciones laborales que se imponen a la juventud actual. La aproximación de Jung es muy inteligente: sin desvelar un giro importante de la trama sólo puedo decir que primero se expone a través de un personaje concreto, Sohee, la explotación en un centro de atención al cliente y cómo se ve forzada a aceptar un trabajo con condiciones intolerables. La primera parte se centra en el personaje de la adolescente cada vez más superada por su situación y nos sugiere que su trayectoria es personal.

En la segunda parte, protagonizada por una excelente Doona Bae convierte su trayectoria en un problema urgente que tiene muchos cómplices, y muestra las connivencias entre legislación y corporaciones para crear un sistema que no garantiza derechos fundamentales. Los detalles pueden ser propios de la situación coreana, pero las estructuras son perfectamente reconocibles para nosotros. Aunque no está exenta de didactismo, los personajes y las situaciones emocionan, y contribuyen a desnaturalizar una situación que sitúa a muchos jóvenes, especialmente mujeres, en la pura explotación.

Era de esperar que Claire Denis diera una impronta muy personal al thriller político que es Stars at Noon, basada en una novela de Denis Johnson que presenta a una periodista y un empresario en la Nicaragua de los años ochenta. Y le da una impronta personal, pero no basta para hacer la película sobresaliente. La película funciona sobre todo evocando un lugar y una situación: es rica en detalles, sentimos la humedad, el peso de los silencios, el desmoronamiento de las estructuras y la putrefacción del sistema. Pero el thriller necesita algo más que atmósfera, y el modo en el que se organizan las motivaciones y se traza la tela de araña que atrapa a los protagonistas no es lo suficientemente claro como para mantener la atención. Margaret Qualley interpreta a la periodista con gracejo, y Joe Alwyn es el hombre de empresa que por razones que no quedan claras se convierte en persona non grata. Entre ambos no hay mucha química, lo cual importaría menos si no fuera porque las escenas de sexo ocupan un lugar tan importante en la narración.

En cuanto a Tori et Lokita, de los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, también a competición, tiene los elementos más característicos de su cine: una impronta social, puesta en escena clara, final emocional. Aquí los protagonistas son dos inmigrantes en Bélgica, obligados a vivir en la marginalidad. La joven Lokita intenta por todos los medios legalizar su situación, pero su precariedad la obliga a situaciones cada vez más desesperadas. El niño, que en su país fue acusado de “brujo” ha recibido papeles de asilo, pero sus posibilidades de supervivencia son escasas. Además de explicar vidas que importan y no vemos, la película funciona por la relación entre los dos protagonistas: Lokita rescató a Tori haciéndose pasar por su hermana, y es esta relación de lealtad la que los une hasta el fin.

Durante años la participación española en el Festival ha sido escasa. Ha habido ediciones sin apenas presencia, o con una presencia desangelada. Este año se ha percibido un intento de visibilización, el pabellón español ha tenido una oferta interesante, El agua funcionó muy bien en la Quincena de realizadores, e incluso hemos tenido participación en la sección oficial. O casi. En realidad Pacifiction, de Albert Serra, es una coproducción en la que participan también Francia, Portugal y Alemania, hablada mayormente en francés.

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El cine de Serra no tiene vocación comercial. Serra es, por decisión propia, el epítome de autor alejado de la realidad social, desdeñoso con las estructuras industriales de producción, con una personalidad que no ayuda al espectador a acercarse a él. El personaje que se ha creado funciona y en ocasiones anteriores podría pensarse que el único fin de las películas era reforzar el personaje. Para un espectador de cine narrativo convencional, sus escenas parecen inacabadas, difusas, sus diálogos inanes, las tramas avanzan y, sobre todo, se detienen, pero nunca fluyen, o no lo hacen siguiendo cualquier convención de economía o lógica. Es una manera de entender el cine. Y sin embargo les recomiendo que olviden sus intempestivas declaraciones, intentos de provocación al fin, que recuerden que en el cine no todo es narrativo, que hay un método en la poesía, y, si pueden, le dediquen dos horas y cuarenta y cinco minutos a Pacifiction.

Se trata de una película crepuscular, y el tema es el fin. El fin de algo. Precisar mucho más traicionaría la sutileza de sus planteamientos. Pero es un fin que tiene lugar en el propio paraíso, imbuido de vegetación desbordante y un sol que convierte el mar en oro. Es la Polinesia que inspiró a Murnau en su historia de otro paraíso perdido, Tabú, y la película evoca el viaje del director alemán e incluso su figura en la del protagonista. De Rolle es un representante del gobierno francés en Tahiti, y le vemos haciendo esfuerzos por negociar las fuerzas del progreso, de la Realpolitik y de la tradición. Pero los equilibrios son precarios y en un momento dado siente que todo está a punto de acabar. Por la isla pululan hombres extraños, algo siniestros, que lo observan. Y se habla de la presencia de submarinos. Quizá los experimentos nucleares en la zona, que cesaron veinte años atrás van a reiniciarse, como un anuncio del fin de una era.

Hay en la película demasiados temas como para que un resumen tenga sentido o le haga justicia. Política, colonialismo, filosofía, lirismo, sensualidad crean un entramado en el que hay que saber perderse. Nada está muy claro, pero todo se entiende a la perfección de manera profunda. Y está llena de momentos maravillosos, que se toman su tiempo, que se dejan sentir. No creo que la Polinesia haya aparecido tan bella en el cine, y no creo que la vida en las islas haya tenido una plasmación tan vívida. No entrarán todos los espectadores, pero tiene suficientes elementos como para arrastrar a los más exigentes: está Tahiti, y la sensación de ocaso, los bailes, los cuerpos, y la interpretación de Benoît Magimel, tan Marlon Brando en Apocalypse Now. Pero sobre todo porque es una película que nos recuerda que el gran cine es irremplazable.

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