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El telón de acero del petróleo y el gas cae sobre el sector energético

Un hombre echa gasolina en una estación de servicio, el primer día de la primera operación salida del verano.

Martine Orange (Mediapart)

Cuatro meses de guerra en Ucrania fueron suficientes para lograr el resultado que la diplomacia estadounidense no había podido garantizar ni con casi diez años de esfuerzo: por primera vez en su historia, Europa importó en junio más gas natural licuado (GNL) de Estados Unidos que el gas ruso entregado a través de gasoductos terrestres, según la Agencia Internacional de Energía.

Atraídos por precios que alcanzan niveles récord (145 euros por MWh, según los últimos precios), cada vez son más los productores estadounidenses que desvían sus envíos de Asia a Europa, donde encuentran países dispuestos a comprar de todo y a cualquier precio, preocupados por la ralentización de las entregas rusas y una posible escasez este invierno.

Al mismo tiempo, Vladimir Putin sigue reforzando su control sobre el sector de los hidrocarburos en Rusia. Varias grandes petroleras, en particular BP y Shell, decidieron al comienzo de la guerra vender las participaciones que tenían en las compañías o producciones petroleras, pero ahora es el gobierno ruso el que las está expulsando.

En nombre de los intereses nacionales y la seguridad económica del país, Putin acaba de firmar un decreto que transfiere todos los derechos del proyecto de gas Sakhalin 2 a una nueva empresa pública. Los coaccionistas del proyecto, Shell y las japonesas Mitsubishi y Mitsui, que en parte suministra gas a Japón, están siendo expulsados. Y los grupos chinos parecen dispuestos a sustituirlos.

Sin que nos demos cuenta, un telón de acero cae sobre el mundo de la energía. Si el control del petróleo, del gas o del carbón ha sido siempre objeto de feroces batallas políticas y geoestratégicas, y también de guerras de influencia, las producción continuó a pesar de todo, circulando por el mundo, satisfaciendo también las necesidades de un consumo global. Desde hace cuatro meses, el mundo de la energía también asiste a una fragmentación de suministros y a una división de producciones.

Reversiones energéticas

Con la guerra de Ucrania, la energía se ha convertido en el escenario de un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia, respectivamente el mayor y el tercer productor de petróleo del mundo. Cada uno intenta sumar puntos en detrimento del otro, a veces de todos los demás. La OPEP, el cartel de los países productores de petróleo, que había jugado un papel decisivo en este mercado durante los últimos 50 años, está condenada a quedarse en el asiento trasero, siendo testigo de espectaculares cambios de situación como espectador.

En solo unas pocas semanas, los intercambios que a veces se remontan a décadas se han venido abajo mientras que nuevas alianzas se forjan a toda prisa. Países considerados en los últimos años como parias, como Venezuela, Irán, Libia y, en menor medida, Arabia Saudí, vuelven a ser, si no cortejados como en el caso de Riad, al menos tomados en consideración.

La carrera por la energía, por los potenciales aliados que permitan a uno u otro campo establecer su supremacía y, sobre todo, satisfacer la demanda de todos los países consumidores, se desarrolla en todos los sentidos.

Esta convulsión rompió el frágil equilibrio de un mercado ya tenso, debilitado por años de guerras de precios, inversión insuficiente y múltiples crisis. Si bien la oferta ha luchado por mantenerse al día en relación a la demanda desde el verano de 2021, la retirada parcial de Rusia ha provocado que los precios aumenten drásticamente.

Su producción ha caído en más de un millón de barriles por día, pero Moscú está recuperando en gran medida esta caída en volumen a través de precios más altos. Desde el comienzo de la invasión de Ucrania, Moscú ha recaudado unos 100.000 millones de dólares. El 61% del total lo pagó Europa.

Al no haber logrado unir al resto del mundo sino haber acelerado su fragmentación, Occidente está comprobando sus límites. Mientras el ejército ruso continúa con su labor de destrucción en Ucrania, las sanciones contra Moscú, las más duras jamás aplicadas contra un país, tardan en demostrar su eficacia. Algunas incluso están regresando como un bumerán a las economías occidentales, lo que muchos no anticiparon inicialmente. El precio a pagar empieza a parecer exorbitante para algunos.

Este repunte de los precios de los hidrocarburos (+75% en un año para el petróleo, +370% para el gas) está en vías de contaminar toda la economía mundial. La inflación alcanzó un nivel récord de 8,6% en promedio en junio en la zona euro.

Este resurgimiento de las subidas de precios a niveles no vistos desde hace 30 años, el miedo a una recesión mundial, la amenaza de desabastecimiento y racionamiento de gas y petróleo este invierno, pueden apagar la voluntad de alargar más la ofensiva económica contra Vladimir Putin y la de adoptar sanciones adicionales. De ahí la idea de tener un nuevo enfoque hacia Rusia que limite el precio de las exportaciones rusas de gas y petróleo.

¿Un proyecto muerto?

¿Es posible controlar políticamente el precio del petróleo en el mundo? A lo largo de los tres días de la cumbre del G7 en el castillo de Elmau, en Baviera, el tema estuvo en el centro de todas las discusiones entre los líderes de los principales países industrializados (Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Italia, Francia, Canadá, Japón). Todo se trataba de determinar qué mecanismo sería el más efectivo para limitar el precio del petróleo ruso.

Sin decirlo, la idea de un tope equivale a deshacer parcialmente el sexto paquete de sanciones adoptado a duras penas por Europa, que prevé un embargo sobre el petróleo ruso a partir de fin de año y la prohibición a todas las empresas occidentales de entregar petróleo ruso por mar al mundo.

En cambio, el mecanismo planteado en el G7 permitiría las exportaciones energéticas rusas, con la condición de que estas se vendan por debajo de un precio determinado —decidido y aceptado a nivel mundial—, siendo los seguros los encargados del control efectivo de estas medidas.

Sobre el papel, la propuesta lo tiene todo. Puede permitir reducir el dinero extraído de la venta de hidrocarburos, que se utiliza para financiar la guerra rusa en Ucrania, sin reducir el suministro de petróleo en el mercado mundial, que ya es demasiado escaso. Por lo tanto, limitaría el aumento de los precios, el aumento de la inflación y los riesgos de una recesión mundial.

Muy reservada sobre un embargo al petróleo ruso, la secretaria de Estado del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, fue una de las primeras en defender esta idea de limitar su precio. Cuenta con el amplio apoyo de su ex colega del banco central, el primer ministro italiano Mario Draghi, quien también está haciendo campaña activamente para encontrar formas de limitar la inflación "provocada esencialmente por el aumento de los precios de la energía".

El proyecto también se explicó extensamente en un artículo de Oleg Ustenko, asesor económico del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, y German Galushchenko, ministro de energía de Ucrania, publicado por Project syndicate. Ambos dicen que están a favor de un mecanismo para limitar los ingresos de Rusia por sus exportaciones de petróleo y gas, que financian su maquinaria de guerra contra Ucrania.

La idea no fue rechazada en la cumbre del G7. Se menciona en el comunicado final de la cumbre. Pero sus términos se posponen a discusiones posteriores entre los ministros de finanzas, ya que prometen ser complejos y difíciles de implementar. El propio asesor de seguridad nacional de Biden, Jake Sullivan, reconoció que este proyecto era un "nuevo desafío" y que no se podía ofrecer "llave en mano".

Para algunos observadores y conocedores del mundo petrolero, el proyecto nace muerto, pues supone cumplir condiciones que, en esta etapa, parecen imposibles.

Vías de escape rusas

Imponer un descuento global al petróleo ruso supondría primero que Moscú está de acuerdo con tal medida. Sin embargo, todo demuestra que Vladimir Putin se ha vuelto totalmente insensible a las condenas, presiones y sanciones de Occidente, pero también indiferente a las consideraciones económicas para Rusia. Hay muchas razones para temer, según algunos observadores, que en represalia por un posible tope de precios, Rusia corte por completo sus suministros de petróleo y gas a Occidente. Ya está comenzando a amenazar con hacerlo.

La desaparición de la producción rusa de hidrocarburos del mercado mundial solo podría causar un caos generalizado, advierten estos expertos, porque es probable que ningún jugador reemplace al tercer mayor productor de petróleo del mundo. Ya no son 120 o 150 dólares el barril lo que se debería pagar sino 380 dólares, advierte una nota de JPMorgan desde este oscuro escenario.

Además, el gobierno ruso reaccionó más rápido de lo que habían imaginado sus adversarios. Consiguió en pocas semanas poner en marcha un sistema para eludir las sanciones occidentales: ya ofrece un descuento por sus exportaciones de petróleo. Mientras que el petróleo ruso antes estaba casi en línea con el precio del Brent, ahora se vende con un descuento de casi el 30% en comparación con los precios mundiales.

Dado que las compañías de seguros, bancos y empresas comerciales europeas, que proporcionan más del 90% de la financiación de los envíos de petróleo en el mundo, tienen ahora prohibido realizar la más mínima transacción con grupos rusos, el gobierno ha establecido un sistema de seguro y financiación alternativa con la ayuda de la Compañía Nacional Rusa de Reaseguros. Esto le permite continuar sus exportaciones a terceros países. En primer lugar a India y China, que se han convertido en los últimos meses en los primeros países en comprar petróleo ruso.

Este es uno de los otros obstáculos para este proyecto apoyado por el G7: los demás países del mundo, que se han distanciado del bloque occidental desde el inicio de la guerra en Ucrania, tendrían que ponerse de acuerdo para apoyar esta propuesta. Varios líderes de países emergentes, incluidos India, Indonesia, Senegal, Sudáfrica y Argentina, han sido invitados a unirse a la cumbre del G7, precisamente para ampliar este apoyo. Pero los miembros del G7 fracasaron en sus intentos de convencerlos de que se adhirieran a las sanciones contra Rusia.

Durante un intercambio con el canciller alemán, Olaf Scholz, el primer ministro indio, Narendra Modi, explicó cómo la guerra estaba dañando las economías de los países emergentes. Advirtió que India no podía unirse a las sanciones occidentales contra Rusia. El país incluso se ha convertido en uno de los centros, quizás temporalmente, del petróleo ruso.

Después de comprar crudo ruso a un precio de saldo, las refinerías indias se apresuran a revender su producción con la máxima discreción a precios mundiales en todo el mundo y embolsarse la diferencia. Los productos refinados del petróleo ruso se encuentran así en Estados Unidos o Europa.

La OPEP mira desde la distancia

Presionados por Estados Unidos y Europa para unirse al campo occidental, los países productores de la OPEP se han esforzado hasta ahora por adoptar una estricta neutralidad. El precio actual del petróleo les conviene perfectamente: les permite reconstruir sus finanzas públicas, que se vieron dañadas durante los años de la guerra de precios.

Su única misión, según la OPEP, es velar por el buen funcionamiento del mercado, asegurando su abastecimiento. El 30 de junio, el cártel anunció que incrementaría su producción en 648.000 barriles diarios a partir de agosto, con el fin de recuperar su nivel de producción previo a la crisis del covid-19.

El anuncio, sin embargo, es simbólico. A pesar de sus compromisos anteriores, la mayoría de los países productores ya no cumplen con los niveles de producción que prometieron. La falta de inversiones, de equipos, a veces de mano de obra les impide recuperar capacidades, que estaban congeladas cuando el petróleo valía 20 o 40 dólares.

Es probable que solo Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos aumenten la producción en más de un millón de barriles por día, dicen los expertos. Pero aquí, de nuevo, la duda permanece. Las reservas reales de los dos países y su capacidad para aumentar su producción son secretos bien guardados.

Durante un debate en la cumbre del G7 —aprovechado por algunos periodistas presentes— con el presidente estadounidense, Emmanuel Macron explicó que el presidente de Emiratos Árabes Unidos le había dicho que su país no era capaz de ir más allá de los 3,1 millones de barriles por día.

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Atrapados en esta guerra energética que amenaza todas sus economías, los líderes del G7 han decidido, ante la urgencia, enterrar todos sus compromisos pasados, empezando por el fin de la financiación de todos los proyectos de energía fósil. En mayo, la Agencia Internacional de Energía pidió el abandono de todos los proyectos de petróleo y gas para tener alguna posibilidad de limitar el cambio climático para 2050. 

Sin embargo, los países que dominan la economía mundial han decidido aumentar el desarrollo de proyectos de petróleo y gas de cualquiera que sea su naturaleza, así como las infraestructuras de transporte y almacenamiento. La única condición es que sigan la "transición ecológica" fijada para los próximos 20 años. Tantas bellas palabras. La guerra energética se lo está llevando todo. 

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